Don Claudio, la Edad Media y nosotros
Claudio S¨¢nchez Albornoz es el mayor y m¨¢s se?ero de nuestros cl¨¢sicos, y disfrutamos todos de su saber, como de patrimonio inestimable, desde hace muchos a?os, acordes los m¨¢s casi siempre, o discrepantes algunos a veces con sus manifestaciones, siempre cargadas de apasionada sinceridad. Debo a?adir, en honor a la verdad, que me cuento mucho m¨¢s entre los primeros, a pesar de la distancia que imponen medio siglo menos de vida, unos saberes m¨¢s escasos y experiencias personales y culturales distintas.Pero no podr¨ªa sentir de otra forma respecto a un hombre que afirma tener "sangre de historiador" y que defiende, y lo har¨¢ siempre a trav¨¦s de sus escritos, que "Espa?a hay que hacerla con la verdad, no con la mentira: con la verdad de la historia". Un hombre que se declara liberal y comprende la necesidad del cambio inteligente, garant¨ªa, tal vez, de paz y conservaci¨®n, en un futuro donde no. haya lugar para los desgarrones terribles que ¨¦l presenci¨® y ha padecido, puesto que ha sido actor, y su vida, parte y testimonio de la historia espa?ola reciente, desde la crisis de la Restauraci¨®n hasta el establecimiento del actual r¨¦gimen constitucional.
De todo esto ¨¦l mismo ha escrito mucho y bien. Deseo s¨®lo hablar del historiador, posiblemente del mayor historiador que ha tenido el pa¨ªs en nuestro siglo, aunque haya pasado 47 a?os de su existencia f¨ªsicamente fuera de ¨¦l, pero es de los que saben llevar a Espa?a en el coraz¨®n y defenderla con la inteligencia, sin hacer de menos, por ello, a su "segunda patria" argentina, donde ha dejado el fruto de su trabajo inmenso como embajador de la cultura y la historia hispanas, en una empresa que no tiene parang¨®n -en el plano institucional universitario- en ning¨²n otro pa¨ªs de Am¨¦rica. Promover siempre su mantenimiento debiera ser honra de todos y se?al de lucidez colectiva.
Es, don Claudio, un renovador de conocimientos, de m¨¦todos de trabajo, de puntos de vista en el panorama historiogr¨¢fico hispano a trav¨¦s de su carrera profesional, en la que se contempla y admira una prolongada y sostenida genialidad. Un autor que, adem¨¢s de ser gran especialista, creador de obras numerosas y excelentes, tiene siempre ideas globales y sugestivas sobre el devenir hist¨®rico espa?ol, como pr¨¢cticamente casi ninguno de sus contempor¨¢neos ha demostrado tenerlas.
Claudio S¨¢nchez Albornoz conjuga la mejor tradici¨®n de la historiograf¨ªa liberal y positivista y del institucionalismo con una profundidad de reflexi¨®n y una puesta al d¨ªa impares.
A ¨¦l se debe la renovaci¨®n completa de los conocimientos sobre la Hispania visigoda y, en especial, sobre los reinos cristianos occidentales hasta mediados del siglo XI, pero, adem¨¢s, sus aportaciones a per¨ªodos m¨¢s amplios, que alcanzan el siglo XIII castellano y leon¨¦s, son igualmente fundamentales.
Don Claudio ha hecho m¨¢s que nadie por la aproximaci¨®n entre arabismo y medievalismo, interesado como est¨¢ por los problemas hist¨®ricos del Islam andalus¨ª, rival y parcial inspirador de la naciente Espa?a europea del medievo. Y es, en fin, maestro accesible a todos, en un pa¨ªs cuya incultura hist¨®rica era, y sigue siendo, asombrosa fuente de disparates, e incluso de peligros, como no se cansa de avisar, entre la preocupaci¨®n y la esperanza por el futuro de Espa?a y de su herencia hist¨®rica en Am¨¦ rica. Su monumental Espa?a, un enigma hist¨®rico es, indudablemente, la reflexi¨®n m¨¢s amplia y completa que se haya escrito sobre nuestra historia, un libro fuente de ideas y pol¨¦micas, pauta para nuevos desarrollos, pues sobre ¨¦l, como sobre toda obra humana, tambi¨¦n pasa el tiempo, pero siempre hito y punto de referencia inevitable para el que quiera saber m¨¢s de su pa¨ªs y, por ende, de s¨ª mismo.
Los medievalistas de estas tierras seremos siempre vasallos de su ejemplo y deudos de su obra. Por eso, el Premio Pr¨ªncipe de Asturias que ahora ha recibidoe don Claudio es tambi¨¦n, no me cabe duda, motivo de satisfacci¨®n y alegr¨ªa para cuantos escribimos sobre la historia de nuestro pa¨ªs.
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