?A por el piso!
La pareja no pod¨ªa esperar m¨¢s tiempo. El olor a cemento fresco y a maderas reci¨¦n barnizadas era un ?Piso, apartamento, chal¨¦? La oferta les confund¨ªa
El d¨ªa era fen¨®meno para buscar piso. No hab¨ªa nubes. La sierra se ve¨ªa m¨¢s cerca de Madrid. Y el sol calentaba el pescuezo de los novios con el alivio de una cataplasma de invierno. De manera que la pareja decidi¨® dejar su coche comprado a plazos en un sitio aparentemente seguro y se ech¨® a andar por las inmediaciones de la Vaguada El novio hab¨ªa tomado, no obstante, la precauci¨®n de poner la barra que inmoviliza el volante sujet¨¢ndolo al pedal del freno. Al alejarse de su querido utilitario le dijo a ella: "Espero que aqu¨ª no nos lo jodan".Y ya estaban paseando a pie y cogidos de la mano como si fueran afortunados con cursantes del Un, dos, tres... cuando a la altura de la calle de Santiago de Compostela vieron aquellos inmensos carteles: "Visite piso piloto", "¨²ltimos pisos", "Pisos a precio de costo" y "Grandes facilidades". En la inmobiliaria Torrenueva las vendedoras apuntaban con una varita en la maqueta, y los clientes acercaban la nariz hasta pegarla a la urna. Entraron. Una se?orita con aspecto de mu?eca en este juego les recibi¨® con el rollo: "Nuestros arquitectos van a levantar el. edificio aqu¨ª mismo, justo donde estamos ahora (y dio un taconazo); ser¨¢ un edificio con s¨®lo 13 plantas, cinco pisos por planta. Las llaves, dentro de dos a?os. ?Quieren dejar ya una se?alT'. Si ahora entregaban 300.000 pesetas, ya nadie les podr¨ªa quitar el piso de 1.20 metros. Su precio era de cinco millones y medio.
Pero la pareja no pod¨ªa esperar dos a?os. Necesitaban casarse cuanto antes, y este olor a cemento fresco y a maderas reci¨¦n cepilladas les lleg¨® a resultar afrodisiaco. Se dieron all¨ª mismo un r¨¢pido y torpe achuch¨®n y salieron otra vez a la calle.
Les gustaba el barrio. Ten¨ªa de todo: la peluquer¨ªa Mary, la administraci¨®n de lote r¨ªa, el auto-escuela para minusv¨¢lidos y los mism¨ªsimos periodistas, en su ciudad gris¨¢cea, a tiro de piedra. Lo dijo ¨¦l: "All¨ª, en aquellas ventanas, viven famosos de la tele".
La pareja se solt¨® de la mano en la calle de Alfredo Marquer¨ªe, porque varios obreros con cascos azules de la ONU pararon la hormigonera y uno grit¨® una barbaridad. Tambi¨¦n bajaban chavales en bicicletas todo terreno despendolados y sin agarrar el manillar. Pero aun as¨ª, la zona era puro campo, aire limpio, una promesa de tran quilidad.
El ¨²ltimo repecho fue duro. La pendiente hasta el altozano desde el que divisaron la cl¨ªnica de La Paz les puso cara de enfermos Sin embargo, val¨ªa la pena. El complejo Euro-Norte era maravilloso. El aviso de la oficina dec¨ªa: "Pase sin llamar". Y eso hicieron. La rubia Egma les esperaba sonriente detr¨¢s de una mesa con tel¨¦fonos y rotuladores. "Pasen, pasen y vean solitos el piso piloto", les dijo Egma, "y no me lo toquen ni gasten el WC que no hay agua".
Ellos obedecieron. Era a la izquierda, donde ya se ve¨ªa una puerta de seguridad (lo resaltaba el folleto) con un enjambre de hierros, y luego admiraron las habitaciones una por una, todas decoradas y hasta con cuadritos y almohadones, y pisaron el suelo de parqu¨¦ Elondo, tocaron la pintura de las paredes, acariciaron la grifer¨ªa Alfa-ever imitaci¨®n ¨®nice, y la novia exclam¨®: "?Jol¨ªn, qu¨¦ lujo!".
El lujo estaba algo m¨¢s adelante. Empujaron la puerta del dormitorio principal y all¨ª sorprendieron a otra pareja probando la cama de matrimonio, en contra de las indicaciones de la se?orita Egma: "Salimos ya ¨ªbamos a salir", balbuce¨® lajoven, incorpor¨¢ndose de un brinco. El ba?o anejo era romano. Ni Tiberio tuvo uno igual. Suelo y paredes de carrara, sanitarios Dolomite de importaci¨®n (modelo ?poca) y grifer¨ªa Mamoli Quarzomix Monomando. Aqu¨ª la novia tuvo que reposar sobre la tapadera del inodoro, y tal era su emoci¨®n que dijo: "?La repera, oye!".
La vendedora Egma les sonri¨® otra vez. Ya ten¨ªa los papeles desplegados sobre su regazo. "Al contado son ocho millones y medio. A plazos, que es como imagino que lo querr¨¢n comprar, es con una entradita de un mill¨®n, una letra de otro mill¨®n a 15 meses, letras mensuales de 45.000 pesetas y la hipoteca, a 10 a?os, de cuatro millones, con pagos semestrales de 415.017 pesetas con 48 c¨¦ntimos".
Lo de los 48 c¨¦ntimos les hizo re¨ªr a los cuatro. Egma los ten¨ªa lo que se dice en el bote. Dijo: "Y de contaminidad atmosf¨¦rica nada, aqu¨ª se respira salud". Pero como no le quedaba llave en mano m¨¢s que un piso orientado a Norte y a la altura de los cascos azules (planta baja), los novios renunciaron a la oferta.
Se cruzaban con viejos que parec¨ªan pastores sin reba?o y que saludaban moviendo el bast¨®n: "?Con Dios!", dec¨ªan.
Pero Dios no hac¨ªa el milagro de subirle el sueldo al novio, y as¨ª, el grifo Mamoli, la cocina Osaka y el monomando no eran m¨¢s que un sue?o imposible. Lo sensato era ir al centro y preguntar en las agencias de exclusivas por algo usado a buen precio. Comieron una hamburguesa en la Vaguada (el coche segu¨ªa all¨ª), se bebieron el cafelito y enfilaron en direcci¨®n a Goya.
La Compa?¨ªa Internacional de Bienes Ra¨ªces les llam¨® la atenci¨®n. Estaba justamente sobre la cafeter¨ªa California, zona nacional, y subieron a la sexta planta. La recepcionista les ense?¨® su pantal¨®n de cuero con un vaiv¨¦n de pasarela, y al momento ya estaban frente al se?or Fern¨¢ndez, que les hizo pasar a la sala de juntas. Fern¨¢ndez era pelirrojo y contagiaba optimismo: "No me digan m¨¢s, a ustedes les va como anillo al dedo un chal¨¦ que tenemos de oportunidad en La Piovera, camino del aeropuerto de Barajas, donde no llegan los ruidos de aviones ni del tr¨¢fico de Madrid; una ganga que debemos visitar inmediatamente".
Ellos no quer¨ªan chal¨¦, quer¨ªan piso o apartamento, pero Fern¨¢ndez llevaba la voz cantante y pasaba hojas del bloc de bienes ra¨ªces y siempre volv¨ªa a la ganga de La Piovera: "S¨®lo son 18 millones, pero tiene la carpinter¨ªa de pino de Oreg¨®n, 300 metros de jard¨ªn privado, piscina para ocho vecinos y 350 metros de vivienda. ?V¨¢monos ya, no s¨¦ qu¨¦ hacemos aqu¨ª!".
Y cuando se dieron cuenta se hallaban en el asiento trasero del Chrysler de Fern¨¢ndez, camino de Barajas. Por un momento les entr¨® p¨¢nico. Este vendedor ten¨ªa una personalidad arrolladora. Les repet¨ªa lo mismo: "Ra¨ªces, hay que invertir en ra¨ªces, como los ¨¢rabes, que est¨¢n compr¨¢ndonos chal¨¦s en Puerta de Hierro por 100 millones de pesetas".
Empanada mental
Esto ya no ten¨ªa remedio. El Chrysler par¨® delante de una casita adosada a otras en La Piovera, bajo el tronar de los jumbos, y un perro quer¨ªa morder a los novios en el culo, en el tobillo o en cualquier parte si se atrev¨ªan a franquear la entrada. Por suerte, la propietaria meti¨® al bicho en su garita, y la pareja visit¨® el inmueble. Cuando Fern¨¢ndez les pidi¨® que se sincerasen, los dos dijeron al un¨ªsono: "Es que nosotros pens¨¢bamos en un piso, en un apartamentito para empezar".
M¨¢s tarde, los novios iban por la carretera de Extremadura y, entre par¨®n y par¨¢n, o¨ªan ofertas radiof¨®nicas de la vivienda ideal. "Vis¨ªtenos, tenemos el piso que necesita en el Conjunto Diamante". Tardaron casi una hora hasta llegar a Aluche. Y all¨ª se orientaron pronto. En el Diamante II, un portero el¨¦ctrico les abri¨® la cancela y la voz de una se?ora les gritaba que el piloto estaba en el 3?D. En efecto, all¨ª estaba la azafata haciendo sus labores y oyendo el serial en el sal¨®n. "Primero le pueden ver y luego les dar¨¦ precios", se limit¨® a decir subiendo el volumen de la radio.
Esta visita fue r¨¢pida. El piso les pareci¨® trist¨®n y algo oscuro, a pesar de tener un nombre tan brillante. "Al contado son 7.800.000, 140 metros, y con facilidades ah¨ª tienen la tabla", a?adi¨® la se?ora. Se agarraron a la tabla y el novio coment¨® que les parec¨ªa un poco caro. "?Dice caro? Pues le aconsejo que mire apartamentos, ser¨¢n m¨¢s econ¨®micos", sentenci¨® la vendedora.
No era una mala idea. Miraron anuncios por palabras, y el nombre de Ramiro y sus exclusivas sobresal¨ªa en el peri¨®dico. ?Por qu¨¦ no probar? Se compra el nidito de amor, se hace el amor las veces que haga falta, nace el v¨¢stago y se cambia el nido por el piso. No era tan complicado.
El se?or Mingo les atendi¨® entre fichas esparcidas en una mesa de m¨¢rmol. No hab¨ªa dudas. En el Edificio Col¨®n quedaba lo que ellos necesitaban. "Miren, la fachada es granito rosa Dante, la construcci¨®n es antisolar, antit¨¦rmica y antiac¨²stica". Y el ascensor (con baldosa de m¨¢rmol) les lanz¨® a los tres, Mingo con ellos, hasta el 222. "Una joya de 30 metros ¨²tiles, tres millones y medio al contado, libre de cargas".
Era para pensarlo. Ya ten¨ªan una buena empanada mental. As¨ª que al oscurecer cogieron el coche y huyeron por la M-30 en direcci¨®n al Soto de la Moraleja. All¨ª podr¨ªan besarse un rato. Pero en la misma plaza se ve¨ªa otro fat¨ªdico cartel: "Vendo d¨²plex". ?No lo visitar¨ªan? Claro que s¨ª. Abri¨® la puerta una joven muy rica, llamada Sonia. "La terraza privada de los padres tiene piscina para cuatro", les dijo. ?Y precio? "Bueno, pap¨¢ pide 36 millones; lo vale el piso, ?eh?".
Volvieron al utilitario. Ella re¨ªa como una loca. ?l la acarici¨® hasta hartarse. "Yo creo que no nos hace falta piso", dijo con los ojos en blanco.
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