Las Espa?as de Espa?a
Uno de los t¨®picos m¨¢s socorridos de los documentales cinematogr¨¢ficos, las charlas radiof¨®nicas y las alocuciones pol¨ªticas de los ¨²ltimos muchos a?os es el que incide sobre la varia geograf¨ªa espa?ola. Ciertamente, nuestra geograf¨ªa es varia, y hasta llega uno a preguntarse si podr¨ªa haber geograf¨ªa alguna que careciera de tal principio de variaci¨®n y de contraste. Vista convenientemente de cerca, es varia hasta la morfolog¨ªa de un parterre... Cuanto m¨¢s reducida es una extensi¨®n o m¨¢s homog¨¦nea, m¨¢s se acent¨²a la sensibilidad ante las peque?as diferencias. Todo consiste en fijarse bien. No s¨¦ si a alguien que llegue de Estados Unidos o China la geograf¨ªa espa?ola le parecer¨¢ tan fascinantemente varia como a los nativos; pero, en cualquier caso, podemos consolarnos pensando que m¨¢s dif¨ªcil les ser¨¢ justificar ante ojos ajenos su inevitable diversidad a los habitantes de Islandia.., Quienes vamos por el mundo con umbrales de percepci¨®n m¨¢s groseros, no advertimos fundamentalmente m¨¢s que un gran contraste: el que oponen las tierras templadas, boscosas, h¨²medas y nubladas de la periferia norte de la Pen¨ªnsula y las soleadas y laboriosamente regadas de Levante a las desabridas y des¨¦rticas de la mayor parte del resto del pa¨ªs. Creo que ya es bastante para quienes a toda costa necesitan enorgullecerse de una geograf¨ªa plural, por lo com¨²n con vistas a redactar un folleto tur¨ªstico...Otras diferencias son m¨¢s relevantes y ejercen m¨¢s peso en la organizaci¨®n de nuestra convivencia. Se trata, por supuesto, de las distintas caracter¨ªsticas nacionales que se agrupan bajo el vacilante lema de "Estado espa?ol". Tambi¨¦n, a este respecto, la, geograria (pol¨ªtica, en este caso) de Espa?a es varia, aunque quienes vemos con relativa sospecha tal afluencia de identidades contrapuestas nos quedemos con una distinci¨®n fundamental: la que opone aquellas nacionalidades que ante todo se definen como resistencia contra lo espa?ol frente a las que -al menos hasta la org¨ªa auton¨®mica iniciada hace menos de,un lustro- aceptaban o se resignaban a tan infamante t¨ªtulo dentro de su peculiaridad regional. El Estado nacional fragu¨® muy pronto en Espa?a; pero por lo visto no se habr¨ªa perdido nada con esperar un poco, porque el soldaje result¨® incierto y quebradizo. Pese al tiempo que lleva funcionando (m¨¢s que Francia o Inglaterra, much¨ªsimo m¨¢s que Alemania e Italia), nadie se cree del todo lo de que Espa?a es una (que sea grande y libre siempre fueron impertinentes o piadosas aspiraciones). Pese a los esfuerzos por beatificarla como nada menos que sagrada, lo cierto es que la unidad de Espa?a es m¨¢s bien un fracaso hist¨®rico, y todo lo m¨¢s, un reto pol¨ªtico. Por decirlo de una vez: al menos dos importantes componentes del c¨®ctel hisp¨¢nico, el Pa¨ªs Vasco y Catalu?a, nunca se han sentido aut¨¦nticamente Espa?a, sino prisioneros de Espa?a, colonias de Espa?a o v¨ªctimas de Espa?a (sentimientos m¨¢s o menos dolorosos que, desde luego, tambi¨¦n son una forma de participar en el complejo destino espa?ol). Para que haya vocaci¨®n nacional tiene que haber otra vocaci¨®n antinacional sobre la que la primera se calca. Ser vasco o catal¨¢n ha sido este siglo, ante todo, no sentirse espa?ol ni resignarse a serlo, lo mismo que ser andaluz, extreme?o, murciano o c¨¢ntabro viene a ser, en el Estado de las autonom¨ªas democr¨¢tico, afirmarse frente a la agresiva afirmaci¨®n de vascos y catalanes. Ese centro de Espa?a, demasiado seco y ¨¢rido, de
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masiado ¨¢vido de verdores y humedades como para que todo pueda haber sido, hist¨®ricamente trigo limpio en sus limpios trigales, permanece a trav¨¦s de los siglos como el empe?ado mitol¨®gicamente en mantener la dudosa ensambladura supranacional a golpe de Estado..., y nunca mejor dicho.
Las autonom¨ªas han sido una f¨®rmula pol¨ªtica que se propuso, en primer lugar, dos objetivos y luego asumi¨® un tercero dif¨ªcilmente compatible con los anteriores. Por un lado, la articulaci¨®n auton¨®mica pretendi¨® reparar el abuso hist¨®rico que se hab¨ªa hecho contra la lengua y la identidad de pa¨ªses tan caracterizados tradicionalmente como Vascongadas o Catalu?a, y tambi¨¦n engarzar el autogobierno de estas ¨¢reas de manera positiva en el conjunto de la pol¨ªtica nacional; pero tambi¨¦n se quiso despu¨¦s contrarrestar esta particularidad ominosa extendiendo la conciencia nacionalista all¨ª donde jam¨¢s hab¨ªa habido otra identidad nacional que la espa?ola y limitar por medio de una proliferaci¨®n salvaje de autonom¨ªas el alcance o la relevancia efectivas de ninguna de ellas. Que el invento sali¨® mal, a la vista est¨¢. La querella antiespa?olista sigue presente como antes en Euskadi o Catalu?a, aunque, desde luego, con muy diversa agresividad de perfiles; pero adem¨¢s ahora hay parvenus al nacionalismo que atribuyen a incomprensibles patriotismos mancillados los agravios comparativos de la Administraci¨®n central y se comportan mim¨¦ticamente como aquellos hombres-oso o mujeres-cebra embarazosamente mestizos de La isla del doctor Moreau, de H. G. Wells. Las autonom¨ªas son demasiado poco para quienes todav¨ªa no se han repuesto del trauma antiespa?ol y demasiado para quienes se han visto de la noche a la ma?ana compelidos a invent¨¢rselo...
Dos condiciones, a mi juicio, deben reunirse para que la problem¨¢tica ecuaci¨®n "Espa?a" tenga un resultado despejado y prometedor. En primer lugar, quienes encarnan el Estado deber¨¢n renunciar a la mitificaci¨®n de la unidad sagrada y asumir que, para conservar cierta complicidad, colaboraci¨®n o complementariedad, es preciso admitir nuevas opciones federativas entre las nacionalidades hisp¨¢nicas. La opci¨®n independentista debe ser discutida y pol¨ªticamente reconocida como leg¨ªtima, lo cual no quiere decir que haya que convertirla en ¨²nica y obligatoria. Como ocurre en el caso de la drogadicci¨®n, sospecho que hay mucho de af¨¢n transgresor en el autoasentimiento del mito independentista, y que tal afici¨®n se ir¨¢ racionalizando a medida que determinados tab¨²es simb¨®licos y ciertas trabas burocr¨¢ticas se vayan disipando. ?Cu¨¢ntos vascos o catalanes a muerte quedar¨¢n cuando ya no haya nadie rabiosamente espa?ol? Tantos como ateos furibundos quedan tras la desaparici¨®n del ¨²ltimo cat¨®lico a machamartillo... La segunda condici¨®n exigir¨ªa que, incluso quienes se han visto m¨¢s agraviados por la estructura pasada del Estado espa?ol, admitiesen que protestar eternamente contra su ocupaci¨®n por el centralismo y por sus mutiladoras secuelas viene a ser ya como poner hoy objeciones al descubrimiento de Am¨¦rica. Ser vasco o catal¨¢n no puede ni debe seguir siendo eternamente no ser espa?ol o serlo a rega?adientes manu militari, pero, ante todo, ser espa?ol no debe tener otro contenido en determinadas zonas de Iberia que el de ser vasco, catal¨¢n o gallego con plena y radical libertad democr¨¢tica. ?No ser¨ªa preferible, incluso, sacrificar, llegado el caso, algo o todo el marchamo pol¨ªtico de lo espa?ol como patron¨ªmico en entredicho para conservar una tarea com¨²n que pueda dignamente llegar a merecerlo?
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