La guerra fr¨ªa, en el espacio
De acuerdo con recientes sondeos, Ronald Reagan dispone de una considerable ventaja sobre su rival en las futuras elecciones, el dem¨®crata Walter Mondale. Cualquier otro candidato, en su lugar y a su edad, se dormir¨ªa sobre los laureles. Pero el Vaticano no es el ¨²nico lugar del mundo en el que se puede entrar en el c¨®nclave como papa y salir como cardenal. En la historia de Estados Unidos existe gran n¨²mero de ejemplos de elecciones que parec¨ªan ganadas de antemano y que luego no lo fueron: un importante peri¨®dico parisiense aprendi¨® esta lecci¨®n a su propia costa, cuando, bas¨¢ndose en unos pron¨®sticos un¨¢nimes, tuvo la osad¨ªa de anunciar a grandes titulares, en noviembre de. 1948, la victoria de Thomas Dewey sobre Harry Truman. Al d¨ªa siguiente tuvo que rectificar su error. Reagan y sus consejeros son plenamente conscientes de que no pueden abandonar la lucha ni desperdiciar ninguna baza.?ste es, sin lugar a dudas, el motivo del cambio de tono del presidente saliente con respecto a los sovi¨¦ticos. No se puede negar que Reagan debi¨® en gran parte su triunfo en las elecciones de 1980 a la voluntad de sus conciudadanos de ser gobernados por una mano m¨¢s firme que la de Jimmy Carter, pero ello no significa que se le hubiese encomendado la tarea de involucrar a su pa¨ªs en el ciclo infernal de la guerra fr¨ªa y de las pruebas de fuerza. Tanto es as¨ª que el Congreso, portavoz de la gran mayor¨ªa de la opini¨®n p¨²blica, ha ido restringiendo cada vez m¨¢s los gastos militares y, sobre todo, las posibilidades de intervenci¨®n armada, incluso en Am¨¦rica Central, regi¨®n que Estados Unidos han considerado desde siempre como su patio trasero.
Es indudable que si la reactivaci¨®n de la carrera armamentista y el tono en¨¦rgido que se utilizaba para referirse al imperio del mal hubiesen obligado al Kremlin a mostrarse m¨¢s conciliador, como se esperaba en la Casa Blanca, todo el pa¨ªs hubiese aplaudido. Pero se ha producido exactamente lo contrario: las relaciones entre las dos superpotencias pasan, en la actualidad, por un per¨ªodo de graves tensiones.
A medida que se acercan las elecciones, por consiguiente, Reagan intenta convencer a sus compatriotas de que a¨²n es posible la distensi¨®n y de que ¨¦l mismo trabaja eficazmente por conseguirla. En tales condiciones lo que m¨¢s anhela el presidente norteamericano es celebrar cualquier tipo de negociaciones con los sovi¨¦ticos o incluso un encuentro en la cumbre con Chernenko. Pero este ¨²ltimo est¨¢ dispuesto a no hacer nada capaz de favorecer la reelecci¨®n del hombre responsable de la instalaci¨®n de los euromisiles y cuya ret¨®rica ha sido deliberadamente antisovi¨¦tica. Ello explica el malentendido que acaba de producirse a prop¨®sito de la guerra de las galaxias. Al proponer la celebraci¨®n de una conferencia destinada a impedir esta guerra, el Kremlin contaba con un rechazo de Estados Unidos, lo que le hubiese permitido denunciar una vez m¨¢s su belicismo irresponsable. En un primer momento, la Casa Blanca le proporcion¨®, en efecto, los argumentos que esperaba, al condicionar, aparentemente, la aceptaci¨®n de dichas conversaciones a la reanudaci¨®n de las dos negociaciones sobre la limitaci¨®n de los misiles de largo alcance y euroestrat¨¦gicos, interrumpidas el pasado invierno. Dado que los sovi¨¦ticos se hab¨ªan negado hace tiempo a reanudarlas mientras no se pusiese un t¨¦rmino al despliegue de los euromisiles, pod¨ªan alegar que tal condici¨®n ocultaba una pretensi¨®n inaceptable.
Pero he aqu¨ª que Reagan, presionado por Par¨ªs, Londres y Bonn, volvi¨® a la carga y declar¨® a los cuatro vientos, llegando incluso a transmitir un mensaje personal a Chernenko por medio del embajador sovi¨¦tico en Washington, que est¨¢ dispuesto a hablar de las armas espaciales sin ninguna condici¨®n previa. Tras haber ca¨ªdo en su propia trampa, a los dirigentes sovi¨¦ticos no les queda m¨¢s remedio que hacer caso omiso de la nueva respuesta de Estados Unidos y desencadenar contra ellos una avalancha de invectivas. Sir Geoffrey Howe, el excelente ministro brit¨¢nico de Asuntos Exteriores, resumi¨® la situaci¨®n tras su visita a Mosc¨² hace algunas semanas, sosteniendo que, para los sovi¨¦ticos, "un s¨ª no es una respuesta".
?Destuir o proteger?
Se correr¨ªa un grave riesgo si no se intentara ir m¨¢s lejos: el problema de la guerra de las galaxias reviste, - sin ¨¢nimo de exagerar, una gran importancia para el futuro de la humanidad. ?Cu¨¢l es exactamente su objetivo?, En el discurso que dedic¨® el 23 de marzo de 1983 a su "iniciativa de defensa estrat¨¦gica" (SDI), Reagan pidi¨®, nada m¨¢s y nada menos, "a la comunidad cient¨ªfica que nos ha dado las armas nucleares, que utilice todo su talento para convertirlas en ineficaces y anacr¨®nicas". ?C¨®mo conseguirlo?: ¨²nica y exclusivamente, intercept¨¢ndolas.
La idea no es nueva, pero sus consecuencias s¨ª lo son. Ya en 1962, Jruschov afirmaba haber resuelto el problema con una eficacia comparable a la de un "disparo de fusil que abate a una mosca en pleno vuelo". Se hab¨ªan instalado, alrededor de Mosc¨², 64 plataformas de lanzamiento de antimisiles, la llamada red Galosh. Las armas a que se refer¨ªa Jruschov, ABM (anti ballistic missiles), estaban equipadas con cabezas nucleares y se las supon¨ªa capaces de destruir a los misiles enemigos en cuanto ¨¦stos alcanzaran la atm¨®sfera. M¨¢s tarde, el n¨²mero de plataformas de lanzamiento se redujo a la mitad.
Estados Unidos replic¨® aumentando, por un lado, el n¨²mero de misiles intercontinentales y lanzando, por otro, un programa de ABM con cabezas nucleares conocido con el nombre de Proyecto Centinela. A diferencia del sistema Galosh, que era denso y, por tanto, bastante impermeable, pero proteg¨ªa solamente una superficie limitada, la red Centinela era poco densa y, por consiguiente, su eficacia era menor, pero se extend¨ªa a todo el territorio de la Uni¨®n. A comienzos de los a?os setenta se puso en marcha un nuevo proyecto denominado Salvaguardia para sustituir la red Centinela. Su objetivo era proteger uno o dos emplazamientos de plataformas de lanzamiento de misiles intercontinentales. Mientras que los sovi¨¦ticos sosten¨ªan, con aparente sentido com¨²n, que los ABM eran armas defensivas por naturaleza, los norteamericanos argumentaban que, en la medida en la que su objetivo final era proteger a la poblaci¨®n de las ciudades contra las amenazas de represalias, reforzaban el poder¨ªo del agresor eventual y deb¨ªan ser consideradas como armas ofensivas. En aquella ¨¦poca, los dos bandos basaban su seguridad en la doctrina MAD (mutual assured destruction), seg¨²n la cual, su destrucci¨®n mutua deb¨ªa estar asegurada en caso de guerra nuclear. "Era una de esas teor¨ªas", escrib¨ªa Henry Kissinger en sus memorias, "que impresionan cuando se las expone en una universidad, pero que no le sirven de nada a un responsable pol¨ªtico a la hora de enfrentarse a la realidad".
Parece ser que los dirigentes norteamericanos han abandonado dicha doctrina, puesto que, como recordaba recientemente Michel Tatu, el secretario de Estado para la Defensa, Kaspar Weinberger, declara preferir en la actualidad la "protecci¨®n asegurada" a la cl¨¢sica "destrucci¨®n asegurada". Son ahora los sovi¨¦ticos los que sostienen, a su vez, que los antimisiles norteamericanos tienen en realidad car¨¢cter ofensivo, en la medida en la que con ellos se pretende "privar a la otra parte de su capacidad de resistencia", tal y como declaraba el a?o pasado Andropov en respuesta al discurso de Reagan.
Para zanjar esta disputa bizantina, nada m¨¢s tentador que darle la raz¨®n al general John Storrie, uno de los principales especialistas norteamericanos en la materia, seg¨²n el cual la frontera entre Ia estrategia defensiva y la ofensiva" es muy "estrecha".
En la ¨¦poca dorada de la distensi¨®n, Breznev y Nixon firmaron en Mosc¨², el 26 de mayo de 1972, al mismo tiempo que un convenio provisional sobre "determinadas medidas relacionadas con la limitaci¨®n de las armas estrat¨¦gicas ofensivas" -en otras palabras, el primer acuerdo SALT-, un tratado sobre la Iimitaci¨®n, de los sistemas de misiles bal¨ªsticos". Ambos se compromet¨ªan a concentrar sus ABM -100 como m¨¢ximo por cada una de las dos superpotencias- en dos ¨²nicos emplazamientos. Esta cifra se rebaj¨® a uno en el protocolo -anexo del 3 de julio de 1974. Al a?o siguiente, el Gobierno de Washington decidi¨® renunciar unilateralmente a la instalaci¨®n de la red que ten¨ªa programada gracias a las presiones de un Congreso al que la guerra de Vietnam hab¨ªa tornado antimilitarista.
T¨¦cnicas de l¨¢ser
No obstante, el tratado ABM se limitaba a prohibir las armas provistas de, cabezas nucleares. Por consiguiente, ambos bandos prosiguieron sus investigaciones en lo referente a los antimisiles no nucleares. Dichas investigaciones desembocaron, el pasado 10 de junio, en un importante ¨¦xito para los norteamericanos: un misil bal¨ªstico fue interceptado por un ABM desprovisto de todo explosivo. Bast¨® que se encontrara con el misil para que ¨¦ste se desintegrara. Fue tal la precisi¨®n del impacto, que el ABM dio en el blanco con su parte central, sin que tuvieran que intervenir las enormes varillas con que iba equipado con el fin de abatir, por as¨ª decirlo, a su presa.
En el Caso de que se apruebe el programa SDI anunciado por Reagan el a?o pasado, el ABM al que nos acabamos de referir s¨®lo tendr¨ªa que intervenir en ¨²ltima instancia, es decir, en caso de no haber podido destruir antes el misil que se pretende interceptar. Con el fin de conseguir la m¨¢xima seguridad, se prev¨¦, en efecto, que el proyecto conste de m¨²ltiples capas (multilaver). Una primera capa (o pantalla) debe intervenir en el momento mismo en el que se lanza el misil, al que se puede detectar antes incluso de que emprenda el vuelo gracias a la considerable cantidad de calor que emite al ser disparado: a partir de ese momento se dispone de 450 segundos para interceptarlo antes de que libere, al abandonar la atm¨®sfera, las ojivas nucleares m¨²ltiples de que est¨¢ provisto. En caso de que esta primera fase no d¨¦ resultado, habr¨¢ que encargarse de las ojivas mismas, entre las cuales, sin duda, el atacante habr¨¢ mezclado un gran n¨²mero de se?uelos. A tal efecto, se prev¨¦ la instalaci¨®n en el espacio de dos pantallas de interceptaci¨®n, la cuarta y ¨²ltima de las cuales consistir¨ªa en el ABM que se ensay¨® el 10 de junio y al que ya nos hemos referido.
Dada la extremada rapidez que debe tener la respuesta, los medios de destrucci¨®n previstos deber¨¢n basarse en la t¨¦cnica del l¨¢ser, cuya velocidad es, por definici¨®n, la de la luz. Se han establecido dos f¨®rmulas generales: 1) un rayo emitido desde el suelo, que deber¨¢ reflejar y dirigir hacia el blanco un espejo estacionado en ¨®rbita; 2) unas estaciones espaciales, de las que partir¨ªan unas emisiones de rayos l¨¢ser, bien qu¨ªmicas, producidas por la combusti¨®n espont¨¢nea del hidr¨®geno y del fl¨²or, o bien de rayos X, procedentes de peque?as explosiones nucleares.
Aparte de la f¨®rmula del l¨¢ser, los norteamericanos se plantean asimismo utilizar haces, de part¨ªculas capaces de desorganizar los sistemas electr¨®nicos de los misiles enemigos e incluso de destruir su carga nuclear o sus reservas de carburante. Por ¨²ltimo, se han seleccionado cuatro tipos de misiles -incluidos reclamos de misiles lanzados desde un sat¨¦lite puercoesp¨ªn- y tres tipos de estaciones de localizaci¨®n, dado que la diversificaci¨®n parece ser la clave de la m¨¢xima fiabilidad.
Ninguna de estas armas est¨¢ lista para ser utilizada. Todav¨ªa hace falta un importante progreso t¨¦cnico: "Se nos pide", declara Jack Ruina, profesor del MIT entrevistado por Time, "que pasemos de la era de la cometa a la del Boeing-747". Por consiguiente, la puesta en funcionamiento de dicho sistema se tardar¨¢, en el mejor de los casos, largo tiempo -por lo menos unos 15 a?os- y costar¨¢ una fortuna: algunos hablan ya de un bill¨®n de d¨®lares, cifra que supera la deuda total del Tercer Mundo, a la que Occidente no ha, sabido hacer frente hasta ahora.
?Cabe esperar, por el hecho de que los nuevos antimisiles de la guerra de las galaxias costar¨¢n una fortuna, que van a resultar eficaces? Para Walter Mondale las cosas est¨¢n muy claras: se trata de un p¨¦simo cuento de hadas.
Seg¨²n E. P. Velikhov, la guerra de las galaxias es "un sue?o que no puede hacerse realidad". Para que el rayo l¨¢ser llegue a convertirse en un arma antimisil eficaz har¨ªa falta, seg¨²n Velikhov, multiplicar su potencia actual por 10 millones. Por su parte, la emisi¨®n de un haz de part¨ªculas no se puede lograr sin un acelerador: existe cierto n¨²mero de ellos, pero est¨¢n diseminados en varios kil¨®metros y habr¨¢ de pasar alg¨²n tiempo antes de que se consiga convertirlos en proyectiles espaciales. Por ¨²ltimo, en lo que se refiere a las estaciones b¨¦licas orbitales, deber¨¢n ser capaces de localizar y destruir objetivos m¨®viles de un metro cuadrado de di¨¢metro en todo el planeta, puesto que los submarinos nucleares son capaces de operar sumergidos desde cualquier mar u oc¨¦ano.
Los dirigentes norteamericanos no comparten este escepticismo. Conf¨ªan en la opini¨®n del fisico Edward Teller inventor de la bomba de hidr¨®geno, para quien la decisi¨®n de desplegar un, programa de antimisiles tiene un alcance comparable a la que tom¨®
La guerra fr¨ªa, en el espacio
anta?o Roosevelt al emprender, a petici¨®n de Einstein, la construcci¨®n de la bomba at¨®mica. El cient¨ªfico manifest¨® el a?o pasado a la revista Newsweek su convicci¨®n de que dicha decisi¨®n "puede transformar la guerra fr¨ªa en una paz verdadera". Al parecer, el propio Reagan ha desconfiado siempre de la estrategia de la "destrucci¨®n mutua asegurada". El general Graham, antiguo jefe de los servicios de informaci¨®n, le convenci¨®, gracias al informe sobre la frontera alta que prepar¨® en 1982 para la Fundaci¨®n de la Herencia, de la eficacia de un programa de interceptaci¨®n de los misiles enemigos: quiz¨¢ el antiguo actor de Hollywood se haya dejado influenciar por La guerra de las galaxias y otras pel¨ªculas de fantas¨ªa cient¨ªfica militar. El caso es que ha llegado a considerar que es el ¨²nico medio capaz de sacar a las negociaciones Este-Oeste del callej¨®n sin salida en el que se encuentran.Los asesinos de sat¨¦lites
En todo caso, los norteamericanos argumentan que los sovi¨¦ticos est¨¢n ya comprometidos en la guerra del espacio. Seg¨²n el Departamento de Defensa de Washington, su programa de investigaci¨®n en materia de rayos l¨¢ser de alta energ¨ªa es de tres a cinco veces m¨¢s importante que el de Estados Unidos. Los sovi¨¦ticos han instalado seis radares capaces de orientar el disparo de los antimisiles. Adem¨¢s, desde hace casi 15 a?os, han estado ensayando, con un 50% de ¨¦xito, unos 20 asesinos de sat¨¦lites a los que los especialistas han dado el nombre de ASAT (anti satellite system). El secretario de Estado norteamericano para la Defensa opina que la ret¨®rica sovi¨¦tica sobre prohibici¨®n de actividades militares en el espacio "forma parte de una campa?a propagand¨ªstica de lo m¨¢s virulento, puesto que ellos mismos llevan muchos a?os utilizando el espacio con fines militares". La utilidad del ASAT en caso de guerra es evidente: aunque las estaciones b¨¦licas a que nos hemos . referido antes no llegaron a ponerse nunca en ¨®rbita, los milita res de las dos superpotencias han utilizado activamente el espacio y los cientos de sat¨¦lites de que d¨ªsponen para los servicios de informaci¨®n, las comunicaciones y la localizaci¨®n de disparos bal¨ªsticos. Puesto que Estados Unidos dispone, como es l¨®gico, de me dios m¨¢s perfeccionados que la URSS, debieran por eso mismo ser m¨¢s vulnerables en el espacio. No obstante, el ASAT que han desarrollado los sovi¨¦ticos, pro visto de cabeza explosiva y lanza do desde un m¨ªsil intercontinental SS-9, s¨®lo puede alcanzar su objetivo en una ¨®rbita el¨ªptica baja, a tan s¨®lo un centenar de kil¨®metros del suelo, mientras que los objetivos norteamericanos m¨¢s importantes se encuentran en una ¨®rbita geoestacionaria a 36.000 kil¨®metros de nuestro planeta. Estados Unidos acaba de probar, el pasado 21 de enero, su primer ASAT, el MHV (miniature homing vehicle, veh¨ªculo miniatura provisto de una cabeza exploradora). No se lanza desde el suelo, como el asesino de sat¨¦lites sovi¨¦tico, sino desde un caza F-15. Si hemos de dar cr¨¦dito al informe de la revista Autrement sobre "La bomba", el tercer piso del MHV se desplaza a una velocidad cercana a los 50.000 kil¨®metros por hora, suficiente para pulverizar cualquier objeto que encuentre en su camino, lo que le permite no desperdiciar ninguna carga explosiva.
El fracaso de la diplomacia
A finales de la d¨¦cada pasada, las dos superpotencias intentaron negociar un tratado de desmilitarizaci¨®n del espacio que deb¨ªa ampliar y precisar las disposiciones del suscrito, junto con otros 105 pa¨ªses, en 1967, bajo los auspicios de las Naciones Unidas, con el fin de prohibir el estacionamiento en ¨®rbita de cualquier arma de destrucci¨®n masiva. Pero la invasi¨®n de Afganist¨¢n acarre¨® la suspensi¨®n de las negociaciones por parte de la Casa Blanca. Desde entonces, la URSS ha hecho todo lo posible para reanudarlas. En 1981 present¨® un proyecto en este sentido ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Andropov manifest¨®, a su vez, el 18 de agosto de 1983, a un grupo de senadores norteamericanos, que su pa¨ªs no ser¨ªa el primero en poner en ¨®rbita un arma antisat¨¦lite y propuso, una vez m¨¢s, la firma de un tratado entre sovi¨¦ticos y nortamericanos sobre desmilitarizaci¨®n del espacio. El pasado mes de junio le lleg¨® a Chernenko el turno de lanzar una propuesta de encuentro bilateral, cuya aceptaci¨®n por parte de Washington le pill¨® desprevenido, como hemos se?alado con anterioridad.
Para el Wall Street Journal, que apoya el programa de Reagan, esta aceptaci¨®n forma parte de la comedia electoral, opini¨®n que coincide, en apariencia, con la de Chernenko y sus camaradas. En efecto, seg¨²n este peri¨®dico, firmar un acuerdo con Mosc¨² al respecto no servir¨¢ de nada, tal y como lo reconoc¨ªa el propio presidente en el informe que acaba de presentar ante el Congreso. Tanto es, as¨ª, que los sovi¨¦ticos infringen abiertamente el tratado espacial de 1967 y el tratado ABM de 1972, a los que nos hemos referido con anterioridad. El mismo peri¨®dico se?ala que no existe ning¨²n medio que permita distinguir un sat¨¦lite militar de otro civil, y la ventaja de que dispone la URSS en el terreno de asesinos de sat¨¦lites convierte toda congelaci¨®n de las pruebas en un mal negocio para Estados Unidos.
Por consiguiente, todo parece indicar que, por el momento, Reagan no renunciar¨¢ a su proyecto, m¨¢s a¨²n teniendo en cuenta que, le acuerdo con los sondeos, ¨¦ste parece gozar de cierta popularidad entre la opini¨®n p¨²blica norteamericana. A pesar de todo, no era f¨¢cil que lo acepte el Congreso: el pasado 23 de mayo, la C¨¢mara de Representantes se declar¨® contraria a la prosecuci¨®n de las pruebas relacionadas con el asesino de sat¨¦lites por 238 votos contra 181. Por su parte, la comisi¨®n de las fuerzas armadas en el Senado critic¨® en¨¦rgicamente, el pasado mes,de abril, el programa de la guerra de las galaxias.
Por otra parte, menudean las advertencias, procedentes sobre todo de la comunidad cient¨ªfica, contra una empresa que, seg¨²n las duras palabras empleadas por Gerald Smith, antiguo jefe de la delegaci¨®n norteamericana en las negociaciones sobre control de armamentos, amenaza con a?adir "una nueva carrera armamentista a la ya existente". Los aliados atl¨¢nticos temen, por su parte, que la puesta en funcionamiento del proyecto agrave los riesgos de desenganche entre la fortaleza norteamericana, cada vez m¨¢s segura de su impunidad, y una Europa cada vez m¨¢s vulnerable frente al chantaje sovi¨¦tico.
Los dirigentes de Washington no dejan de repetir que el sistema previsto en el proyecto permite interceptar tanto a los SS-20 como a las armas intercontinentales. En Par¨ªs no se comparte esta creencia y se argumenta que, dada la corta duraci¨®n de la trayectoria del SS-20 y la a¨²n m¨¢s corta del SS-21, es pr¨¢cticamente imposible que se puedan hacer entrar en juego las cuatro capas de interceptaci¨®n que prev¨¦ el proyecto.
En una entrevista que concedi¨® a La Croix, Claude Cheysson record¨® el lamentable efecto que tuvo sobre los aliados de Francia en Europa central la construcci¨®n de la l¨ªnea Maginot en los a?os treinta: el ministro franc¨¦s de Asuntos Exteriores teme que la "l¨ªnea Maginot del espacio" haga desconfiar de su protecci¨®n a los aliados de Estados Unidos.
Una iniciativa francesa
?ste fue el punto de partida de la propuesta de Fran?ois de la Gorce, representante de Francia en la conferencia sobre desarme de las Naciones Unidas celebra das en Ginebra el 12 de junio Consta de los siguientes puntos: 1) Prohibir las armas capaces de alcanzar a los "sat¨¦lites en ¨®rbita alta cuya preservaci¨®n reviste gran importancia desde el punto de vista del equilibrio estrat¨¦gico", es decir, a los sat¨¦lites de ob servaci¨®n o de comunicaci¨®n; 2 prohibir, durante un per¨ªodo re novable de cinco a?os, el despliegue y las pruebas "en el suelo, la atm¨®sfera o el espacio", de acuer do con las palabras que utiliz¨® Claude Cheysson en la entrevista, que concedi¨® a La Croix, "de sis temas de armas con energ¨ªa dirigida capaces de destruir misiles bal¨ªsticos o sat¨¦lites".
Pero ?se puede acaso detener lo que se ha convenido en llamar el progreso, sobre todo trat¨¢ndose de armamentos? Mientras existan dos bandos enfrentados, seguir¨¢ habiendo, en uno y otro, personas convencidas de que el adversario se esfuerza por conseguir la superioridad y de que el ¨²nico medio de imped¨ªrselo es esforz¨¢ndose por tomarle la delantera.
Los norteamericanos no tienen nada que objetar a la primera parte de la propuesta francesa, dado que los sovi¨¦ticos no disponen en la actualidad de medios para alcanzar a los sat¨¦lites estacionados en ¨®rbita alta. No obstante, si se aprobara la segunda, quedar¨ªa completamente bloqueado su programa de rayos l¨¢ser, que, como hemos visto, desempe?a un importante papel en el establecimiento de un sistema de capas m¨²ltiples de antimisiles.
No existe una seguridad al ciento por ciento
Como profano, se requiere una buena dosis de inconsciencia para pretender zanjar una controversia que enfrenta a los expertos m¨¢s acreditados. No obstante, cabe exponer algunas observaciones:
1. En este momento, los especialistas norteamericanos m¨¢s calificados admiten que el sistema de interceptaci¨®n no puede proporcionar una seguridad al ciento por ciento. El general Scrowcroft, que dirige el grupo bipartito sobre el misil MX, estima que, como m¨¢ximo, se puede esperar un 90%.
2. A Reagan le est¨¢ costando mucho trabajo convencer al Congreso para que vote los presupuestos, relativamente modestos, que exige la prosecuci¨®n de su fabuloso proyecto.
3. El coste de la empresa, en un mundo que se enfrenta ya con problemas de endeudamiento insolubles y que gasta un mill¨®n de d¨®lares por minuto en armarse, amenaza con llevar a la humanidad a la ruina.
4. La rapidez con la que debe producirse la interceptaci¨®n excluye toda intervenci¨®n humana. Los rayos l¨¢ser o los haces de part¨ªculas deber¨¢n ser accionados autom¨¢ticamente por las estaciones de localizaci¨®n, alertadas por un calentamiento anormal. En tales condiciones, el riesgo de error parece considerable. Adem¨¢s, si un meteorito desintegra un sat¨¦lite, ?c¨®mo podremos estar seguros de que el responsable no fue un misil enemigo?
En tales condiciones, se siente uno tentado de dar la raz¨®n a Charles Percy, presidente (republicano) de la Comisi¨®n de Asuntos Exteriores del Senado, cuando declara: "?sta es una buena oportunidad para detener, antes de iniciarla, una carrera armamentista peor que la primera". Bien es cierto que en este campo hace mucho que la raz¨®n ha dejado de mandar.
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