Realismo socialista
No me refiero a la c¨¦lebre pericia gubernamental de los nietos de Pablo Iglesias para hab¨¦rselas con la creciente complejidad fin de siglo como si no hubiera existido Pablo Iglesias, ni apenas el t¨ªo Fernando de los R¨ªos; s¨®lo los atl¨¢nticos primos lejanos Brandt y Mitterrand. Me refiero a un asunto todav¨ªa m¨¢s embarazoso, al realismo socialista propiamente dicho.Es que precisamente hoy, a las cinco a la tarde, se cumple el 50? aniversario del nacimiento oficial de aquel curioso movimiento art¨ªstico-literario que durante tantas temporadas fue el territorio por donde deambul¨® con desparpajo la intelectualidad espa?ola, y la verdad, dentro del agobiante calendario de fastos culturales nost¨¢lgicos y necr¨®filos del verano, no veo yo ning¨²n tipo de convocatoria destinada a recordar el advenimiento del realismo socialista.
La tarde del 17 de agosto de 1934, en Mosc¨², los asistentes al primer congreso de escritores sovi¨¦ticos deciden anunciar al mundo el cruce gen¨¦tico entre el modelo art¨ªstico de Maximino Gorki y las teor¨ªas revolucionarias de Andr¨¦s Idanov. Nacido el realismo socialista de la m¨¢s absoluta nada, sus estragos son suficientemente conocidos. Enormes lienzos chillones de obreros musculosos y campesinas felices que miran de perfil hacia la lejan¨ªa con cara de velocidad hist¨®rica; murales repletos de martillos, ruedas dentadas, gr¨²as, trigo, alguna chimenea y muchas banderas al viento; novelas con h¨¦roes positivos, sentimientos de clase, nudo ferroviario y desenlace con moraleja dial¨¦ctica.
Creo, sin embargo,. que no es del todo justo este olvido tan freudiano del cincuentenario. No s¨®lo, ya digo, porque bastantes intelectuales que ahora se dedican con entusiasmo a semiotizar, posmodernizar, helenizar y orientalizar fueron hace no tanto numerarios fervientes del parto socialrrealista, sino por las ense?anzas que se derivan de aquel encuentro de literatos que logr¨® la in¨²til fotos¨ªntesis entre Gorki e Idanov. Deber¨ªa ser recordada la fecha roja para que evidenciara lo muy peligrosa que resulta esa irrefrenable tendencia innata de los escritores a reunirse en congresos cada cierto tiempo.
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