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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ?POCA
Tribuna
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Olimpismo, esa contradicci¨®n necesaria

Los contrasentidos y paradojas en el olimpismo moderno han sido la nota dominante en toda su historia. Los problemas actuales no son nuevos. La decisi¨®n sovi¨¦tica de no acudir a los Juegos Ol¨ªmpicos de Los Angeles, como contestaci¨®n a la ausencia norteamericana hace cuatro a?os, en Mosc¨², aunque haya quedado aderezada con todos los argumentos de la falta de seguridad, simplemente ha sido una consecuencia de la tormentosa herencia ol¨ªmpica desde sus inicios y del inexorable tributo a pagar en el tenso mundo pol¨ªtico actual. El ideario recuperado de la Grecia antigua por Pierre de Fredi, bar¨®n de Coubertin, a finales de siglo, no ha podido pasar de la utop¨ªa m¨¢s que en escasas ocasiones. Rara ha sido la edici¨®n de los Juegos que ha transcurrido sin sobresaltos.Desde la pol¨ªtica, en su sentido m¨¢s profesional, hasta el dinero, en todas sus proyecciones, la mayor¨ªa de los ingredientes ol¨ªmpicos han ido rompiendo continuamente el te¨®rico esp¨ªritu coubertiniano. No han podido, sin embargo, ni podr¨¢n, seguramente, acabar con ¨¦l de forma definitiva. El olimpismo es un bien ¨¦tico adem¨¢s de un espect¨¢culo de ocio enormemente rentable, que no interesa perder. Su problema es que en cuanto intenta sobrepasar su poder -espiritual en cierto modo-, est¨¢ abocado al fracaso. La alta pol¨ªtica y los intereses de las grandes potencias acaban imponi¨¦ndose.

El que dentro de unos d¨ªas -cuando se inauguren en Los ?ngeles los Juegos de la 23? Olimpiada- falte una serie de pa¨ªses no ser¨¢ un hecho ins¨®lito, aunque deval¨²a decisivamente la competici¨®n. Hist¨®ricamente, los problemas pol¨ªticos se han sucedido para afectar en mayor o menor grado al olimpismo. En los ¨²ltimos tiempos han llegado los boicoteos, pero en 1916, 1940 y 1944, como m¨¢ximos ejemplos, hubo dos guerras mundiales para suspender los Juegos. Y, en medio, multitud de agresiones al ideario coubertiniano.

Los Juegos Ol¨ªmpicos de la era moderna nacieron como un intento del bar¨®n franc¨¦s Pierre de Coubertin de conseguir a trav¨¦s del deporte una confraternizaci¨®n de la juventud del mundo. La pureza del esp¨ªritu ol¨ªmpico deb¨ªa presidir todo el proyecto, pero los obst¨¢culos y paradojas no pudieron salvarse nunca. En este sentido, el Comit¨¦ Ol¨ªmpico Internacional (COI), m¨¢ximo organismo encargado de velar por el olimpismo, se convirti¨® en el depositario de una serie de ideas maravillosas, pero dif¨ªcilmente reales.

Las dificultades del COI, por otra parte, no son raras. El ejemplo de las Naciones Unidas, organismo a quien se parece, reducido su ¨¢mbito al mundo del deporte, no le es ajeno. Sin que en el movimiento ol¨ªmpico haya derecho de veto institucionalizado, en la pr¨¢ctica es como si as¨ª fuera. La discrecionalidad en la participaci¨®n ol¨ªmpica pasa siempre incluso por encima de los deportistas, de su esfuerzo en la preparaci¨®n o de sus intereses. Quiz¨¢ sea esta la primera y no tan popular contradicci¨®n, pero s¨ª la m¨¢s profunda y grave, porque afecta a los grandes protagonistas, tratados como simples t¨ªteres, mercanc¨ªa de lujo en la exposici¨®n cuatrienal, y siempre y cuando convenga a los planes de su pa¨ªs.

Los Juegos Ol¨ªmpicos fueron pensados -as¨ª figura en la Carta Ol¨ªmpica- como una competici¨®n individual: "Los Juegos Ol¨ªmpicos son competiciones entre individuos y no entre pa¨ªses", dice su noveno principio fundamental. Pero de ello no existe realmente nada: aunque el atleta gane personalmente, quien en verdad capitaliza el posible ¨¦xito es su naci¨®n. Coubertin no quer¨ªa ya en un principio admitir deportes de equipo en el programa de los Juegos, precisamente para evitar los nacionalismos exacerbados, aparte de lo discutible que es la categor¨ªa ol¨ªmpica de bastantes modalidades. Su admiraci¨®n por el helenismo se tradujo no s¨®lo en ello, sino en su oposici¨®n a que participasen las mujeres. Sin embargo, en Amberes, 1920, el esgrimista franc¨¦s Victor Boin prest¨® el primer juramento ol¨ªmpico de los atletas y a?adi¨®: "Por el honor de nuestro pa¨ªs".

El escaparate ol¨ªmpico ha supuesto de hecho el lanzamiento publicitario de muchos pa¨ªses que de otra forma ser¨ªan ignorados en el concierto internacional. El caso de Liechtenstein, por ejemplo, gracias a sus esquiadores, o de ciertos pa¨ªses africanos, en virtud de sus atletas, son ejemplos significativos. Por otro lado, las m¨²ltiples medallas conseguidas por la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana, un pa¨ªs diez veces menor que los gigantes URSS o Estados Unidos, no han sido, para la conciencia general, las medallas de Kornelia Ender, por recordar s¨®lo la m¨¢s conocida, sino de "sus nadadoras", "sus remeros" o "sus atletas". Pocos nombres de nadadoras alemanas han quedado en la memoria de los aficionados. Han sido y contin¨²an siendo "n¨²meros", programados cient¨ªficamente desde su infancia, seg¨²n los par¨¢metros biomec¨¢nicos adecuados para practicar cada especialidad. Al final, tras el habitual y, la mayor¨ªa de las veces, fugaz asombro por cada triunfo, lo que queda, como un bombardeo continuo de anuncios televisivos es el izado de la bandera (ahora ya s¨®lo ser¨ªa la ol¨ªmpica), el himno y el r¨®tulo DDR.

Discriminaciones

Curiosamente, el ¨¦xito femenino de la RDA en los ¨²ltimos a?os (la participaci¨®n ol¨ªmpica de las dos Alemanias separadas s¨®lo se produjo a partir de los Juegos de M¨¦xico, en 1968) ha sido posible merced a una batalla ganada por las mujeres s¨®lo 40 a?os antes, en 1928. Los Juegos Ol¨ªmpicos modernos, sin llegar al extremo griego de no permitirles siquiera asistir a las pruebas, prohibi¨® su presencia en una contradicci¨®n m¨¢s del abierto esp¨ªritu ol¨ªmpico. Seg¨²n palabras del propio Coubertin en sus memorias, "su papel deber¨ªa ser, sobre todo, coronar a los vencedores". Hombres, naturalmente.

La Carta Ol¨ªmpica, actualmente, recoge en sus reglas de admisi¨®n de participantes en los Juegos una especial para autorizar a concurrir a las mujeres "conforme a los reglamentos de las federaciones internacionales interesadas, despu¨¦s del visto bueno del COI". Y eso que, desde su origen, la Carta se?alaba que no se pod¨ªa admitir ninguna discriminaci¨®n contra "un pa¨ªs o persona por razones raciales, religiosas o pol¨ªticas". No se refer¨ªa a las discriminaciones sexuales, y hasta que no se implant¨® el control de sexo obligatorio, ya se ha comprobado que varios campeones o ganadores de medallas ol¨ªmpicas femeninas no eran mujeres. Por ejemplo, las atletas velocistas polacas Stella Walasiewicz (WaIsh, al nacionalizarse norteamericana) y Eva Klobukowska, o la esquiadora austriaca Erika Heinegger, ya p¨²blicamente Erik.

Respecto a la discriminaci¨®n racial, ?frica del Sur est¨¢ excluida del movimiento ol¨ªmpico precisamente por su r¨¦gimen de apartheid. Pero en otra de las contradicciones flagrantes del olimpismo, sus relaciones con otros pa¨ªses, que s¨ª pertenecen al Comit¨¦ Ol¨ªmpico Internacional, a trav¨¦s del rugby, han provocado graves problemas. Efectivamente, el deporte del bal¨®n ovalado, con planteamientos brit¨¢nicos aristocr¨¢ticos parecidos a los iniciales del olimpismo moderno, ha obviado sistem¨¢ticamente todo contacto, no s¨®lo con el COI, sino incluso con las restantes federaciones internacionales. Y siendo el ¨²ltimo reducto del atleta amateur fue quien primero estuvo a punto de colapsar totalmente el olimpismo con el mayor boicoteo de los producidos en la historia ol¨ªmpica. D¨ªas antes de comenzar los Juegos de Montreal, en 1976, los pa¨ªses africanos exigieron la expulsi¨®n de Nueva Zelanda; porque su equipo nacional de rugby, los famosos All Blacks, efectuaban en aquel momento una gira por Sur¨¢frica. Al no atenderse su petici¨®n (como la de Taiwan a participar con el nombre de China, aunque China Popular a¨²n estaba fuera del olimpismo, y que tambi¨¦n se retir¨®), s¨®lo se quedaron en la ciudad canadiense Senegal y Costa de Marfil.

Las tensiones por las relaciones con el rugby han continuado. Ante los macroboicoteos de Mosc¨²-80 y Los ?ngeles-84, las giras habituales de este deporte, de Inglaterra, fundamentalmente, han provocado ya para esta edici¨®n la ausencia de Alto Volta, aunque sea testimonial, y la m¨¢s directa a los pr¨®ximos Juegos de la Commonwealth, en Edimburgo, como represalia contra el Reino Unido. En cualquier caso, es otra espita siempre abierta para gasear las citas ol¨ªmpicas a falta de la correspondiente invasi¨®n de Afiganist¨¢n. La URSS no ha necesitado echar mano ahora de Granada, y ha visto m¨¢s deportivo, acorde con las reglas del olimpismo, aducir violaciones de la Carta Ol¨ªmpica. La Carta Ol¨ªmpica, que se viola sistem¨¢ticamente, incluso desde dentro.

En los Juegos de 1904, en San Luis, tambi¨¦n sede de la Feria Internacional, el comit¨¦ organizador celebr¨® unas competiciones paralelas para atletas de otras razas, no merecedores de la categor¨ªa ol¨ªmpica, al parecer. Ninguno era blanco, naturalmente. El Ku Klux Klan, que ahora amenaza a los participantes de pa¨ªses asi¨¢ticos y africanos, diciendo, que los Juegos Ol¨ªmpicos son para humanos, no para simios, tal vez lo promovi¨®. El rimbombante Anthropological day, acogi¨® a negros, indios, chinos, sioux, patagones, cocopas, sirios, turcos y tagalos. En la Prensa de la ¨¦poca, el asombro, junto al dominio absoluto norteamericano en los Juegos normales, vino por detalles como los tres metros conseguidos en lanzamiento de peso por un pigmeo.

El ut¨®pico 'amateurismo'

Aparte de la impotencia frente a los grandes bloques, quiz¨¢ sea el problema del amateurismo la gran batalla ol¨ªmpica y su m¨¢s profunda contradicci¨®n. Coubertin fue el primero que supo desde el principio que el amateur puro era un imposible, pero empez¨® con amateurs, porque no tuvo

otro remedio. As¨ª se diferenciaba del profesionalismo practicado entonces por boxeadores y remeros brit¨¢nicos en el T¨¢mesis, donde se celebraban fuertes apuestas. El olimpismo, pues, se inici¨® s¨®lo con estudiantes y burgueses arist¨®cratas ricos. Sin ir m¨¢s lejos, los que se pod¨ªan pagar el viaje hasta el lugar de competici¨®n, como algunos norteamericanos a Atenas en 1896, en un hueco de sus vacaciones por la Vieja Europa. El bajo nivel de las marcas, por todo ello, estuvo justificado. Pero la elecci¨®n no iba a mantenerse muchos a?os y, en cualquier caso, la contradicci¨®n de una participaci¨®n abierta empezaba a coartarse.

Precedente 'desde fuera'

Se ha hecho referencia a la arrogancia de Estados Unidos, pero la Uni¨®n Sovi¨¦tica, tras su revoluci¨®n comunista, y precisamente en oposici¨®n a la burgues¨ªa capitalista que imperaba en el olimpismo, plante¨® una aut¨¦ntica batalla en el campo deportivo, hasta su incorporaci¨®n en Heisinki-52. Su ausencia actual, pues, tuvo su precedente desde fuera. En 1928, lleg¨® a organizar unas Espartakiadas, coincidiendo con los Juegos de Amsterdam. Entonces s¨ª fueron unos aut¨¦nticos Juegos paralelos, muy diferentes a los que ahora se pretende celebrar al margen de la cita de Los ?ngeles, al estar programadas solamente reuniones por deportes. En 1928, 5.000 participantes sovi¨¦ticos y 600 extranjeros de 12 pa¨ªses, con discreto nivel, compitieron para herir a los capitalistas ol¨ªmpicos. Cuatro a?os m¨¢s tarde, curiosamente, cuando iban a repetirse en Berl¨ªn y se celebraban los primeros Juegos en Los ?ngeles, el COI consigui¨® suspenderlos.

En los principios del olimpismo moderno, el tema de qu¨¦ atleta pod¨ªa ser elegido como ol¨ªmpico, tan pol¨¦mico desde siempre, era el m¨¢s importante para el COI, hasta el punto de dedicarle siete apartados, y era realmente un alarde de dureza clasista: "El que no sea obrero, artesano o jornalero" no pod¨ªa participar. Harold Abrahams, protagonista de Carros de fuego, fue ya criticado en 1924, por tener entrenador personal, ya que eso ol¨ªa a profesionalismo. Casos como los de Dorando Pietri, Jim Thorpe, Paavo Nurmi o Jules Ladoumegue fueron descalificaciones famosas por tener ligeras compensaciones en su deporte y en el que no era el suyo.

El proceso hist¨®rico oficial del amateur ol¨ªmpico, cada vez m¨¢s marr¨®n, ha ido evolucionando con la pol¨¦mica regla 26 de la Carta Ol¨ªmpica, hasta equipararse pr¨¢cticamente con los boxeadores y remeros del T¨¢mesis del siglo XIX. Ahora son los modernos esclavos de escaparate para las multinacionales. Al margen, claro, con otra falacia consentida, quedan los profesionales militares del Este.

Primero se permiti¨® a los atletas percibir una ayuda o compensaci¨®n de su federaci¨®n o Comit¨¦ Ol¨ªmpico Nacional. Ahora, tras el Congreso Ol¨ªmpico de Baden-Baden, en 1981, y la sesi¨®n del COI en Nueva Delhi en 1983, ya pueden cobrar por sus actuaciones o por publicidad, pero con el subterfugio de hacerlo a trav¨¦s de sus organismos jer¨¢rquicos, "que les guardar¨¢n el dinero hasta despu¨¦s de su retirada". Esquiadores como Ingernmar Stenmark y Hanni Werizel, que pidieron la llamada licencia B, para cobrar directamente, s¨®lo han sido v¨ªctimas, al no poder ya participar en los Juegos (aunque s¨ª en copas del mundo y campeonatos mundiales), un tanto absurdas en el marem¨¢gnum general. Los atletas de las millas urbanas, aut¨¦nticos feriantes modernos del m¨²sculo, Carl Lewis, los baloncestistas, los futbolistas (profesionales aunque no hayan jugado partidos en un mundial) y pronto los tenistas no tienen nada de amateurs.

Lo importante es ganar

La ¨²ltima gran contradicci¨®n del olimpismo es su propia impotencia para congeniar el gigantismo imparable del gran espect¨¢culo, pese a los boicoteos, con la participaci¨®n abierta, que s¨®lo fue una teor¨ªa incluso en sus comienzos. Lo importante, seg¨²n los atletas y los pa¨ªses, es ganar. Lo de participar, que Coubertin s¨®lo se limit¨® a recoger, pero no a inventar, es otra utop¨ªa en medio de la m¨¢s absoluta comercializaci¨®n.

Pagar 3.000 d¨®lares (unas 480.000 pesetas) por hacer un relevo de la antorcha, aunque la mayor parte de lo recaudado sea para una asociaci¨®n de ni?os minusv¨¢lidos, es s¨®lo la guinda de unos Juegos que rizar¨¢n el rizo este a?o contra la instrucci¨®n II de la Carta Ol¨ªmpica, cuyo t¨ªtulo reza: "Los Juegos Ol¨ªmpicos son no lucrativos". Pero la elite, atletas y directivos-empresarios, es la que manda en el gran montaje. Y por ello la lucha contra el doping es una batalla casi perdida, porque la detecci¨®n casi siempre va detr¨¢s de los medios de laboratorio puestos al servicio de quienes deben ganar a todo precio, y no ya el precio psicol¨®gico de convertirse en aut¨¦nticas m¨¢quinas humanas desde ni?os, sino incluso al coste de su misma salud.

Lejos, muy lejos, de todo esto quedan los abrazos de atletas de distintas razas, religiones e ideolog¨ªas en las ocasiones en que pudieron superar todos los inconvenientes. Lejos queda la boda del lanzador de martillo norteamericano Harold Conolly y la lanzadora de disco checoslovaca Olga Fikotova, ambos medallas de oro en sus pruebas, a ra¨ªz de los Juegos de Melbourne.

Sedes menos conflictivas

Y lejos queda que la soluci¨®n a los boicoteos sea la sede permanente en Grecia. Ello supondr¨ªa quitarle un aliciente de promoci¨®n y de movilidad al olimpismo, que podr¨ªa acabar con su actual inter¨¦s. Grecia, adem¨¢s, no es precisamente un pa¨ªs con garant¨ªas de no tener problemas pol¨ªticos internos, o externos. La cuesti¨®n s¨®lo estriba en elegir sedes lo menos conflictivas posibles y no ir m¨¢s all¨¢ de sus propias fuerzas, olvidando planteamientos triunfalistas, como es el de conceder la organizaci¨®n a las grandes potencias (aunque fuese Los ?ngeles ¨²nica candidata en su momento) o a pa¨ªses con problemas vigentes, como suceder¨¢ con Se¨²l-88.

Ahora mismo hay empate en boicoteos, pero nadie puede garantizar ya, tal como han ido la historia ol¨ªmpica y el mundo pol¨ªtico, que a cualquiera no se le ocurra desempatar. Porque lejos, muy lejos, queda que el COI consiga alg¨²n d¨ªa el estatuto jur¨ªdico ideal y de la ONU deportiva (al final ha declinado pedir su protecci¨®n, pues podr¨ªa ser a¨²n m¨¢s contraproducente) se convierta en la Cruz Roja salvadora. S¨®lo sufrir¨ªa entonces, de cuando en cuando, alguna bala perdida, pero no de lleno el misil en cada oportunidad que se presente.

* Denominaci¨®n correcta y equivalente a Juegos Ol¨ªmpicos, pero no a olimpiada, palabra griega que s¨®lo significa cuatro a?os, per¨ªodo de tiempo entre cada edici¨®n de los Juegos, por lo que su mal uso, en gran parte por ser m¨¢s corta, es lamentable, e incorrectamente, ya habitual. El diccionario de la Real Academia Espa?ola, en su nueva edici¨®n, tambi¨¦n se contradice al aceptar la misma acepci¨®n para el tiempo entre cada competici¨®n y la competici¨®n misma.

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