La caza del tesoro
Yo creo que pr¨¢cticamente la totalidad de los telespectadores no ven mal que cada semana TVE regale un viaje alrededor del mundo a una pareja simp¨¢tica. Si no pusieran demasiadas condiciones, en cuanto a edad, grado de mansedumbre, sonrisa ben¨¦vola, temple equilibrado, etc¨¦tera, incluso cabr¨ªa la esperanza de considerarse a uno mismo como candidato. Pero debe ser, como candidato. Pero debe ser, en realidad, muy dif¨ªcil superar la prueba a la que son sometidos los aspirantes que ir¨¢n en busca del tesoro. F¨ªjense que tienen que pasar hasta una hora haciendo ver que se creen el desarrollo del programa. Dificultad considerable. Y no ya, porque el desarrollo del programa sea del todo inveros¨ªmil, como es, sino, lo que es peor, por estar adem¨¢s rodeados de empleados del programa incapaces de simular que al menos se lo creen ellos. Es ¨¦sta una situaci¨®n para el concursante, como se comprender¨¢, harto penosa. F¨ªjense que les est¨¢n mirando millones de personas alertadas ya sobre la mentira de fondo en que se basa el programa y, en consecuencia, observando con maliciosa delectaci¨®n cualquier gesto de guasa o de desapego en los concursantes. Es muy dif¨ªcil representar en estas dur¨ªsimas condiciones, y m¨¢s a¨²n no siendo un profesional. Por eso, se entiende, les ofrecen toda una vuelta al mundo, y, progresivamente, les dan ese premio rebajando el tiempo de las pesquisas.La cosa resulta ya pr¨¢cticamente insoportable. Millones de espectadores que adelantan la cena para ver a los concursantes pasar por el rid¨ªculo de fingir su incertidumbre o su inipaciencia. De hecho, a lo largo de los dos o tres ¨²ltimos cap¨ªtulos se ha descubierto una correlaci¨®n atroz. A medida que est¨¢ creciendo el n¨²mero de espa?oles al tanto de la supercher¨ªa, disminuye el n¨²mero de candidatos dispuestos a afrontar esta cruel y desigual prueba de la verdad. De ah¨ª que, como se habr¨¢ observado, Miguel de la Quadra grite una y otra vez, al terminar triunfalmente la b¨²squeda, "se lo merecen, se lo merecen", refiri¨¦ndose a los concursantes no como h¨¢biles inves tigadores, claro est¨¢, sino como forzados h¨¦roes del simulacro. Y tanto m¨¢s h¨¦roes cuanto nunca consiguen, pese a sus intentos otorgar al espacio la credibilidad suficiente que les librar¨ªa de aparecer p¨²blicamente como c¨®mplices de ese embuste. Como se ve, pues, es muy ardua la labor de los participantes. Y, encima, Isabel Tenaille, con lo mona que es, asaltada por una jaur¨ªa de vestidos a cual m¨¢s insufrible. Es muy doloroso todo esto. Alguien deber¨ªa intervenir para acaba con tan banal martirio. Domingo tras domingo se comprueba que ni unos ni otros, los del programa, los invitados al programa y nosotros mismos, podemos obtener una gratificaci¨®n modesta. Ni siquiera a los vecinos de lo concursantes les cabe el gusto de alguna chacota a su costa. De una parte, se ir¨¢n pronto a dar la vuelta al mundo, y de otra, a fin de cuentas, por apenas 45 minutos de actuaci¨®n les han obsequiado con una vuelta al mundo No se entiende, en cualquier caso, c¨®mo se pone esos desatinados modelos Isabel Tenaille.
Se le ocurre a cualquiera que acaso los responsables de este espacio podr¨ªan haber trazado sobre un bastidor semejante un desarrollo m¨¢s convincente. Por ejemplo, en lugar de proponer los textos actuales, cuyo cabal desciframiento exigir¨ªa -sin trucos- de 10 a 12 meses, presentar enigmas del tipo "al que a buen ¨¢rbol se arrima, buena sombra le cobija", para dar a entender que si desde el helic¨®ptero se ve un buen ¨¢rbol es ah¨ª donde se debe aterrizar enseguida. Presentar¨ªa esta modalidad la ventaja tanto de referirse a frases conocidas, no necesitadas de abusiva repetici¨®n, como de orientar, con un sentido razonable, entre parajes ya de por s¨ª extranjeros. Una correcci¨®n en este sentido no resolver¨ªa, desde luego, todos los males, pero acaso mitigara algunos y obstaculizara otros, una vez resignados a la decisi¨®n de mantener tenazmente la desapasionada b¨²squeda del tesoro. En el mejor supuesto, sin embargo, no es f¨¢cil de asimilar el hecho de que pein¨¢ndose con gusto y pareciendo tan amena se empe?e en elegir tan descarriadamente las ropas.
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