?Libertad para los libres?
Hace alg¨²n tiempo, le¨ª una entrevista a G¨¹nter Grass en la que el novelista alem¨¢n -quien se hallaba de visita en Nicaragua- dec¨ªa que los pa¨ªses latinoamericanos no resolver¨ªan sus problemas mientras no siguieran "el ejemplo de Cuba". ?sta es una receta para nuestros males que proponen muchos novelistas, europeos y latinoamericanos, pero me sorprendi¨® en boca del autor de El tambor de hojalata (si es que aquella declaraci¨®n era cierta).G¨¹nter Grass es uno de los novelistas contempor¨¢neos m¨¢s originales y aquel cuyos libros me llevar¨ªa a la isla desierta si s¨®lo pudiera llevarme uno entre los narradores europeos de nuestros d¨ªas. Mi admiraci¨®n por ¨¦l no s¨®lo es literaria, sino tambi¨¦n pol¨ªtica. La manera de actuar en su pa¨ªs -defendiendo el socialismo democr¨¢tico de Willy Brandt y de Helmut Schmidt, haciendo campa?a en las calles por esta opci¨®n en las contiendas electorales y rechazando con energ¨ªa toda forma de autoritarismo y totalitarismo- me ha parecido siempre un modelo de sensatez y un saludable contrapeso -reformista, viable, constructivo- a las apocal¨ªpticas posiciones de tantos intelectuales modernos que, por oportunismo o ingenuidad, resultan aprobando las dictaduras y el crimen como recurso pol¨ªtico. Recuerdo hace algunos a?os un intercambio pol¨¦mico suscitado en la Rep¨²blica Federal de Alemania entre Grass y Heinrich B?ll, con motivo de un ramo de flores que ¨¦ste envi¨® a una aguerrida revolucionaria que hab¨ªa abofeteado p¨²blicamente al canciller alem¨¢n. G¨¹nter Grass explic¨® que, a diferencia de B?ll -hombre cristiano y bondadoso, en cuyas exang¨¹es historias uno no adivinar¨ªa jam¨¢s a un entusiasta de la violencia-, no cre¨ªa que las bofetadas fueran el m¨¦todo m¨¢s adecuado para resolver las diferencias pol¨ªticas, y que los alemanes estaban bien instruidos por la historia reciente sobre los peligros de aceptar la fuerza como argumento ideol¨®gico. Esta posici¨®n, genuinamente democr¨¢tica y progresista, me parece de mucho mayor peso moral a las condenas de las dictaduras y cr¨ªmenes de Pinochet, y de Argentina y Uruguay, de un G¨¹nter Grass que a las de aquellos escritores que creen que la brutalidad est¨¢ mal en pol¨ªtica s¨®lo cuando la emplean los adversarios.
?C¨®mo congeniar todo esto con la "soluci¨®n cubana" que recomienda G¨¹nter Grass para los pa¨ªses de nuestro continente? Hay en ello un interesante desdoblamiento, una esquizofrenia instructiva. Se desprende de lo anterior que lo que conviene y es bueno para la Rep¨²blica Federal de Alemania no es bueno ni conviene para Am¨¦rica Latina, y viceversa. Para aquel pa¨ªs -es decir, para Europa occidental y el mundo desarrollado-, lo ideal es un sistema democr¨¢tico y reformista, de elecciones e instituciones representativas, libertad de expresi¨®n y de partidos pol¨ªticos y de sindicatos, una sociedad abierta, respetuosa de la soberan¨ªa individual, sin dirigismo cultural ni censuras. Para Am¨¦rica Latina, en cambio, lo ideal es la revoluci¨®n, la toma violenta del poder, el establecimiento del partido ¨²nico, la colectivizaci¨®n forzosa, la, burocratizaci¨®n de la cultura, los campos de concentraci¨®n para el disidente y el enfeudamiento a la URSS.
?Qu¨¦ puede llevar a un intelectual como G¨¹nter Grass a semejante discriminaci¨®n? Probablemente, el encuentro, cara a cara, con la miseria latinoamericana, ese espect¨¢culo (poco menos que inconcebible para un europeo occidental) de las inicuas desigualdades que afean nuestras sociedades, del ego¨ªsmo e insensibilidad de nuestras clases privilegiadas, la exasperaci¨®n que produce ver la muerte lenta en que parecen sumidas las muchedumbres de pobres de nuestros pa¨ªses y el salvajismo de que hacen gala nuestras dictaduras militares.
Pero uno espera de un intelectual un esfuerzo,de lucidez, aun en los momentos de mayor turbaci¨®n an¨ªmica. Una dictadura marxista-leninista no es una garant¨ªa contra el hambre y s¨ª puede a?adir al horror del subdesarrollo el del genocidio, como lo prob¨® ineridianamente el r¨¦gimen de los jemeres rojos en Camboya, o significar una opresi¨®n tan asfixiante que cientos de miles -y acaso millones- de hombres est¨¦n dispuestos a dejar todo lo que tienen y lanzarse al mar y desafiar a los tiburones con tal de escapar de ella, como se ha visto en Vietnam y en la propia Cuba (durante los sucesos de Mariel). Un intelectual que cre¨¦ que la libertad es necesaria y posible para su pa¨ªs no puede decidir que ella es superflua, secundaria, para los otros pa¨ªses, a menos que ¨ªntimamente haya llegado a la desconsoladora convicci¨®n de que el hambre, la incultura y la explotaci¨®n hacen a los hombres ineptos para la libertad.
Y aqu¨ª, creo, hemos llegado a la ra¨ªz de la cuesti¨®n. Cuando un intelectual norteamericano o europeo -o un ¨®rgano period¨ªstico o una instituci¨®n liberal cualquiera- (defiende para nuestros pa¨ªses opciones y m¨¦todos pol¨ªticos que jam¨¢s admitir¨ªa en la sociedad propia, manifiesta un escepticismo esencial sobre la capacidad de los pa¨ªses latinoamericanos para entronizar los sistemas de convivencia y libertad que han hecho de los pa¨ªses occidentales lo que son. Se trata, en la mayor¨ªa de los casos, de un prejuicio inconsciente, de un sentimiento informulado, de una suerte de racismo visceral, que esas personas -por lo general, liberales y dem¨®cratas de insospechables credenciales- rechazar¨ªan indignadas si tomaran cabal conciencia de ello. Pero en la pr¨¢ctica -es decir, en lo que dicen, hacen o dejan de hacer, y sobre todo en lo que escriben sobre Am¨¦rica Latina- aquella duda esencial sobre la aptitud de nuestros pa¨ªses para ser democr¨¢ticos asoma a cada paso y explica sus incongruencias e inconsecuencias cuando informan sobre nosotros o interpretan nuestra historia y nuestra problem¨¢tica. O cuando, como G¨¹nter Grass, proponen para resolver nuestros problemas el mismo tipo de r¨¦gimen que les parece intolerable para la Rep¨²blica Federal de Alemania. (Es imposible no asociar con esto la impresi¨®n que me caus¨® descubrir, en la Espa?a de finales de los cincuenta, que el r¨¦gimen de Franco, que aplicaba una puntillosa censura moral a todo g¨¦nero de publicaciones, incluidas las cient¨ªficas, permit¨ªa, sin embargo, a las editoriales espa?olas editar libros pornogr¨¢ficos, a condici¨®n de que los exportaran a Latinoam¨¦rica. La misi¨®n de los censores era, pues, salvar las almas abor¨ªgenes; las latinoamericanas pod¨ªan irse al infierno.)
Quiz¨¢ esto permita entender mejor fen¨®menos como el de la informaci¨®n ofensiva, denigratoria y mentirosa que a menudo merecen, por parte de los ¨®rganos de comunicaci¨®n occidentales, los reg¨ªmenes democr¨¢ticos latinoamericanos, a los que se presenta actuando con tanta o peor vileza que las mismas dictaduras. Me he referido ya, en un art¨ªculo anterior, al caso de The Times, de Londres, y su especialista latinoamericano, Colin Harding, diligente denostador de la democracia peruana. No se trata, por desgracia, de algo excepcional. Los m¨¢s prestigiosos ¨®rganos informativos de los pa¨ªses occidentales, diarios como Le Monde, en Francia, o The New York Times, o EL PAIS, en Espa?a, baluartes del sistema democr¨¢tico, insospechables de complicidad con quienes, en sus respectivos pa¨ªses, alientan tesis totalitarias, incurren, sin embargo, a menudo -en su pol¨ªtica informativa sobre Am¨¦rica Latina- en una discriminaci¨®n semejante y por las mismas razones que el novelista G¨¹nter Grass. A juzgar por lo que escriben, se dir¨ªa que en los pa¨ªses latinoamericanos s¨®lo puede ser cierto lo peor. Es una pol¨ªtica que no concierne s¨®lo a los pa¨ªses que padecen dictaduras, lo que tendr¨ªa cierta justificaci¨®n: tambi¨¦n en los pa¨ªses que han salido de ellas y tratan de consolidar la democracia parecer¨ªa que lo ¨²nico que importa mostrar es el error y el horror (aunque sean ficticios).
Las violaciones de los derechos humanos que lamentablemente se producen en estas democracias cuando deben hacer frente a acciones guerrilleras o al terrorismo son siempre destacadas, en tanto que uno tiene dificultad en hallar en las p¨¢ginas de esos mismos ¨®rganos una informaci¨®n equivalente sobre las violaciones a los derechos humanos de quienes asesinan en nombre de la revoluci¨®n y proclaman que son las pistolas y las bombas -no los votos- el criterio de la verdad pol¨ªtica. Los peores infundios y calumnias que, al amparo de la libertad de Prensa, se propagan contra los Gobiernos democr¨¢ticos por sus adversarios del interior encuentran un eco favorable, una actitud receptiva, sin la m¨ªnima verificaci¨®n responsable, en tanto que cualquier desmentido o versi¨®n oficial es presentado como algo sospechoso, la coartada del culpable o la propaganda del poder.
Con sus atentados, voladuras de torres el¨¦ctricas y asesinatos, Sendero Luminoso y su pu?ado de seguidores -unos centenares o, acaso, unos pocos millares de personas- han conseguido en la Prensa del mundo occidental una publicidad infinitamente mayor que, digamos, todos los habitantes de la Rep¨²blica Dominicana, quienes, desde hace algunos lustros, vienen dando un admirable ejemplo en Am¨¦rica Latina de alternancia democr¨¢tica en el Gobierno, de convivencia y libertad pol¨ªticas, de discrepancia civilizada y, lo que es a¨²n m¨¢s notable en este per¨ªodo de crisis, de progresos en la lucha contra el subdesarrollo. Que un pa¨ªs que sufri¨® la m¨¢s espantosa dictadura, y m¨¢s tarde una intervenci¨®n extranjera y una guerra civil, haya sido capaz, en un plazo relativamente corto, de estabilizar un r¨¦gimen democr¨¢tico, no despierta el menor inter¨¦s en los grandes ¨®rganos democr¨¢ticos de Occidente, en los que, en cambio, el menor atropello de la Guardia Civil o el Gobierno peruano en su lucha contra el terrorismo suele ser publicitado.
?Por qu¨¦ ocurre as¨ª? Porque estos atropellos confirman una imagen preestablecida y el fen¨®meno dominicano, en cambio, contradice ese estereotipo, profundamente arraigado en la subconsciencia de Occidente, que nos ve como b¨¢rbaros e inciviles, constitutivamente ineptos para la libertad y condenados a elegir, por eso, entre el modelo Pinochet o el modelo Fidel Castro. No se necesita ser adivino para saber que si, para desgracia suya o de toda Am¨¦rica Latina, la Rep¨²blica Dominicana fuera v¨ªctima tambi¨¦n, como el r¨¦gimen peruano, de una insurrecci¨®n armada y del terrorismo, los Colin Hardings de los grandes diarios de Occidente se apresurar¨ªan a mostrar, aun al precio de magnificaciones y tergiversaciones de la verdad, que aquella democracia no era tal, sino mera impostura, una apariencia falaz tras la cual se enfrentaban, como en las dictaduras, un poder autoritario y corrupto y la rebeld¨ªa de los oprimidos.
?Exagero el fen¨®meno para hacerlo m¨¢s visible? Tal vez. Pero desaf¨ªo a cualquier investigador a repasar las informaciones sobre los pa¨ªses latinoamericanos en los grandes ¨®rganos democr¨¢ticos de Prensa que he mencionado. El balance mostrar¨¢, sin la menor duda, que las informaciones tienden, como constante, a corroborar aquel escepticismo y a acumular argumentos que, en vez de corregir, refrenden la imagen lastimosa de Am¨¦rica Latina que aquel escepticismo ha engendrado.
Es importante tener en cuenta esta realidad, porque se trata de una de las m¨¢s extraordinarias paradojas de nuestro tiempo. Los latinoamericanos que creen que la soluci¨®n para nuestros problemas est¨¢ en romper el ciclo siniestro de las dictaduras -de izquierda y de derecha- deben saber que entre los obst¨¢culos que deber¨¢n enfrentar para instalar y defender la democracia figura, junto a los compl¨®s de las castas reaccionarias y las insurrecciones revolucionarias, la incomprensi¨®n -para no decir el desprecio- de aquellos a quienes tienen por modelos y a quienes creen sus aliados. Esto no significa, claro est¨¢, que debamos perder las esperanzas. Pero s¨ª que tenemos que renunciar a ciertas ilusiones. La batalla por la libertad, Am¨¦rica Latina tendr¨¢ que darla y ganarla ella sola contra los pa¨ªses totalitarios que quisieran conquistarla para su campo y, por sorprendente que parezca, contra ciertos ¨®rganos de informaci¨®n y numerosos intelectuales democr¨¢ticos del mundo libre.
Copyright 1983, Mario Vargas Llosa.
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