Segunda carta a Juan Luis Cebri¨¢n
Querido Juan Luis: en tu art¨ªculo Una pregunta elemental muestras vivo inter¨¦s por la actualizaci¨®n de nuestra tecnolog¨ªa. Muy expl¨ªcitamente te adhieres al norteamericano, Naisbitt, subrayas la importancia del "cambio cualitativo que cuestiones como la microelectr¨®nica y la biotecnolog¨ªa est¨¢n suponiendo para la civilizaci¨®n" y te preguntas si no nos conducir¨¢ a cierto tercermundismo la negligencia en la incorporaci¨®n a tan apremiante exigencia de nuestro tiempo.Contigo estoy. Como el hombre est¨¢ condenado a ser libre, seg¨²n la frase de un Sartre desconocedor de lo que Ortega hab¨ªa dicho, del mismo modo lo est¨¢ a ser t¨¦cnico, sea el hacha de s¨ªlex o la fisi¨®n del ¨¢tomo la forma que adopte su tecnificaci¨®n. La indigencia de nuestros instintos y el modo espec¨ªfico de nuestra inteligencia nos obligan a ello; y as¨ª, quienes por indolencia o por ecologismo no quieren vivir instalados en la t¨¦cnica de hoy, por fuerza tienen que vivir inmersos en la t¨¦cnica de ayer, cuando no en la de anteayer. En resumen, s¨ª a la t¨¦cnica. M¨¢s a¨²n: s¨ª a la t¨¦cnica actual. Como a Juan Cueto, en una reciente columna de este mismo peri¨®dico, me irritan sobremanera los bienpensantes que, movidos por un mal entendido tradicionalismo, por un endeble esteticismo, por cierto alicorto seudohumanismo o simplemente por pereza, que de todo hay, hacen dengues al fomento de la t¨¦cnica. Aunque, torp¨ªsimo de m¨ª, yo sea incapaz de conducir un autom¨®vil, de escribir decorosamente a m¨¢quina y hasta de montar en bicicleta. Sin crear alguna t¨¦cnica original, o sin usar correctamente la t¨¦cnica del tiempo en que se existe, o sin comprender y convivir -al menos esto- la fascinante aventura que es la empresa de inventarla, el hombre no posee socialmente toda la humanidad que exige la condici¨®n hist¨®rica de su ser.
Conviene no olvidar, sin embargo, que hay un modo espurio y un modo aut¨¦ntico de poseer la t¨¦cnica. Espuriamente la posee la sociedad que importa m¨¢quinas, hace que se las instalen y contrata a cuasit¨¦cnicos que, como suele decirse, saben d¨®nde est¨¢ el bot¨®n que hay que apretar. S¨®lo ser¨¢ aut¨¦ntica la posesi¨®n de la t¨¦cnica cuando quien la hace y la usa se mueva en uno de estos tres niveles: el m¨¢s bajo, la correcta fabricaci¨®n imitativa de m¨¢quinas inventadas en otro pa¨ªs; el intermedio, la invenci¨®n de t¨¦cnicas nuevas y la adecuada utilizaci¨®n de ellas; el supremo, supuestos los otros dos, la recta comprensi¨®n de lo que, en el nivel hist¨®rico en que se exista, son la actividad de crear t¨¦cnica y la recta intelecci¨®n de lo que es la tecnificaci¨®n de la vida. Pues bien: en el caso de una sociedad cuya tecnificaci¨®n no sea suficiente, tal la espa?ola, ?qu¨¦ deber¨¢ hacerse para instalarla de modo habitual en uno de esos tres modos de poseer aut¨¦nticamente la t¨¦cnica, y si es posible en los tres?
La respuesta debe comenzar pronunciando de nuevo la palabra -consigna que desde Feijoo y hasta Ortega y Ors, pasando por Giner de los R¨ªos, tantas veces se ha repetido entre nosotros- educaci¨®n. Hay que educar a nuestra sociedad, tenemos que educarnos a nosotros mismos, si queremos que sea un hecho firme la plena instalaci¨®n de Espa?a en el nivel hist¨®rico de este fin de siglo. La minor¨ªa que en la Espa?a actual constituyen los intelectuales, los cient¨ªficos, los t¨¦cnicos, los pol¨ªticos y los empresarios conscientes de esa necesidad y resueltos a satisfacerla debe movilizarse con energ¨ªa para educarse a s¨ª misma, en cuanto a la mentalidad t¨¦cnica ata?e, y para llevar a cabo, en bien planeados c¨ªrculos conc¨¦ntricos, la oportuna educaci¨®n de los dem¨¢s. ?No fue ¨¦ste el proceso que una inteligente y tenaz minor¨ªa reformadora inici¨® en Jap¨®n -un Jap¨®n de samurais, geishas y cerezos en flor- hace poco m¨¢s de un siglo?
Nada m¨¢s lejos de m¨ª que el ideal de japonizar a mi pa¨ªs. Ni conozco la realidad del Jap¨®n actual, ni se me ocurre pensar que los espa?oles debemos actualizarnos tratando de olvidar lo que hemos sido y lo que somos, ni considero deseable para Espa?a la aplicaci¨®n de alguno de los modelos educativos que para Tanzania o Alto Volta prefabrica la Unesco. Mi deseo'es que, seg¨²n nuestras posibilidades, haga Espa?a a la espa?ola algo semejante a lo que a la japonesa ha hecho Jap¨®n. ?C¨®mo? Evitando todo arbitrismo, pero sin dejar de sentir una secreta ternura por los arbitristas, tan ingenua y ben¨¦ficamente llenos de amor a su pa¨ªs, reducir¨¦ mi personal propuesta a los siguientes puntos:
1. No olvidar que la investigaci¨®n b¨¢sica -por tanto, el cultivo de la ciencia pura- es el m¨¢s s¨®lido fundamento de la invenci¨®n t¨¦cnica y el ¨²nico camino para evitar una especializaci¨®n del t¨¦cnico excesivamente limitada y pragm¨¢tica. No ser¨¢ impertinente a?adir, contra un reduccionismo frecuente entre nosotros, que la investigaci¨®n b¨¢sica no es s¨®lo la que exige el empleo del microscopio (c¨®mo, bajo el just¨ªsimo prestigio de Cajal, sol¨ªa pensar hace a?os el espa?ol medio) o la que recurre a las t¨¦cnicas de la bioqu¨ªmica actual (como, bajo el frio menos justo prestigio de Ochoa, suele pensarse hoy). No. Investigaci¨®n b¨¢sica es la que sin prop¨®sito inmediato de aplicaci¨®n utilitaria, aunque, naturalmente, sin descartarla, se aplica al ejercicio cient¨ªfico de la mente y al conocimiento cient¨ªfico de lo que las cosas son. Desde la matem¨¢tica hasta las llamadas ciencias humanas, como la filosof¨ªa y la historia, debe extenderse, en consecuencia, el campo de la investigaci¨®n b¨¢sica.
2. Debe aspirarse a que, cada uno en su campo, nuestros cient¨ªficos y nuestros t¨¦cnicos conozcan todo y bien lo que cient¨ªfica y t¨¦cnicamente se hace en el mundo. Lo que no sea esto no pasar¨¢ de ser provincianismo intelectual o vano diletantismo.
3. Puesto que no son grandes nuestros recursos econ¨®micos y humanos, nuestra investigaci¨®n cient¨ªfica y t¨¦cnica debe limitarse a un reducido n¨²mero de campos: aquellos en que hayamos comenzado a hacer algo valioso o espont¨¢neamente surja una figura prometedora (cuatro ejemplos en la Espa?a actual: las neurociencias, la bioqu¨ªmica, la gen¨¦tica y la ecolog¨ªa) y aquellos en que se estime que, dentro de lo que hoy son la ciencia y la t¨¦cnica, podamos los espa?oles aportar alguna novedad estimable (no otro ha sido, a mi modo de ver, el laudable prop¨®sito que ha animado al Ministerio de Educaci¨®n y Ciencia a la creaci¨®n de dos centros pilotos, uno de microelectr¨®nica y otro de f¨ªsica de altas energ¨ªas).
4. Promover met¨®dica y tenazmente la creaci¨®n de una mentalidad cient¨ªfico-t¨¦cnica en todos los niveles de la ense?anza. Me limitar¨¦ a esbozar lo que en la Universidad puede y debe hacerse: en todas las facultades, fomentar con empe?o el esp¨ªritu de investigaci¨®n (evitando, eso s¨ª, el prurito public¨ªstico); en las facultades cient¨ªficas, completar la formaci¨®n human¨ªstica; en las facultades literarias, ofrecer cierta formaci¨®n cient¨ªfico-t¨¦cnica. (D¨¦jame, Juan Luis, dedicar una furtiva l¨¢grima al razonable, viable y bien articulado proyecto que bajo el t¨ªtulo de Formaci¨®n t¨¦cnica y formaci¨®n human¨ªstica varias veces he expuesto yo, con tan buena acogida entre quienes lo oyeron y tan total indiferencia en todos los dem¨¢s.)
5. Movernos resuelta y eficazmente hacia la edificaci¨®n y el cultivo del nuevo humanismo -en el cual tan esencial parte deben tener la ciencia y la t¨¦cnica- que desde su entra?a misma pide la cultura de nuestro tiempo. ?Qu¨¦ es la t¨¦cnica actual? Hist¨®rica y humanamente considerada, una fascinante cima del camino iniciado por los fil¨®sofos voluntaristas y nominalistas de la Edad Media -la revolucionaria idea de que lo m¨¢s esencialmente humano al hombre es, antes que la inteligencia, la libertad, la acci¨®n creadora de la voluntad libre- y un formidable avance en la empresa de conocer y gobernar el cosmos; por tanto, algo sin lo cual no son posibles una filosof¨ªa, un arte, una sociolog¨ªa y una ¨¦tica plenamente actuales.
Arte y t¨¦cnica, poes¨ªa y t¨¦cnica. No, por Dios, un retorno servil al barato bodrio est¨¦tico que propusieron el futurismo de Marinetti y el realismo socialista sovi¨¦tico. Si la poes¨ªa es la expresi¨®n l¨ªrica de una actitud personal ante la realidad, ante una zona o un aspecto de la realidad, ?por qu¨¦ no han de existir hoy, junto a todos los posibles poetas del amor, la belleza o la fugacidad de la vida, un Rilke o un Aleixandre de la invenci¨®n t¨¦cnica y de la emoci¨®n de emplearla?
Filosof¨ªa y t¨¦cnica. No s¨®lo una filosof¨ªa de la t¨¦cnica -ya la hay, y variamente orientada-, tambi¨¦n una filosofia de la realidad elaborada desde la cabal comprensi¨®n de lo que la t¨¦cnica ofrece a la existencia humana. Me dec¨ªa hace a?os Zubiri que en el curso de un paseo estival pregunt¨® de sopet¨®n a su amigo Zarag¨¹eta: "?No cree usted, don Juan, que si Arist¨®teles hubiese visto un avi¨®n habr¨ªa entendido de otro modo la sustancia?". El neotomista Zarag¨¹eta no ve¨ªa c¨®mo, Hoy, seis decenios despu¨¦s de ese di¨¢logo, podemos preguntarnos si en la idea zubiriana de la sustantividad no estar¨¢ operando la actitud mental subyacente a aquella pregunta.
Nuevo humanismo, pues: una cultura en la cual se entramen concertadamente la noble compa?¨ªa de S¨®focles y Plat¨®n, Virgilio y Horacio, Cervantes y Shakespeare, y cierta familiaridad con la ciencia y la t¨¦cnica de nuestro siglo. Gran cosa ser¨ªa la convocatoria de un debate nacional en el que intelectuales, educadores, pol¨ªticos y empresarios empleasen su mejor imaginaci¨®n para poner en marcha entre nosotros el nuevo humanismo que ya nos est¨¢ pidiendo el siglo XXI.
Querido Juan Luis: ?lograr¨¦is hacer los cuarenta?eros, o al menos iniciarlo, algo que los cuarentaflistas no pudieron so?ar? Como espa?ol y como padre, pocas cosas deseo tanto.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.