Michael Ende, la realidad de la fantas¨ªa
'La historia interminable', de novela inici¨¢tica a superproducci¨®n cinematogr¨¢fica
Nunca una novela hizo correr tantos r¨ªos de tinta al otro lado del Rin desde El tambor de hojalata, de G¨¹nter Grass, en 1959. La historia interminable es, ante todo, una especie de marea: m¨¢s de un mill¨®n de ejemplares vendidos en Alemania Occidental desde su aparici¨®n, en 1979, y_contin¨²a ocupando los primeros puestos en las listas de los m¨¢s vendidos. Es un fen¨®meno sociol¨®gico, y as¨ª, en las grandes Concentraciones del pasado oto?o hab¨ªa manifestantes que bland¨ªan la novela como si fuese su programa.Constituye asimismo la prueba evidente de la capacidad que tiene nuestro sistema para transformar en dinero lo que ha sido concebido precisamente para criticarlo. A pesar de las protestas del autor, que se considera traicionado y enga?ado, acaba de estrenarse en Estados Unidos una pel¨ªcula -con un presupuesto de 60 millones de marcos (m¨¢s de 3.000 millones de pesetas)- que, aunque inspirada en la novela de Michael Ende, est¨¢ concebida a lo ET.
Con todo, La historia interminable es tambi¨¦n un acontecimiento literario. Nos encontramos, sin duda, ante una de las novelas m¨¢s sorprendentes aparecidas en Alemania Occidental -e incluso en Europa- desde la segunda guerra mundial.
Pregunta. Estamos en 1984. El pa¨ªs fant¨¢stico que describe usted, ?no est¨¢ lejos de nuestra realidad?
Respuesta. Mis libros no son westerns. No hay que matar a los malos al final para que todo vuelva a estar en orden. No ataco a individuos, sino a un sistema (ll¨¢mele, si quiere, capitalista) que. est¨¢ a punto (nos daremos cuenta dentro de 10 o 15 a?os) de hacernos caer en el abismo. Entre los' monstruos. a los que debe enfrentarse el h¨¦roe de La historia interminable hay uno al que toma por una ara?a gigante hasta que se da cuenta de que est¨¢ realmente compuesto de abejorros color azul met¨¢lico que zumban como un enjambre encolerizado. Yo he llamado a esta criatura Ygramul. Sin embargo, podr¨ªa haberle dado el nombre de Belceb¨², el Se?or de las Moscas o de la Multitud, pues con esa palabra se designa a ambas cosas en hebreo.
Soy consciente, en efecto, de que el principio demoniaco de nuestra ¨¦poca reside en la dominaci¨®n que ejerce la multitud sobre el individuo. Todo comienza con la superpoblaci¨®n, que hace que la persona se encuentre devaluada frente a la masa, y llega hasta la multiplicaci¨®n infernal de todos los objetos, que caracteriza a nuestra sociedad industrial. Como usted sabe, en la c¨¢bala, el n¨²mero 1 es el m¨¢s grande de todos, porque designa la totalidad. Ah¨ª est¨¢ el origen del monote¨ªsmo. Nos hemos olvidado de eso... Dentro de un sistema como el nuestro, que s¨®lo valora lo que puede contarse, pesarse o medirse, no puede hallarse m¨¢s que un aburrimiento mortal. Es esa especie de enfermedad de postraci¨®n que abruma a los personajes de Momo.
P. La imaginaci¨®n, al poder.
R. Una buena f¨®rmula, aunque deber¨ªa haberse precisado cu¨¢l era ese poder. Hay que conocer no s¨®lo lo que se rechaza, sino aquello por lo que se pretende sustituirlo. Y esta vez no es cuesti¨®n de sustituir una ideolog¨ªa por otra. Mire: desde hace 2.000 a?os estamos haciendo eso y sabemos ad¨®nde nos conduce. En mi opini¨®n, no puede hacerse ninguna cr¨ªtica de la sociedad si no va acompa?ada de una representaci¨®n ut¨®pica del mundo.
No oculto que al escribir La historia interminable intent¨¦ enlazar con ciertas ideas del romanticismo alem¨¢n. No fue por dar marcha atr¨¢s, sino porque en dicho movimiento abortado hay semillas que necesitan germinar. Desde Newton nos hallamos cruelmente divididos en dos mundos: el de los objetos, llamado real, y el supuestamente ilusorio del yo. Para no seguir siendo un extra?o, el hombre debe aprender de nuevo, como Goethe, a llamar de t¨² a la Luna.
Empezamos a darnos cuenta de que con la f¨ªsica, las ciencias naturales, la tecnolog¨ªa o la sociolog¨ªa es imposible resolver los problemas haciendo como si se desarrollasen independientemente de nuestra conciencia. Nos inquietamos tambi¨¦n por la destrucci¨®n de ese mundo exterior que constituye nuestro marco vital. Sin embargo, hay otra forma de destrucci¨®n de la que no se habla y que es igualmente tr¨¢gica: la de nuestro mundo interior. Cuando todo se subordina al beneficio, se empieza por explotar a los obreros y despu¨¦s se ataca a las colonias, al medio ambiente. Por ¨²ltimo, le toca el turno a nuestro mundo interior.
' Literatura extranjera'
P. ?Qu¨¦ v¨ªa propone usted para recuperar la armon¨ªa?
R. Cuando nos fijamos un objetivo, el mejor medio para alcanzarlo es tomar siempre el camino opuesto. No soy yo quien ha inventado dicho m¨¦todo. Para llegar al para¨ªso, Dante, en su Divina comedia, comienza pasando por el infierno. Para descubrir las Indias, Crist¨®bal Col¨®n lev¨® anclas en direcci¨®n a Am¨¦rica. Para encontrar la realidad hay que hacer lo mismo: darle la espalda y pasar por lo fant¨¢stico. ?se es el recorrido que lleva a cabo el h¨¦roe de La historia interminable. Para descubrirse, a s¨ª mismo, Basti¨¢n debe primero abandonar el mundo real (donde nada tiene sentido) y penetrar en el pa¨ªs de lo fant¨¢stico, en el que, por el contrario, todo est¨¢ cargado de significado. Sin embargo, hay siempre. un riesgo cuando se realiza tal periplo; entre la realidad y lo fant¨¢stico existe, en efecto, un sutil equilibrio que no debe perturbarse: separado de lo real, lo fant¨¢stico pierde tambi¨¦n su contenido. Eso lo aprende Basti¨¢n a su paso por la ciudad de los emperadores destronados. Al haber perdido hasta el recuerdo del mundo real, los habitantes de dicha ciudad del absurdo se ven obligados a desparramar al azar las letras del alfabeto durante todo el a?o, esperando que, en el transcurso de la eternidad, acaben por aparecer todos los libros del mundo, entre los que se encuentra, claro est¨¢, La historia interminable.
P. ?No hay en eso una alusi¨®n a la Biblioteca de Babel, de Borges?
R. La historia interminable est¨¢ repleta de alusiones culturales. Y no por falta de imaginaci¨®n, ya que lo he hecho deliberadamente. En este sentido, el peligro reside no en el universo mental de Basti¨¢n, sino en el patrimonio cultural de toda la humanidad. Me he basado en la Odisea, en Rabelais, en Las mil y una noches, en Lewis Carrol y tambi¨¦n, aunque en menor medida, en Tolkien, con el que me han comparado los cr¨ªticos alemanes (ciertamente, los dos debemos mucho a las leyendas c¨¦lticas de la Tabla Redonda). Me he inspirado en pintores (El Bosco, Goya, Dal¨ª.), en el antroposofismo y en el budismo zen. La c¨¢bala, que da un sentido metaf¨ªsico a los diferentes sonidos, me sirvi¨® de gu¨ªa a la hora de elegir los nombres de los personajes. Atreju es Atreo, h¨¦roe de la mitolog¨ªa griega, cuyo nuevo nombre tiene una sonoridad evocadora de las lenguas indias de Am¨¦rica. Pj?rnrachzarck, el comedor de piedras, recuerda a Edda, ya que es un gnomo, y al pronunciar su nombre puede o¨ªrse el ruido que hace al masticar las piedras. Incluso Fuchur, el drag¨®n de la fortuna, tiene un modelo: Fohi, el drag¨®n de la mitolog¨ªa china.
P. Si he entendido bien, en La historia interminable nada es gratuito. ?C¨®mo elabor¨® el plan del libro?
R. Eso es precisamente lo q e intento evitar al precio que sea: hacer un plan. Cuando escribo, pretendo descubrirme a mi mismo. Elaborar un plan significar¨ªa introducir en el libro lo que ya s¨¦. Mi m¨¦todo consiste en dejarme guiar s¨®lo por im¨¢genes. Si no hago trampas, acabo por darme cuenta de que cada historia tiene una l¨®gica interior y que no puede desarrollarse de otro modo. Es cierto que eso exige una gran concentraci¨®n que me conduce, a veces al borde de la locura. No supe hasta el pen¨²ltimo cap¨ªtulo de La historia interminable d¨®nde estaba la salida del pa¨ªs fant¨¢stico. Me telefoneaba mi editor: "?Por d¨®nde vas? Hay que llevar el libro a composici¨®n". Yo s¨®lo pod¨ªa responderle: "No s¨¦ c¨®mo terminar la historia". Despu¨¦s de semanas y semanas encontr¨¦ de repente la soluci¨®n: para salir del pa¨ªs fant¨¢stico no hab¨ªa que ir hacia las fronteras, sino hacia el centro. Hab¨ªa que tomar el camino del interior. Y, cr¨¦ame, s¨®lo al final me acerqu¨¦ a Novalis.
P. La hero¨ªna de Momo es una ni?a. Basti¨¢n es un ni?o de 10 a?os. ?Por qu¨¦ esa predilecci¨®n por los h¨¦roes infantiles?
R.. Hoy d¨ªa todo el mundo encuentra normal que los escritores penetren en el mundo de las c¨¢rceles, en los manicomios o en las minas de carb¨®n. ?Acaso hay que considerar aparte a los que escriben para el p¨²blico infantil? Creo que los supuestos adultos no son tan maduros como para percibir que un cuento para ni?os es tambi¨¦n para ellos. Las culturas nacionales han dejado de tener sentido. Hay que encontrar otros v¨ªnculos que unan a los hombres, y el mundo de los ni?os constituye precisamente una nueva comunidad. Si juntamos a tres ni?os (uno negro, otro asi¨¢tico y otro europeo), no tendr¨¢n ning¨²n problema para comprenderse. Lo mismo ocurre con los cuentos, ya sean africanos, gitanos, rusos o chinos: todos ellos se parecen, y puede encontrarse, con algunas variantes, el mismo cuento de Cenicienta en todos los rincones del mundo. Vea el m¨¦rito que tienen los escritores profundos.
P. ?No es un poco parad¨®jico que un escritor alem¨¢n como usted haya decidido exiliarse a Italia?
R. En la crisis de identidad que hoy atravesamos tranquiliza pensar que tenemos a nuestras espaldas 2.000 a?os de cultura occidental. En Italia se da una continuidad hist¨®rica, inconcebible para un alem¨¢n, perceptible incluso en el ¨¢mbito del idioma: hasta un ex tranjero como yo puede leer a Boccaccio en su lengua original. Intente usted hacer lo mismo con un autor alem¨¢n del barroco y ver¨¢ lo dif¨ªcil que le resulta. Al principio envidiaba a los italianos: su lengua me parec¨ªa como una al fombra m¨¢gica que me transporta ba donde yo quer¨ªa. Hoy he comprendido que es una suerte que los escritores alemanes tengan que partir siempre desde cero, re creando su propia lengua.
P. En alem¨¢n, su apellido significa fin; su libro es La historia interminable, o sea, la historia sin fin. ?Es un juego de palabras?
R. Me di cuenta de ello despu¨¦s de escribir el libro.
Babelia
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