El embrollo de la paz
Colombia hizo el 7 de diciembre pasado, durante dos minutos, un plebiscito en favor de la paz interna. Tal como estaba previsto, cada quien hizo una pausa a las doce del d¨ªa en el sitio en que se encontraba, y cada quien hizo dentro de ella lo que le pareci¨® m¨¢s adecuado para expresar su voluntad de paz. Unos hicieron un silencio de protesta, otros elevaron plegarias a sus dioses, otros echaron las campanas al vuelo, hicieron sonar las sirenas de las f¨¢bricas, las bocinas de los autom¨®viles. La inmensa mayor¨ªa, en los lugares m¨¢s remotos del pa¨ªs, izaron la bandera patria y se asomaron a las ventanas agitando pa?uelos blancos. Fue un estremecimiento febril e inequ¨ªvoco.Pero fue al mismo tiempo una prueba de las posibilidades y los deseos de participaci¨®n directa de todo un pueblo que carece de canales propios de expresi¨®n. No tenemos mecanismos de movilizaci¨®n de la opini¨®n p¨²blica distintos de la prensa, la televisi¨®n y la radio, que fueron sin duda los factores decisivos de la jornada. En el origen de la idea estuvieron los dos grandes partidos pol¨ªticos, que en tiempos de elecciones son capaces de rastrear sus votos hasta en las comarcas m¨¢s remotas. Se supon¨ªa que ese mismo aparato electoral ser¨ªa el m¨¢s apropiado para canalizar las ansias de expresi¨®n de las vastas muchedumbres nacionales que tienen votos a la hora de votar, pero que no tienen voz cuando quieren hablar. Sin embargo, este mi¨¦rcoles hist¨®rico el pa¨ªs ha hablado casi por su cuenta, con voz propia, y cada quien como pudo. Pero sin la menor posibilidad de duda: "Queremos la paz".
La ocasi¨®n es propicia para preguntarse una vez m¨¢s cu¨¢les son los factores que impiden conseguirla. Desde mucho antes de que el presidente Belisario Betancur propusiera al congreso la ley de amnist¨ªa m¨¢s amplia y completa de la historia del pa¨ªs, ya los principales grupos armados estaban empe?ados en obtenerla. El M-19 la convirti¨® en Una bandera de lucha, hasta el punto de. que logr¨® imponerla como uno de los temas centrales de la campa?a presidencial. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) llegaron al estremo sin precedentes de decretar una tregua de varios meses para no entorpecer el proceso electoral y facilitar de ese modo que sus propios simpatizantes se expresaran en las urnas. De modo que el estado de ¨¢nimo de los combatientes parec¨ªa ser el mejor para sumarse a los sue?os de paz de los colombianos. Era justo: est¨¢bamos a punto de dejar atr¨¢s un Gobierno cuyas se?as de identidad eran la represi¨®n, la tortura institucional, la violaci¨®n rutinaria de los derechos humanos, y enfrentadas a ese Gobierno ten¨ªamos varias organizaciones armadas que se hab¨ªan desviado por los desfiladeros tenebrosos e inadmisibles del terrorismo, cuya manifestaci¨®n m¨¢s inhumana era el secuestro por dinero.
En esas circunstancias la ley de amnist¨ªa pareci¨® providencial a los millones de colombianos que la cre¨ªamos indispensable para abrir una ¨¦poca nueva. Sin embargo, las organizaciones armadas que tanto hab¨ªan clamado por la amnist¨ªa no tuvieron para ella una respuesta pol¨ªtica. Era como si en el fondo de su alma no hubieran cre¨ªdo que iban a conseguirla, y cuando esto ocurri¨® las tom¨® de sorpresa y no supieron a ciencia cierta qu¨¦ hacer con ella. Surgi¨® entonces, adem¨¢s, otro obst¨¢culo inesperado y muy grave: los primeros guerrilleros que se acogieron a la amnist¨ªa eran amenazados de muerte o asesinados por desconocidos. En cierto modo, para muchos guerrilleros la paz se convirti¨® en un riesgo terrible, mucho m¨¢s peligroso que la guerra, y no fue ni mucho menos el remanso de creatividad y justicia social con que todos so?¨¢bamos.
Lo m¨¢s raro, en todo caso, es que en medio de la confusi¨®n y el desencanto no faltan -no faltamos- quienes siguen creyendo, de un modo empecinado y tal vez ilusorio, que la paz es posible. Y la jornada del 7 de diciembre permite pensar que no somos tan pocos como podr¨ªa creerse. Es la inmensa mayor¨ªa del pa¨ªs la que lo cree y lo desea, y esto debe entenderse como una notificaci¨®n a quienes piensan lo contrario.
Uno se pregunta, con toda raz¨®n, d¨®nde est¨¢ el nudo gordiano. Los grupos armados y el Gobierno est¨¢n de acuerdo por lo menos en una frase: "La amnist¨ªa no es la paz, pero es el camino para lograrla". Sobre esa base, la comisi¨®n de paz ha sostenido conversaciones constantes con los grupos armados, y en especial con las FARC: unos veinte encuentros secretos en los ¨²ltimos seis meses. El M-19, que se empe?¨® en no conversar con nadie menos que con el presidente de la Rep¨²blica en persona, logr¨® su prop¨®sito, que fue adem¨¢s una prueba de la modestia y la disposici¨®n asombrosa del presidente de la Rep¨²blica por conseguir la paz. En esas negociaciones dif¨ªciles, de las cuales es tan poco lo que sabe la opini¨®n p¨²blica, se ha llegado a un acuerdo positivo: la pretensi¨®n de los movimientos armados de que el Ej¨¦rcito se retirara de los territorios ocupados -y que era una pretensi¨®n irreal, desde luego- se ha reducido a la proposici¨®n de algo que tanto el M-19 como las FARC llaman una tregua en las hostilidades. En un pa¨ªs de gram¨¢ticos y leguleyos como lo es el nuestro -y tal vez para fortuna nuestra-, la sola palabra ha dado origen a una serie casi infinita de especulaciones: ?qu¨¦ se entiende por tregua? Aunque parezca mentira, esa pregunta es en la actualidad el escollo m¨¢s diricil para lograr una situaci¨®n que tal vez sea la misma que nuestros abuelos, en las guerras civiles, llamaban un armisticio.
Por el ministro de la Defensa, general Fernando Landaz¨¢bal, se supo en el Congreso que el Ej¨¦rcito no acepta la tregua -cualquiera sea el significado de la palabra- y que tampoco est¨¢ dispuesto a conversar con los grupos armados. Otros altos oficiales opinan en privado que la ley de amnist¨ªa no ha hecho sino infundir alientos nuevos a los insurrectos, y que lo que hace falta es un consenso pol¨ªtico para emprender una gigantesca operaci¨®n militar que ponga t¨¦rmino de una vez por todas a la subversi¨®n. Para ¨¦stos, a diferencia de lo que dice el general Landaz¨¢bal en sus libros y editoriales, las condiciones pol¨ªticas y sociales donde se cultivan los fermentos de la violencia son poco menos que secundarias. Sin embargo, despu¨¦s de treinta a?os de guerrillas larvadas, tambi¨¦n la soluci¨®n militar simple parece irreal.
Algunos movimientos guerrilleros, por su parte, contin¨²an en la pr¨¢ctica infame de los secuestros como recurso de financiaci¨®n, a pesar de que hace meses prometieron poner en libertad a sus rehenes como una prueba p¨²blica de su voluntad de paz. En s¨ªntesis, por donde quiera que se enfoque, la situaci¨®n de esta guerra civil embrollada termina en un c¨ªrculo vicioso. Tal vez el grito de paz que lanz¨® todo el pa¨ªs el 7 de diciembre contribuya de alg¨²n modo a romperlo. Porque hasta ahora s¨®lo una cosa es cierta: todo el mundo dice que quiere la paz, pero nadie sabe d¨®nde encontrarla.
Copyright 1983 Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez-ACI.
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