Un cierto erotismo
El caso es que al director de escena Rodr¨ªguez de Arag¨®n se le ha ocurrido que Madama Butterfly tenga un sue?o vagamente er¨®tico entre las dos partes del segundo acto; y que los libretistas ten¨ªan prevista otra situaci¨®n bastante m¨¢s dram¨¢tica: la espera y la esperanza de Chu-Chu San hasta la llegada del d¨ªa y la nueva desgracia, y que esto sucede mientras un interludio describe musicalmente la situaci¨®n. En lugar de esto, hay ahora unos dobles que al fondo, entre luces inciertas, se apasionan dentro de una cierta prudencia: lo est¨¢ so?ando la abandonada. Y as¨ª desaparece uno de los insomnios m¨¢s famosos del teatro. Es una de las artima?as de la direcci¨®n de escena actual: las situaciones mudas, los entrecuadros, los giros de la acci¨®n para, sin tocar el texto (ni naturalmente la m¨²sica) quieren darle su propia invenci¨®n: ser autores. Pero con la ¨®pera, y en Madrid, no se juega. Hay un conservadurismo fundamental, y un respeto a lo escrito y a lo de siempre, que se traduce -como en esta primera de abono- en abucheos para el so?ador er¨®tico. Caramba, la pureza de la mujer japonesa y de Madama Butterfly es otra cosa...Salvo esta presuntuosidad, Rodr¨ªguez de Arag¨®n tuvo aciertos. Como el de reducir el Jap¨®n de estampa a una casita moderna de Nagasaki (que a?os m¨¢s tarde recibir¨ªa otra visita americana mucho m¨¢s dram¨¢tica que la del teniente Pinkerton: la de la bomba at¨®mica), con un buen decorado de Gregorio Esteban y unos figurines realistas y sin un lujo que siempre est¨¢ desplazado (aunque tenga su belleza), y la de una forma de narrar la historia con la verosimilitud posible, a¨²n dentro de la inmovilidad y del cara al p¨²blico tan dif¨ªcil de evitar en los cantantes; pero Yoko Watabane es, adem¨¢s de cantante, actriz, de gestos japoneses naturales, y en s¨ª misma es un bello espect¨¢culo.
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