Severino Cantelli, cazador
A los 31 a?os se jubil¨® como minero y se march¨® a Africa, ahora quiere montar un museo con los animales que caz¨®
A los 31 a?os tuvo que dejar la mina por culpa de la silicosis. Hab¨ªa ahorrado un mill¨®n de pesetas como picador. Invirti¨®, y los negocios le salieron bien. Fund¨® cinco empresas de construcci¨®n, donde fue colocando a sus compa?eros del pozo Mosquitero, en Pola de Siero (Asturias). Ahora s¨®lo le queda una y el recuerdo de unos a?os opulentos. Severino Cantelli, 51 a?os, se pas¨® media vida en ?frica, cazando. Tiene todos los animales disecados enteros. Y quiere hacer un museo en Gij¨®n "para que los ni?os, ya que no tienen zool¨®gico, puedan conocer de cerca las especies ex¨®ticas". Est¨¢ dispuesto a donar todos los ya mudos testigos de sus safaris al ayuntamiento. Hasta que la corporaci¨®n se decida, leones, b¨²falos, jirafas, ant¨ªlopes, osos y toda la fauna espa?ola esperan almacenados en un antiguo bingo.
La mina era el ¨²nico recurso en Carball¨ªn (Asturias). Y Severino Cantelli se meti¨® en ella con 14 a?os. Su extraordinaria corpulencia le permiti¨® ser un gran picador Se trabajaba a destajo y ahorr¨® una cantidad importante para aquellos tiempos: un mill¨®n de pesetas de los de los a?os sesenta. El culin de sidra y andar tras las liebres ocupaban su tiempo cuando ve¨ªa el sol.La silicosis le jubil¨® siendo un chaval, a los 31 a?os. Gij¨®n, por aquel entonces, era una ciudad que crec¨ªa y all¨ª se afinc¨®. A?os despu¨¦s, raro era el edificio que, mientras se levantaba, no llevase lo de Construcciones Cantelli Fund¨® el Club H¨ªpico, le hicieron presidente y ahora ya no quiere saber nada de ¨¦l "porque yo lo cre¨¦ para que la gente tuviera un lugar de esparcimiento, no para centro de reuni¨®n de todos los se?oritos de Gij¨®n, que es lo que es ahora".
Severino Cantelli es una persona querida en Gij¨®n por su generosidad. Ha dado mucho a cambio de nada. No hubo compa?ero de mina al que le faltara puesto de trabajo en alguna de sus empresas o un sobrecito cuando las necesidades apretaban; y hasta un coche, "que ya me devolver¨¢s cuando ya no te haga falta".
A Cantelli parece que le cuesta hablar del pasado. Se expresa con pocas palabras y despu¨¦s de pens¨¢rselo mucho, mientras aspira el humo de los puros que siempre le acompa?an. Pero es terriblemente sincero. Dice que ha puesto 250 obreros en el paro, "porque tuve que cerrar cuatro empresas por falta de trabajo", y tambi¨¦n que "los safaris que he realizado me han costado m¨¢s de 40 millones de pesetas". Estas dos frases, si se juntan, pudieran convertir a Severino Cantelli en un ser insolidario. Es, simplemente, un hombre al que le sonri¨® la fortuna y el capital que acumul¨® lo emple¨® en una de sus mayores aficiones, la caza.
Un buen d¨ªa unos amigos le hablaron de los safaris. "Y yo, que no conoc¨ªa el le¨®n m¨¢s que de o¨ªdas, y que de ingl¨¦s, nada de nada, acept¨¦ lo de ir a ?frica". No recuerda muchos nombres de los animales que tiene disecados. Su ilusi¨®n ahora es que figuren en un museo municipal. Sabe que Arregui, un cazador de Vitoria, tiene una soberbia exposici¨®n y que los ni?os van all¨ª a dar clases de ciencias naturales. ?l querr¨ªa hacer algo parecido, "pero ahora no dispongo del suficiente dinero como para hacer yo el museo. Por eso estar¨ªa dispuesto a donar todos los animales, siempre que se les habilitara un lugar digno".
Cantelli no da la talla del cazador multimillonario, caprichoso y que se codea con la aristocracia. Sigue siendo un hombre sencillo y popular hasta el extremo de que nunca pueda pagar en un chigre porque siempre hay alg¨²n amigo que le quiere invitar. Ni siquiera fanfarronea con sus aventuras en Sud¨¢n, Zambia o Kenia, pese a que padeci¨® la carga de un b¨²falo -que arroll¨® a uno de los acompa?antes- y se le pase¨® por encima de un pie una serpiente. ?l es s¨®lo Cantelli, el de la mina, el de las construcciones y el que alg¨²n d¨ªa quiz¨¢ sea tambi¨¦n el del museo.
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