Un viejo mito, bajo la noche estrellada de Vallecas
Fue el primer concierto en Espa?a de Bob Dylan y, como era de prever, el estadio del Rayo Vallecano estaba a rebosar, aunque todav¨ªa vend¨ªan entradas en taquilla a las diez de la noche. La zona estuvo intransitable durante las dos horas precedentes al inicio del recital, porque invadieron Vallecas los que s¨®lo acuden al barrio perif¨¦rico en casos tan extraordinarios como ¨¦ste. No hab¨ªa jovencitos tocados de peinados en punta o tachuelas claveteadas sobre el cuero negro. Era un p¨²blico sosegado, adulto, de pantal¨®n vaquero y zapatillas deportivas el que presenci¨® el concierto. Un p¨²blico al que la larga actuaci¨®n de Carlos Santana y la dilatada espera del ¨ªdolo estuvo a punto de derrotar por agotamiento.Entre el agotamiento y la expectaci¨®n que un mito de la categor¨ªa de Dylan puede provocar, el p¨²blico estuvo durante casi toda la actuaci¨®n sin aliento. Fue el de Dylan un concierto silencioso, de suaves aplausos. Unos, arrobados por su cercana presencia -estaba all¨ª, a menos de 60 metros- y otros, somnolientos, sin poder reprimir el bostezo. La larga espera y los proleg¨®menos que todo concierto de rock que se precie conlleva, hab¨ªan desanimado a m¨¢s de uno. "Por las 2.200 pesetas de la entrada me compro un par de elep¨¦s y los oigo en casa tranquilamente, como un se?or", dec¨ªa un joven de calva incipiente a su pareja.
Porque todo concierto de rock que se precie, aunque en este caso se tratara de un cantante folk de melod¨ªas y mensajes conocidamente pac¨ªficos, ha de contar con los atascos previos, en el coche, y en las puertas de entrada despu¨¦s. Los amenazantes caballos de la polic¨ªa han de bufarte encima mientras guardas cola, los servicios de seguridad han de obligarte a traspasar un inc¨®modo embudo humano mientras te conminan a abandonar en la puerta el bote de cerveza conseguido. No se trata de evitar incidentes, sino de que los compres en los bares de dentro del recinto.
El espectador de un concierto de rock, como es cl¨¢sico tambi¨¦n, llega armado de paciencia. Y m¨¢s en este caso. Porque hab¨ªa mucha gente entrada en a?os; estaban todos aquellos a los que las canciones de Dylan les evocaban otra ¨¦poca. Y ah¨ª estaban cuatro ministros del Gobierno para corroborar esa impresi¨®n general de que era un concierto para carrozas. "?Has visto qui¨¦n est¨¢ ah¨ª? El de la guerra y el de justicia", comentaba un joven junto a la presidencia con cierto tono reprobatorio. Fernando Ledesma hab¨ªa ocupado su asiento con cierta gravedad: traje, corbata y se?ora incluida. Tambi¨¦n hizo acto de presencia Joaqu¨ªn Almunia, el ministro de Trabajo v un poco m¨¢s tarde, Javier Solana, el de Cultura, que m¨¢s acostumbrado a estas lides se hab¨ªa despose¨ªdo de la corbata y luc¨ªa la chaqueta al hombro y una amplia sonrisa.
Fue un concierto tranquilo, incluso aburrido para muchos. Los de las gradas se mantuvieron sentados durante las cinco horas de recital. El espectador del c¨¦sped, como es tambi¨¦n habitual, suele estar m¨¢s animado. Los hubo que no pararon de bailar siempre que el grupo de Santana no se entreten¨ªa haciendo solos de bater¨ªa o interpretando el concierto de Aranjuez con el que obsequi¨® el famoso guitarrista. Los del c¨¦sped acog¨ªan con regocijo el ritmo fuerte y las canciones m¨¢s conocidas para no parar de botar, que en un concierto multitudinario no se admiten las sutilezas.
Tanto en las gradas como en el c¨¦sped, fueron protagonistas las calvas incipientes y el chocolate; que hasta a la presidencia de los ministros llegaba el humo de los canutos. De manera que cuando Dylan sali¨® al escenario, as¨ª, de pronto, confundido entre los m¨²sicos de su grupo y sin saludar, los espectadores estaban ya m¨¢s relajados de lo habitual. Recibieron al ¨ªdolo en pie, con aplausos cuando cayeron en la cuenta de que era ¨¦l, el de la levita negra y la guitarra colgada al hombro. Boy Dylan caus¨® el silencio y la expectaci¨®n. Por fin, a la una, hab¨ªa salido al escenario y quer¨ªan o¨ªrle y, a ser posible, cantar con ¨¦l algunas de sus canciones, cosa que s¨®lo fue posible al final.
Mientras, desde el principio de su actuaci¨®n, la gente abandonaba el estadio en lento, pero continuo goteo. Dentro, la mayor¨ªa comenzaba a relajarse del todo. Las parejas se apoyaban mutuamente, no se sabe si por un arrebato de amor, de nostalgia o como sistema para resistir mejor el cansancio. Otros muchos se recostaban en la hierba y cerraban los ojos. Bob Dylan cantaba all¨ª, en directo, para ellos, bajo la noche estrellada de Vallecas.
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