No tan diferente
La evidente mejor¨ªa del clima pol¨ªtico hispano-franc¨¦s ha tenido en las ¨²ltimas semanas una visible confirmaci¨®n. Mientras en Madrid los encuentros culturales de diverso signo eran seguidos con inter¨¦s por un p¨²blico numeroso, las decisiones del Gobierno de Par¨ªs en materia de terrorismo sorprend¨ªan por su dr¨¢stica ejecutoria a nuestra opini¨®n p¨²blica. Parece seguro que la entrevista de nuestro jefe de Gobierno con el presidente Mitterrand rompi¨® el hielo de las dificultades y obst¨¢culos que se iban amontonando en el camino del entendimiento. La solidaridad ideol¨®gica de los socialismos de allende y de allende no han servido tanto en este episodio positivo como la fuerza de los intereses generales. El hecho m¨¢s importante del contexto europeo presente es, en efecto, la inquebrantable solidez del entendimiento entre Francia y la Rep¨²blica Federal de Alemania. Sin recordar ese axioma no se puede entender nada de lo que ocurre en nuestro continente. Lo que empez¨® con Adenauer y De Gaulle lo han suscrito, con creces, Giscard y Helmut Schmidt primero, y elevado de nivel, despu¨¦s, Helmut Kohl y Mitterrand. El rigod¨®n con cambio ideol¨®gico de parejas, entre socialistas y conservadores de Bonn y de Par¨ªs, no alter¨® lo m¨¢s m¨ªnimo el buen funcionamiento del t¨¢ndem franco-alem¨¢n.?C¨®mo ignorar la existencia de ese acuerdo sustancial entre los dos pueblos, anta?o enemigos hist¨®ricos? Cualquier iniciativa europea de unificaci¨®n o de prop¨®sito identificador de la conciencia de la Europa occidental pasa por este acercamiento en profundidad. Si tenemos en cuenta el hecho indiscutido de la rigurosa fidelidad al atlantismo de los Gobiernos de Bonn -desde los primeros tiempos de la incorporaci¨®n de Alemania Occidental. a la Alianza-, no debe sorprendernos tampoco el expl¨ªcito y ireiterado compromiso atl¨¢ntico del presidente franc¨¦s, a pesar de la exclusi¨®n de Francia del ¨¢rnibito organizativo militar del Tratado. Ning¨²n presidente franc¨¦s desde De Gaulle ha ido tan lejos en su adhesi¨®n p¨²blica a la OTAN. Quiz¨¢ porque su ideologia socialista no le obliga -como a Giscard o a Pompidou- a medir cautelosamente sus palabras en la materia para no resultar infieles a las reticencias heredadas del general fallecido, de cuyo legado pol¨ªtico eran testamentarios aquellos dos presidentes. Mitterrand, a pesar de la carga pol¨ªtica que representa el apoyo parlamentario y la presencia en el Gabinete del partido comunista, se ha considerado enteramente independiente para opinar en la materia.
Se viene diciendo en los ¨²ltimos tiempos que en el "paquete hispano-franc¨¦s", cuyo contencioso m¨¢ximo es en los actuales momentos la dif¨ªcil solicitud de adhesi¨®n de Espa?a a la Comunidad, hab¨ªa una perspectiva de soluci¨®n positiva durante el mandato del semestre actual, que lleva a Francia a presidir el Consejo de la Comunidad Europea. Es probable que as¨ª suceda. Pero ?es veros¨ªmil que otros temas igualmente importantes queden en el aire con actitudes ambiguas o equ¨ªvocas? ?No es ciertoque en la Europa occidental, pese a las cr¨ªticas negativas y pesimistas, el contexto pol¨ªtico de los diez est¨¢ fuertemente trabado en. lo que se refiere a ciertos objetivos ¨²ltimos? El dispositivo estrat¨¦gico y t¨¢ctico de la defensa militar del occidente europeo es un tema de alta y constante prioridad. ?C¨®mo pensar que ha de ser preterido en las conversaciones del m¨¢s alto nivel? Se asegura que no existe condicionamiento alguno entre la pertenencia a la Alianza Atl¨¢ntica y el convertirse en naci¨®n miembro de la Comunidad. El caso de Irlanda lo confirma de modo evidente, y a sensu contrario, los de Noruega, Islandia, Turqu¨ªa y Portugal. Pero no estar condicionado no impide el estar conectado. Y esa conexi¨®n, en estos momentos, existe. Ser¨ªa necio ignorarlo.
Es comprensible que el partido mayoritario quiera ser fiel a los compromisos del programa electoral, que prev¨¦ una consulta popular a la opini¨®n. Pero los hechos -tercamente- aprietan de un modo ostensible. Y resulta cada d¨ªa m¨¢s evidente que nuestra presencia en la mesa de las decisiones estrat¨¦gicas de Occidente resulta indispensable para la seguridad y protecci¨®n del continente y para la modernizaci¨®n tecnol¨®gica de nuestras Fuerzas Armadas. La Europa democr¨¢tica y parlamentaria tiene unos cuantos foros de alto nivel, en los que se debaten los asuntos de inter¨¦s colectivo. Estar presente en unos y objetar con reticencias ambiguas en los otros puede dar una imagen de incoherencia a nuestra vertiente exterior. ?Por qu¨¦ hemos de sentir tantos escr¨²pulos en pertenecer a una instituci¨®n defensiva, creada en Europa -no en Estados Unidos- en 1949, como escudo protector de las naciones europeas vencedoras de la Segunda Guerra Mundial frente al expansionismo militar y pol¨ªtico del estalinismo? ?Por qu¨¦ tantos remilgos a una organizaci¨®n que fue iniciada por el genio pol¨ªtico del socialista belga Henri Spaak y que a?os m¨¢s tarde elogiar¨ªan figuras destacadas del socialismo espa?ol en el exilio? El Tratado es hoy d¨ªa una alianza protectora de las democracias parlamentarias de Occidente, con la excepci¨®n de Turqu¨ªa, en la que el par¨¦ntesis autoritario parece iniciar su deshielo gradual. ?C¨®mo sentirse llamados a los niveles decisorios de la Comunidad Econ¨®mica o al ¨¢mbito ideol¨®gico de la protecci¨®n y defensa de los derechos humanos que es el Consejo de Europa y sentirse indiferentes al dispositivo que con su sola existencia, sin una sola intervenci¨®n militar activa, ha permitido a la Europa de la posguerra convertirse en el bast¨ª¨®n m¨¢s numeroso de lo que Mitterrand llam¨® "las patrias de libertad" del mundo?
La Europa de 1984 es lo que es, y pertenecer activamente a ella supone para nosotros, espa?oles, homologar y asumir unas cuantas actitudes de fondo. El Reino Unido tiene su Commonwealth; Francia, su comunidad franc¨®fona, revestida sin nombre de presencias notorias en el ?frica septentrional y central. Espafla pertenece hist¨®rica y culturalmente a la comunidad iberoamericana de naciones. Pero ni el Reino Unido, ni Francia, ni por supuesto Espa?a se sienten atados por esa herencia de v¨ªnculos de anta?o y por sus especiales relaciones actuales, que no les impiden tornar parte, desembarazadamente, en los debates y proyectos que afectan a la seguridad militar de la Europa que qued¨® fuera de las l¨ªneas militares de Yalta al t¨¦rmino de la segunda guerra mundial. No debemos perder m¨¢s tiempo en supuestas concesiones de imagen hacia el Tercer Mundo. Pertenecemos al primero, dicho sin pretensi¨®n de vanidad nacional. Somos la cuarta naci¨®n de Europa en el ranking del potenc¨ªal econ¨®mico, y nuestra situaci¨®n en el tablero geopol¨ªtico nos confiere una decisiva responsabilidad continental. Esas son nuestras coordenadas maestras y a ese planteamiento debemos dedicar nuestros esfuerzos y afanes exteriores.
El contencioso comercial bilateral hispano-franc¨¦s debe quedar subsumido en la mesa de la negociaci¨®n general y aun, a?adir¨ªa, en el contexto del relanzamiento de Europa, para que no se nos convierta en el "continente olvidado". Queremos estar presentes en las mesas europeas para a?adirles ¨ªmpetu y voluntad pol¨ªtica; para aportar ideas y hombres nuevos a la pl¨¦yade esc¨¦ptica de las eurocracias.
Dec¨ªa el director de Le Monde en un reciente coloquio madrile?o que no era cierto que hoy d¨ªa el inter¨¦s por Espa?a hubiera disminuido en sus p¨¢ginas. "Lo que pasa es que Espa?a ya no es, felizmente, un tema conflictivo, sino una naci¨®n democr¨¢tica como las otras".
A esa normalidad constitucional y democr¨¢tica que tiene problemas, pero "problemas con soluci¨®n", hay que apelar, para que nuestra actividad en el plano internacional no se empe?e en acentuar singularidades, sino en acordar unanimidades. Somos una Espa?a no tan diferente.
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