Benidorm, pobre y teticiego
Una avioneta parlante anunciaba desde el cielo la botella de agua mineral sin gas. Por sus altavoces, el piloto gritaba que hab¨ªa que beber a todas las horas ese l¨ªquido de manantial, y la cola del avi¨®n agitaba un serpent¨ªn publicitario que los sedientos ba?istas admiraban desde la arena.Lo que el piloto pod¨ªa ver desde las alturas era una nueva configuraci¨®n de la playa de Levante, un cambio de los asentamientos humanos. En primera l¨ªnea, las grandes barrigas de Hamburgo se asaban con la gracia de McDonald's. Un poco m¨¢s atr¨¢s, las tetillas del todo Madrid se ventilaban al sol. En la franja posterior, ni?os con botecitos de catchup y mam¨¢s llenas de Nivea inflaban las colchonetas. Luego ven¨ªan los italianos con sus taparrabos m¨ªnimos y sus m¨¢ximas pretensiones, y por ¨²ltimo, se alzaba la cordillera de hormig¨®n y cemento armado que separa el mar de la planicie reseca.
El piloto accion¨® los mandos para observar algo que le llamaba la atenci¨®n por su car¨¢cter novedoso. Perdi¨® metros de altitud y vio que, efectivamente, entre el sistema monta?oso de apartamentos y el agua tan azul se incrustaban casas m¨®viles, furgones con respiradero, caravanas con cocinas de butano y chimenea y ¨²ltimos modelos de viviendas unifamiliares sobre ruedas de goma. El piloto solt¨® una r¨¢faga de palabras ensalzando las propiedades del agua mineral, tan apreciada en d¨ªas de cortes de suministro, y todav¨ªa alcanz¨® a ver que esas caravanas habitadas en el paseo llevaban en su mayor¨ªa matr¨ªcula de Italia.
Era el d¨ªa de la Asunci¨®n, y por el dogma se advierte que hasta las v¨ªrgenes suecas, insignificantes hormigas desde el firmamento, pon¨ªan las manos sobre sus pechos y hac¨ªan un poco de levitaci¨®n. En la parroquia de El Carmen los cat¨®licos asist¨ªan a una misa celebrada en alem¨¢n, mientras en la tienda de souvenirs de Luca la dependienta ofrec¨ªa la cachiporra el¨¢stica de 350 pesetas, con el remate de plomo bailando al fin de una espiral de acero. La dependienta dijo: "Se vende m¨¢s que las otras porras, m¨¢s que las de madera con clavos, porque para la discoteca es mucho mejor si los extranjeros sacan navajas".
Especie ahorrativa
En Benidorm no hay ¨¢rabes arabizados, ni se pasea la duquesa de Kent en descapotable rojo con acompa?amiento de buganvilias y un relaciones p¨²blicas de mon¨®culo ca¨ªdo. No. Nada de esto existe en Benidorm, para¨ªso de la clase obrera bien remunerada de Europa. La nueva invasi¨®n de italianos podr¨ªa interpretarse como un fen¨®meno derivado de la posmodernidad de la Costa Blanca tanto como de la publicidad ,que la Mafia, asentada aqu¨ª, ha lanzado, como de un puntapi¨¦, en la vecina bota.
El turista italiano es de la especie ahorrativa. Se gasta la divisa en lavar el coche fard¨®n, ponerse una camisa diferente cada d¨ªa y lucirse in il suo automobile desenganchado del remolque-guarida. Los comerciantes dicen que estos bambinos no tienen un duro. Y que prefieren a los huelguistas mineros de Gales y a los estibadores del puerto de Londres antes que a estas delicadas bellezas en su Divina Comedia.
"No compran ni la t¨ªpica mu?eca con bombillas en los ojos, ni el torito, ni el burro, ni el conejo de 500 pesetas", se lamentaba la dependienta de Ceder-Cuir, entro bolsos colgados como jamones en la acera; "estos turistas nos cuestan dinero".
Pasaba entonces uno de ellos en una camisola estampada con esta leyenda: "Mis amigos fueron a Benidorm y s¨®lo me trajeron esta camiseta". Y el turista iba diciendo ciao, ciao con la generosidad del potentado que suelta monedas de oro.
Encima, lo del agua. Secos. Con cortes municipales de un suministro que aterrar¨ªa al se?or ministro. En el hotel Don Pancho, de cuatro estrellas, bajaba en el ascensor un veraneante de Madrid con la gorra de marinero coronada por el tim¨®n (adquirida en La Vaguada), y en ¨¦l despacho del director entraba un cobrador de aguas. Dijo el director: "Pagamos a 3.500 pesetas cada cuba de agua que no podemos dar por potable, y al mes la broma nos sale por m¨¢s de medio mill¨®n de pesetas".
En los lavabos luc¨ªa el aviso: "No es buena para beber", y la procesi¨®n de las cubas, que pronto recibir¨¢ la medalla al m¨¦rito tur¨ªstico internacional, arrastraba por las avenidas a los penitentes descalzos. No era ¨²nicamente problema de Benidorm, donde debajo de cada bloque de cemento hay un pozo de artesan¨ªa, sino que esto de los cortes de agua y del agua salada en las tuber¨ªas alegraba los calores del est¨ªo en todos los c¨¦lebres enclaves de la costa. La sequ¨ªa, por un lado, y las ri?as de alcaldes vecinos, por otro, desafiaban las leyes de la tifoidea. "Si no tenemos infecciones aqu¨ª", a?adi6el director de Don Pancho, "es porque este turismo de agosto se nutre de espa?oles, italianos y portugueses que son m¨¢s inmunes al peligro". Y tambi¨¦n por resistentes proletarios unidos en la huelga galesa y en los muelles de los puertos y en las cadenas de montaje de la industria pesada de la CEE.
Para que caiga uno de ellos a¨²n han de hacer muchas diabluras estos alcaldes.
En la bodega El Barril proliferaban otra clase de bandos. Se dec¨ªa (en ingl¨¦s) que "embotellamos y sellamos licores en envases de vino". La raz¨®n no era ad¨²ltera en cuanto al producto, sino punitiva en cuanto al celo aduanero. El castigado turista extranjero ampliaba su cupo de licor, m¨¢s corto que el del vino, pasando por vino lo que es* licor. Incluso entraba el Carmelitano.
Hermosa y concurrida estaba la avenida del Mediterr¨¢neo en los tramos en los queno se llega a ver el Mediterr¨¢neo. Ese enjambre de cacof¨®nicos hoteles -Reymar, Rosamar, Riudor, Riviera- se alzaba sobre los toboganes acu¨¢ticos y los m¨¢s incre¨ªbles negocios de la alfarer¨ªa y la cer¨¢mica. Jos¨¦ Rodrigo, fot¨®grafo, garantizaba la impresi¨®n de la foto dentro del plato en s¨®lo dos minutos. Y a color. "Tama?o aceitunas vale 850 pesetas, y los grandes, para cocido, cuestan 3.000 pelas", dijo. ?No era excitante arrearse una sopa de fideos viendo la tele en la terracita del apartamento y tener debajo del fideo a la primera esposa? Plato ideal, pues, para el divorciado. ?No era rom¨¢ntico acuchillar el h¨ªgado de cordero, encebollado y ver de pronto a la suegra sonriente, y hasta feliz, soportando los pinchazos?
Mucho ¨¦xito estaba teniendo ahora el fot¨®grafo, luego de una inversi¨®n de 300.000 pesetas, que es el precio de la m¨¢quina de este singular tiro al plato.
Otro, sufrido siervo del diente for¨¢neo, el due?o del bar Elba, orientado hacia los Pa¨ªses Bajos, ten¨ªa baj¨ªsima la moral. Daba los 100 gramos de lenguado a sesenta pesetas, con salsa encima, y all¨¢ se ve¨ªan las piezas de medio kilo sin que casi nadie mordiera el anzuelo: "A¨²n hay quien lo da m¨¢s barato esto es el despellejen; vamos para abajo", dijo el hombre, sin escamas ya.
Pero los brit¨¢nicos, acostumbrados a crecerse en la misma adversidad, com¨ªan a dos carrillos el platillo de habichuelas con patatas fritas por 190 pesetas. Y sudaban copiosamente, olorosamente, alzando el barro de cerveza. Pon¨ªan cara de estar a punto de regalarse unos a otros la famosa medalla del amor: "Hoy huelo ya m¨¢s que ayer, pero menos que ma?ana".
La vida es rosa
No hay que deducir que el lujo fuera barrido de Benidorm. Se ve¨ªa al capo en el Mercedes 500 recorriendo sus propiedades de un dinero purificado convertido en bloques de almenas, de cuyos balconcitos, cuelgan ristras de ropa interior. Y a¨²n hab¨ªa cocinas de precio y renombre, donde, completa como en el museo, la familia espa?ola esgrim¨ªa la cuchara. La familia de posibles. As¨ª, I fratelli, hermanos casados con se?oras de Callosa de Ensarri¨¢, congregaban, luego de: la misa y el chapuz¨®n, a la c¨¦lula viva de la sociedad para que fuera criando celulitis. Y paga el abuelito, que celebra muy feliz un a?o m¨¢s, con todos, sin haberse muerto. Todos unidos y con m¨²sica de Mach¨ªn rosa. Era el color dominante, porque la vida es rosa: manteles, carnes, caviares, gambas y la mejilla del cocinero. ?Oh solomillo! Ingerido reverenciosamente y en traje de ba?o, al estilo Maxims.
.El minitr¨¦n recorr¨ªa los puntos neur¨¢lgicos de esta selva, y su conductor le daba al badajo del campanil cuando divisaba carne blanca sin rebozo. En el minitr¨¦n los turistas pod¨ªan escuchar que en Espa?a a¨²n tenemos doce cascabeles para mi caballo.
A espaldas del mejor hotel, la sombra de la noche ca¨ªa con un poco de brisa, y era casi como una ducha fresquita. Pepe, propietario del pub, organizaba su concurso para avivar la recaudaci¨®n. Era el concurso de la camiseta mojada. Los ojos de las mozas se encend¨ªan. La manguera rociaba a las concursantes de cintura para arriba, y todos los presentes dejaban de mirar el v¨ªdeo en ingl¨¦s para admirar la sorprendente erecci¨®n de aquellos pechos que se dibujaban debajo de la camiseta empapada. El p¨²blico aplaud¨ªa entre cerveza y cerveza, y la ganadora del concurso, seg¨²n votaci¨®n popular, se desprend¨ªa del pa?o y aceptaba las 1.000 pesetas que Pepe destinaba a la vencedora de tan arriesgada prueba.
En otros lugares el remedio de la concur-soman¨ªa, viejo como la tos, aliviaba carrasperas y dolencias. del bolsillo. A una madrile?ita le tocaban 20.000 duros en el certamen de ropa interior de la discoteca Mama Luna. Pero ?qu¨¦ monada de ropita era aqu¨¦lla! Merec¨ªa no ser interior y cosechar 100.000 pesetas. Pobre, esquilmado y deprimido estaba con la calor el reba?uelo de agosto. Tanto como para quedarse teticiego.
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