La generacion de despu¨¦s de los 'posters'
"Las ciudades de Europa occidental se van plagando de este nuevo modelo de juventud", me dec¨ªa hace poco un profesor universitario franc¨¦s, haciendo hincapi¨¦ en la palabra modelo. Y cuando le pregunt¨¦ por alguna caracter¨ªstica que precisara mejor su afirmaci¨®n, a?adi¨® simplemente: "Una juventud envejecida".Es ya casi un lugar com¨²n hablar de la muerte de las ideolog¨ªas en Europa. Pero para los j¨®venes de hoy, para los muchachos y muchachas que tienen 20 a?os hoy, ni siquiera se trata de eso, se trata, simple y llanamente, de la muerte de la pol¨ªtica. No hay manera de hacerlos hablar de este tema, y mucho menos de este o aquel partido. No les interesa. Se aburren. Hablar de partidos pol¨ªticos ser¨ªa hablar de proyectos para el futuro, y ellos desean vivir mejor hoy, alcanzar cualquier bienestar ahora y aqu¨ª.
Nada m¨¢s lejano de sus antecesores, los actores de las rebeliones juveniles internacionales y ap¨¢tridas de finales de la d¨¦cada de los sesenta. Unos 15 a?os han pasado, y los grup¨²sculos surgidos como protesta nueva y feroz contra una sociedad de insoportables valores, surgidos tambi¨¦n de todas las crisis y fracturas del movimiento comunista internacional, pre y posestalinianas, parecen haberse esfumado. Las ¨¦pocas en que hab¨ªa siempre mucho de qu¨¦ hablar, en que este mucho se hablaba a menudo en una habitaci¨®n, en cuyos muros colgaban uno o varios posters, Pap¨¢ Ho, el Ch¨¦, Mao, Marx, Lenin, Trotski, han quedado lejos en un lapso muy corto de tiempo. La realizaci¨®n de las necesidades y de los deseos, el alcanzar cualquier bienestar aqu¨ª y ahora se convirti¨® para algunos en violencia, cuando no en terrorismo, en una ¨²ltima forma pesimista o desesperada del activismo pol¨ªtico.
Al lado de este fen¨®meno, y al lado de aquellos j¨®venes cuya situaci¨®n, conveniencia y creencias (y pueden ser las tres cosas al mismo tiempo) est¨¢n de acuerdo con el mundo que los rodea; existe la juventud envejecida de que hablaba el profesor franc¨¦s. ?Qu¨¦ es lo que la caractetiza? Tal vez la pobreza de su bagaje cultural, tal vez la pobreza de su bagaje psicol¨®gico. Pero antes que nada, algo que sorprende enormemente al latinoamericano en Europa: una enorme incapacidad para gozar de la vida hoy y ma?ana, un desapego total de todo lo que pueda implicar una inversi¨®n de energ¨ªas afectivas, una casi fatal ausencia de valores propios.
Estos j¨®venes de hoy mantienen, sin embargo, las apariencias. As¨ª, por ejemplo, se matriculan en las universidades, aunque a medida que avanza el a?o de estudios vayan desapareciendo de ellas, y se presentan tan s¨®lo al final, en el per¨ªodo de ex¨¢menes, cargados de excusas, que el profesor debe comprender siempre, sobre todo si se trata de un profesor progresista y consciente de que no es precisamente la universidad de hoy la que mejor los equipa para la vida que los espera. ?Cu¨¢ntas excusas son sinceras, cu¨¢ntas inventadas?
Imposible saberlo, porque estos j¨®venes practican un cierto miserabilismo que los uniformiza en sus quejas y s¨²plicas y porque son, adem¨¢s, a diferencia de los que los precedieron hace unos a?os, profundamente d¨®ciles. Claro, no hay que enga?arse: esta docilidad es a menudo parte tambi¨¦n de su profunda indiferencia. Pueden aceptar ciertas imposiciones, ciertas tareas a cumplir; lo har¨¢n con el m¨ªnimo esfuerzo, invirtiendo un m¨ªnimo de tiempo y un m¨ªnimo de inter¨¦s y de energ¨ªas afectivas o intelectuales.
Sus biograf¨ªas suelen ser tristes. Como si desde la primera adolescencia hubiesen vivido demasiado, de tal manera que al llegar a los 20, 23 a?os, no es sorprendente que en momentos de confesi¨®n (la mejor palabra ser¨ªa depresi¨®n), se declaren definitivamente cansados e, incre¨ªblemente, viejos. Han vivido, dir¨ªase
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casi que por ¨®smosis, mil ideas, mil clis¨¦s de nuestros d¨ªas, mil pr¨¢cticas novedosas que hab¨ªa que vivir, casi a pesar de ellos mismos, como por temor a quedarse atr¨¢s o a quedarse solos si no se sub¨ªan al tren de una nueva experiencia. Abandonaron la ciudad por el campo, se acercaron a alg¨²n movimiento ecologista, conocieron ex presidiarios podridos por el mundo y por la droga, han tenido c¨®mplices, camaradas, compa?eros (la palabra amigo casi no existe entre ellos). Regresaron del campo a la ciudad -tampoco eso val¨ªa la pena-, de la vida en comunidades al aislamiento m¨¢s total -la comunidad, como que pas¨® de moda-, del amor libre al amor por ah¨ª, donde caiga, sin sentirlo -el asunto del amor libre y aquel otro del intercambio de parejas, sobre todo, de pronto les result¨® excesivamente parecido a la juerga del burgu¨¦s, y por lo menos el podrido burgu¨¦s se divert¨ªa-, y a veces por ah¨ª conocieron a alguien cuyo apellido, cuyo nombre apenas recuerdan o apenas logran pronunciar. No, no es que fuera una mala persona; no, no es que no sintiera cari?o por esa persona. Es que.
Es que. ?sta es la manera de explicar las cosas entre esta juventud envejecida. Su manera de hablar consiste precisamente en casi no hablar, en no completar las frases, ni siquiera las palabras, en tragarse s¨ªlabas como tragos amargos. Resulta as¨ª muy dif¨ªcil acercarse a estos j¨®venes cuando no han bebido muchas copas o cuando se han drogado convenientemente. Pero acercarse a ellos en estas circunstancias es presenciar una serie de gestos, que m¨¢s es lo que esconden que lo que muestran sobre ellos. Bailan aparatosamente, incesantemente; bailan para ocultarse, para alejar posibles incursiones en su mal definida intimidad, en su dif¨ªcilmente accesible identidad; bailan para alejar y espantar al posible compa?ero de baile. S¨®lo las copas y el avanzar de las horas los hacen caer, por fin, desplomados, inertes. Viene un largo silencio sin l¨¢grimas o una verdadera crisis de llanto. En ambos casos est¨¢n hartos de aburrirse en el mundo en que viven, en ambos casos acaban de vivir mal ahora y aqu¨ª, y en ambos casos est¨¢n dispuestos a irse o a que se los lleven a cualquier parte. De preferencia, a alg¨²n lugar ex¨®tico (Tercer Mundo), de preferencia a alg¨²n lugar soleado. Hablan, muy poco sobre sus padres o hermanos, y uno nunca sabr¨¢ si es porque nunca han sabido mucho sobre eso, porque han olvidado mucho en ese desgaste permanente de vivir diversos fracasos y un solo aburrimiento, o porque hay cosas de las que jam¨¢s hablan con nadie. Ni con ellos mismos.
No leen. O llevan a alg¨²n autor favorito escondido en el bolso, por timidez. Les encanta, eso s¨ª, escuchar historias mientras beben o fuman. Historias contadas por cualquiera y que a menudo son el contenido de una pel¨ªcula o de una novela, o del buen fin de semana que pas¨® el que est¨¢ contando. Miran con admiraci¨®n, sus ojos rejuvenecen, encuentran simp¨¢tico al narrador, les gustar¨ªa beber m¨¢s con ¨¦l. Pero el grupo es grande y otros conversan, y surgen discusiones sobre problemas de nuestro tiempo o hechos del d¨ªa. Podr¨¢ notar el observador c¨®mo aquellos ojos se ausentan, c¨®mo se repliegan, c¨®mo se van. Y si alguno por ah¨ª trae a colaci¨®n su marxismo, su mao¨ªsmo, su guevarismo, estos j¨®venes personajes envejecidos caen en el m¨¢s profundo de los sue?os. De pronto, se han agotado; de pronto, han sumado sus agotamientos, que son tambi¨¦n aburrimientos largos, perpetuos, en una sociedad que s¨®lo los atraer¨¢ si ahora y aqu¨ª... Se han dormido sin decir m¨¢s. No hay posters de nadie en sus paredes. Ni siquiera de Humphrey Bogart. 21, 22, 23 a?os.
"Mayo del 68 no tendr¨¢ un ma?ana", dijo Alain Touraine. "Pero s¨ª un futuro". Era la ¨¦poca en que los soci¨®logos se preocupaban intensamente por la evoluci¨®n de los movimientos estudiantiles. Hoy, los soci¨®logos han olvidado a estos j¨®venes, a menudo estudiantes, a menudo desertores a medias de los campus universitarios, y el propio Touraine reconoce haberse ocupado de ellos durante las fracasadas huelgas del a?o 1976, ¨²nicamente con el af¨¢n de perfeccionar un nuevo m¨¦todo de an¨¢lisis de los movimientos sociales. Para el proletariado, al que sus antecesores del 68 trataron tanto de acercarse, contin¨²an siendo seres privilegiados, hijos de pap¨¢. Ellos, por su parte, detestan los valores que la sociedad actual les propone. El consumismo los agota, la publicidad los angustia, los hace sentirse miserables. El poder, las multinacionales son culpables de ese estado de ¨¢nimo que hace que est¨¦n dormidos incluso cuando se toca este tema. Son desesperantes, son aburridos, son conmovedores, no saben vivir... Tantas cosas se podr¨ªa decir de ellos. Pero ellos s¨®lo parecen poder decir: ?s¨¢lvese quien pueda!
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