Todo el mundo baja
Hemos llegado a un momento en que las certidumbres se tambalean por fin; frente al ser econ¨®mico, las pol¨ªticas racionales caen una tras otra en el vac¨ªo. La fuerza de gravedad que nos empuja hacia la depresi¨®n es demasiado fuerte.Conduce, por un efecto de compensaci¨®n inevitable, a suscitar discursos econ¨®micos tanto m¨¢s brutales cuanto que los hechos se les escapan constantemente; reina la ilusi¨®n te¨®rica. Sin embargo, durante el primer decenio de crisis no han faltado lecciones: se ha prescrito todo y se ha intentado casi todo; el resultado no es tanto un conocimiento emp¨ªrico positivo como una serie de verdades negativags.
Desde hace 10 a?os se ha probado todo tipo de pol¨ªticas econ¨®micas, pero ninguna ha conseguido tener ¨¦xito, al menos en el sentido que se daba a esta expresi¨®n, que era el de restablecer el crecimiento de forma duradera. En realidad, tampoco ha fracasado ninguna, ya que este objetivo estaba entonces fuera de su alcance.
Pol¨ªticas desafortunadas
No existe, de hecho, una pol¨ªtica econ¨®mica correcta, pero s¨ª otras muy desafortunadas, cuya lista se puede enumerar con certeza tras un decenio de pedagog¨ªa basada en el error. Hemos descubierto cuatro principios negativos que regir¨¢n en lo sucesivo:
1. El equilibrio de las cuentas exteriores no provoca el crecimiento, pero el desequilibrio agrava la deflaci¨®n.
2. El d¨¦ficit presupuestario ya no es sin¨®nimo de relanzamiento, sino que conduce, a largo plazo, al estancamiento.
3. El rigor monetario no es la ¨²nica causa de la inflaci¨®n, pero la pol¨ªtica del dinero barato la favorece.
4. La autofinanciaci¨®n no engendra la inversi¨®n, pero su debilidad la impide.
Dichas verdades negativas, que los Gobiernos suelen descubrir de mala gana, definen en profundidad la pol¨ªtica econ¨®mica de los tiempos de deflaci¨®n. ?sta se basa en dos sencillos preceptos, cuya evidencia recuerda oportunamente que la econom¨ªa funciona mejor con f¨®rmulas de sentido com¨²n que con la ayuda de teor¨ªas cient¨ªficas: no gastar demasiado, para evitar caer por la pendiente de los d¨¦ficit internos y externos, tan dif¨ªcil de remontar en ¨¦poca de deflaci¨®n, y desviar los recursos del consumo hacia la inversi¨®n con tanta firmeza como lo permitan las rigideces sociales. ?sta es la deflaci¨®n prudente que han practicado, practican y practicar¨¢n todos los Gobiernos.
?Cu¨¢l ser¨¢ nuestra suerte durante los pr¨®ximos a?os? Existe, independientemente de las tendencias pol¨ªticas, una pauta econ¨®mica casi ¨²nica: la del horizonte de 1990. ?sta conlleva los mismos aspectos.
Juego prohibido.
En primer lugar, una pol¨ªtica monetaria restrictiva. Unos la adoptan por convicci¨®n mesi¨¢nica; otros, por realismo o,en cierto modo, por cinismo: la llave del cr¨¦dito es la ¨²nica que, en lo sucesivo, podr¨¢ manejarse dentro del secreto de los gabinetes ministeriales.
No implica ni debates parlamentarios, ni discusiones con las fuerzas sociales, ni siquiera luchas de influencia en el seno del aparato estatal. Se trata probablemente de la ¨²nica prerrogativa de que disponen actualmente los Gobiernos en materia econ¨®mica.
A estas virtudes de autoridad y de secreto se une una ventaja a¨²n mayor: la de influir en el entramado econ¨®mico de forma indiferenciada, difusa y distante. Nunca se oir¨¢n, tras una declaraci¨®n de quiebra, voces en contra de una pol¨ªtica monetaria restrictiva; se echar¨¢ la culpa a la incapacidad del director de empresa o a la incuria del Estado protector.
?sta es la aut¨¦ntica raz¨®n del triunfo practico del monetarismo; la se?ora Thatcher es monetarista por vocaci¨®n; Felipe Gonz¨¢lez lo es por necesidad. ?Qu¨¦ pol¨ªtico despreciar¨ªa un instrumento tan poderoso como pr¨¢cticamente inofensivo?
En segundo lugar, una pol¨ªtica presupuestaria tan prudente como lo permiten unos vol¨²menes de gasto p¨²blico que se ha disparado a toda velocidad. Nadie ha conseguido, en la pr¨¢ctica, detener la infernal m¨¢quina de los gastos p¨²blicos. Y todos han conocido momentos de delirio presupuestario: el Reino Unido y la Rep¨²blica Federal de Alemania, en el per¨ªodo comprendido entre 1974 y 1976; Italia y Jap¨®n, desde siempre; Francia, en 1975 y en 1980; Estados Unidos, al comienzo de la Administraci¨®n Reagan.
Hoy d¨ªa todos tratan de limitar los da?os en el terreno en que las decisiones desafortunadas pesan durante a?os e incluso decenios. La inercia de los errores es considerable desde el momento en que las inversiones p¨²blicas in¨²tiles generan gastos de funcionamiento inagotables.
Pol¨ªtica de rentas
Adem¨¢s, una pol¨ªtica de rentas, aunque sea preciso reducir el poder adquisitivo en general. Pero si bien el objetivo econ¨®mico es el mismo, los m¨¦todos var¨ªan. Se trata del ¨²nico terreno en que la acci¨®n es el reflejo del discurso econ¨®mico. El objetivo sigue consistiendo, para todos en hacer desaparecer un porcentaje de poder adquisitivo, de acuerdo con un principio inevitable en tiempos de crisis: la deflaci¨®n debe alimentarse de la deflaci¨®n hasta el momento en que se toque fondo, debe permitir una explosi¨®n de productividad y una oleada de consumo.
Por ¨²ltimo, la voluntad de modificar el valor a?adido en beneficio de las empresas. Despu¨¦s de a?os de titubeos, la constataci¨®n es evidente para todos: sin empresas pr¨®speras, las posibilidades de salir de la crisis son nulas. Esta vocaci¨®n empresarial puede adoptar aspectos mesi¨¢nicos -la salvaci¨®n por el beneficio-, y en definitiva, supone un ritmo forzado, un compromiso reticente con la patronal. Pero la instituci¨®n empresarial ha obtenido su legitimidad en lugar de su supervivencia.
A realidades equivalentes corresponden ritmos comparables. En efecto, la tendencia, durante su larga trayectoria, es igual en todas partes. El boom americano ha llegado al nivel de producci¨®n m¨¢s bajo que haya alcanzado jam¨¢s, y la deflaci¨®n europea, al nivel m¨¢s alto. Sin embargo, la curva es id¨¦ntica, orientada hacia una disminuci¨®n tendencial, aunque las oscilaciones de las econom¨ªas de los dos pa¨ªses est¨¦n desequilibradas: En 1990 seguiremos probablemente en el mismo caso.
Pero el juego es tan restringido en la pr¨¢ctica como amplio en los discursos. Los hechos, como una correa de transmisi¨®n, inducen de nuevo a los gobernantes a adoptar pol¨ªticas econ¨®micas de crisis: menos, cada vez menos... Hasta tal punto es verdad que la deflaci¨®n llama constantemente a la deflaci¨®n.
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