Singular mujer, singular pel¨ªcula
Andrew Sarris culpa a la cr¨ªtica, obsesionada por los contenidos argumentales de los filmes e impermeable a sus aspectos formales, del olvido de John M. Stahl, uno de los directores de la Metro Goldwyn Mayer en los a?os 30 y ennoblecedor -era un realiza dor de pulcritud y transparencia exquisitas- de guiones casi siempre t¨®picos. Fue la mediocridad de los contenidos lo que dispar¨® hacia arriba la elegancia de formas de este hoy desconocido arist¨®crata dela pantalla.Fue Stahl creador, del gran melodrama del Hollywood cl¨¢sico, maestro de S¨ªrk y de Wyler, y superior a ambos en los anales del g¨¦nero, pues ¨¦l fue uno de los que literalmente invent¨® la compleja sintaxis a que oblig¨® la adaptaci¨®n del melodrama mudo al cine sonoro. Imitaci¨®n a la vida, Sublime obsesi¨®n y Las llaves del reino, son perfectos. melodramas blandos. A su modo son inmejorables, aunque a nuestro modo parezcan hoy con fundamento algo azucarados.
Estas, obras blandas de Stalil no hac¨ªan presagiar que en 1945, ya en la rampa final de su carrera, este cineasta elaborar¨ªa para la 20 Century Fox uno de los melodramas m¨¢s duros de la historia del cine, Que el cielo la juzgue, obra de sombr¨ªa fuerza, barrida por vientos de enrarecida violencia y que lleva dentro uno de los dibujos de mujer m¨¢s vidriosos y perturbadores que dio este g¨¦nero de consumo hogare?o.
La pel¨ªcula es de una rara hermosura. Sigue el esquema ortodoxo del filme de intriga psicol¨®gica, a la manera-de Rebeca, de Alfred - Hitchcock, pero hay en ¨¦l inquietantes indicios de que algo se escapa, lo que obliga a bucear al espectador en la trastienda de los mal¨¦ficos sucesos y en el bronco caracter de la protagonista, en busca de una explicaci¨®n no argumental, sino de vuelos mayores, de la intensa par¨¢bola.
El c¨¦lebre personaje es ya indisociable de la actriz que la cre¨®, Gene Tierney, una de las mujeres m¨¢s bellas del cine, tan injustamente olvidada como Stalil. Es una especie de Rebeca de Winter, motor oculto del filme de Hitchcock, capturada en vivo, con toda su carga de inquietante sensualidad a flor de piel. Asombroso personaje, acosado por una continua invitaci¨®n a la contemplaci¨®n superreal, capaz de engolarse sin la menor ca¨ªda en el rid¨ªculo -?aquella memorable escena en que Gene Tierney- cabalga y esparce por la tierra las cenizas de su padre!- y de ofrecer al mismo tiempo una fuerte carga simb¨®lica junto a una carnalidad d¨¦ aut¨¦ntico disparo er¨®tico. La casi irreal belleza de la actriz, que vimos en La ruta del tabaco, de Ford, y que fue hero¨ªna de la admirable Laura, de Preminger, es aqu¨ª un componente esencial del sabor a realidad so?ada, en forma de pesadilla, en que la tremenda historia, como sobre una cuerda floja, se mueve. Singular mujer para una singular pel¨ªcula.
Qu¨¦ el cielo la juzgue se emite hoy a las 22.30 por la primera cadena.
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