Ellos y nosotros
A los fil¨®sofos modernos y a los antrop¨®logos parece que les cuesta mucho entender el pensamiento del hombre primitivo, porque unos creen que es diametralmente opuesto al del llamado civilizado y otros hacen una radical y soberbia distinci¨®n entre ellos (los primitivos) y nosotros (los civilizados). No falta alguno, sin embargo, que sospecha que las diferencias no son tan grandes. La crisis mayor, la perplejidad suma, se da cuando el fil¨®sofo o el antrop¨®logo de turno piensa que ni conoce a ellos ni nos conoce a nosotros, entre los cuales empieza a sentirse molesto e inquieto. ?Qui¨¦nes Somos nosotros, en efecto? Aunque des de la ¨¦poca de S¨®crates se ha aconsejado empezar todo saber conoci¨¦ndose uno a s¨ª mismo, y aunque Kant recomendara que en antropolog¨ªa hab¨ªa que partir de cerca para ir lejos despu¨¦s, la verdad es que los antrop¨®logos han empezado de lejos y durante todo el siglo XIX y gran parte de ¨¦ste se han dedicado a tratar de gentes lejanas y a teorizar sobre lo que hacen o hac¨ªan. Ellos son as¨ª... Nosotros no hace falta estudiar para saber c¨®mo somos. "Nosotros somos nosotros", como lo son los miembros de cualquier orgulloso y juvenil grupo pol¨ªtico. Somos los guapos, los cultos, los civilizados, los l¨®gicos, etc¨¦tera, etc¨¦tera.Pero a los que realizaron esa asunci¨®n estupenda, un modesto chulo madrile?o les hubiera podido decir, ya a comienzo de este siglo: ?Que te crees t¨² eso! Y hay que a?adir: ?Pero qu¨¦ tontos son ustedes, los hombres de ciencia! En efecto, vamos a suponer que sabemos mucho acerca de la moral de los pigmeos, de la filosof¨ªa de los bosquimanos, de las concepciones del mundo de los hotentotes, de los australianos, etc¨¦tera, etc¨¦tera, porque hemos le¨ªdo esta o aquella monograf¨ªa autorizada. Pero saber cu¨¢l es la concepcion del mundo de un habitante de Recaldeberri, de Moratalaz, del Pozo del T¨ªo Raimundo o de cualquier flamante barriada de Sevilla, Valencia o Barcelona, ?de eso no sabemos nada! Ni siquiera sabemos, para empezar, si eI habitante de esos habit¨¢culos queda entre nosotros o no. Pero pong¨¢monos m¨¢s cerca. En nuestro medio. ?Qu¨¦ somos nosotros? ?Qui¨¦nes somos nosotros? Cuentan que el general Ros de Olano, militar de la ¨¦poca rom¨¢ntica, escribi¨® una novela esot¨¦rica que se llamaba, seg¨²n creo, El doctor La?uela. Pasados a?os de su publicaci¨®n, alguien le pregunt¨®: "?Qu¨¦ quiso usted sostener en su obra, mi general?". Y Ros de Olano, modesto, le respondi¨®: "Mire usted, cuando la escrib¨ª s¨®lo Dios y yo lo sab¨ªamos. Ahora s¨®lo Dios lo sabe".
Yo no he escrito ninguna novela esot¨¦rica. S¨ª algunos libros de antropolog¨ªa y de historia, y ahora doy clases (lo que, sin duda, es peor). Pues bien, ahora me pasa algo parecido a lo que le pas¨® al general Ros de Olano. De joven cre¨ªa saber, cre¨ªa entender, hablaba con desparpajo de la mentalidad primitiva, seg¨²n este, ese o aquel sabio de m¨¢s aqu¨ª o de m¨¢s all¨¢. Ahora pienso que s¨®lo Dios los entiende, a ellos, a los llamados primitivos. En cuanto a nosotros, a los civilizados, dir¨ªa, usando una expresi¨®n chabacana e irrespetuosa, que "no nos entiende ni Dios". ?Qu¨¦ se puede entender en el siglo XX? ?Qui¨¦n podr¨ªa tener hoy el tup¨¦ de escribir un libro que se llamara Los fundamentos o La g¨¦nesis del siglo XX? Alg¨²n tonto megal¨®mano en un asilo.
Los primitivos, dec¨ªa L¨¦vy-Bruhl en una obra que dio mucho que hablar en su tiempo y que ¨¦l mismo lleg¨® a desautorizar en una especie de confesi¨®n final, son prel¨®gicos. Nosotros somos l¨®gicos. S¨ª. A las horas de dar clase de L¨®gica en la Universidad... Pero ?cu¨¢ndo m¨¢s? En la mayor¨ªa de las ocasiones somos prel¨®gicos, il¨®gicos, al¨®gicos, infral¨®gicos o paral¨®gicos. Tambi¨¦n postI¨®gicos. ?Por qu¨¦ no? ?Y cuando entra por medio la representaci¨®n colectiva? Entonces ya somos anti. Anti-todo. Somos nosotros, es decir, algo que puede ser lo m¨¢s bestia, lo m¨¢s cruel, lo m¨¢s desprovisto de conciencia que cabe imaginar. Somos los hijos del resentimiento y nada m¨¢s. Aquel resentimiento que descubri¨® Nietzsche y que le hizo a ¨¦l mismo tanto efecto. Porque aun los hombres geniales pueden caer en el desorden mental mayor a causa de este mal universal: el mal nuestro.
Nietzsche cre¨ªa (o fing¨ªa creer) que S¨®crates fue ya un decadente, tambi¨¦n Eur¨ªpides, que el idealismo de Plat¨®n y Schopenhauer fue un desastre, que los 2.000 a?os de cristianismo fuera otro mayor, que Alemania era un pa¨ªs de gente pesada... ?Qu¨¦ se yo cu¨¢ntas cosas m¨¢s y todas juntas! ?Y al lad6de esto se extasiaba con Paul Bourget y la condesa Martel! Bajando el tono, a los resentidos en colectividad o resentidos colectivos les pasa igual. Yo puedo ir (no es que vaya, pero puedo ir) a miles de tabernas de esta parte de Espa?a en que todo lo espa?ol es considerado con desprecio s¨®lo por serlo.
Esto pasa tambi¨¦n en colegios y en escuelas. Cervantes no vale nada. Pero, amigo, las coplas de cierto alpargatero muerto hace cincuenta a?os son una joya. Una joya tan grande como las novelas de Bourget frente al decadente pensamiento de S¨®crates y de Plat¨®n. No. No hay ellos y nosotros. Hay viajeros que nos hablan con sorpresa de la simpat¨ªa y afabilidad de estos pueblos primitivos. En lo bueno son iguales a nosotros cuando somos simp¨¢ticos y afables, lo que ocurre pocas veces.
?Pero hay sociedad terror¨ªfica de enmascarados juveniles en una desgraciada aldea de indios que pueda cometer m¨¢s fechor¨ªas que las que se cometen entre nosotros? Dejemos la l¨®gica a un lado. Nuestra sociedad est¨¢ dominada por el resentimiento, por las c¨®leras y tristezas de ¨¢nimo m¨¢s miserables y encubiertas, por est¨²pidas representaciones colectivas..., en barriadas inmundas y superpobladas, en tabernas, escuelas, talleres y universidades.
Con este material no les arriendo la ganancia a los pol¨ªticos. Pero ya se sabe que cada uno de ¨¦stos tiene su novela rosa particular, en la que la hermosa joven y el bello teniente se casan justo al tiempo en que ellos ganan las elecciones.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.