Entre la resignaci¨®n y el miedo
Quiz¨¢ estamos todos demasiado seguros de que en las pr¨®ximas elecciones no se dar¨¢ el mal mayor de una victoria posfranquista inducida por los desaciertos del mal menor socialista, es decir, de quienes lograron su mayor¨ªa con esa etiqueta. Ser¨ªa como una broma pesada, del destino ver instalado en la Moncloa al se?or Fraga, cumpliendo as¨ª una esperanza que ni siquiera el r¨¦gimen anterior le promet¨ªa, con el camino econ¨®mico desbrozado por la reconversi¨®n de Boyer y Solchaga y la disciplina constitucional del Ej¨¦rcito lograda por Narc¨ªs Serra. ?Se lo imaginan ustedes? Ser¨ªa como haber girado sin sentido para volver, m¨¢s o menos, al punto de partida. La transici¨®n en un pozo, vamos.No se volver¨ªa al franquismo exactamente porque para eso har¨ªa falta otro Franco, y Fraga no da la talla, pero estar¨ªamos muy cerca de regresar a la libertad sin libertinaje, la democracia bien entendida y, por supuesto, a la unidad de destino en lo universal, si es que de eso hemos estado alejados en alg¨²n momento, a pesar del Estado de las Autonom¨ªas. Y, por cierto, ?en qu¨¦ quedar¨ªan las denostadas autonom¨ªas manejadas por don Manuel? En mucho menos de lo que son, es decir, que bajar¨ªan de cero y quedar¨ªan, mas que congeladas, hibernadas. ?ste es, sin embargo, un tema que requiere tratamiento espec¨ªfico, y el preocupante es otro m¨¢s general: el del papel que est¨¢ jugando la mayor¨ªa socialista.
He le¨ªdo opiniones en estas mismas p¨¢ginas donde se acepta cierta inevitabilidad del papel que juega el PSOE, obligado no s¨®lo a abstenerse de hacer socialismo, sino, m¨¢s todav¨ªa, a dar la sensaci¨®n de que eso es algo que no entra en sus prop¨®sitos ni a corto ni a largo plazo. ?C¨®mo, de otro modo, podr¨ªa inspirar confianza a quienes tienen la clave del redesarrollo econ¨®mico, una vez atravesado el calvario de la reconversi¨®n? Me apresurar¨¦ a decir que dentro del estrecho margen que existe entre el mal menor socialista y el mayor populista, las diferencias son notorias, aunque tiendan a reducirse en . la medida en que, inevitablemente, el pragmatismo acorta las distancias. Por ejemplo, en punto a derechos humanos estaba claro -y, aunque en menor medida que al principio de la legislatura, lo sigue estando- que la mayor¨ªa socialista los defiende mejor.
?ltimamente, sin embargo, el presidente Gonz¨¢lez lleva ya la contabilidad de los muertos por el GAL y por ETA. Est¨¢ lejos de creer, como Fraga, que el mejor terrorista es el terrorista muerto, cree a¨²n en el arrepentido, pero destaca ya la ventaja que ETA lleva al GAL. Mal asunto. No era su costumbre dedicarse a estas operaciones aritm¨¦ticas, y tampoco lo era de su partido creer que el terrorismo se erradica mejor prolongando el per¨ªodo de los interrogatorios policiales mediante una espec¨ªfica ley cuya justificaci¨®n consiste en facilitar la labor policial. Hemos de resignarnos, sin embargo, porque la idea que tienen sus oponentes pol¨ªticos de lo que es autoridad abre las carnes. Sobre todo las de quienes la han sufrido en mayor o menor medida.
Nos movemos, pues, entre la resignaci¨®n y el miedo. Esper¨¢bamos m¨¢s de la mayor¨ªa socialista, tan generosamente concedida por el electorado. Es una mayor¨ªa sin precedentes en la historia democr¨¢tica de este pa¨ªs -con muy cortos precedentes, todo hay que decirlo-, que tal vez no esperaba la creaci¨®n de 800.000 nuevos puestos de trabajo -?a qui¨¦n se le ocurri¨® una promesa semejante?-, pero es seguro que s¨ª esperaba la contenci¨®n del desempleo y, por supuesto, no quiere permanecer en la OTAN ni de entrada ni de salida. ?Puede pensarse que una parte m¨¢s o menos grande de ella ha perdido el miedo al franquismo y est¨¢ dispuesta a dar sus votos al maquillaje de moderaci¨®n que adopta el l¨ªder de los populares? No ser¨ªa l¨®gico, porque un mal socialismo -un socialismo exclusivamente nominal- siempre es menos malo que un buen populismo fraguista, y cuanto m¨¢s bueno, es decir, m¨¢s fraguista, peor, pero con esas esperanzas juega la coalici¨®n de derechas.
Los amigos socialistas con los que hablo, alguno de los cuales, no muchos, m¨¢s bien pocos, militaron en la clandestinidad, donde ¨¦ramos cuatro gatos m¨¢s o menos, aunque, eso s¨ª, inexplicablemente confiados en la ruptura, me preguntan qu¨¦ otra cosa podr¨ªan hacer. Es su manera de responder a las cr¨ªticas. Seg¨²n ellos, y seg¨²n el propio Gobierno, no hay una manera socialista de hacer la reconversi¨®n industrial heredada. Me pregunto si se puede admitir la sentencia. Por lo visto, en el seno del Gobierno. hay corrientes digamos que mas a la izquierda -y se?alemos toda la relatividad que el t¨¦rmino contiene aplicado a partes de un mismo todo-, para las cuales la reconversi¨®n se hace demasiado salvajemente. ?Podr¨ªa, en un juego de mayor¨ªas y minor¨ªas dentro del sistema parlamentario, basado en la econom¨ªa social de mercado, practicarse un sistema diferente de reconversi¨®n? Por ejemplo, ?podr¨ªa atemperarse la reconversi¨®n a la creaci¨®n simult¨¢nea de puestos de trabajo alternativos? Lo cual querr¨ªa decir que tendr¨ªa que prolongarse en el tiempo y, prolongar las p¨¦rdidas de las empresas que las sufren.
P¨¢rece que el sistema de econom¨ªa de mercado tiene su l¨®gica en la que juegan unos factores, y otros, no. Por ejemplo, los intervencionismos no son admisibles. Hay vigilantes que levantan la voz alarmados cada vez que algo semejante ocurre. Es por eso que la soluci¨®n al problema Rumasa consiste en privatizar todo lo que dicho grupo de empresas absorbi¨® de caudales p¨²blicos. Nunca ha sido tan estrictamente observado el Gobierno socialista -?qu¨¦ quieren ustedes?, me cuesta trabajo escribir eso de socialista con naturalidad- como en el asunto Rumasa. Ha sido una prueba de su leal comportamiento capitalista. ?O no ha sido capitalista su comportamiento? Otra cosa distinta es que le haya sido imposible, dadas las circunstancias, adoptar medidas de nacionalizaci¨®n. Es decir, que se han visto obligados a adoptar medidas de privatizaci¨®n.
Nostalgias est¨¦ticas
Esas obligaciones, como todas, tienen un precio. Y esta inmovilidad a_que se ve, sometido el Gobierno socialista, o socialdem¨®crata, si se prefiere, que tanto monta porque a estas alturas, y dadas las circunstancias, las discusiones de las corrientes internas sobre tal cuesti¨®n no son otra cosa que nostalgias est¨¦ticas de lo que pudo haber sido y no fue, mueva a formularse la doble pregunta indagatoria cara al futuro de por qu¨¦ han sido as¨ª las cosas y c¨®mo pueden llegar a modificarse, si es que pueden llegar a modificarse. Es decir, no hay que acostumbrarse a vivir instalados en el peor podr¨ªa ser, como dicen que hay que acabar por instalarse en la crisis econ¨®mica, puesto que la crisis no se deja vencer.
Tal vez si las cosas se hubieran producido de otra manera..., es decir, si la transici¨®n hubiera contenido algunas dosis de ruptura... Pero no ha sido as¨ª, ni pod¨ªa ser as¨ª. A estas alturas, ya apenas si hace falta la descripci¨®n de los hechos que Ignacio Sotelo aduc¨ªa a estas mismas p¨¢ginas a primeros de marzo. Aqu¨ª no ha habido descalificaci¨®n del franquismo. Todav¨ªa ahora, de vez en cuando, personajes influyentes y con poder se escandalizan de que en uso de las libertades constitucionales, menos de las que se necesitan, pero m¨¢s de las que, por lo visto, cab¨ªa esperar, alguien se atreva a juzgar a Franco y considerarle, por ejemplo, culpable de que no haya habido durante sus 40 a?os de dictadura el m¨¢s m¨ªnimo respeto por los derechos humanos. Todav¨ªa votan a su memoria, a su paz de ultratumba, seis millones de electores que a?oran la ignorancia de la realidad en que viv¨ªan cuando lo desagradable estaba prohibido en los peri¨®dicos, como, por ejemplo, m¨¢s atracos de los que se consideraban razonables.
Nos hemos de resignar, por lo visto, a una larga operaci¨®n consistente en que el socialismo haga el papel del capitalismo, para que, una vez restablecidas las cosas, seg¨²n ese orden, se pueda hacer socialismo por fin. No revolucionario, claro est¨¢, sino constitucional, dentro del modelo de econom¨ªa de mercado, etc¨¦tera. Y cuando esa vuelta de 360 grados haya sido dada, ?se acordar¨¢n los socialistas de que lo fueron? ?Quedar¨¢ alg¨²n resquicio de izquierda en alg¨²n lado para reivindicar la libertad como justificaci¨®n de los cambios econ¨®micos y sociales? 0, m¨¢s simplemente, y dado el poder¨ªo creciente de los sistemas de defensa, ?quedar¨¢ alguien para contarlo?
Acabar¨¦ por el principio, con la irritada resignaci¨®n del peor ser¨ªa el franquismo, y todo lo que de cerca o de lejos se le parezca. Y confiemos que quienes no lo han padecido necesiten mucho m¨¢s que ese t¨¦rmino comparativo para resignarse. Mientras tanto cultivaremos la tierna y delicada planta de una izquierda que, por lo menos, sea reformista, es decir, aquello que en los tiempos c¨¢ndidos de las ilusiones no quer¨ªan ser ni los socialdem¨®cratas convictos y confesos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.