Una derrota barruntada en silencio
Antes de leer los peri¨®dicos, el candidato socialista termina una novela de ladrones y polic¨ªas. En la cocina, su esposa y una de sus hijas terminan de desayunar, mientras Raimon Obiols anuda su corbata roja, unas palomas arrullan delante de la ventana y se oyen las campanas de la catedral, que dan las once. Gruesas gotas de lluvia dan en los cristales de este viejo piso lleno de libros. Todo en esta casa responde al modelo de una familia de la peque?a burgues¨ªa de profesionales progresistas y catalanistas: las revistas, las colecciones de libros, los cuadros; la sencillez del mobiliario y el buen gusto, sin ninguna estridencia ni detalle de exquisitez desmesurada.Poco despu¨¦s de las once, con su esposa, baja la vieja escalera. ,"No te olvides el carn¨¦". Una de las ni?as, todav¨ªa en bata, despide a sus padres. "Si bajaras as¨ª, -Obiols sonr¨ªe- har¨ªamos un buen n¨²mero". En la calle de la Boqueria le espera una nube de fot¨®grafos y periodistas. "Hay periodistas que se empe?an en decir que cuando salgo de casa miro el Palau de la Generalitat, pero la verdad es que no paso casi nunca por la plaza de Sant Jaume". En la puerta del colegio se cruza con el rector de la universidad, Antoni Badia i Margarit, recibe buenos augurios y sube a votar.
Raimon Obiols est¨¢ acostumbrado a losflashes y a ese erizo de micr¨®fonos y grabadoras que se agolpa delante de su rostro. Pero mantiene siempre ese punto de timidez, que parece manifestaci¨®n de distancia ante s¨ª rri¨ªsmo, como si bailara en su cabeza una idea: "?Y qu¨¦ hago yo metido en todo este l¨ªo?". Seguramente es el ¨²nico candidato en la historia de la democracia que ha manifestado fastidio ante la necesidad de votarse a s¨ª mismo. Teme, y no lo esconde, esa eventualidad de afeitarse con un polic¨ªa auton¨®mico asom¨¢ndo se por la puerta del lavabo. La parafernalia protocolaria, polic¨ªas y escoltas deben producirle urticaria. La popularidad, en cambio, no le averg¨¹enza. Es todo el parip¨¦ que conlleva lo que hace surgir ese ligero moh¨ªn en su rostro. En esos metros que separan su casa del colegio, la gente le para y le reconoce. Un hombre ya mayor recuerda a su padre, el pintor m¨¢s popular de la Generalitat repubricana. Luego, regresa a su casa, donde transcurre este domingo gris y pl¨¢cido.
Arroz blanco con mahonesa y at¨²n, espalda de cordero, postre, caf¨¦ y brandy. Las callejas que circundan la plaza de Sant Jaume, donde se localiza el poder que se disputa en esta contienda, est¨¢n desiertas a eso de las cuatro, cuando Raimon Obiols y su esposa, solos, sin ch¨®fer ni escolta, se dirigen a pie hasta un cine, en el portal de ?Angel. La ventana indiscreta de Hitchcock, otra incursi¨®n en el g¨¦nero negro. Luego, de vuelta a casa, ese caf¨¦ de media tarde, desentumecedor, unos cigarrillos, un poco de tele y otro de radio, cuando alguien recuerda que hoy se juega el t¨ªtulo de Liga, y algunos comentarios sobre los ¨²ltimos datos de participaci¨®n. Cerca de las ocho, el candidato va al local de su partido y luego, a las nueve, al hotel Manila, a esperar.
Un domingo cualquiera de un ciudadano cualquiera. Gente corriente, sin apasionamientos ni grandes mitos, como la gran mayor¨ªa de los militantes de su partido. Su apuesta pol¨ªtica responde a este perfil, en el que se transparenta -a pesar de su circunspecci¨®n- la humanidad de un joven socialista que no es amante de estridencias ni de salvaciones de patrias.
Poco despu¨¦s de las diez, sin quiebros en la voz, aunque en televisi¨®n da una imagen ¨¢fectada por la derrota, reconoce ante sus compa?eros la envergadura del fracaso socialista.
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