Cr¨®nica a contrapelo
El d¨ªa 14 de agosto de 1984 se celebra en la iglesia de Santa Mar¨ªa de San Sebasti¨¢n la tradicional salve en v¨ªspera de la fiesta del d¨ªa 15. Se trata de un acto oficial en plena Semana Grande de fiestas donostiarras. Asisten las autoridades nacionales, regionales y locales. Esta vez no acudi¨® el lendakari.La iglesia est¨¢ en plena parte vieja de la ciudad, escenario de todos los altercados nacionalistas de Herri Batasuna, Comit¨¦s Pro Amnist¨ªa, etc¨¦tera. Aquella tarde las calles estaban espesas de p¨²blico en plan de fiesta. A las 19.15 horas, las autoridades, con maceros, etc¨¦tera, se dirigen pausadamente y la sonrisa en los labios hacia la iglesia. La Ertzaina cubre la entrada de la calle que han de recorrer hasta la iglesia, as¨ª como los cruces de las bocacalles. Sus nuevos uniformes de faena, negros con casco naranja -h¨ªbrido entre los de la Polic¨ªa Nacional y los CRS franceses-, causan expectaci¨®n.
Entrarnos en el templo a escuchar la salve. La canta el Orfe¨®n Donostiarra, con solemnidad ?mpresionante. Tras el oficiante, la entona de nuevo el p¨²blico a voz en cuello y con la tradicional entonaci¨®n y magn¨ªficas voces de este pueblo vasco (en vascuence, por supuesto).
Salimos de la iglesia. Las autoridades recorren el camino de antes en sentido inverso, hacia el ayuntamiento. Todos sabemos que los batasunas est¨¢n all¨ª, dispuestos a provocar incidentes, como ya va siendo tradicional en esta ocasi¨®n. Pero la calle sigue estando negra de p¨²blico. Las autoridades no pierden su calma.
Nos vamos hacia la izquierda por un camino m¨¢s despejado. Yendo hacia el bulevar, mi mujer y yo nos encontramos a una docena de mozalbetes que gritan e insultan a un cord¨®n de ertzainas que cierra el paso un poco m¨¢s arriba. Entramos en un bar para tomar una cerveza. Menos de 10 minutos despu¨¦s todo ha pasado.
Al llegar al bulevar vemos los restos de una batalla: cascotes por el suelo, papeleras municipales arrancadas, algunas sillas de los caf¨¦s volcadas. Pero la calma ha vuelto pronto, las autoridades est¨¢n ya dentro del ayuntamiento, la l¨ªnea de la Ertzaina se va retirando, la Polic¨ªa Nacional va tomando el relevo. Sin traumas.
Cruzamos la l¨ªnea de guardias -que no es impermeable para el p¨²blico- y nos dirigimos hacia la Concha, llena tambi¨¦n de gente, porque hay regatas de traineras. Despu¨¦s vamos al puerto bara ver el desembarco de los remeros. Volvemos hacia la avenida, siempre en medio de una multitud dominguera. De milagro encontramos sitio en un caf¨¦. A las 10.45 horas, fuegos artificiales, que presencian varias decenas de miles de personas. Cierto que se hab¨ªan suprimido -por miedo o por exceso de precauci¨®n- una exhibici¨®n de txistularis y un concierto de la Banda Municipal en el quiosco del bulevar. Si se hubieran mantenido, sin duda la masa de espectadores habr¨ªa ahogado cualquier intento de desorden.
As¨ª pues, entre las siete de la tarde y las once de la noche, salvo unas carreras en la parte vieja y una carga normal de la polic¨ªa en el bulevar, todo San Sebasti¨¢n vivi¨® plet¨®ricamente su d¨ªa de fiesta. No hubo heridos, ni lesionados, ni detenciones.
Pues bien, unos d¨ªas despu¨¦s se escribe lo siguiente (EL PAIS, 19 de agosto de 1984, p¨¢gina 15): "La batalla campal por el bulevar y la parte vieja de la ciudad dur¨® hasta que se puso el sol". El Diario Vasco del d¨ªa siguiente llen¨® varias p¨¢ginas dedicadas a los incidentes. La, Prensa espa?ola en general, la radio y supongo que la televisi¨®n dieron la misma impresi¨®n de ciudad invivible, de ambiente de desorden, en vez de ambiente de fiesta.
?Alguien me puede explicar este desfase entre el mundo de la informaci¨®n y el mundo real?-
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