El tiempo
Meditar sobre el tiempo puede resultar interminable. Se trata de un concepto que, como el pensar sobre el pensar, exige para ser aprehendido emplear su propia realidad, exige tiempo. Escudri?ando en el lenguaje, donde se decantan las ¨²ltimas verdades, podr¨ªa averiguarse algo, sobre todo en los sugerentes adverbios. Por ejemplo, luego sirve al espacio y al tiempo; decimos "est¨¢ primero la plaza y luego la casa de mi amigo" o "para luego es tarde". Antes puede referirse a un pasado -"antes era blanco"- o a un futuro que se cambiar¨¢ en pasado -"nos veremos antes de que se ponga el sol"-.Arist¨®teles, seg¨²n me cuentan, ve¨ªa el tiempo esencialmente ligado al movimiento, al cambio. Y desde el momento que el andar lleva tiempo y el tiempo se mide por el movimiento de algo material, el flujo del tiempo, continuo ,o discontinuo, se ha cre¨ªdo una realidad. "Para algunos f¨ªsicos actuales", nos explica Ferrater Mora en su incomparable Diccionario de Filosof¨ªa, "puede haber irregularidades en la estructura del tiempo, el cual podr¨ªa aparecer como continuo y fluyente en la estructura macrof¨ªsica, pero discontinuo, granular -y adem¨¢s irregular, en per¨ªodos de distintas proporciones-, en la escala microfisica. Si tal ocurriera habr¨ªa que concebir el tiempo como una realidad similar a la de las part¨ªculas elementales". La teor¨ªa de la relatividad ha obligado, como es sabido, a prescindir del tiempo como valor absoluto y situarlo en un espacio tetradimensional en que el tiempo es precisamente la cuarta dimensi¨®n.
?No ser¨¢ que el ahora deja de serlo y se convierte en un antes porque cambia el espacio, porque se muda el escenario o los personajes? Eso podr¨ªa explicar que nos sintamos m¨¢s viejos cuando vemos desaparecer a nuestros contempor¨¢neos. Pero contra esta espacializaci¨®n del tiempo ha arremetido Bergson, cuyo m¨¦todo intuitivo permitir¨ªa conocer la realidad del tiempo que es la duraci¨®n. "La duraci¨®n pura, concreta, real, es el tiempo real en oposici¨®n a la espacializac¨ª¨®n". Es como si vivi¨¦ramos, como si oy¨¦ramos transcurrir el tiempo, y justamente lo percibimos con mayor claridad cuando no nos ocurre nada importante y nos dedicamos a matar el tiempo o a perderlo. Mas "el tiempo de que disponemos cada d¨ªa es el¨¢stico, las pasiones que resentimos lo dilatan, las que inspiramos lo encogen y el h¨¢bito lo colma", dice Proust, una afirmaci¨®n tan certera que podr¨ªa constituir, si bien se mira, la estructura esencial de una novela. Y no s¨®lo es el¨¢stico, a?adimos, sino que se mueve: el futuro oscila, se aleja y se acerca, y el pasado no siempre se aleja, sino que, al final de la vida, seg¨²n testimonio reiterado, la memoria va aproximando lo m¨¢s remoto, el recuerdo m¨¢s largo. ?No mengua, a veces, el tiempo en esa extra?a sensaci¨®n de que en ocasiones distintas tardamos m¨¢s en hacer una misma cosa?
La perspectiva del tiempo, sin embargo, es como la del espacio, distinta para cada individuo. Ahora es lo que me est¨¢ pasando a m¨ª en este momento, distinto de lo que en este momento le est¨¢ pasando al otro. Igualmente, el pasado y el futuro, el entonces y el luego, son mi recuerdo y mi esperanza, pues s¨®lo hay pasado de lo que fue un tiempo ahora m¨ªo y s¨®lo hay futuro de lo que espero por venir a m¨ª. Son, en suma, perspectivas m¨ªas de lo que se fue y de lo que est¨¢ por llegar. Aquella chica holandesa, rubia y alegre, de la que estuve enamorado, hija de los due?os de una modesta pensi¨®n donde pas¨¦ unos meses de exilio en Le¨ªden, en 1937, est¨¢ hoy a¨²n viva en mi pasado pero quiz¨¢ no estar¨¦ yo en el suyo porque no me atrev¨ª a comunicarle mis verdaderos sentimientos por ese curioso estupor que provoca al pronto el destierro.
El presente es ese instante de confluencia y s¨®lo puede imaginarse por aproximaciones sucesivas, como el punto en el espacio. Hay un ahora patente, que es lo que me pasa a m¨ª en este instante, y un ahora distante, que es lo que les pasa a los dem¨¢s mientras vivo mi instante. Del mismo modo, hay un pasado patente, evidente, que es lo que recuerdo ahora que me pas¨® entonces, y un pasado distante, pr¨®ximo, pero no m¨ªo, que es lo que les ha pasado a los dem¨¢s, es decir, la historia. Y aunque a veces nos sintamos afines con alg¨²n antepasado, lo probable es que entendamos mejor a las gentes de nuestro tiempo, aunque seamos de diferente opini¨®n y hasta resultemos enemigos. El futuro es siempre esperado, previsto, pero cuando llega al presente es inesperado, imprevisto. Depende del azar y de nuestra capacidad de previsi¨®n. Antonio Rodr¨ªguez Hu¨¦scar -fil¨®sofo tan inteligente como modesto- lo ha dicho muy claramente: "Lo esperado puede no llegar, no producirse, una de las posibilidades permanentes de la vida, y entonces ese no producirse lo esperado es justamente lo inesperado...; si se quiere, vivimos a la expectativa de lo inesperado..., y si la sorpresa tarda en producirse, si todo pasa como estaba previsto, es nuestra primera sorpresa".
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Los tercios del tiempo, -pasado, presente y futuro-, ?tienen dimensi¨®n? ?Hay, por ejemplo, m¨¢s o menos futuro? Un hombre tiene m¨¢s o menos futuro no porque vaya a vivir largos o pocos a?os. Esto se sabr¨¢ al cabo de su vida, y no ser¨¢ ya entonces su futuro, sino su pasado. Pero puesto que el futuro es, como decimos, mi perspectiva del porvenir, tener m¨¢s o menos futuro depender¨¢ de las posibilidades m¨ªas que vea yo ahora en lo que ha de venir, posibilidades que pueden resultar malogradas al disolverse a la postre en la realidad del presente.
?Cu¨¢l era el futuro de Napole¨®n la v¨ªspera de Waterloo? La victoria total, seg¨²n iba contando a sus ayudantes, frustrada luego por el avance inesperado, del general Bl¨¹cher. La experiencia ense?a, sin embargo, que el futuro puede adivinarse m¨¢s de lo que parece, sobre todo en esas ¨¦pocas tranquilas en que las cosas perduran, permanecen, permiten prolongar la raya del presente, siempre sujeto, por supuesto, a los golpes del azar.
El hombre, caminante por el espacio, es en su trasiego con el tiempo un nost¨¢lgico que pasa de ahora a entonces, de hoy a ayer, y, a la vez, un entusiasta que va de hoy a ma?ana. Pero sus d¨ªas est¨¢n contados y no debe perder el tiempo. Lecomte de No¨¹y, un investigador ya casi olvidado, estimaba dos tiempos biol¨®gicamente iguales los que tardaban en cicatrizar dos heridas similares; para ¨¦l, la vida es un producto constante de dos factores: los a?os transcurridos y la -esperanza de vida. As¨ª., los pocos a?os dar¨ªan un gran porvenir y los muchos ver¨ªan cerrado el horizonte. El vivir de ilusiones y las ilusiones perdidas ser¨ªan los dos tramos de cada vida, su esperanza y su decepci¨®n.
Quiz¨¢, amigo lector, no est¨¦n los tiempos para estas cuestiones o pensar sobre el tiempo sea una tarea infinita, eterna. No nos servir¨ªa de nada pensar en la eternidad, que, si bien es el tiempo y duraci¨®n infinitas, es, a la vez, algo que trasciende al tiempo y no puede ser medido por ¨¦l. No la despreciemos, sin embargo, si, como opina un fil¨®sofo, es el "hontanar del tiempo", ese tiempo o "inquietud del ser", tan dif¨ªcil de asir conceptualmente pero al que, andando el tiempo, alguien coger¨¢ al fin por el cogote. Y si no, al tiempo.
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