La insurgencia del 'hembrismo'
El matriarcado ha sido hasta ahora una figura ret¨®rica, a la cual se acude siempre que se quiere poner ¨¦nfasis en la participaci¨®n cada vez m¨¢s decisiva de la mujer en los papeles protag¨®nicos de la historia. Ver ascender a mujeres a la jefatura de los gobiernos son hechos de nuestro tiempo, los cuales obedecen, obviamente, a un cambio muy importante de la sociedad, pero que no encajan exactamente dentro de esa figura m¨ªtica del matriarcado, seg¨²n la cual el hombre se rinde incondicionalmente, le cede sus derechos a la mujer y ella, por su parte, no s¨®lo asume esos derechos, sino que lo despoja tambi¨¦n de sus deberes, dejando al var¨®n en una situaci¨®n de sometimiento casi tan humillante como la que exhib¨ªan las representantes del hasta entonces sexo d¨¦bil en los peores d¨ªas del celtiberismo medieval, cuna del machismo.Desde luego que no es as¨ª. El hecho de que la mujer compita hoy con el hombre en todas las actividades, no s¨®lo intelectuales y profesionales, sino tambi¨¦n f¨ªsicas (pues ya ni la lucha libre est¨¢ excluida de este cuadro) no se suficiente para emitir un diagn¨®stico contundente de matriarcado. Hay, en cambio, otros s¨ªntomas, menos ostensibles pero m¨¢s profundos, y que no tienen que ver con esa justa igualdad de opciones que la vida actual ofrece a la pareja, sino con unos cuantos cambios dr¨¢sticos de mentalidad de parte y parte.
Claro que esos cambios no se han producido por generaci¨®n espont¨¢nea o por simple evoluci¨®n, sino que han sido consecuencia, en gran parte, de la revoluci¨®n sexual de estos tiempos, la cual ha desatado muchos m¨¢s nudos en la mente de la mujer que en la del hombre. Al fin y al cabo era all¨ª, en la mente de la mujer, donde se alojaban la mayor¨ªa de los tab¨²es, pudores y prejuicios que han existido sobre el sexo... desde que el sexo existe.
En ello consiste, realmente, la verdadera liberaci¨®n de la mujer Se trata de una revoluci¨®n de la conducta femenina, de su actitud ante la vida y de su posici¨®n frente al macho. En virtud de ello la mujer ha dejado de sentirse un objeto sexual. Ha ganado, en primer t¨¦rmino, la autonom¨ªa sobre su sexo lo cual ha hecho desaparecer el mito de la virginidad comprometida. Ha ganado el derecho a la conquista, lo cual la ha relevado de su connatural actitud pasiva (acabando, de paso, con la llamada "profesi¨®n m¨¢s antigua del mundo", ahora casi exclusivamente reservada para los travestidos). Y ha ganado tambi¨¦n el derecho a sentir placer, es decir, el derecho al orgasmo. Todo ello tiene mucho m¨¢s sentido y trascendencia como expresi¨®n de la aut¨¦ntica liberaci¨®n femenina que el simple hecho de que la mujer haya comenzado a descollar en la vida p¨²blica en pie de igualdad con el hombre. Y constituye, sin lugar a dudas, su gran plataforma de lanzamiento para pasar de ese terreno de igualdad al de la supremac¨ªa.
Existen manifestaciones populares que revelan con suficiente elocuencia esa nueva actitud. Las canciones femeninas (o feministas) que se escuchan ahora en la radio, interpretadas por las artistas de moda, constituyen casi himnos que exaltan una victoria finalmente ganada. Sus letras -inconcebibles una d¨¦cada antes- constituyen todo un destape de esa arrogancia, perennemente silenciada, y cuyo denominador com¨²n es el desenfado para llamar las cosas por su nombre: "Inv¨ªtame a un caf¨¦ y hazme el amor", dice una de ellas, asumiendo el derecho a la iniciativa, ancestralmente vedado para la mujer. "Que me perdonen los dos..., el uno me da ternura, el otro me da placer", dice otra, proclamando su derecho a la bigamia o, cuando menos, a la infidelidad. Y much¨ªsimas m¨¢s, como aquella que dice "En la cama mando yo", o esa otra que confiesa "Hacemos el amor como un favor... por eso ahora te busco en otros cuerpos". S¨ª, much¨ªsimas m¨¢s en las cuales discurre, a trav¨¦s de historias sexuales cotidianas, el tema feminista en todos sus matices.
No hay duda de que la mujer, despu¨¦s de haber conquistado la igualdad de derechos en todos los ¨®rdenes, se ha liberado tambi¨¦n del miedo ancestral que le produjo la imagen de ese monstruo b¨¢rbaro y violador, que es como se represent¨® siempre al macho en el escenario de las pesadillas fememinas. Y en eso ha consistido, fundamentalmente, el cambio dr¨¢stico que se ha producido en la mente de la mujer, a ra¨ªz de lo cual ella ha pasado de la defensiva a la ofensiva, y ha desarrollado un arrogante complejo de superioridad, el cual podr¨ªa calificar como hembrismo, en contraposici¨®n al antiguo machismo.
Un cierto afeminamiento
Paralelamente -y tal vez como consecuencia de todo lo anterior- tambi¨¦n en el hasta ahora llamado sexo fuerte se ha producido un parad¨®jico cambio de mentalidad, cuyo s¨ªntoma m¨¢s evidente ha sido un cierto afeminamiento, si es que la palabra -expresada en su m¨¢s estricto rigor sem¨¢ntico- se presta para definir la ruptura del hombre, no s¨®lo con esa antigua y falsa rudeza de que ha hecho siempre gala, sino con los atavismos que, a lo largo de los siglos, le obligaron a mantener oculta, bajo una inc¨®moda coraza machista, su verdadera naturaleza narcisita y vanidosa. Porque de otro modo nadie se explicar¨ªa por qu¨¦ el hombre de hoy emule abiertamente en coqueter¨ªa con la mujer, tratando de parecerse cada vez a ella, no s¨®lo en su pelo largo, sino tambi¨¦n en el uso de cosm¨¦ticos y joyas para adornar sus brazos, su cuello y hasta sus orejas. Ha sido como la liberaci¨®n, tambi¨¦n, de una coqueter¨ªa represada por viejos prejuicios, la cual le ha dado al var¨®n una nueva imagen, no sabemos si mejor o peor que la anterior, ante los ojos de la nueva Eva. Pero que, de todos modos, tiene mucho que ver con la insurgencia del hembrismo.
?Llegar¨¢n las cosas al extremo de un cambio de papeles, dentro del cual la mujer termine de relevar al hombre de sus responsabilidades seculares y lo relegue a la exclusiva posici¨®n de semental (?de objeto sexual!) y quiz¨¢ de esclavo de los oficios dom¨¦sticos? Nada es imposible. Y ¨¦sa es, despu¨¦s de todo, la alternativa no ensayada para resolver los problemas del mundo, a ra¨ªz de que una dama (de hierro, pero dama al fin) le gan¨® la guerra en su propio terreno a un general de cuatro estrellas.
es escritor y periodista venezolano.
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