Espa?a, palabras y cosas
El muy honorable presidente Pujol nos ha amonestado a quienes, medio en serio medio en broma, osamos decir en el coloquio de Gerona -?Qu¨¦ es Espa?a?- que quiz¨¢ Espa?a no sea nada. "Espa?a es una realidad hist¨®rica, cultural, ling¨¹¨ªstica y de civilizaci¨®n de primera magnitud ( ... ). Decir que Espa?a no es nada es una ligereza", ha sentenciado el presidente de la Generalitat catalana (v¨¦ase el PAIS del 28 de febrero de 1984).No le falta raz¨®n al se?or PuJol. ?C¨®mo no va a ser nada Espa?a si es una idea que ha movilizado ingentes energ¨ªas, fisicas y espirituales, muchas veces nobles y desinteresadas, en los dos ¨²ltimos siglos; si es el mito que tantos espadones han querido salvar y tantos pol¨ªticos e intelectuales redimir y regenerar; si es el espectro frente al que se han constituido y afirmado los nacionalismos perif¨¦ricos; si es el para¨ªso perdido de tantos exiliados y emigrantes; si ha sido el irreductible reducto de la fe cat¨®lica, as¨ª como la gran esperanza blanca de libertarios del mundo entero...?
Espa?a es y ha sido tanto -tanto e incluso m¨¢s que la propia Catalu?a, que ya es decir- que sugerir que no es nada es una evidente ligereza.
?Por qu¨¦, pues, cometimos algunos la irreverencia de cuestionar el ser de Espa?a?
Porque la funesta man¨ªa de pensar lleva a veces a distinguir entre las palabras y las cosas, entre la realidad y las ideas que de ella nos hacemos. No hace falta ser especialista en filosof¨ªa del lenguaje ni miembro de ninguna secta ideol¨®gica para admitir tal distinci¨®n. En la pr¨¢ctica, sin embargo, y sobre todo en la pr¨¢ctica pol¨ªtica, se tiende a olvidarla o ignorarla, como acaba de hacerlo el presidente Pujol y como, antes que ¨¦l, han venido haci¨¦ndolo pol¨ªticos e ide¨®logos de las m¨¢s diversas obediencias.
No es preciso devanarse mucho los sesos para reconocer no s¨®lo la existencia, sino la importancia y la riqueza de Espa?a como idea. M¨¢s complicado resulta, no obstante, saber a qu¨¦ realidad corresponde esa idea. ?Es una realidad geogr¨¢fica? Pero, entonces, ?qu¨¦ hacemos con Portugal, con Gibraltar, con el Rosell¨®n, con Ceuta y Melilla, con Andorra, etc¨¦tera? La geografia jam¨¢s nos dir¨¢ qu¨¦ es Espa?a.
?Es una realidad cultural y ling¨¹¨ªstica? ?De qu¨¦ cultura(s), de qu¨¦ lengua(s)? ?De la realidad cultural y ling¨¹¨ªstica del trienio constitucional, o la de la I Rep¨²blica, o la de la ¨²ltima guerra civil, o la de la Espa?a de Franco, o de la actual ... ? ?Son m¨¢s espa?oles los extreme?os que los valencianos? ?Forma parte Ibeoroam¨¦rica de Espa?a?
Es una realidad hist¨®rica. ?Ah, eso son palabras mayores! Con la Historia hemos topado. Pero, ?ay!, la historia real fluye y lo que nos queda son ideas de la historia. Como ha dicho George Steiner, "el pasado, tal como lo conocemos, es en su mayor parte una construcci¨®n verbal. La historia es un acto verbal, un uso selectivo de tiempos pret¨¦ritos". ?Con qu¨¦ construcci¨®n verbal, con qu¨¦ selecci¨®n del pasado nos quedamos? ?Con la de Bosch Gimpera, la de Men¨¦ndez Pidal, la de Am¨¦rico Castro, la de Claudio S¨¢nchez Albornoz, la de Ferran Soldevila, la de Vicens Vives, la de Elliott, la de Raymond Carr, la de Pierre Vilar ... ?
Pero, entend¨¢monos: no se trata de hacer un alegato a favor del escepticismo epistemol¨®gico m¨¢s absoluto. La buena investigaci¨®n hist¨®rica puede aproximarnos a la verdad de muchas cosas: de las instituciones, de los procesos econ¨®micos, de las luchas sociales, de las formas de
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vida, de los conflictos militares, de las ideas, etc¨¦tera. La selecci¨®n de tiempos pret¨¦ritos no tiene por qu¨¦ ser arbitraria o irracional: puede dar con la clave de su asunto. Pero para eso hay que afinar bien el punto de mira y, sobre todo, no equivocarse de blanco. Y nos equivocamos de lleno de objetivo cuando buscamos el ser o la realidad de Espa?a como si fuese algo similar a la realidad de unos accidentes monta?osos, de unas instituciones, de una lengua, de un sector industrial, de unas tendencias instintivas, de una campa?a militar...
Es a este nivel de an¨¢lisis cuando no s¨®lo puede decirse, sino que hay que decir que Espa?a no es nada y que, por tanto, por m¨¢s que se busque, no se encontrar¨¢ m¨¢s que los fantasmas que cada uno proyecta hacia el pasado. Otra cosa, es cuando nos situamos en el terreno de las ideas.
Ah¨ª, insisto, Espa?a no s¨®lo existe, sino que tiene una existencia desbordante. Es un ente ideal, una figura de la raz¨®n -y a menudo de la sinraz¨®n- que peca no por defecto, sino por exceso. Existe no una, sino decenas, centenas, miles de ideas de Espa?a. Y estas ideas a menudo han sido y son no s¨®lo diferentes, sino opuestas e incluso excluyentes. Su denominador com¨²n es tan s¨®lo una palabra: "Espa?a". Y si esta palabra puede vehicular 1.000 significados distintos, ello se debe a que no remite a ninguna realidad objetiva. La diversidad de ideas de Espa?a constatable desde Xim¨¦nez de Rada o S¨¢nchez Ar¨¦valo hasta nuestros d¨ªas, pasando, entre tantos otros, por Nebrija, el conde duque de Olivares, el padre Mariana, Antoni de Campmany, Men¨¦ndez Pelayo, Pi i Margall, C¨¢novas del Castillo, Valent¨ª Almirall, Unamuno, Maragall, Camb¨®, Sabino Arana, Maeztu, Ortega y Gasset, Aza?a, el cardenal Segura, Franco, etc¨¦tera, as¨ª como, por supuesto, la pluralidad de ideas existentes hoy mismo s¨®lo nos dice algo acerca de la realidad hist¨®rica pasada o presente en la medida en que pone de evidencia la permanente fragilidad y frecuente inexistencia de una conciencia colectiva unitaria y solidaria entre los s¨²bditos y/o ciudadanos de las largas monarqu¨ªas y de las breves rep¨²blicas espa?olas. Por lo dem¨¢s, lo que esas ideas nos transmiten es no un conocimiento de Espa?a como realidad hist¨®rica, sino la trama de creencias, intereses, proyectos y voluntades de los individuos y fuerzas sociales que las han forjado.
Y ¨¦ste es, en definitiva, el terreno en el que puede plantearse el tema de fondo, el ¨²nico debate real posible: ?Por qu¨¦ no ha podido llegar a formarse, en especial desde principios del siglo pasado, una idea de Espa?a m¨ªnimamente unitaria y compartida, capaz de jugar como nexo com¨²n de esas diversas creencias, intereses, proyectos y voluntades?
Evidentemente, contestar a esta pregunta desborda con mucho las posibilidades de un breve art¨ªculo. Pero tal vez no sea poca cosa irnos aproximando a las preguntas pertinentes.
Lo m¨¢s curioso de toda esta cuesti¨®n es que haya sido el presidente Pujol el que haya salido el primero en defensa de Espa?a como realidad hist¨®rica.
Si ello sirviese para que los salvapatrias de siempre nos dejasen a los simples ciudadanos salvarnos o condenamos a nosotros solos, enter¨¢ndose de una vez de que el catalanismo ha sido y sigue siendo una versi¨®n espec¨ªfica, normalmente de vanguardia, del regeneracionismo espa?ol, entonces seguramente lo mejor ser¨ªa callarse y abandonar el pensamiento del se?or Pujol a la demoledora cr¨ªtica de las ratas, seg¨²n ilustre tradici¨®n.
Pero no hay que ser muy mal pensado para temer que este ben¨¦fico efecto no vaya a darse, y en este caso no veo por qu¨¦ hay que encajar en silencio la ligera acusaci¨®n de ligereza del se?or Pujol.
El se?or Pujol -y en general los nacionalistas catalanes- necesita de Espa?a como realidad hist¨®rica como del aire que respira. Y lo necesita por dos razones: una, de orden general, en tanto que cuestionar o negar Espa?a como realidad objetiva -o Francia o Italia, o Alemania, o la idea-naci¨®n que sea- implica tambi¨¦n, por supuesto, cuestionar a Catalu?a como realidad objetiva, y esto es para un nacionalista lo mismo que para un creyente negar la existencia de Dios; otra, m¨¢s concreta, en tanto que la moderna idea de Catalu?a se ha construido siempre en relaci¨®n a Espa?a y a menudo por oposici¨®n a Espa?a. Toda identidad descansa siempre en una diferencia. Si Espa?a desaparece, ?qu¨¦ queda de Catalu?a?
Todos los nacionalismos son, a la vez, antag¨®nicos y solidarios, y los nacionalismos en contacto y en conflicto, m¨¢s aun.
El presidente Pujol concluye su amonestaci¨®n dando por supuesto, con toda ligereza, que "nadie se atrever¨ªa a decir que Catalu?a no es nada y ellos dicen que Espa?a no es nada, lo que para m¨ª tan s¨®lo es una frase".
Ah¨ª, el se?or Pujol, aparte de ense?ar las cartas, se equivoca de nuevo. Yo, con todo el respeto, me atrevo a decir que, como realidad hist¨®rica, Catalu?a es una nada tan grande como Espa?a. La diferencia est¨¢ en que en los ¨²ltimos 100 a?os -no antes- la idea de Catalu?a ha sido mucho m¨¢s s¨®lida y cimentadora de una realidad social que la de Espa?a, por m¨¢s que, parad¨®jicamente, sea la quiebra de la idea de Espa?a la condici¨®n de posibilidad de la afirmaci¨®n de la idea de Catalu?a.
Ciertamente, decir que Espa?a no es nada es tan s¨®lo una frase. Tambi¨¦n es tan s¨®lo una frase decir que Espa?a es algo, lo que sea. Lo que ocurre es que las frases tambi¨¦n hacen historia. Y unas m¨¢s que otras. Y unas favorecen que los individuos decidan su historia. Mientras que otras tienden a humillarlos bajo el yugo de sus propias construcciones mentales.
Pep Subir¨®s es fil¨®sofo. Coordinador de la c¨¢tedra Barcelona-Nueva York.
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