Racismo a orillas del Ebro?
Seg¨²n una an¨¦cdota, un artista de color que visitaba Sur¨¢frica -catedral del racismo-, al verse obligado a rellenar un impreso en el que se inquir¨ªa la raza del viajero, escribi¨®: "raza humana".Aquel hombre certeram ente enfocaba el problema metafisico de la igualdad de los hombres, de la igualdad del g¨¦nero humIno: basada en la unidad del g¨¦riero, humano, principio que inspira la filosof¨ªa occidental desde que Arist¨¢teles sentara sus principios esenciales, hoy vigentes. El que los hombres de toda condici¨®n y de todo color sean denominados con el sustantivo hombre es com¨²nmente aceptado, corno dice Maritain en sus Principios de una pol¨ªtica humanista, pero ?son aceptadas todas las consecuencias de esa com¨²n denominaci¨®n?
As¨ª, unas posiciones, generalmente llamadas nominalis las, s¨®lo ven las desigualdades individuales y olvidan la realidad y dignidad ontol¨®gicas de, la naturalleza humana; incluso podr¨ªamos afirmar que- las desigualdades entre los hombres son tan s¨®lo desigualidades de hecho, lo que signilfica que el derecho, siguiendo a la filosof¨ªa -y a la ¨¦tica-, s¨®lo puede considerar la igualdad entre los hombres.
Un principio con bases en la filosof¨ªa aristot¨¦lica y en la religi¨®n cristiana deb¨ªa trascender, como es l¨®gico, al derecho. Es decir, el derecho ha acabado aceptando como principio esencial en los derechos humanos la igualdad de los hombres, aun cuando las desigualdades f¨¢cticas hayan sido muchos siglos, y sean todav¨ªa hoy reconocidas por los Estados.
Sin embargo, con base en la dignidad de la persona humana, no es posible reconocer otra tesis que ¨¦sta. Tesis que recibi¨® universal sanci¨®n con la declaraci¨®n francesa de derechos del hombre y del ciudadano.
Por razones evidentes, la igualdad constituye la clave del sistema de derechos humanos. Sin ella no hay tal, y all¨ª donde no, existen -como proclama la misma declaraci¨®n, -no existe constituci¨®n. En Espa?a, la vigente Constituci¨®n reconoce, en su art¨ªculo 14, la igualdad, sin discriminaci¨®n alguna por raz¨®n de nacimiento, raza, sexo, religi¨®n, opini¨®n o cualquier otra condici¨®n o circunstancia personal o social, y, como nuestro sistema es un Estado social de derecho, mandata el art¨ªculo noveno a los poderes p¨²blicos para promover las condiciones para que la libertad y la igualdad sean reales y efectivas, as¨ª como el derecho al trabajo, la salud, el acceso a la cultura, a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Todos estos principios pueden ser letra muerta si de hecho los poderes p¨²blicos no aplican tales principios en la pr¨¢ctica. Los espa?oles, que tuvimos una gloriosa tradici¨®n de convivencia de pueblos y razas -cristianos, musulmanes y jud¨ªos-, vieron rota esa convivencia que dio brillo sin igual a la baja Edad Media por la intolerancia inquisitorial. La expulsi¨®n de moriscos y hebreos no s¨®lo fue impuesta en forma injusta, sobre todo en Arag¨®n, sino que dej¨® un vac¨ªo no colmado todav¨ªa. Ese vac¨ªo ha sido, adem¨¢s, una confirmaci¨®n de la regla de que las sociedades segregacionistas son las primeras en sufrir las consecuencias de la irracionalidad y el antihumanismo.
Y hay una deuda por saldar. La de un pueblo pintoresco, brillante y enigm¨¢tico: el pueblo gitano, que aun formando parte inseparable de nuestras vidas, y hasta de nuestro paisaje, ha sido tradicionalmente segregado y marginado.
?Hay racismo en Espa?a? Cada uno que conteste a esta pregunta seg¨²n su conciencia. En mi opini¨®n, hoy, a orillas del Ebro, donde escribo estas l¨ªneas, pudiera entenderse que s¨ª. Es necesario reaccionar y ver que si los hombres son iguales sin distinci¨®n de raza, los poderes p¨²blicos est¨¢n obligados a aplicar las leyes y reglamentos en ese sentido. Que el derecho a la vivienda y a salir de la marginaci¨®n se debe aplicar al gitano -espa?ol, tan espa?ol como el payosin que la legalidad urban¨ªstica, la validez de los actos administrativos, etc¨¦tera, puedan quedar al arbitrio de quienes tienen prejuicios raciales o intereses encontrados. En otro caso, negando derecho a derecho, ?d¨®nde llegar¨ªamos? Hubo un loco criminal que en los a?os treinta y cuarenta de este siglo nos ense?¨® el camino. ?Al exterminio de un pueblo que es parte del nuestro? Estoy seguro de que el pueblo que conquist¨®, y no s¨®lo con las armas, continentes enteros conviviendo con los pueblos m¨¢s variados no podr¨¢ iniciar el declive por el plano inclinado de la violencia y la discriminaci¨®n racial, y menos en la tierra que vio la m¨¢s temprana legislaci¨®n contra el tormento y bas¨® su constituci¨®n en el justicia. Con esperanza en unos principios -justos e inmutables- que no pueden ser olvidados por los poderes p¨²blicos, pero menos a¨²n por nuestro generoso pueblo, que ha escogido la democracia sin titubeos, conf¨ªo en no ver en adelante ni atisbos de conflicto racial en las riberas del r¨ªo que nos da vida y nombre, menos a¨²n cuando apenas iniciamos el camino hacia la efectiva liberaci¨®n de los marginados y oprimidos.
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