Terror y ternura
Segundas partes fueron mejores. El monstruo del Doctor Frankenstein es una luminosa, terrible y hermosa pel¨ªcula, realiza da por James Whale en 1931 que dio a conocer a Boris Karloff, un actor ingl¨¦s de disparatado cuerpo y de enorme talento, hasta entonces ignorado, que se elev¨® a causa de este filme, de la noche a la ma?ana, a las cumbres de las leyendas vivientes del cine. Muerto, todav¨ªa sigue en esa cumbre.En 1935, soliviantados los productores por el descomunal ¨¦xito de este filme, se rod¨® una segunda pel¨ªcula, La novia de Frankenstein, destinada a aprovechar la demanda creada por la primera. El resultado, La novia de Frankenstein, cumpli¨® con creces los objetivos comerciales que lo propiciaron, pero de paso colm¨® todav¨ªa m¨¢s los resultados estrictamente cinematogr¨¢ficos. Si aquella era una inolvidable pel¨ªcula, esta segunda parte rondaba inesperadamente la perfecci¨®n.
La novia de Frankenstein es una obra mucho m¨¢s compleja e imaginativa que la primera. Esta padec¨ªa, dentro de su innegable altura, de cierto esquematismo, probablemente inevitable a causa de los necesarios proleg¨®menos did¨¢cticos y explicativos del complejo asunto que expon¨ªa. Por el contrario, en La novia de Frankenstein, que da por descontado el pleno conocimiento del p¨²blico de la iconograf¨ªa frankensteniana, James Whale pudo ir al grano sin mediaciones, rodeos y explicaciones de ning¨²n tipo, circunstancia que le permiti¨® elaborar un riguroso poema en im¨¢genes, de extraordinario acabamiento formal. El filme es redondo y expresa con mucha m¨¢s precisi¨®n que el primero la estremecedora belleza del negro poema y su asombroso protagonista.
La tragedia del pat¨¦tico humanoide creado por el Doctor Frankenstein, esa criatura que devora a su propio creador y que hasta le usurpa el nombre, es expuesta en La novia de Frankenstein a trav¨¦s de una sorprendente mezcla de horror y humor, que nos permite esta vez entrar, casi sumergirnos, en el esp¨ªritu de este extra?o individuo, en busca de las fr¨¢giles y contradictorias ra¨ªces de su casi inaceptable, para el hombre, humanidad.
Y el hombre, el animal llamado hombre, aparece torpemente en el horizonte de la pobre y acosada bestia, condenada a una soledad que le convierte en un hosco asesino por amor. Un asesino enamorado, sellado por una especie de estigma de esp¨ªritu, nebuloso, obtuso y dolorido, de homicida por despecho contra la especie animal que es la suya, que le cre¨®, y que no obstante le desprecia una vez creado, por que est¨¦ticamente es un remedo irrisorio de s¨ª misma. El negro poema de la violencia y el poder del padre se hace as¨ª negro poema de la soledad y el desvalimiento del hijo.
Ver al humano monstruo, en la prodigiosa escena del m¨²sico eremita, convertido en un delicado, apasionado e incontinente mel¨®mano, es una imagen de tal fuerza y a la par de tan estremecida ternura, que ella sola contiene a todo el desaforado mito desplegado en la primera pel¨ªcula, pero multiplicado su efecto por la energ¨ªa de la s¨ªntesis y por la desinhibici¨®n que James Whale logr¨® ante el personaje cuando supo que este pisaba sobre terreno seguro y que era universalmente entendido. Es una escena realizada con tal sutileza y transparencia, que resume el abismo de la inhumana tragedia de esta criatura humana, hecha a imagen y semejanza de nuestras pesadillas.
Contribuye a la intensidad y la gracia de La novia de Frankenstein la presencia de la actriz que interpreta a esta novia, la inglesa Elsa Lanchester, que fue esposa de Charles Laughton, una actriz eminente, que casi nunca sobrepas¨® la barrera de los grandes secundarios, y que aqu¨ª elabora un Frankenstein femenino que no tiene desperdicio. El d¨²o entre monstruos que entablan Karloff y la Lanchester es una de las m¨¢s adorables batallas del cine.
La novia de Frankenstein se emite hoy a las 22.00 por la segunda cadena.
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