La aventura de vivir en 13 metros cuadrados
La corrala, que ocupa unos 30 metros de fondo por ocho de anchura, tiene 72 viviendas -unas 15 de ellas, cerradas-, cuatro alturas, una sola escalera y un servicio por planta "de los de antes", carente de lavabo, taza y, por supuesto, bid¨¦. En 1928 el agua corriente lleg¨® a esta finca en forma de fuentecilla colocada en el patio. Desde entonces y hasta septiembre del a?o 1982, en que los vecinos gastaron cerca de mill¨®n y medio de pesetas en instalar las conducciones generales del agua, la totalidad de los habitantes se ve¨ªa en la obligaci¨®n de realizar excursiones cuantas veces quer¨ªan agua, al igual que lo hacen cada vez que tienen deseo de ir al retrete.Ahora las cosas han cambiado y los due?os de las viviendas han podido hacer un hueco entre sus muebles para poner un peque?o lavabo o una pila en donde se asean y lavan. Pero a¨²n quedan viviendas sin agua, al igual que quedan tres pisos que no cuentan con luz el¨¦ctrica.
"Si me pregunta c¨®mo se puede vivir en 13 metros cuadrados le puedo decir que llevo 40 a?os viviendo en esta casa y a¨²n me lo pregunto", informa Ana Matey, afortunada propietaria de los 50 metros cuadrados que mide la antigua porter¨ªa de la finca.
La historia de esta finca, que hasta 1968 pertenec¨ªa a un s¨®lo propietario, puede tomarse como ejemplo de los cambios sociol¨®gicos que ha experimentado una zona tan antigua como la del Rastro. Los alquilados que pagaban en los a?os sesenta entre 15 y 20 pesetas tuvieron opci¨®n de compra y adquirieron las viviendas por cantidades que oscilaron entre las 15.000 y las 25.000 pesetas. Inmediatamente despu¨¦s se produjo el ¨¦xodo. Los matrimonios con hijos revendieron la vivienda por 70.000 y 80.000 pesetas, las dieron de entrada para un piso y se marcharon.
En la finca quedaron aquellos que a sus 60, 70 u 80 a?os no quer¨ªan o no sab¨ªan ya vivir en otro sitio. La vecindad se renov¨® porque, a pesar de la superficie de 13 metros cuadrados, "el bolsillo manda y la gente se ve obligada a buscar lo barato", como indic¨® una de las vecinas.
Luego, a estos vecinos de toda la vida y a los nuevos se unieron, a partir de 1975, los eventuales. J¨®venes que pagan alquileres que pueden llegar a las 7.000 pesetas mensuales y que "cuando se les acaba el dinero se marchan sin meterse con nadie", seg¨²n dice Ana Matey.
"Si usted entra en uno de los pisos, alucina. Lo mismo puede encontrar algunos que parecen una casita de mu?ecas que otros que cuentan tan s¨®lo con un colch¨®n y una silla", dice Matey. Sin que lo diga, esta mujer est¨¢ pensando, al hablar de la casita de mu?ecas, en la se?ora Pilar. Porque es una casita de mu?ecas, no s¨®lo por el tama?o sino porque la tiene llena de peponas distribuidas por encima de la cama, del aparador, del frigor¨ªfico. Estos muebles y electrodom¨¦sticos se reparten los 13 metros cuadrados con una lavadoraque Pilar Gonz¨¢lez, a punto de cumplir los 70 a?os, utiliza para meter cosas, un armario de tres cuerpos, una mesa de comedor, una cocina de gas, tres sillas y una peque?a estufa de butano.
350.000 pesetas por 19 metros cuadrados
Pilar Gonz¨¢lez cuenta que cada d¨ªa se ocupa un vecino de la limpieza del retrete , y discute con las vecinas los a?os que lleva en la casa, estableciendo las fechas en funci¨®n de los fallecimientos presenciados.La vivienda de Br¨ªgida Otero tiene 19 metros cuadrados. Br¨ªgida ha escuchado las preguntas hechas a sus vecinas sobre si ten¨ªan o no inter¨¦s en cambiar de piso y ha salido a preguntar por la causa del interrogatorio con la remota esperanza de que se trate de alguna posibilidad de abandonar su vivienda. Una vivienda que ocup¨® junto con su marido hace cuatro a?os por la que pagaron, al principio, un alquiler de 6.500 pesetas. Despu¨¦s aceptaron comprar la vivienda por 350.000 pesetas.
Frente a la afirmaci¨®n de "aqu¨ª con diez de higos somos felices" escuchada minutos antes en la tertulia de ancianas, Br¨ªgida habla de la cara fr¨ªa de este tipo de viviendas. Sus comentarios sobre lo alto que ponen los j¨®venes los tocadiscos o sobre las continuas quejas de los vecinos son algo m¨¢s que una protesta normal de una vecina. Son fruto de una situaci¨®n no aceptada, muy diferente de la adoptada por las vecinas ya hechas a su destino.
Pero ¨¦ste no es el ¨²nico caso. Una de las viviendas de 26 metros, que carece de luz el¨¦ctrica, est¨¢ habitada por una madre y cinco hijos. En otra vive un matrimonio con cinco hijos que por no encontrar nada mejor aceptaron pagar 10.000 pesetas mensuales por un piso que no tiene agua corriente.
"?se es uno de los problemas. Tenemos que bajar al patio a subir cubos de agua pues no tenemos 20.000 pesetas para meter las ca?er¨ªas y poner una pila", dice Juan Iglesias, de 18 a?os, uno de los cinco hijos con edades comprendidas entre los 23 a?os de la hermana mayor y los 6 a?os del m¨¢s peque?o. El otro problema es el espacio. Por la noche, las dos peque?as habitaciones se convierten en un dormitorio colectivo en el que se colocan una contra otra las camas plegadas durante el d¨ªa en uno de los cuartos.
Este mundo, a pesar de todo, empieza a ser conocido gracias a los estudios sobre viviendas necesitadas de rehabilitaci¨®n que se est¨¢n haciendo desde hace unos a?os. Pero esta labor es lenta y exige un presupuesto especial. "De momento, le puedo decir que el ayuntamiento no nos ha hecho nunca caso", dice Matey. "El dinero para meter las ca?er¨ªas generales nos cost¨® much¨ªsimo reunirlo. Para dejar en condiciones la casa necesitar¨ªamos unos cinco millones, pero siempre nos ha pasado lo mismo. Quiz¨¢ sea la ignorancia y no hemos sabido pedir ayuda en el sitio adecuado".
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