A Dubl¨ªn, de romer¨ªa, para el 'Bloomsday'
Desde hace 30 a?os, los devotos de Joyce repiten el hist¨®rico paseo de Leopoldo Bloom
Aquel 16 de junio de 1904 era jueves, un d¨ªa normal. Pero ahora, 80 a?os m¨¢s tarde, la fecha ca¨ªa en s¨¢bado. No es lo mismo. S¨¢bado, en Dubl¨ªn, es jornada de histerismo creciente, de cerveza a¨²n m¨¢s negra y de v¨®mito angustioso ante la mortal llegada del sant¨ªsimo domingo. Los domingos irlandeses siguen siendo sant¨ªsimos.Aun as¨ª, el cielo no presagiaba tormenta de agua. Estaba gris y seco como la panza de un burro, y el mar de Irlanda parec¨ªa un lago de plomo alrededor de torre Martello.
Esta torre, construida por los brit¨¢nicos en 1804 para defenderse de la invasi¨®n napole¨®nica, queda a 10 kil¨®metros del centro de Dubl¨ªn. Aqu¨ª mismo vivi¨® James Joyce unos d¨ªas, y de aqu¨ª arranca la acci¨®n de Ulises. Arranca, como todo en literatura, de puro milagro: en un arrebato nocturno, un amigo la emprendi¨® a tiros dentro de la torre, y los sesos del valioso escritor casi volaron por los aires. As¨ª que Joyce se fue hacia su propia odisea y dej¨® atr¨¢s esta fortaleza para que los nietos de quienes le rechazaron en vida la convirtieran, a su debido tiempo, en el Museo Joyce, lugar de peregrinaje y reclamo de divisas.
Vestido de riguroso luto, aunque sin corbata, Mark Fox, un californiano de 24 a?os, fue el primero en llegar a torre Martello a las ocho de la ma?ana de este nuevo Bloomsday. Hab¨ªa, alquilado un traje negro que le ven¨ªa estrecho y corto para su estatura voluminosa. Segu¨ªa calzando zapatillas de tenis -"como el maestro cuando era pobre"- y estaba muy feliz. Dijo: "Lo confieso, no he dormido en toda la noche, por los nervios, y ahora soy el primero. ?Oh, Dios m¨ªo!, ?oh, m¨ªster Bloom!, s¨®lo esto merece el viaje a Europa".
Minutos m¨¢s tarde llegaron otros enlutados y ceremoniosos admiradores de Joyce en bicicletas prehist¨®ricas. El califomiano Fox daba saltos de alegr¨ªa (su oficio, por otra parte, era el de dise?ador de videojuegos en Los Angeles), y entre todos montaron hornillos, pusieron sartenes al fuego, y a las mismas puertas del museo cocina ron el desayuno joyciano de bacon, salchichas, extra?as v¨ªsceras y ri?ones de cordero.
En ¨¦stas, el director de torre Martello abri¨® la torre, se puso un blazer rayado para la fiesta y se sum¨®, t¨ªmidamente, al ritual. Fue el norteamericano quien ech¨® mano del ejemplar subrayado de Ulises: "Los ri?ones estaban en su mente mientras se mov¨ªa en. la cocina, a m¨ªster Bloom... sobre todo le chiflaban los ri?ones de cordero asados que daban a su paladar un suave aroma a orina...".
Luego cerraron el libro, y abrieron la boca, y fueron trag¨¢ndose calor¨ªas sobre aquel bordillo que, en cierto modo, era como un improvisado altar. En poco rato, el grupo se hizo numeroso, y unos dec¨ªan sentirse dentro del personaje Bloom, mientras otros -por alguna secreta raz¨®n, algo beb¨ªdos- optaban por seguir los pasos de Stephen Dedalus.
Nicholson, el director del museo, puso un cuaderno de visitas en el mostrador lleno de memorabilia joyciana. Un tipo con la cabellera erizada y roja, vestido de levita y haciendo eses, anot¨® en la columna de comentarios: "Resaca". Otro, mordisqueando a una preciosa muchacha, escribi¨®: "Espectacular". Y unos tras otros iban entrando en este templo, y sub¨ªan a lo alto de la torre por la estrecha escalera de caracol, y all¨ª arriba daban rienda suelta al potro desbocado de su fantas¨ªa.
Mezclados en esta fritanga de tocinos y frases inconexas del Ulises, los turistas ped¨ªan que en el billete de entrada les estamparan el sello con tan se?alada fecha, y una se?ora de Brasil pregunt¨® si, por casualidad, tambi¨¦n se esperaba la llegada de travestidos. M¨¢s tarde, esta misma mujer se enjugaba las l¨¢grimas delantedel billetero de Joyce, de su bast¨®n de paseo, del chaleco y sobre todo de la corbata que hab¨ªa donado Samuel Beckett con estas l¨ªneas: "Me la regal¨® Joyce de su abundante surtido en 1929 o 1930. Tal vez la llev¨® algu na-vez con el chaleco". Junto a la brasile?a, una negrita, estudiante en Birmingham (rama de Psicolog¨ªa), daba ahora un grito para que todos salieran a ver pasar el transbordador, como Stephen, "cuando lo contemplaba apoyado tras el parapeto".
Todo iba muy bien. Incluso se asom¨® el sol un poco. Y las piernas, blancas como esp¨¢rragos en conserva, de estas amantes de Joyce se expusieron a los rayos, sin olvidar por ello toda la trascendencia literaria del momento.
Del lugar que se reserva a ba?istas masculinos, entre las rocas, un grandull¨®n totalmente desnudo se volvi¨® hacia los fans del autor de Ulises y, agitando ambas manos, les gritaba que hicieran deporte mens sana in c¨®rpore sano, y que ya estaba bien de carnavaladas. Una muchachita le devolvi¨® el saludo impasible. S¨®lo le dijo, con un hilo de voz: "?C¨¢llese, bastardo!".
"Ulises ya no tiene patria"
Luego lleg¨®, entre otros, Charles Bugbee, de 28 a?os, y de Nueva York, quien necesitaba expasionarse: "Aqu¨ª estoy de casualidad me encontraba en Florencia ayer y vi el calendario y dije: '?Cristo!, si ma?ana es Bloomsday', y fui al avi¨®n de Mil¨¢n, y, ?uf!, aqu¨ª me ten¨¦is". Le ten¨ªan, Y le llevaron en volandas, a este nuevo amante de la odisea, que pidi¨® comprar la nueva edici¨®n corregida de Ulises a¨²n antes de su presentaci¨®n oficial. "Yo tengo esos 200 d¨®lares a punto", afirm¨® Bugbee.
Los reunidos saludaron al veterano John Ryan, de 59 a?os, quien asiste desde 1954 (el primer a?o que se celebr¨® Bloomsday) al festejo. Dijo que no quedar¨¢ piedra sobre piedra: "Se est¨¢n cargando Dubl¨ªn. No queda casi nada en pie, y Ulises ya no tiene patria entre nosotros".
Este hombre hab¨ªa ido a Eccles Street, n¨²mero 7, en 1962. Hab¨ªa subido a la vivienda de m¨ªster Bloom, y, "ag¨¢rrense, me abri¨® una se?ora que no sab¨ªa qui¨¦n era Joyce y se llamaba ella misma la se?ora Joyce, como otra de los 360 Joyces que hay en el list¨ªn telef¨®
nico ?No es esto joyciano?". Entonces se oy¨® una carcajada, la ruidosa carcajada de un sobrino nieto del escritor, un tal Robert Joyce, de 38 a?os, un tipo alto al que todos reverenciaron. Pero Robert no deseaba enga?ar a nadie: "Miren, yo no he logrado leer Ulises, no me da verg¨¹enza decirlo, me ahogo en ese mar de 300.000 palabras; yo me dedico a correr para no engordar y a asesorar inversiones inmobiliarias". El sobrino del genio pidi¨® una copita de champa?a cuando al director del museo de su t¨ªo le entregaron los tres vol¨²menes de la nueva edici¨®n sin los 5.000 errores de las anteriores. Viendo los manuscritos de la obra se comprend¨ªa esta necesidad correctora: en las p¨¢ginas escritas de su pu?o y letra, Joyce puso m¨¢s pu?o que letra.
La entrega se celebr¨®, pues, con espumoso y aplausos escol¨¢sticos. El sobrino se fue a correr con su esposa (curiosamente llamada Joyce Joyce, de nombre y apellido), y los admiradores del t¨ªo descendieron a Dubl¨ªn a pasear por las irreconocibles calles de Ulises.
Un venerable safari
Otros grupos iban de all¨¢ para ac¨¢, con un gu¨ªa-lector al que pagaron libra y media, en venerable e inocuo safari. Algunos llevaban planos topogr¨¢ficos, que son de mucha ayuda, y as¨ª atravesaron la calle de Grafton, repleta de punks con crestas amarillas, para meterse en el restaurante Bailey, donde guardan con alcanforina la puerta del n¨²mero 7 de la calle de Eceles, hogar de Bloom, cuyo edificio ya fue demolido.
La gu¨ªa Frida O'Brien ley¨® un p¨¢rrafo conmovedor de Ulises gastr¨®nomo y hambriento y encamin¨® a su grupo hacia la taberna de Davy Byrnes (casi enfrente), donde s¨ª pudo el personaje saciar su apetito, aunque modestamente. Un cartel dec¨ªa en este bar: "El 16 de junio de 1904, Leopoldo Bloom pidi¨® un emparedado de queso y un vaso de vino. ?Por qu¨¦ no hace usted lo mismo?, s¨®lo son 2,95 libras".
En efecto, mientras los enlutados declamaban p¨¢ginas enteras en los m¨¢s inesperados puntos de la ciudad, los d¨®ciles turistas obedec¨ªan la orden del publicano de Duke Street: un poco de pan, queso y vino son siempre buenos para andar el camino.
S¨®lo al pasar estos grupos de a pie por las cercan¨ªas del Trin¨ªty College, un tipo que vest¨ªa talmente como m¨ªster Bloom, que ten¨ªa adem¨¢s algo de la tristeza de Dedalus y que usaba gafas como Joyce grit¨®: "?Hale, a casa ya los de la Salvation Army! ?Profanadores! ?A casa!". Nadie le hizo el menor caso.
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