El nuevo 'Estado telem¨¢tico'
Desde hace 25 a?os, los soci¨®logos est¨¢n intentando aprender las novedades m¨¢s significativas aparecidas en el modelo social de las democracias industrializadas, resumi¨¦ndolas en una f¨®rmula sint¨¦tica expresiva. De manera que este modelo social tecnificado ha sido definido consecutivamente como Sociedad opulenta (Galbraith, 1957), Civilizaci¨®n del ocio (Dumazedier, 1962), Sociedad del espect¨¢culo (Deborde, 1967), Nuevo Estado industrial (Galbraith, 1967), Sociedad posindustrial (Touraine, 1969; Bell, 1973), Sociedad de consumo (Jones, 1963; Baudrillard, 1970) y Sociedad informatizada (Nora-Minc, 1978). Pero la conversi¨®n del televisor dom¨¦stico en unterminal audiovisual polifuncional, interconectado por cable a la red nerviosa que constituye la Naci¨®n cableada (Smith, 1972) y que hace posibles las teleconf¨¦rencias y las comunicaciones interactivas multilaterales, nos est¨¢ conduciendo hacia un nuevo imodelo sociopol¨ªtico, hacia el rnodelo nov¨ªsimo del Estado telem¨¢tico, estructurado en la invisible burocracia de los flujos informativos que recorren su estructura hecha de circuitos electr¨®nicos.La noci¨®n de Estado telem¨¢tico admite muchas lecturas, desde la caltastrofista de Orwell (tan justamente recordado en estos inicios de 1994), como la celebrativa de un Alvin Toffler (1980), de un Servan-Schreiber (1980) o de un Christopher Evans (1979), fascinados por la llamada revoluci¨®n inform¨¢tica. No veo claro si un tecn¨®logo tan competente como Frederick Williams, con sulibro The communications revolution (1982), pertenece a la raza de los apocal¨ªpticos o a la de los integrados, pero dejo constancia de que uno de los ¨²ltimos cap¨ªtulos de su libro se titula elocuentemente ?Ha quedado obsoleta la democracia? Partiendo de la profec¨ªa de la Naci¨®n cableada, Williams sugiere que el voto telem¨¢tico desde el hogar, oprimiendo un bot¨®n, podr¨ªa sustituir con ventajas al actual Parlamento decimon¨®nico por el refer¨¦ndum electr¨®nico instant¨¢neo ante cada opci¨®n legislativa o decisi¨®n pol¨ªtica. De este modo, la utop¨ªa de la democracia directa y pluriparticipativa se habr¨ªa realizado a trav¨¦s de la democracia electr¨®nica.
Aparcando las tentaciones futurologistas, constatemos que el nuevo modelo de Estado telem¨¢tico se asienta en la revoluci¨®n de la inform¨¢tica y del automatismo, que est¨¢ convirtiendo al desempleo en un fen¨®meno cr¨®nico e irreversible al que tendremos que hacer frente con una educaci¨®n colectiva para el ocio creativo y retribuido, que est¨¢ produciendo una reducci¨®n continua-
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da de la jornada laboral (en B¨¦lgica se trabajan ya 37 horas semanales) y que est¨¢ privilegiando al sector de servicios, que, seg¨²n las estad¨ªsticas, promete proporcionar en Estados Unidos cerca del ciento por ciento del PNB a finales de este siglo.
Ser¨ªa rid¨ªculo negar los gran des beneficios potenciales que significa la teledistribuci¨®n cultural a domicilio, mediante terminales audiovisuales capaces de recibir mensajes por v¨ªa hertziana, por sat¨¦lite, por cable, desde bancos de datos o autoprogramados con v¨ªdeocintas o video-discos. Seis horas diarias permanecen encendidos los televisores en Estados Unidos (casi el doble que en Espa?a), pero casi todos los reproches que hoy se le hacen a la teleadicci¨®n se los hicieron en el siglo XV al libro impreso, creatura gutenbergiana que privatiz¨® las formas orales de comunicaci¨®n y de conocimiento e hizo posible la reforma protestante. La videocinta no es m¨¢s que el libro audioic¨®nico del siglo XX, y as¨ª hay que entenderlo. Tambi¨¦n es absurdo negar las ventajas personales y profesionales que se derivan de la comunicaci¨®n interactiva, bilateral o multilateral, que rompe con la pasividad receptora y crea unas condiciones que convierten potencialmente a cada ciudadano en un emisor de mensajes y en un sujeto creativo, protagonista de la civilizaci¨®n antropotr¨¢nica. Pero tan obvias ventajas no pueden ser aceptadas con beater¨ªa acr¨ªtica, y hay que recordar que la voracidad consumista estimulada por nuestras industrias culturales no ha hecho m¨¢s que encontrar un nuevo y goloso juguete, dispuesto a tentar nuestras apetencias fetichistas. Ahora, junto a la biblioteca y a la discoteca, hemos de a?adir un espacio para la videoteca y para los cartuchos de videojuegos. No har¨¢ falta recordar aqu¨ª que estos fetichistas coleccionistas se basan en el espejismo del tiempo libre ilusorio, del que se supone que alg¨²n d¨ªa dispondremos para gozar de tales art¨ªculos.
Por otra parte, para. las industrias culturales, la propiedad privada de los mensajes y de sus soportes f¨ªsicos -as¨ª como de sus aparatos reproductores: televisor, tocadiscos, magnetoscopio- por parte de sus fruidores, resulta econ¨®micamente muy ventajosa, pues alienta el consumismo coleccionista, m¨¢s rentables para ellas que el alquiler/ usufructo de sus mensajes, ya que la meta de la venta es el atesoramiento de libros, discos o videocintas que acaso nunca ser¨¢n gozados por el coleccionista, salvo en su calidad de potencial poder cultural acumulado en sus estanter¨ªas o de capital cultural disponible.
De todos modos, los grandes riesgos con que la sociedad tecnificada amenaza al nuevo horno electronicus son tres:
- El fomento del biosedentarismo (en una era ya castigada por la plaga del autom¨®vil) y de la compartimentaci¨®n y aislamiento social domiciliario, opuestos a la socializaci¨®n activa mediante la interacci¨®n interpersonal en espacios comunitarios. Las nuevas tecnolog¨ªas priman al bunker dom¨¦stico autosuficiente, fomentando la claustrofilia individualista, en detrimento de la ritualidad trivial del ocio tradiconal, asentado en la agorafilia (estadio, circo, teatro, cine, discoteca, concierto), que es hoy espacio privilegiado del ocio adolescente. Las consecuencias de este desplazamiento claustrof¨ªlico afectan a campos tan diversos como la socializaci¨®n de los ni?os, la sexualidad de los adultos y la experimentaci¨®n sensorial directa del mundo f¨ªsico, suplida por informaci¨®n vicarial.
- El desequilibrio de la riqueza cultural en proporci¨®n directa a la estratificaci¨®n del poder adquisitivo, en relaci¨®n con los costes de las nuevas tecnolog¨ªas y servicios. Los ricos a?adir¨¢n a su riqueza la opulencia informativa, mientras que los pobres ser¨¢n doblemente pobres, en fortuna y en informaci¨®n.
- La compartimentaci¨®n social de los consumidores culturales enclaustrados en sus hogares tender¨¢ a perpetuar sus gustos y criterios culturales con los mecanismos muy selectivos de la autoprogramaci¨®n, consolidando as¨ª el abismo entre cultura elitista y subcultura plebeya.
Estas consecuencias de las nuevas tecnolog¨ªas, que constituyen a pesar de ello avances objetivos en el campo cultural y comunicativo, hacen necesario que los responsables de la pol¨ªtica cultural act¨²en selectivamente sobre los que en medicina se denominan efectos secundarios nocivos, en este caso efectos indeseados dimanantes del modelo electr¨®nico-inform¨¢tico implantado cada vez con m¨¢s fuerza en nuestras vidas cotidianas y en nuestras pr¨¢cticas del ocio por las industrias punteras del eje electr¨®nico Los ?ngeles-Tokio, cuyos estrategas dise?an los circuitos nerviosos del nuevo Estado telem¨¢tico, que reemplazar¨¢ a los bur¨®cratas por centros de procesamiento de datos. Su promesa es la meta de la pandemocracia comunicativa sin fronteras, pero esta meta s¨®lo podr¨¢ alcanzarse si detr¨¢s de la tecnolog¨ªa ("un nombre griego para un saco de herramientas", la calificaba Toynbee) existe un proyecto cultural socialmente progresista, capaz de utilizarla al servicio de la democracia comunicativa y de corregir sus disfunciones y sus efectos indeseados.
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