Julio Cort¨¢zar, ese ser entra?able
Ignoro si Julio Cort¨¢zar, en sus ¨²ltimos d¨ªas, habr¨¢ tenido conciencia de que se acercaba ?nexorablemente a su privado final de juego; pero si fue as¨ª y pudo hacer un balance de ciertas reacciones que en los ¨²ltimos a?os provoc¨® su figura, tal vez haya sentido una cierta amargura en el fondo de su ser, tierno, generoso, siempre m¨¢s preocupado por los dem¨¢s que de s¨ª mismo. Es obvio que, a partir de su decidido apoyo a los movimientos revolucionarios de Latinoam¨¦rica y de su tajante denuncia de las dictaduras del Cono Sur, hubo una ?njusticia esencial en el tratamiento dispensado a Cort¨¢zar por algunos medios de comunicaci¨®n, por ciertos sectores de la cr¨ªtica y hasta por varios de sus colegas.Si hubiera cedido a las presiones y se hubiera sumado al coro de detractores de Cuba y Nicaragua, dos revoluciones que conoc¨ªa de cerca y que siempre defendi¨®, las fichas biogr¨¢ficas perge?adas con motivo de su muerte habr¨ªan incluido seguramente toda una n¨®mina de premios internacionales de primer rango. Pero Cort¨¢zar se va sin premios, al menos en el ¨¢rea hisp¨¢nica (los franceses galardonaron El libro de Manuel). Es cierto que otros autores latinoamericanos, pol¨ªticamente afines a Cort¨¢zar, han sido favorecidos con importantes recompensas, pero a ¨¦l no se le perdonaban varias cosas: por lo pronto, que, habi¨¦ndose iniciado como escritor en un marco literario (concretamente, el de la revista Sur, de Buenos Aires), francamente conservador y hasta reaccionario, asumiera luego tan definidas posiciones de izquierda, y tambi¨¦n que, siendo un escritor de temas fant¨¢sticos (la magia, la fantas¨ªa, los sue?os sirven hoy frecuentemente para escabullirse de la comprometedora realidad), se vinculara tan estrechamente a muy concretas reivindicaciones del mundo real, a tantas angustias de la Am¨¦rica pobre.
No obstante, Cort¨¢zar nunca fue un incondicional de las causas pol¨ªticas que defend¨ªa. Aqu¨ª y all¨¢ dej¨® expresa constancia de sus objeciones, de sus cr¨ªticas, de sus diferencias, tanto con respecto a Cuba como a Nicaragua, pero tambi¨¦n rescat¨® fervorosamente en ambas revoluciones un promedio de realizaciones que ¨¦l consideraba altamente positivo para los hombres y mujeres de esas tierras. Nunca aisl¨® de su contexto las cr¨ªticas ni los elogios, ya que era consciente de que ese aislamiento puede ser una forma sutil de mentira o de calumnia. Se le criticaba su acento y su ciudadan¨ªa franceses. Por su parte, el Departamento de Estado le incluy¨® entre sus indeseables, y en varias ocasiones le neg¨® el visado.
Tambi¨¦n se ha dicho y escrito que, si bien en los primeros vol¨²menes de cuentos y en Rayuela, Cort¨¢zar demostr¨® ser un escritor de primer rango, todo cuanto public¨® a partir de la asunci¨®n de su compromiso pol¨ªtico carec¨ªa virtualmente de valor art¨ªstico. Lo cierto esque, como cualquier escritor de producci¨®n constante, Cort¨¢zar tuvo altibajos de calidad, pero siempre a partir de un nivel dign¨ªsimo. En cierta ocasi¨®n un periodista le record¨® que sus ¨²ltimos relatos se hab¨ªa dicho que eran "los de un Cort¨¢zar persional, que sobrevive a sus propios temas", y Julio respondi¨®, sin alterarse: "Es posible. ?sa es mi libertad de escritor". La verdad es que el peor de los cuentos de Cort¨¢zar significar¨ªa, sin duda, un extraordinario progreso en la trayectoria de algunos de sus implacables desacreditarores. Por otra parte, en cualquiera de sus ¨²ltimos libros hay relatos memorables, y nadie puede negar que Deshoras, publicado hace algunos meses en Espa?a y M¨¦xico, est¨¢, como conjunto narrativo, a la altura de libros tan notables como Las armas secretas o Todos los fuegos el fuego.
Mi inicial vinculaci¨®n con Cort¨¢zar fue con su obra. El primero de sas libros que cay¨® en mis manos fue Bestiario, all¨¢ por los a?os cincuenta, e inmediatamente le¨ª Final de juego, Las annas secretas y Los premios. Recuerdo que el cuento El perseguidor me pareci¨® particular:mente brillante, pero, sin duda, el gran deslumbramiento vino con Rayuela, y creo que ese asombro se notaba cuando publiqu¨¦, en 1965, Julio Cort¨¢zar, un narrador para lectores c¨®mplices, en una ¨¦poca en que a¨²n no conoc¨ªa pensonalmente a Julio. Desde el cornienzo me conquist¨® en sus cuentos la dif¨ªcil relaci¨®n fantas¨ªa-realismo, decisivo ingrediente de su tensi¨®n interior y tambi¨¦n de su indeclinable ejercicio del suspenso. No bien el lector se daba cuenta de que este narrador no usaba exclusivamente lo real, ni exclusivamente lo fant¨¢stico, quedaba para siempre a la angustiosa espera de los dos rumbos.
Si se tiene la paciencia de efectuar una suerte de lectura colacionada de todos sus cuentos, se ver¨¢ que muchos de los elementos o recursos fant¨¢sticos usados en los mismos son meras prolongaciones de lo real, o sea, que lo incre¨ªble no parte de una ra¨ªz inveros¨ªmil, sino que proviene de un dato absolutamente cre¨ªble y verificable en la realidad. Por ese entonces me pareci¨® descubrir una de las claves del quehacer narrativo de Julio, y la detect¨¦ en uno de sus textos no narrativos. (El cuento de la revoluci¨®n, 1963). All¨ª menciona que, para su admirado Alfred Jarru, "el verdadero estudio de la realidad no resid¨ªa en las leyes, sino en las excepciones de esas leyes". La afinidad esencial que une y orienta los cuentos de Cort¨¢zar pone el acento precisamente en esa caracter¨ªstica (la excepci¨®n), para la cual lo fant¨¢stico es s¨®lo un medio, un recurso subordinado.
Rayuela es, como hoy todos los cr¨ªticos lo admiten, una obra clave, no s¨®lo de la narrataiva cortazariana, sino de la novela latinoamericana del siglo XX. Creo que este libro, adem¨¢s de la doble lectura que el autor, sagazmente, propone, tuvo tambi¨¦n un doble disfrute para todos nosotros. Por un lado, el rigor art¨ªstico. Creo que es la lecci¨®n m¨¢s contundente y transmisible acerca de cu¨¢les deben ser las prioridades para alguien que pretende hacer literatura. En ese sentido, Rayuela puede ser disfrutada en varias zonas, a saber: la conformaci¨®n t¨¦cnica, el retrato de personajes, el estilo provocativo, la alerta sensibilidad para las peculiaridades del lenguaje rioplatense, la comicidad de palabras e im¨¢genes, la sutil estrategia de las citas ajenas. Ese contenido se brinda al lector en un impecable envase. M¨¢s de una vez le he o¨ªdo decir a Julio que la distinci¨®n entre forma y contenido era una falsa dicotom¨ªa, y ¨¦l se encarg¨® de demostrar esa unidad esencial en una obra como Rayuela.
Creo que he le¨ªdo todos los libros publicados por Julio, y me atrevo a afirmar que no hay ninguno que carezca de ese toque esencial que compensa con creces la lectura. Como pocos escritores de Latinoam¨¦rica, tiene el don de narrar, de inventar historias, de sorprendernos, de dejarnos en vilo.
Lo conoc¨ª personalmente en Par¨ªs, creo que all¨¢ por 1968, en casa de amigos comunes, y ya entonces me pareci¨® un tipo c¨¢lido, sin falsas modestias ni caricaturas de vanidad. El posterior conocimiento, el frecuente trabajo conjunto (por ejemplo, en el Comit¨¦ Permanente de Intelectuales por la Soberan¨ªa de Nuestra Am¨¦rica, que ambos integramos) y las muchas horas de conversaci¨®n mantenidas en diversos puntos del conturbado planeta me confirmaron la actitud generosa, la sincera preocupaci¨®n por su pais y por toda Latinoam¨¦rica, en una entrega de tiempo, de talento y de energ¨ªas que en largos lapsos le impidi¨® seguir escribiendo. Alguna vez me dijo, entre preocupado y enternecido: "?Viste? Nos llaman porque somos escritores, y luego nos dan tanto trabajo que no nos dejan seguir escribiendo".
Nadie m¨¢s empecinado que Cort¨¢zar en la cr¨ªtica a los contenidos del lenguaje. ?l mismo ha aseverado que en Rayuela "se cuestionan todos los par¨¢metros de la civilizaci¨®n occidental dentro de la ¨®rbita capitalista. Rayuela ataca el orden social y mental de ese mundo, ataca el lenguaje de sus valores y busca una aproximaci¨®n por un lenguaje diferente. Es necesaria la cr¨ªtica a los contenidos del lenguaje, de las viejas maneras de decir, del idioma del enemigo. Cuando traduc¨ªa para la Unesco me vela obligado a trabajar en los discursos de los oradores que usaban su tribuna, y en ellos hab¨ªa gente que cuando se refer¨ªan a la India dec¨ªan invariablemente la India milenaria, y llamaban a la capital italiana la Roma eterna. Era como una broma". Y muchos a?os antes, en una carta que publicara la revista Se?ales, de Buenos Aires, hab¨ªa expresado: "Hace a?os que estoy convencido de que una de las razones que m¨¢s se oponen a una gran literatura argentina de ficci¨®n es el falso lenguaje literario (sea relista y aun neorrealista, sea alambicadamente estetizante). Quiero decir que si bien no se trata de escribir como se habla en Argentina, es necesario encontrar un lenguaje literario que llegue, por fin, a tener la misma espontaneidad, el mismo derecho que nuestro hermoso, inteligente, rico y hasta deslumbrante estilo oral. Pocos, creo, se van acercando a ese lenguaje paralelo, pero ya son bastantes como para ?zreer que, fatalmente, desembocaremos un d¨ªa en esa admirable libertad que tienen los escritores franceses o ingleses de escribir como quien respira y sin caer por eso en una parodia del lenguaje de la calle o de la casa". Cort¨¢zar siempre intent¨® deslizarle casi secretamente al lector la semiconviccion de que su o¨ªdo era argentino (hasta sus personajes franceses hablaban como porte?os) y, por tanto, que el lenguaje del mundo se incorporaba a su ser a trav¨¦s de ese o¨ªdo. "En Par¨ªs todo le era Buenos Aires, y viceversa", escribio Cort¨¢zar acerca de Oliveira, su personaje de Rayuela, pero la viceversa apenas si se notaba.
Con su muerte, probablemente se calmar¨¢n los desaforados enconos y surgir¨¢n las tard¨ªas reivindicaciones. Curiosamente, Julio era un ser desprovisto de odios; jam¨¢s respond¨ªa a los virulentos ataques, que pretend¨ªan ser literarios, pero en el fondo eran pol¨ªticos. Algunos pensar¨¢n que Cort¨¢zar muerto molesta menos que Cort¨¢zar vivo. Se equivocan, claro. Cort¨¢zar les molestar¨¢ siempre, ya que su obra y su actitud seguir¨¢n marcando rumbos, abriendo caminos, y los lectores, que siempre le fueron fieles, y particularmente los j¨®venes de Latinoam¨¦rica, los de hoy y los de ma?ana, seguir¨¢n acudiendo a sus p¨¢ginas como quien penetra en un mundo en que la realidad es un descubrimiento, y la fantas¨ªa, un hecho cotidiano. La verdad escueta, irreversible, es que hemos perdido a un ser entra?able que nos contaba historias inesperadas y asombrosas.
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