Econo-man¨ªa
Es rigurosamente falso que las numerosas medidas econ¨®micas desplegadas por el Gobierno para combatir la crisis no hayan tenido hasta el momento influencia decisiva en nuestras vidas. Yo no s¨¦ si este agobiante protagonismo de lo econ¨®mico en la vida pol¨ªtica habr¨¢ alterado sustancialmente los ¨ªndices de inflaci¨®n, del PIB, del d¨¦ficit exterior o del desempleo, pero sostengo que ha logrado alterar profundamente nuestro vocabulario y los temas callejeros de conversaci¨®n.El taxista me habla con naturalidad de los lujos y reflujos monetarios; el ama de casa charla con la cajera del hipermercado de los estragos de la inflaci¨®n; la carrera del d¨®lar hacia el infinito ele¨¢tico es la discusi¨®n favorita de las tertulias de jubilados en busca del sol de enero; aquellos duros sindicalistas que no hace mucho citaban a Rosa de Luxemburgo con intenci¨®n autogestionaria, se pasan las asambleas reivindicativas tecleando en la calculadora de bolsillo las cifras del ¨²ltimo ¨ªndice del coste de la vida, en relaci¨®n inversa con los deslizamientos de la masa salarial; y para las tropas audiovisuales del BUP la jerga de Keynes es algo tan cotidiano como el v¨ªdeo de Michael Jackson.Si el fin primordial de las disciplinas econ¨®micas es el enriquecimiento de los pueblos, hay que estar muy sordos para no admitir que, al menos, nuestro lenguaje se ha enriquecido notablemente desde que empezaron a tomar medidas dr¨¢sticas contra la crisis. Ya sabemos llamar por su nombre a la estanflaci¨®n, a las tasas de inter¨¦s, al an¨¢lisis de los outputs, a los tipos de cambio, a la oferta el¨¢stica o al d¨¦ficit presupuestario. M¨¢s todav¨ªa. Gracias a ese imperialismo de lo econ¨®mico se han incrementado nuestras actitudes metaf¨®ricas, que ah¨ª es nada eso de la serpiente monetaria. la flotaci¨®n de la peseta, la inflaci¨®n roja, la empresa sumergida, los flujos comerciales, el sacrificio salarial.Utilizamos con desparpajo una terminolog¨ªa que hace apenas un lustro parec¨ªa una diab¨®lica conspiraci¨®n contra los profanos de letras. Ser¨ªa tremendamente injusto para Boyer que no se contabilizara esta riqueza ling¨¹¨ªstica entre los efectos positivos de su gesti¨®n. Sabemos algo m¨¢s de la crisis: cuando la econom¨ªa aprieta, el lenguaje se ensancha.
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