Sara Montiel
El tiroides, Paco, hijo, el tiroides, que lo tengo desde peque?ita, un m¨¦dico me dej¨® al morir el tratamiento, "esta ni?a tendr¨¢ tiroides hacia los cuarenta, hay que hacerle esto y esto", y justo, Paco, a los cuarenta y uno, zas, lo del tiroides, yo tengo en Buenos Aires, en Par¨ªs, en M¨¦jico, en Nueva York, en todas partes, mi tratamiento preparado, una c¨¢psula diaria, una vez que lo perd¨ª, la Cruz Roja me lo trajo urgente, no, no me da bocio, Paco, hijo, todo lo contrario, y me muestra el cuello limpio y esbelto, pero me da temblor de manos, mucho sudor o falta de sudor, yo tengo que cuidarme, estoy con doscientos gramos de lechuga diarios, pesados en b¨¢scula, pero en el restaurante, despu¨¦s de las acelgas con aceite, se mete un chulet¨®n de mucha tela, las pesta?as pintadas, se ha pintado tambi¨¦n las de abajo, con unas rayas rectas y graciosas, seguro que en su casa, y ahora est¨¢, entre pepona y bruja guapa de Hans Mayer, cenando aqu¨ª conmigo, esta tarde he escuchado a Olga Guillot, Paco, hijo, hemos temblado todos, T¨² me acostumbraste, B¨¦same much¨®, te acuerdas, Paco, hijo, era estremecedor, no s¨¦ si volver¨¢ a darse una mujer as¨ª generosidad de Sara / Sarit¨ªsima, mi querida Anto?¨ªsima, frente a la gran artista, y me canta bajito, en el restaurante con famosos y extranjeras, el b¨¦same, b¨¦same mucho, como si fuera esta noche la ¨²ltima vez, lo cual que me suena a Lucho Gatica, no s¨¦, uno tiene, a estas horas, el co raz¨®n confuso.-Yo vine a Madrid, Paco, hijo, y Ezcurra fue el primer hombre de mi vida, que cuando hice El ¨²ltimo cupl¨¦, a?o cincuenta y siete, un boom en Madrid, luego en Barcelona, la primera carta se la puse a la madre de Ezcurra, "a toda Espa?a le habr¨¢ sorprendido, se?ora, mi boom pero no a usted, que siempre crey¨® en m¨ª", porque ella cre¨ªa en m¨ª, por cierto que luego, cuando la segunda separaci¨®n, Pepe y yo acudirnos a Ezcurra, ?verdad, Pepe, amor?, como testigo, y fijate que se nos neg¨®, y adem¨¢s se puso hecho una furia con Pepe que era el setenta y cuatro O as¨ª, yo acud¨ªa al tribunal, once jueces en fila, en una iglesia que est¨¢ sin terminar, la Almudena o no s¨¦, qu¨¦, y yo, que me he acostado con muchos hombres, Paco, hijo, nunca hab¨ªa o¨ªdo cosas tan obscenas, tan pornogr¨¢ficas como las que me preguntaban aquellos jueces, qu¨¦ l¨¢grimas me ca¨ªan Paco, como diamantes, hijo, y luego en los descansos ven¨ªan hacia m¨ª, con la toga y un pitillo "hay que ver c¨®mo estabas en El ¨²ltimo cupl¨¦, Antonia, yo he visto la pel¨ªcula veinticinco veces", y luego volv¨ªan al estrado y se pon¨ªan otra vez la m¨¢scara y venga de hacerme preguntas pornogr¨¢ficas, palabras que yo no hab¨ªa o¨ªdo nunca ni haciendo el amor.
(La melena con raya al medio, de un casta?o oscuro y catastr¨®fico, joyas, tintes, soner¨ªa, perfumes, cosas que bajan hasta su pecho de dos alas, hasta sus manos que no paran, torcaces torpes por sobre la mesa y sus manjares, con la joya de siempre, como un cardo de oro florecido de diamantes, en el me?ique izquierdo.)
-Vine a Madrid de peque?ita, Paco, hijo, y me llevaron al Eslava, a ver a Celia, entre unos amigos y un militar manco, Mill¨¢n Astray, eso, Mill¨¢n Astray, ¨¦se que dices, y es la ¨²nica vez que la he visto, yo respeto su edad, Paco, hijo, y los ojos tan grandes que ten¨ªa, que los sigue teniendo, pero yo que ella no habr¨ªa vuelto, y esas botas que se ha puesto, tiene d¨ªas mejores, pero tiene d¨ªas fatales, Celia, contra lo que se cree, fue un mito muy local, madrile?o, sali¨® poco a provincias, y muy restringido a una ¨¦poca, no ten¨ªa carisma, me iba a ver al teatro, en Buenos Aires, una vez, aqu¨ª en Madrid, hasta me puse un traje suyo, y me sentaba, dec¨ªan que ella era m¨¢s gorda, mentira, ella no era gorda, a m¨ª el vestido me sentaba, "es de Celia G¨¢rnez", les dec¨ªa; ha venido a vender sus memorias, bien, yo todo lo respeto, yo tambi¨¦n he hecho mis memorias, en el Lecturas, 25 cap¨ªtulos, con Jos¨¦ Mart¨ª G¨®mez, que vino a casa y le ca¨ª fatal, y ¨¦l a m¨ª me ca¨ªa muy bien, ya ves qu¨¦ cosa m¨¢s rara, y fumaba en pipa, tan mono, hasta que Pepe dijo, ?verdad, Pepe?, tranquilos, tranquilos, y empezamos juntos a fumar puros y ya todo sali¨® bien, que yo ten¨ªa pensado, de muchos a?os, hacer las memorias con Terenci Moix, pero Terenci ya sabes c¨®mo es, qu¨¦ te voy a contar, que dentro de un mes, y pasaba un a?o, y as¨ª hasta seis a?os, y no empezaba nunca, que pas¨¦ una noche en su casa, y dormimos en la misma cama, y estuvimos toda la noche hablando de Egipto, y apag¨¢bamos los cigarrillos en la colcha, qu¨¦ m¨¢s daba, adorable Terenci, pero nunca escribi¨® una l¨ªnea, o sea que con Mart¨ª G¨®mez ha ido bien, ?que cu¨¢nto me han pagado?, no lo s¨¦, Paco, hijo, resulta que ver¨¢s, a una persona que hab¨ªa atendido mucho a mi madre, yo le dije digo, el d¨ªa que escriba mis memorias, los derechos son para usted, pero, llegado el caso, esta persona me dijo, la mitad de los derechos yo se los cedo a sus hijos, o sea que lo arreglaron entre abogados, pero cu¨¢nto te dieron, o sea que no me lo dice, que no me lo quiere decir, yo lo que quiero, Paco, hijo, es sacar rais memorias en libro, ¨¦stas y m¨¢s, todo lo que tengo por contar, con muchos documentos, todo documentado, y Antonia / Anto?¨ªsima es, hoy como siempre, tantos a?os, ese pliego de cordel, ese novel¨®n desencuadernado de su vida, que ella va deshojando mientras habla y corta la carne, sabiamente, evitando los gordos y los nervios, dentro de unos a?os, Paco, hijo, podr¨¦ hacer un libro con todo.
(Los ojos m¨¢s profundos que misteriosos, las pesta?as de pega, la nariz perfecta, los p¨®rnulos, la boca / naranja que ha elegido a juego con las u?as y la blusa, ya est¨¢ dicho, el descenso de todo hacia su busto, el tir¨®n de los pechos, catarata de luces y joyeles, de melena y de voz, todo en descenso hacia el coraz¨®n grande y valiente de esta mujer de edad y pedrer¨ªa.)
-Ahora hemos estado en M¨¦jico, Paco, hijo, all¨ª quieren a la Sara de siempre, no es la primera vez que vamos, ?verdad, Pepe? (Pepe ya sabe que no tiene por qu¨¦ contestar a estas preguntas m¨¢s transitivas que interrogativas), les he cantado lo que quieren de m¨ª, lo m¨ªo, y yo con las dos tetas, leche, que ¨¦sa es una cosa que all¨ª no est¨¢ bien vista, pues yo con las dos tetas, co?o, y les gusta que cante lo de siempre, no me dejan variar, estoy ya harta, me aburro de repetirme, es que no quieren otra cosa, M¨¦jico est¨¢ muy mal, Paco, hijo, C¨¢rdenas me parece a m¨ª que fue el ¨²ltimo presidente como debe ser, yo he estado en casa de los C¨¢rdenas, all¨ª no se ve el oro, t¨² sabes, Paco, hijo, que el oro y el amor no pueden ocultarse, pero en casa de los C¨¢rdenas no hay oro, Paco, hijo, te lo digo yo que he estado, los que han venido despu¨¦s, todos a lo suyo, el ¨²ltimo este Lamadrid, que se va a llevar lo que quede, pobre M¨¦jico, mi hija me dec¨ªa, al salir del teatro, mi hija, con cuatro a?os, por qu¨¦ hay tantos ni?os pobres, mam¨¢, por qu¨¦ no trabajamos aqu¨ª para los pobres, yo me quiero ir de M¨¦jico, mam¨¢, huele mal y los ni?os son pobres, mama¨ªta, si conocer¨¦ yo Am¨¦rica, Paco, hijo, M¨¦jico ahora est¨¢ fatal, Paco, te lo digo yo, hasta mi ni?a se ha dado cuenta, con cuatro a?os, en Nueva York hay calles enteras que son de los ricos mejicanos.
(Siempre en esta Anto?¨ªsima, cartel¨®n de s¨ª misma, el sentido social, nada dial¨¦ctico, claro, desde nuestra vieja y entra?able amistad, los hombres que tuvo en las c¨¢rceles del franquismo, t¨ªos, hermanos, primos, un algo visceral y muy vivido que la pone a la izquierda; a la izquierda, incluso, de sus joyas nocturnas de esta cena.)
-Mi t¨ªo, Paco, hijo, 21 a?os de c¨¢rcel, el pobre, fue a los jueces aquellos que te dec¨ªa y les dijo: "Antonia y su marido, como el agua y el aceite, no hay manera de juntarles, y luego la mi Antonia, que no cree en nada, en nada, que se va a condenar por no creer", y se tiraba de los pelos (y Antonia se tira de los pelos), ya ves qu¨¦ hombre, as¨ª fije saliendo lo m¨ªo, que las separaciones ten¨ªan que ser por La Rota, la Iglesia siempre por detr¨¢s, poniendo el cazo, pero nunca dando la cara, yo no creo en nada, gracias a Dios que tiene una salud, mi hija reza todas las noches, por la preceptora, claro, que la manda, mi hija tiene mucho sentido est¨¦tico, Paco, hijo, y en seguida vio lo guapo que era su hermanito, ella sabe que tiene dos mam¨¢s, una que est¨¢ en el cielo y otra que soy yo, y entonces dice: "La tercera rriam¨¢ del ni?o voy a ser yo, mam¨¢, cuando te mueras, dentro de muchos, de much¨ªsimos a?os; ya ves qu¨¦ tonta, miss Celia (la ni?a va al King's College), que no sabe que yo tengo dos mam¨¢s, una que est¨¢ en el cielo y la otra que eres t¨²", yo nunca he cre¨ªdo en nada, Paco, hijo.
(A las acelgas les ha puesto m¨¢s aceite. A las acelgas les ha puesto m¨¢s acelgas. Y luego viene el incoherente chulet¨®n a tope, y el vino, donde Sara es m¨¢s Sara y m¨¢s Antonia, y no acabamos nunca con la cena, y es una exposici¨®n de pendentifs comi¨¦ndose una carne casi cruda, algo entre daliniano y muy espa?ol, qu¨¦ c¨®mica de siempre es esta Sara.)
-Argentina, ya sabes, Cel¨ªa G¨¢mez, y el teatro Col¨®n, que coincid¨ªamos el Menuj¨ªn ese del viol¨ªn, Menuj¨ªn, jin, jin,y Arturo Rubinstein y yo, y les dijeron que esperasen unos d¨ªas, que el ¨¦xito de Sara Montiel no pod¨ªa pararse, y se tuvieron que esperar, y el Menuj¨ªn, jin / jin, que estaba en el mismo hotel que yo, dijo que quer¨ªa conocer aquella mujer que hab¨ªa revolucionado Buenos Aires, y una noche me dijeron, oyes, que tienes en un palco a Menlahin y Rubinstein, sal¨²dalos, y yo me dije, ay Dios m¨ªo, que no voy a saber decir el apellido, y entonces dije: "Tenernos esta noche entre nosotros a un mago del viol¨ªn que nos transporta..." El teatro se puso en pie, el violinista salud¨® desde su palco, yo qued¨¦ como Dios y sudaba que no veas. Eso es Am¨¦rica. El Menuj¨ªn, jin / jin tuvo que esperarse.
(Y cada vez que habla de Yehudi Menuhin, uno de los genios del siglo, con Picasso y Sartre, hace el adem¨¢n de tocar el viol¨ªn, y sabe que en Am¨¦rica la quieren, y su segundo ni?o es palmero, pero brasile?o, bueno, en Brasil tambi¨¦n hay palmas, y m¨¢s que en la Ciudad de Palma, y a la ni?a le ha dicho que el ni?o lo trajo una estrella, y lo escondi¨® en el jard¨ªn de Mallorca -2.000 metros cuadrados para que la ni?a lo encontrase.) -Pero siempre les hemos dicho la verdad, o sea la verdad, que ten¨ªan otra mam¨¢ que estaba en el cielo, porque lo descubren luego, de grandes, es peor, es un trauma, lo cual, Paco, hijo, que hay 80.000 ni?os, s¨®lo en Madrid, esperando que alguien los adopte, sufriendo una legislaci¨®n napole¨®nica, o isabelina, o lo que co?os sea, por la cual no puedes adoptar un ni?o si, no eres casada, si tienes m¨¢s de cuarenta a?os, si la leche. Nosotros, a los nuestros, hemos tenido que adoptarlos en Am¨¦rica, que ten¨ªamos avisos puestos en toda Am¨¦rica, y cuando nos avisaron del ni?o salimos corriendo, dej¨¢ndolo todo, para asistir al parto, es tan guapo, Paco, hijo, que yo le quit¨¦ los pa?ales para mirar si era una ni?a, ?cu¨¢ndo cambia Felipe esa legislaci¨®n, que es tan antigua y que s¨®lo favorece a las monjas, ya que todos esos ni?os que te digo est¨¢n en poder de ellas, que son las que los administran? La madre real se presenta cada seis meses a decir este ni?o es m¨ªo, y cuando lo has criado y educado, la t¨ªa llega y se lo lleva, porque ha dejado constancia de que es suyo, para ponerlo a trabajar o a pedir, eso no puede ocurrir hoy en Espa?a. Y en este plan, Paco, hijo.(Anto?¨ªsima ha cenado unas acelgas con aceite -"el aceite no me lo proh¨ªben, va bien para el intestino"-, chulet¨®n y vino. Los espejos del techo, los dorados de la cenefa, los carmes¨ªes del peluche, todo confluye en ella, en su dramatismo quieto de mujer de La Mancha, en su erotismo fijo de t¨ªa guapa con muchas tetas, en sus piedras como espejos, en sus espejos como piedras.)
-Am¨¦rica, dices, Paco, hijo. Am¨¦rica, para m¨ª, es Le¨®n Felipe, que me regal¨® esta pulsera que ves, de peluconas, y Alberti, que me abri¨® su casa, y me dio una fiesta en la que Casona dijo: "Hay que joderse, esta t¨ªa es lo que nos manda Franco". Yo estaba enfrente, oy¨¦ndole. Cuando volvi¨® a Espa?a, el primero de los exiliados, en seguida subi¨® al palco de do?a Carmen Franco a besarle la mano. Un d¨ªa estuvo en casa a pedirme que yo le interpretase una obra, y le dije simplemente, "usted perdone, pero es que su teatro no me interesa, me parece antiguo; no es lo m¨ªo". Yo tengo cartas de Neruda que publicar¨¦ en mis memorias en libro. Y el original de Los ojos de Picasso, de Alberti, que consegu¨ª de un italiano con mucho esfuerzo. Un d¨ªa, Franco me llam¨® y me dijo que ten¨ªa que ir a Italia, con don Antonio Garrigues y Jos¨¦ Mario Armero, a convencer a Alberti de que volviese a Espa?a. Llegados a Roma, yo llam¨¦ a Alberti, me dijo que fu¨¦semos en seguida a su casa, me mand¨® sentar en un sof¨¢ -"T¨² est¨¢te quieta"-, habl¨® con aquellos se?ores y, naturalmente, no sacaron nada en limpio. "Porque usted es Espa?a, porque Espa?a es usted". Nada, ni caso. Ya sabes c¨®mo es Rafael, Paco, hijo.(El pelo a raya, poniendo orden y norma en la dulce cat¨¢strofe de la melena: "D¨¦jame ver lo buena que est¨¢s, Antonia". Las pesta?as dibujadas, que le dan a Anto?¨ªsima un encanto popular de mu?econa manchega. Los pechos libres y evidentes bajo la blusa naranja. Las manos, las manos, llenas de pueblo y pedrer¨ªa, curvadas de expresividad, m¨¢s que de afectaci¨®n, un lujo de mujer lujosa descendiendo de los ojos a los pechos. Me traen a casa en el gran delf¨ªn blanco de Pepe Tous.)
-Un disco, dices, Paco, hijo, un disco, me alegra que me hagas esa pregunta, la gente siempre quiere lo mismo, pide lo mismo, me tienen loca, Fumando espero y todo eso, no hay manera de renovarse, yo podr¨ªa tener una letra tuya, por ejemplo, pero los p¨²blicos insisten en el t¨®pico, y eso determina lo que ha de ser el disco. Mezclar cosas nuevas y viejas, dices. Se puede hacer, pero no creas que funciona mucho. El ¨²ltimo cupl¨¦ es del 47 y de ah¨ª no se han movido. La otra noche, aqu¨ª en Madrid, me ped¨ªan lo de siempre, y se lo fui aplazando, a ver si se olvidaban. Actu¨¦ con Lola Flores, s¨ª. Hace unos d¨ªas cenamos en casa de Lola, con Olga Guillot. Lola es ella y no se puede esperar de ella otra cosa. Celia no ha tenido nadie que le diga que se retire a tiempo. Yo espero que Pepe no me deje pasarme ni un pel¨ªn y me avise con mucha anticipaci¨®n de cu¨¢ndo tengo que dejarlo.(Es como si Anto?¨ªsima estuviese haciendo la digesti¨®n, no ya de las acelgas y la carne y el vino, sino l¨¢ digesti¨®n de los dorados comestibles, del estucado digerible, de los rojos bebibles del cenador. Se me aparece, en la madrugada madrile?a, llena de gloria y sencillez, pero una gloria de purpurina y una sencillez de moza manchega.)
-En el pueblo de Montiel, donde no hab¨ªa estado nunca, me han puesto una calle, y fui con la m¨¢s vieja del lugar, que se llama Sara y tiene 93 a?os, y es as¨ª de bajita, del brazo, a destapar la l¨¢pida con mi nombre. Dicen que he paseado el nombre de Montiel por el mundo. La autonom¨ªa Castilla / La. Mancha me tiene algo as¨ª como por madrina. Que a ver si os ven¨ªs este verano, Paco, hijo, a pasar unos d¨ªas con nosotros en Mallorca, que all¨ª te vas a encontrar a gusto. Tengo cartas, Paco, hijo, de Le¨®n Felipe, Casona, Alberti, Neruda, mucha gente. Creo que puedo hacer un libro de memorias interesante, pero dentro de un tiempo. (No quiero decirle que a Raquel Meller le pasaba lo mismo que a ella con las mismas canciones: que se pon¨ªa hist¨¦rica cuando el personal volv¨ªa a pedirle El relicario. Es la forzosidad de la imagen, que algunos hemos conocido.) Hay en Nueva York, Paco, hijo, un retrato m¨ªo, por Diego Rivera, que vale 700.000 d¨®lares.
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