El mundo en que vivimos
?Es posible describir con verdadera universalidad y una m¨ªnima coherencia la estructura actual de la vida hist¨®rica? Muchos lo juzgar¨¢n imposible. Dir¨¢n, tal vez: "Entre un marxista ortodoxo de Mosc¨² y un capitalista cristiano de Boston, entre un campesino de Sicilia y un obrero industrial de Osaka, "hay acaso otra semejanza que la de ser hombre viajar en autom¨®vil o en avi¨®n, Ver el televisor y vestir ropas hasta cierto punto an¨¢logas?". Frente a tan razonable objeci¨®n, yo me atrevo a pensar que, si todos esos hombres son medianamente cultos, algo semajante habr¨¢ en sus cabezas y en sus corazones bajo su casi uniforme indumento.De ser un postulado teol¨®gico (san Agust¨ªn, san Buenaventura, Bossuet) o un concepto filos¨®fico (Hegel, Comte, Marx), la historia universal de la humanidad ha venido a ser un hecho real y perceptible, y esto por tres razones principales: porque la noticia de un evento puede conmover en el lapso de pocas horas las almas de todos los habitantes del planeta, porque es posible destruir la ciudad m¨¢s distante con rapidez pareja y porque -bajo esas dos posibiliddes t¨¦cnicas- la conciencia de hallarnos implicados en un destino hist¨®rico com¨²n informa la existencia de los hombres de este siglo, cualesquiera que sean su nacionalidad, su clase social y su credo pol¨ªtico y religioso. Hay, pues, ciertos rasgos comunes en la actual vida de la humanidad. Por lo menos, los siguientes:
1. El tr¨¢nsito de la vivencia de la crisis como novedad a la vivencia de la crisis como h¨¢bito y peligro. Salvo algunos de mente zahor¨ª, los hombres anteriores a la primera guerra mundial cre¨ªan firmemente que la humanidad avanzaba e iba a seguir avanzando por el camino del progreso. Era entonces, para decirlo con expresi¨®n t¨®pica, la belle ¨¦poque. Pues bien: bajo el superficial optimismo euroamericano de "los felices veinte", pronto se va percibiendo que el mundo moderno ha entrado en crisis, y que la contienda de 1914 no hab¨ªa sido otra cosa que una expresi¨®n b¨¦lica de ese enorme y subyacente acontecimiento cr¨ªtico. Varios ensayos famosos -La decadencia de Occidente, de Spengler (1918); Una nueva Edad Media, de Berdiaeff (1924); Die geistige situation der Zeit, de Jasper (1931); Cambio y crisis, de Ortega (1933), Entre las sombras del ma?ana, de Huizinga (1935)- as¨ª lo har¨¢n ver.
Hasta aqu¨ª, con todas las consecuencias inherentes a la vida en situaci¨®n cr¨ªtica -azoramiento y desorientaci¨®n, constante repudio del pasado inmediato, tendencia al fingimiento y al autoenga?o, raptos sentimentales y operativos poco conexos entre s¨ª, versatilidad seg¨²n la penetrante descripci¨®n de Ortega-, el descubrimiento de la crisis como novedad. Desde aqu¨ª, con la segunda guerra mundial y sus nunca bien resueitas consecuencias, la vivencia de la crisis como h¨¢bito hist¨®rico y como peligro. Para el hombre actual, sean cualesquiera el contenido y el modo de su esperanza, vivir social e hist¨®ricamente es vivir en crisis. Tal parece ser la ra¨ªz de que brotan las tensiones de la actual vida colectiva, el talante b¨¢sico de todos los humanos cultos y los sucesos que diariamente tanto nos desazonan: intensificaci¨®n del conflicto generacional, rebeli¨®n de la juve ntud, estallidos de violencia, desinter¨¦s frente al mundo inmediato, auge de la droga, angustia frente a la contaminaci¨®n del ambiente, des¨®rdenes en la integraci¨®n hist¨®rica de los pueblos en v¨ªas de desarrollo... Y tal es asimismo el fundamento sobre que descansa la advertencia del peligro en que -no s¨®lo a consecuencia de las armas nucleares- vive el hombre de nuestra ¨¦poca. Tres grandes fil¨®sofos, Ortega, Heidegger y Zubiri, lo han denunciado con especial patetismo. El primero, proclamando la condici¨®n de n¨¢ufrago del hombre, m¨¢s grave que nunca en nuestros d¨ªas. El segundo, oteando el riesgo de una "noche del mundo" y un 9argo invierno", para el cabal ejercicio de la mente. El tercero, se?alando el angustioso coeficiente de provisionalidad que amenaza disolver la vida contempor¨¢nea. Voces que expresan lo que en silencio tantos y tantos sienten.
2. La extremada y parad¨®jica secularizaci¨®n de la existencia hist¨®rica. Iniciada en el siglo XVIII, creciente en el XIX, la secularizaci¨®n de la vida y del pensamiento se ha hecho radical y general a lo largo del nuestro. El "Dios ha muerto", de Hegel y Nietzsche, ha llegado a ser moneda corriente en grandes ¨¢reas del mundo civilizado. Pero, acaso porque el proceso hist¨®rico y psicol¨®gico de la secularizaci¨®n ha tocado fondo, no pocos secularizados han empezado a sentir que la m¨¢s profunda mundanizaci¨®n de la vida es compatible con cierta religiosidad -l¨¦anse, entre nosotros, los finos an¨¢lisis de Aranguren- y muchos creyentes han comenzado a pensar que la secularizaci¨®n de la vida intramundana debe pertenecer de alg¨²n modo a la vida religiosa del hombre actual.,
3. La realizaci¨®n factual de la utop¨ªa moderna acerca del dominio sobre la naturaleza. Dec¨ªan los medievales, traduciendo a los griegos, que en el mundo creado hay dos ¨®rdenes de la necesidad: la necessitas absoluta, frente a la cual nada podr¨ªa la t¨¦cnica del hombre (con ese modo de la necesidad sale el Sol por Oriente y se pone por Occidente) y la necessitas conditionata o ex suppositione, susceptible de ser t¨¦cnicamente gobernada (la que el m¨¦dico domina con su arte en las enfermedades no "incurables por necesidad"). A fines del siglo XIII, l¨¦ase la Respublica fidelium, de Rogerio Bacon, se inicia teol¨®gicamente y ut¨®picamente la quiebra te¨®rica de esa doctrina; la cual, secularizada ya, har¨¢ decir a Condorcet, cinco centurias m¨¢s tarde, que "la naturaleza no ha puesto t¨¦rmino a nuestras esperanzas". Pero s¨®lo en nuestro tiempo -conversi¨®n de la materia en energ¨ªa, vuelos espaciales sin l¨ªmite aparente, trasplantes de ¨®rganos, fabricaci¨®n de sustancias que nunca han existido, control cient¨ªfico de la herencia, fabulosas perspectivas de la bios¨ªntesis artificial y del ADN recombinante- se ha hecho firme y universal la conciencia de esa ?limitaci¨®n. El espect¨¢culo a que alude el m¨¢s impresionante de los versos del Dies irae-mors stupebit et natura, "muerte y naturaleza quedar¨¢n pasmadas"- parece hallarse en las manos del hombre.
4. La voluntad de plenitud del saber cient¨ªfico y la conciencia de la penultimidad de ¨¦ste. El espl¨¦ndido desarrollo del saber hist¨®rico a partir del siglo XVIII y la consiguiente advertencia de que hasta en las m¨¢s aberrantes actividades del hombre -la magia, por ejemplo- hay un hilo de verdad, han hecho que el sabio actual no quede satisfecho si no asume en su propia obra todo lo que en relaci¨®n con ella ha pensado la humanidad. Otro ejemplo, entre tantos posibles: la actual medicina antropol¨®gica intenta asumir originalmente cuanto parezca valioso en Hip¨®crates, Galeno, Paracelso, Mesmer, Claudio Bernard, Virchow, Koch, Ehrlich y Freud.
Con esta voluntad de plenitud se combina, a manera de reverso, la general convicci¨®n de la penultimidad del saber cient¨ªfico. En el siglo pasado, la ciencia pareci¨® ser un saber de salvaci¨®n
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Viene de la p¨¢gina 11y el sabio se sinti¨® a s¨ª mismo como un sacerdote -secular; en nuestro siglo, la ciencia es tan s¨®lo un saber de intelecci¨®n y de dominio, y el sabio, un deportista, un hombre capaz de consagrar su vida al logro de metas siempre pen¨²ltimas respecto de lo que para ¨¦l mismo deben ser el fin y el sentido de la existencia. De ah¨ª que, corrompi¨¦ndose, el sabio-deportista se convierta a veces en sabio-mercenario.
5.La universalizaci¨®n de los dos grandes ideales revolucionarios del mundo moderno. Las revoluciones del mundo moderno han tenido dos ideales b¨¢sicos, la libertad civil (la posibilidad efectiva de realizar la vida en el mundo de acuerdo con las ideas y las creencias de toda persona) y la justicia social (el logro de una participaci¨®n justa en el disfrute de los bienes que puedan ofrecer la naturaleza y la t¨¦cnica). Pues bien: entendidos de una u otra manera, con preponderancia o con detrimento de uno u otro, ambos ideales han ganado vigencia en casi todas las almas del planeta.
6. La pretensi¨®n de hacer calculable el futuro."?De qu¨¦ estar¨¢ hecho el ma?ana?", se preguntaba V¨ªctor Hugo, y con resignaci¨®n de tit¨¢n vencido y grandilocuencia neorrom¨¢ntica, se respond¨ªa: "Per¨® t¨², hombre, no quitar¨¢s el ma?ana al Eterno". Frente al ma?ana pr¨®ximo, por lo menos, muy distinta es la respuesta del hombre actual; as¨ª lo patentiza el sentido hist¨®rico de los "planes quinquenales" y de la reciente futurolog¨ªa. Hasta el futuro remoto llega, bajo forma de ciencia-ficci¨®n, tal voluntad de previdencia; The next million years es el t¨ªtulo de un libro de Charles Darwin, bisnieto del autor de El origen de las especies.
7. La general organizaci¨®n de la vida, seg¨²n el modelo urbano. Durante varios siglos, la contraposici¨®n de dos estilos de vida, correspondientes a los dos modos cardinales del habit¨¢culo humano, la ciudad y el campo, ha sido b¨¢sica para describir sociol¨®gicamente el vivir de los pueblos. Pero, al correr del nuestro, dos enormes sucesos hist¨®ricos, el crecimiento incesante de las grandes ciudades y la general tecnificaci¨®n de la vida, han ido organizando la existencia colectiva, seg¨²n un casi uniforme modelo urbano. La diferencia entre la ciudad y el campo subsiste todav¨ªa, pero cada d¨ªa va siendo menor.
8. La explosi¨®n demogr¨¢fica y la preocupaci¨®n por la suficiencia de los recursos naturales. ?C¨®mo vivir¨¢n los 6.000 o 7.000 millones de hombres que el a?o 2000 van a poblar el planeta? Los recursos de la naturaleza y la t¨¦cnica ?bastar¨¢n para alimentarles y vestirles? ?Hasta d¨®nde va a llegar la contaminaci¨®n atmosf¨¦rica? Y, por otra parte, ?ir¨¢ creciendo en igual proporci¨®n la masificaci¨®n de la sociedad que Ortega denunci¨®?
Peligros, zozobras y preguntas por doquiera, tan pronto como uno abandona el apoyo que prestan la ocupaci¨®n y la diversi¨®n cotidianas y reflexivamente. se enfrenta con la esperanza y el temor que el ma?ana suscita en cuantos no saben ser optimistas y no quieren ser apocal¨ªpticos. Peligros, zozobras y preguntas que, cualesquiera que sean la orientaci¨®n sociopol¨ªtica, la actitud intelectual y el credo religioso -religiosidad propiamente dicha, agnosticismo o ate¨ªsmo-" inevitablemente surgen en todas las almas sensibles y responsables.
En su meditaci¨®n sobre la t¨¦cnica, el fil¨®sofo HeideggIr intenta salir del trance sometiendo a muy personal reflexi¨®n dos sibilinos versos de H¨®lderlin, que en nuestro romance dir¨ªan: "Pero d¨®nde est¨¢ el peligro / all¨ª brota lo que salva". En este sordo y universal peligro, ?qu¨¦ ser¨¢, c¨®mo ser¨¢ lo que salve? Quien viva lo ver¨¢. Yo me limito a pensar que todos los caminos hacia el futuro deben partir del mundo que ahora han tratado de describir.
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