Caja de citas
Lo de las citas es una cosa mala; utilizo la palabra cosa para entendemos con un t¨¦rmino ambiguo con el que lo mismo se fr¨ªe una corbata que se plancha un huevo, para no utilizar lo de es un mal rollo y, en definitiva, para confirmar que las citas no funcionan.En nuestro pa¨ªs, las citas, en su acepci¨®n de se?alamiento de d¨ªa, hora y lugar para una entrevista, son pura entelequia.
-Oye, menudo plant¨®n el de ayer.
-Chico, no sabes c¨®mo llov¨ªa.
-S¨ª lo s¨¦: estaba all¨ª.
Le est¨¢ bien empleado al cretino, por puntual. La puntualidad es el primer pelda?o de la escala por la que ascendemos a nuestro techo de incompetencia, y no vamos a renunciar a tal trepaje; s¨®lo es virtud para atacar a la Renfe con su incumplimiento. En los dem¨¢s casos, ni la sociedad ni la ley nos acusan de nada; hasta las citaciones del juez son papel mojado, y por ah¨ª debe haber alguno esperando a don Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz. Las citas espaciotemporales no funcionan.
En la acepci¨®n de designar a una autoridad en apoyo de lo que se argumenta, las citas no funcionan mejor y no son menos importantes, puesto que con ellas se juega su prestigio el intelectual y todo aquel que dependa de un p¨²blico lector. La cita es importante, puesto que se vive en un mundo de im¨¢genes y la cita es el spot publicitario de la letra impresa. Su dureza anal¨®gica constituye todo un desaf¨ªo. Por m¨¢s que usted odie la m¨²sica mel¨®dica, "?no le hace pensar esto len Julio Iglesias?"; la respuesta deber¨ªa ser no, pero le apuesto a que no ha sido capaz de leerla sin pensar en el juglar de moda. He aqu¨ª la fuerza de la cita: obliga a pensar en alguien aun a costa de la propia voluntad.
Curioseando una revista cient¨ªfica, An¨¢lisis Cl¨ªnicos, por ejemplo, repaso la bibliografia al final de cada trabajo y los nombres extranjeros me abruman; los hay hasta japoneses. Cuando tropiezo con uno hisp¨¢nico puede jurar que por una perenne coincidencia es el del autor del art¨ªculo, y si son varios, coinciden con los de las personas que componen su equipo. En las universidades americanas la actividad cient¨ªfica se valoraba en t¨¦rminos cuantitativos por el n¨²mero de trabajos publicados; hoy d¨ªa la tendendia es a una valoraci¨®n m¨¢s sutil, cualitativa, por el n¨²mero de veces que el trabajo es citado por otros, y as¨ª, mira por d¨®nde, los americanos empiezan a des cubrir nuestra picaresca: yo te cito si t¨² me citas. Si la revista curioseada hubiera sido de literatura, las coincidencias nominales se hubieran multiplicado ad nauseam. Al no existir equipo de trabajo, las citas recaen en los amigos part¨ªcipes en el juego de la tarantela: "Yo te doy una cosa a ti, t¨² me das una cosa a m¨ª". Se puede forzar el juego, y as¨ª, yo puedo citar ahora mismo, sin venir a cuento y sin previo aviso, a Juan Cueto, Francisco Bejarano y Francisco Umbral, con la esperanza de que a su vez me citen en sus Cuadernos del Norte, Fin de Siglo y voluptuosas negritas. Se puede jugar a la prepotencia cultural citando a Karl Schneuber, Marie Dupont y William Braitwahite con fragmentos de sus novelas, poemas y ensayos, fundamentales pero todav¨ªa sin traducir al espa?ol, o, m¨¢s modestamente, alardeando de los ya traducidos y famosos Yourcenar.., Cavafis y Chomsky. Se puede hacer cualquier cosa menos citar a la competencia que no participa en la tarantela: antes morir que perder la vida, antes la omisi¨®n canalla que el nombre peligroso. El silogismo es simple: si no cito a Pepe, Pepe no existe.
Los autores m¨¢s avispados y al d¨ªa recuerdan que el boom suramericano se bas¨® en un par de magn¨ªficas novelas y en un mill¨®n de citas inteligentes; la maestr¨ªa de la continua confrontaci¨®n Vargas/Garc¨ªa est¨¢ en los manuales de marketing de la Madison Avenue. Si dichos autores tienen una obra magn¨ªfica y no encuentran pareja de front¨®n, optan por el sistema auton¨®mico oaut¨¢rquico. Antonio, tras cada art¨ªculo, env¨ªa cinco cartas ap¨®crifas al director, cuatro poni¨¦ndose por las nubes y una poni¨¦ndose fatal. Lo importante: es que hablen de uno, aunque sea bien, dijo Dal¨ª, y Salvador sabe un rato largo de esto. Fernando se organiz¨® su propio homenaje. Manolo y otros polemizan por alusiones remotas, son los m¨¢s habilidosos.
La perversi¨®n de las citas produce en nuestro depauperado panorama cultural, sea cient¨ªfico o human¨ªstico, un degradado sistema de valores el h¨¢bito de citar al amigo o al remoto inocuo y omitir al competidor conduce irremisiblemente a la incompetencia. La cita s¨®lo tiene significado si apunta al aut¨¦ntico valor del argumento; de ah¨ª que algunas antolog¨ªas m¨¢s parezcan venganza ruin que estudio serio del tema.
En la Espa?a estatal (se dice as¨ª para no decir Estado espa?ol y seguir siendo progre) las citas son un desastre, un caj¨®n de sastre, una caja de citas. En cuesti¨®n de citas, en cualquiera de sus acepciones, lo ¨²nico que funciona bien son las casas. En contra de lo que uno pudiera figurarse, dada la permisividad actual, las casas de citas no est¨¢n pasadas de moda: no hay m¨¢s que echar un vistazo a los anuncios por palabras para darse cuenta, aunque, eso s¨ª, el masaje es el mensaje. En las casas las citas se cumplen porque el servicio es de 24 horas y porque para ciertos servicios todos somos autoridad competente.
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