Euskadi como cuesti¨®n de Estado
"Es rid¨ªculo que el PSOE acepte convertirse en una versi¨®n dom¨¦stica de los Tercios de Flandes con base operativa en Euskadi", dice el autor de este trabajo en esta larga, l¨²cida y tensa meditaci¨®n. "A los vascos hay que volver a interesarles en la idea de Espa?a, no asest¨¢rsela como un pu?etazo o un tr¨¢gala", prosigue. El estudio examina los tres aspectos centrales de este tema: la cuesti¨®n nacional, la pol¨ªtica y la militar, y descubre en las tres una serie de malentendidos evidentes. En la cuesti¨®n nacional y pol¨ªtica se?ala que mientras el nacionalismo es un mal, la conciencia nacional es una necesidad, y que la democracia espa?ola s¨®lo se consolidar¨¢ si fomenta esta conciencia en Euskadi, ya que Espa?a es la ¨²nica viabilidad posible para una democracia vasca. Y en la cuesti¨®n militar deja constancia de que no hay una guerra en Euskadi, ya que hablar de la misma es el mito heroico y sacrificial de ETA y sus corifeos; pero la militarizacion de los problemas corrompe la convivencia ciudadana.
Tanto el reduccionismo que pretende asimilar cada proceso hist¨®rico a otro supuestamente mejor conocido, como el pasmo ante la siempre dudosa novedad radical que presenta pueden ser fuentes de malentendimiento. En el caso del conflicto del Pa¨ªs Vasco, la rareza del asunto ciega a menudo para apreciar que lo all¨ª puesto en juego tiene numerosos correlatos e implicaciones con la crisis pol¨ªtica y simb¨®lica del Estado en la actualidad. Tal crisis -que el mejor pensamiento libertario supo prever con mayor nitidez que nadie- podr¨ªa condensarse en este apotegma del soci¨®logo Daniel Bell: "El Estado nacional ha llegado a ser demasiado peque?o para los grandes problemas de la vida, y demasiado grande para los peque?os". Euskadi sirve como angustioso paradigma de las dificultades que hoy encuentra la legitimaci¨®n social, del en¨¦simo y ambivalente reto?ar de ese tardorromanticismo pol¨ªtico que es el nacionalismo, de las paradojas de la ideolog¨ªa revolucionaria more marxistico, de la esterilidad de la pura represi¨®n violenta para resolver cualquier disturbio de mayor tama?o que una algarada, del fracaso social y el ¨¦xito publicitario de la lucha armada en las sociedades democr¨¢ticas, etc¨¦tera. En Euskadi hay una cuesti¨®n de Estado y un cuestionamiento del Estado, con tres aspectos diferenciables, pero no separables: el nacional, el pol¨ªtico y el militar. Los trataremos ahora por separado y en su mutua relaci¨®n.La cuesti¨®n nacional
Quien a estas alturas del siglo XX no tiemble a¨²n al o¨ªr la palabra nacionalismo carece de la m¨ªnima sensibilidad hist¨®rica y nada aprendi¨® de los dramas sangrientos vividos en los ¨²ltimos 80 a?os. Y la misma reacci¨®n deber¨ªa suscitar la voz patriotismo, pues debe saberse que tal es la noble denominaci¨®n que recibe el nacionalismo propio, mientras que el ajeno parece siempre obcecado chovinismo. Es preciso distinguir entre conciencia nacional y nacionalismo: la primera es una forma sana y hasta l¨²c'ida de identidad social, mientras que el segundo tiene un origen traum¨¢tico y comporta agresividad, narcisismo y delirio persecutorio. O, para decirlo con palabras de Isaiah Berlin, "el nacionalismo es una inflamaci¨®n patol¨®gica de una conciencia nacional herida". Este es un punto importante: el nacionalismo nace por percusi¨®n, como resultado de un ataque o una proscripci¨®n. Nos hace nacionalistas quien niega nuestra identidad nacional, nos persigue por causa de ella o pretende imponernos la suya. Los ¨²ltimos Estados nacionales que se constituyeron, o aquellos m¨¢s amenazados por sus vecinos fueron los promotores del nacionalismo durante el siglo XIX: alemanes, italianos., polacos, irlandeses... Y m¨¢s tarde, en Espa?a, vascos y catalanes. Pero la autoafirmaci¨®n nacionalista pasa casi autom¨¢ticamente del papel de agredido al de agresor, como si en toda v¨ªctima del imperialismo y el colonialismo hubiera una resentida nostalgia del imperialista y el colonialista que no le dejaron ejercer. No basta con llegar a ser: para ser del todo hay que ser mejor que los otros, contra los otros, por encima de los otros... De este modo, el nacionalismo se multiplica de manera geom¨¦trica, porque cada una de sus expresiones genera nacionalismo reactivo a su alrededor.
El nacionalismo es a la vez expansionista y aislacionista, subversivo y r¨ªgidamente organizador. Padece una fascinaci¨®n fetichista por la identidad y un gusto coactivo por lo un¨¢nime, por lo popular, que se expresa en lo que el polem¨®logo Gaston Bouthoul llam¨® heterofobia, odio a lo otro, a lo que rompe la imagen unitaria y nativista en la que se han depositado todos los valores. El mal siempre est¨¢ fuera y viene de fuera; so.n c¨®mplices suyos quienes, estando dentro, demuestran menos fervor por la reivindicaci¨®n colectiva. Las actitudes, ideas y comportamientos no son buenos o malos por su condici¨®n intr¨ªnseca o por las razones en que se sustentan, sino por ser nuestros, lo de aqu¨ª, etc¨¦tera. Esta condici¨®n militante de enfrentamiento ha hecho del nacionalismo la ideolog¨ªa b¨¦lica por excelencia. Ning¨²n movimiento combativo de importancia durante el siglo pasado ni en ¨¦ste ha podido prescindir mucho tiempo d¨¦l nacionalismo (la Revoluci¨®n de Octubre sovi¨¦tica, que parec¨ªa una excepci¨®n, se incorpor¨® tambi¨¦n con Stalin al aire de los tiempos). Por otro lado, el nacionalismo se ha revelado compatible con todas las ideolog¨ªas, del fascismo al comunismo, del imperialismo al anticolonialismo, y con todos los reg¨ªmenes pol¨ªticos, fuesen dictatoriales o democr¨¢ticos. Las iglesias se han adaptado a ¨¦l sin esc¨¢ndalo y lo han potenciado; los ateos y librepensadores han encontrado en su seno un sustitutivo de la religi¨®n. Como cualquier otra fuente importante de energ¨ªa colectiva, el nacionalismo puede tener tambi¨¦n usos puntualmente emancipadores. Ha servido en ocasiones para resistir a la explotaci¨®n imperialista, a la abstracci¨®n burocr¨¢tica estatal y para potenciar la gesti¨®n directa de los asuntos comunitarios por los individuos inmediatamente afectados por ellos. En Centroam¨¦rica se opone al expansionismo econ¨®mico-norteamericano; en Hungr¨ªa, Checoslovaquia y Polonia, a la tiran¨ªa sovi¨¦tica. En diversas zonas de Europa, los movimientos nacionalistas pugnan por lograr una concepci¨®n m¨¢s descentralizada y flexible del Estado moderno, que quiz¨¢ parad¨®jicamente abra paso a un eficaz internacionalismo europeo, m¨¢s respetuoso de las diferencias y menos gubernamentalmente particularista. Incluso puede que los conflictos nacionales sirvan de catalizador para el necesario deshielo civil de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, seg¨²n supone H¨¦l¨¦ne Carrere d'Encausse en L`Empire Eclat¨¦.
El nacionalismo vasco ha brotado de la presi¨®n del nacionalismo espa?ol, y no va a suprimirse por decreto ni a fuerza de Guardia Civil. A fin de cuentas, el independentismo vasco es muy espa?ol, como bien supo ver Bergam¨ªn. Por algo les dec¨ªa Ortega a sus lectores alemanes: "Les habla un hombre perteneciente a un pueblo caracterizado por sus 'guerras de independencia', en el orden territorial y en el orden intelectual". Es in¨²til lamentarse, como hacen los patriotas nacionalistas hispanos, de que los vascos no se sientan espa?oles. Nadie se siente perteneciente a una naci¨®n por la fuerza: todo lo contrario. Yo no me siento espa?ol (ni creo que me sintiera tal cosa aunque hubiera nacido en cualquier otra parte de este pa¨ªs), sino que me s¨¦ espa?ol, es decir, s¨¦ que a lo que yo soy desde el punto de vista estatal, cultural, hist¨®rico, ling¨¹¨ªstico, etc¨¦tera, se le llama espa?ol. Tengo lazos afectivos e intereses pol¨ªticos con la empresa comunitaria llamada actualmente Espa?a, y sanseacab¨®. Para sentirme espa?ol tendr¨ªan que prohibirme serlo, tendr¨ªan que marginarme o perseguirme por serlo, que es precisamente lo que les ha ocurrido a los vascos que se sienten vascos (y lo que comienza a pasar a determinadas personas que se sienten excluidas en Euskadi o Catalu?a por la presi¨®n nacionalista). El ¨²nico camino l¨®gico para aliviar la inflamaci¨®n nacionalista es que los vascos se vayan sabiendo libremente tales, es decir, que se respete plenamente su conciencia nacional, y que de este modo dejen de sentirse pat¨¦ticamente patriotas, cese su dolorido resentirse euskald¨²n.
Para conseguir este objetivo, nada menos oportuno que arreciar el martilleo de t¨®picos patrioteros espa?olistas, que no hace m¨¢s que hurgar en la herida y reavivar el nacionalismo abertzale con el mismo veneno que lo cre¨®. As¨ª, por ejemplo, el mito de "la sagrada unidad de Espa?a". La unidad de Espa?a puede ser conveniente, hist¨®ricamente inevitable, pol¨ªticamente pr¨¢ctica, etc¨¦tera, pero nunca sagrada. No hay nada de sagrado en ella, es decir, de intocable y eterno; no pertenece al reino de lo inmutable ni est¨¢ por encima de los intereses y afanes de los individuos concretos que habitan el territorio nacional. Es un producto de guerras, convenios y maquiav¨¦licas maniobras, como cualquier otra realidad hist¨®rica de la Europa moderna; puede ser entendida y administrada de 100 maneras diferentes, seg¨²n convenga a quienes somos hoy socios de este Estado.
La cuesti¨®n pol¨ªtica
Lo primero que hay que constatar es esto: el nacionalismo vasco, sentimiento surgido por obra y gracia de la represi¨®n (no olvidemos que ETA no es un fruto de la democracia, sino un regalito envenenado que nos dej¨® el franquismo), recibe un uso pol¨ªtico en manos de determinados sectores..., luego no podr¨¢ ser contrarrestado m¨¢s que por un uso pol¨ªtico y no sentimental o arrebatado de la idea de Espa?a. Empefiarse en combatirlo a base de exasperar el nefasto patriotismo unitarista espa?ol s¨®lo puede contribuir a mantenerlo y alentarlo. Es rid¨ªculo que el partido socialista acepte convertirse -en exclusivo beneficio de sus adversarios pol¨ªticos- en una versi¨®n dom¨¦stica de los Tercios de Flandes con base operativa en Euskadi, sea en nombre del respeto a la "legalidad constitucional".. A los vascos hay que volver a interesarles en la idea de Espa?a, no asest¨¢rsela como un pu?etazo o un tr¨¢gala. ?A qu¨¦ vienen esas proclamas chuscas sobre la cantidad de banderas espa?olas en que se va a envolver un posible lendakari socialista cuando llegue a Ajuria-Enea? ?Qu¨¦ sentido tiene empe?arse en encabezar una manifestaci¨®n de repulsa contra un crimen terrorista con una pancarta pro Ej¨¦rcito, y as¨ª imponer en Bilbao algo que no hubiera sido de recibo ni en Barcelona ni en Madrid?
Es evidente que el nacionalismo vasco, cada vez m¨¢s cerril y desvirtuado, se ha convertido en la ideolog¨ªa de los que no pueden vender otra. ?Qu¨¦ idea pol¨ªtica m¨ªnimamente atendible les queda a los ultraconservadores del PNV o a los epil¨¦pticos de HB si se les retira la coartada abertzale? Obviamente, ninguna. Es decir, ninguna que pueda mover a un n¨²mero considerable de personas. Son partidos que viven del recuerdo de los agravios pasados y de la magnificaci¨®n de los errores presentes, estructuras pol¨ªticas de la paranoia heter¨®foba de signo conservador-reaccionario o conservador-marxista/leninista. Su bander¨ªn de enganche es la persecuci¨®n que ya no sufren, que ya no debe sufrir en modo alguno en la Espa?a democr¨¢tica ninguna de las expresiones de la conciencia nacional vasca: ?por qu¨¦, entonces, alentar el fantasma intolerable de tal persecuci¨®n con tiquismiquis de cuarto de banderas, chinchorrer¨ªas leguleyas al euskera o a las ikastolas, aplazamientos encorcorantes de la puesta en pr¨¢ctica del Estatuto de Autonom¨ªa? Es in¨²til reprocharles su mala fe cazurra porque estos grupos viven pol¨ªticamente de su mala fe: lo urgente es privar a ese resentimiento manipulado que les sirve de plataforma electoral de su base objetiva en la mala fe espa?olista. Y esa base -?ay!- a¨²n existe.
La evoluci¨®n pol¨ªtica del nacionalismo vasco en los ¨²ltimos a?os es muy ilustrativa. De reivindicaciones concretas y leg¨ªtimas, como la lengua, la bandera, la autonom¨ªa, etc¨¦tera, se ha ido pasando a una pura y cada vez m¨¢s descualificada hostilidad contra lo espa?ol, nacida, l¨®gicamente, en el per¨ªodo hist¨®rico de opresi¨®n anterior, conservada y fomentada hoy como ¨²nica se?a de identidad pol¨ªticamente rentable. De tal modo que espa?olista es todo lo que no conviene y contrar¨ªa al seudorracial clericalismo emboinado del PNV o al delirio marxista-jomeinista de HB, aunque lo denostado sea una actitud de validez universal m¨¢s o menos internacional que nada tenga que ver con la reivindicaci¨®n de la Espa?a imperial. Se sigue utilizando el "est¨¢ contra nosotros" o "el anti-vasco", como si eso dispensara de razonar la refutaci¨®n de la postura ajena, o como si ser vasco fuera algo un¨ªvoco y un¨¢nime, como ser granito o ser geranio. La paradoja esencial de ETA y sus adl¨¢teres de servicios auxiliares brota tambi¨¦n de esta misma ra¨ªz: pese a los trabajosos an¨¢lisis pol¨ªticos con los que de cuando en cuando se descuelgan los te¨®ricos de la organizaci¨®n, est¨¢ bien claro que, salvo la utilizaci¨®n del reseritimiento nacionalista, poco les queda de exportable y v¨¢lido ante una opini¨®n p¨²blica que, aunque no demasiado desarrollada culturalmente, ya va familiariz¨¢ndose con el siglo XX por medio de la televisi¨®n y las revistas ilustradas. De su lema "independencia y socialismo", el primer miembro del bin¨®mio no tiene ning¨²n contenido pol¨ªtico positivo, y s¨®lo funciona como actitud (fundamentalmente verbal en la mayor¨ªa de los casos) de m¨¢ximo rechazo del espa?olismo; en cuanto al socialismo al que se aspira a llegar por la v¨ªa de tal independencia nacional, no debe ser el de esos Marx y Engels que tanto desprecio sent¨ªan por los pueblos, meros detritus hist¨®ricos, que se han mantenido aislados en sus tradiciones sin incorpprarse al cosmopolitismo industrial europeo, pueblos tales conjo "los bretones, vascos, eslavos, etc¨¦tera...". En cualquier caso, cuando quieren movilizar a la, gente, tienen que apelar a la ikurri?a o al euskera, no a la revoluci¨®n marxista-leninista.
La democracia es un principio pol¨ªtico ¨²nico, pero sus normas de aplicaci¨®n en, cada pa¨ªs concreto deben adaptarse de forma m¨¢ximarnente flexible a las peculiaridades nacionales de ¨¦ste. Ninguna f¨®rmula democr¨¢tica puede prosperar en el Pa¨ªs Vasco sin una expl¨ªcita y simb¨®licamente inequ¨ªvoca aceptaci¨®n de su conciencia nacional: o se tiene esto muy claro en la pr¨¢ctica, o se va hacia un desastroso enfrentamiento civil. El resto de Espa?a, de la f¨¢ctica y la contra-f¨¢ctica, debe asumir de una vez que la democracia en Euskadi tiene que ser, en primer lugar, y necesariamente, vasca; los vascos menos ilusos y mejor ilusionados ya sabemos hoy que la ¨²nica garant¨ªa de viabilidad de tal democracia vasca es el proyecto social y pol¨ªtico llamado actualmente Espa?a.
La cuesti¨®n militar
Ante todo, es preciso dejar bien sentado que en Euskadi no hay una guerra. Desde Hobbes sabemos que el Estado nace para acabar con la guerra civil permanente, por lo que, o hay guerra civil o hay Estado. Creo que en Espa?a hay un Estado, por lo que es inadmisible hablar de guerra; a¨²n peor ser¨ªa suponer ni siquiera como hip¨¦rbele que hay una guerra entre Espa?a y Euskadi, una guerra de espa?oles contra los vascos, mito heroico y sacrificial que es precisamente lo que ETA y sus corifeos se empe?an en demostrar d¨ªa tras d¨ªa, con la involuntaria complicidad de quienes menos debieran prest¨¢rsela. Pero lo que s¨ª hay, por desdicha, es una militarizaci¨®n de problemas que tendr¨ªan que ser planteados por v¨ªa pol¨ªtica, y esa militarizaci¨®n corrompe hasta lo m¨¢s ¨ªntimo la normal convivencia ciudadana. Un ejemplo de la suspicacia reinante y de la imposibilidad de pensar en t¨¦rminos civiles, es decir, no primariamente b¨¦licos -"ellos o nosotros"es lo ocurrido con el Movimiento por la Paz y la no Violencia que algunos intentamos hacer nacer. Tras la presentaci¨®n del Movimiento en Bilbao y Madrid, me enter¨¦ en el transcurso de pocas horas, de que:
a) El PNV hab¨ªa decretado que todo era un montaje del PSOE para lanzar a Txiki Benegas y propalaba que la polic¨ªa hab¨ªa dejado sus restantes ocupaciones para dedicarse con entusiasmo a pegar nuestros carteles.
b) Que algunos destacados dirigentes del PSOE asistentes a las presentaciones estaban disgustados porque se hab¨ªan equiparado las distintas violencias y no hab¨ªa quedado suficientemente claro que la mala de verdad es la de los otros.
c) En vista de lo cual habl¨¦ con una amiga a la que hab¨ªa dejado varios folletos del Movimiento para que los repartiese, y me cont¨® que la primera persona a la que le ofreci¨® uno -un militante del PSOE, por m¨¢s se?as- lo rechaz¨® muy indignado, dici¨¦ndole que sab¨ªa de buena tinta que todo era un montaje del PC. Nadie ley¨® el manifiesto, nadie esper¨® a ver qu¨¦ es lo que hac¨ªamos, nadie aprovech¨® la ocasi¨®n para intentar pensar y actuar con independencia del reparto de papeles establecido: en Euskadi hay que ponerse el pasamonta?as o el tricornio, hay que elegir campo y meterse de cabeza en la trinchera. ?Fir ... mes! ?Aaaa ... punten! Etc¨¦tera. Podemos decir, con el viejo Terencio: "Nostri nosmet poenitet" ("Nosotros mismos somos nuestra penitencia").
ETA no defiende al pueblo vasco de nada, salvo si se considera defensiva esa constante provocaci¨®n que atrae sobre la poblaci¨®n civil los contraataques de la represi¨®n. Es una defensa similar a la que proporciona la instalaci¨®n en un pa¨ªs de cohetes nucleares: el resultado es que aumentan las posibilidades de convertirse en blanco del adversario. La l¨®gica militar es bastante semejante en todos los campos y llega a resultados muy parecidos. En Euskadi, la militarizaci¨®n de la lucha pol¨ªtica no ha servido para aliviar ni uno solo de los problemas de la clase trabajadora, ni para conseguir mayores libertades p¨²blicas, ni para hacer m¨¢s solidaria, ilustrada y fraterna la vida entre los vascos. Todo lo contrario: ha terminado con la mayor¨ªa de los interesantes movimientos alternativos de transformaci¨®n de la vida cotidiana que exist¨ªan hace unos a?os, ha alimentado una represi¨®n que en otras condiciones ya se habr¨ªa desvanecido como un recuerdo del pasado, ha ensombrecido la imagen de los vascos en el exterior de Euskadi (y no s¨®lo en el resto de Espa?a), ha exasperado los recelos y la hostilidad mutua, ha empeorado las condiciones econ¨®micas, ha vetado la difusi¨®n de una expansi¨®n cultural en euskera y castellano, no presidida por la obsesi¨®n de la muerte y de la sangre. Pero, sobre todo, ha contribuido a brutalizar las conciencias, insensibiliz¨¢ndolas por el roce permanente del crimen. Con el mayor desparpajo, ETA negocia sus muertos y los ajenos, administra publicitariamente sus presos, pide una amnist¨ªa que ya tuvo y viol¨® de inmediato, porque sin cad¨¢veres y sin encarcelados no tiene raz¨®n de ser. Incluso trat¨¢ndose de la vida humana, aplica lo peor de la l¨®gica del capital y de la chapuza de compadres: como no le sacan su publicidad por TVE, se carga al pobre capit¨¢n farmac¨¦utico -cuesti¨®n de marketing-, pero luego libera al industrial PNV que, l¨®gicamente, cuenta con mejores valedores y tiene m¨¢s recursos. Todav¨ªa hay clases..., incluso dentro de la lucha de clases.
Pero la repugnancia que suscita ETA y sus est¨²pidos comparsas no puede hacer olvidar los valores que precisamente ha de defender la democracia entre ellos. En un excelente art¨ªculo titulado Fuerza y legitimidad del Estado (Leviat¨¢n, n? 12), concluye Jos¨¦ Ram¨®n Recalde: "Un modelo democr¨¢tico y socialista tiene, como precio a pagar por la mejor calidad de la sociedad que proyecta, la necesidad de tratar al violento de acuerdo con los valores propios del modelo, y no con los de este violento". ?ste es el gran reto que tienen hoy las democracias avanzadas en todo el mundo: defender la libertad sin inmolarla con una mano, mientras se la pretende apuntalar con la otra, resistir la fascinaci¨®n de la eficacia que nos tienta con pasamos al enemigo a base de adoptar mim¨¦ticamente sus m¨¦todos y su estrategia, no dudar de que la legitimidad del Estado es el respeto escrupuloso a la dignidad de los individuos, dignidad que merecen por el solo hecho de ser hombres, y no por buenos o malos ciudadanos. El mayor triunfo, incluso aunque fuese p¨®stumo, del terrorismo etarra ser¨ªa que el Gobierno, respaldado por la inmensa mayor¨ªa, adoptara procedimientos canibalescos.
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