M¨¢s all¨¢ del recuerdo
La vejez en gran parte es recuerdo. Casi todas las funciones mentales y org¨¢nicas del viejo le hacen recordar. La suma de recuerdos no suele ser siempre negativa: el recuerdo de lo agradable es mucho. Lo desagradable, a veces se idealiza. Pero ahora no quiero hablar de las sensaciones que producen los recuerdos en la senectud, sino de otras, relacionadas con ellas, que son m¨¢s raras e inexplicables. Creo que todas las personas mayores sensibles a la voz, a la m¨²sica y a la vista habr¨¢n experimentado algo que yo experimento ahora con frecuencia: la sensaci¨®n de que esa voz, esa melod¨ªa, ese paisaje que oigo o veo los he o¨ªdo y visto antes: antes de haberlo visto y o¨ªdo. Pero con diferencias grandes en este fingido recordar que est¨¢ m¨¢s all¨¢ del recuerdo y que puede a veces mezclarse con el recuerdo mismo.De modo chocante, hay romanzas italianas que me parece haber o¨ªdo hace mucho, y esto no es verdad; pero me producen el mismo efecto que las que, en realidad, he o¨ªdo hace 40 o 50 a?os. Formo, as¨ª, un bloque con todas.
En lo que se refiere a la vista, el hecho tiene un aspecto a¨²n m¨¢s enigm¨¢tico. Cierro ahora los ojos y veo un paisaje de Como y me parece que lo he visto antes de cuando, en efecto, lo vi por vez primera: en un momento intemporal. Si creyera en la memoria de la sangre, pensar¨ªa: "Es la sangre de mi tatarabuelo Querubin, que me est¨¢ rebullendo". Pero no. Vuelvo a cerrar los ojos y veo una parte bell¨ªsima de Florencia. S¨ª, es Florencia cuando la vi por primera vez. Y nada m¨¢s: no antes. Tercer cierre de ojos, y ahora veo tres, cuatro o cinco paisajes de Roma: todos me parece, otra vez, que los he visto antes, mucho antes de que en realidad los viera por primera, por segunda o por tercera vez. Y dice m¨¢s este falso o fingido recuerdo que el recuerdo mismo: aqu¨ª no puedo ni pensar siquiera en la memoria de la sangre, porque no tengo idea de contar con. un solo antepasado romano. Tampoco con otros que fueran piadosos peregrinos... diplom¨¢ticos. Ni siquiera t¨ªtulos pontificios, Con N¨¢poles, la sensaci¨®n del falso recuerdo se multiplica. Lo mismo ante los paisajes m¨¢s espl¨¦ndidos que ante los sitios m¨¢s misteriosos y s¨®rdidos, o los m¨¢s animados. S¨ª. Yo he estado aqu¨ª... antes de nacer. Yo he visto a las celebridades de fines y comienzos de siglo. He o¨ªdo cantar en esta lengua tan sensual, he comido en esta misma tabernilla. ?En 1880 o 1890? Probablemente algo despu¨¦s. Pero no nos hagamos ilusiones paraps¨ªquicas. Tampoco tengo ascendencia napolitana, por desgracia. Mis abuelos, a fines de siglo, andar¨ªan por San Sebasti¨¢n o Madrid y jam¨¢s fueron a N¨¢poles. ?Cu¨¢l es, entonces, la explicaci¨®n de este espejismo? Podr¨ªa pensarse, en primer lugar, que una acumulaci¨®n de sensaciones agradables proyectada al pasado produce siempre el efecto de recuerdo. Pero pronto se ve que estas acumulaciones se pueden llevar a cabo en relaci¨®n con lugares y tiempos distintos y que tal efecto no se obtiene. Yo puedo pensar, por ejemplo, con mucho gusto en la Viena de 1780, sumando sensaciones musicales, visuales, etc¨¦tera. Sin embargo, no las siento como algo recordado. Lo mismo podr¨ªa decir utilizando otras acumulaciones, incluso m¨¢s familiares: Par¨ªs hacia 1900... No pienso tampoco poder haber asistido a un estreno de Wagner. Acaso s¨ª a uno de Verdi. Hay, evidentemente, una selecci¨®n que produce el recuerdo fingido y que no se debe, por fuerza, a una pura predilecci¨®n est¨¦tica por esto o aquello. Tengo ahora delante la foto en colores de un cuadro del pintor franc¨¦s Charles Gabet (1783-1860), Roma de noche. Un cochero de punto en, su pescante se protege de la lluvia con un gran paraguas. M¨¢s al fondo se ven otras figuras a la luz de reverberos. Yo creo recordar este momento. No el de Las Meninas o el de La Escuela de Atenas, que como obras de arte son mejores y mucho m¨¢s famosas. En el recuerdo fingido hay, sin duda, un efecto de ciertas afinidades colectivas. Distintas a las que nos hacen inclinarnos en este o aquel sentido. El recuerdo fingido tiene tambi¨¦n que ir unido a una cierta cultura. Sin ella no se puede crear o forjar. Es un producto de muchas asociaciones. Tampoco creo que se pueda dar en gente muy joven ni entre personas sin aficiones art¨ªsticas y literarias hist¨®ricas. Puede, adem¨¢s, que cuanto m¨¢s vigorosas sean estas personas tendr¨¢n m¨¢s capacidad de fingir o forjar recuerdos de todas clases y de vivirlos con intensidad. Yo me limito a unos recuerdos italianos de hace un siglo poco m¨¢s o menos, o, a lo m¨¢s, de la ¨¦poca de mis tatarabuelos. No recuerdo haber vivido en el tiempo de los Borgia, ni de Ner¨®n, ni de Plat¨®n. Tampoco haber sido otra cosa que lo que soy: Julio Caro siempre..., en 1880 o en 1830.
Pero Emp¨¦docles de Agrigento pod¨ªa escribir: "Yo fui en otro tiempo muchacho y muchacha, arbusto, ave y mudo pez marino". ?Esto es recordar! Sobre el recuerdo fingido del poeta-fil¨®sofo parece que se sustenta una inmensa teor¨ªa. La fuerza del genio queda manifiesta. Yo tambi¨¦n fui muchacho, all¨¢ hacia 1930... y nada m¨¢s. Porque ni aun fingida y deliberadamente he podido imaginar que haya sido alguna vez una fresca y robusta muchacha (y conste que la hip¨®tesis no me parece del todo mala). Lo de arbusto tampoco. Un poco alcornoque en las clases de matem¨¢ticas del instituto y pare usted de contar. Lo de ave y pescado, para los aficionados a la caza y pesca. Pero s¨ª. Yo he estado en N¨¢poles hacia 1880 y he cogido el coche de punto pintado por Gabet, iluminado por los reverberos, cerca de la Piazza del Popolo, no s¨¦ si en 1857 o en 1858. Tambi¨¦n he visto dibujar a E. Roesler-Franz unas casas antiguas de la Via della Lungaretta. Mi recuerdo no falla en esto.
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