El principio de nuestro holocausto
La negativa de los vecinos del pol¨ªgono Actur de Zaragoza, expresada en un refer¨¦ndum, a aceptar la presencia de una comunidad gitana, es, seg¨²n el autor del art¨ªculo, anticonstitucional, atenta a los m¨¢s elementales derechos humanos y significa el principio de un genocidio particular a la espa?ola. No obstante, reconoce quien escribe esta tribuna, en descargo de dichos vecinos de Zaragoza, que los resultados de la citada consulta, de haberse producido en cualquier otro lugar espa?ol, no hubieran sido diferentes. Los derechos de los ciudadanos que est¨¢n en juego en este conflicto no son negociables, y seg¨²n el diputado gitano significan "una causa por la que morir".
Durante las dos ¨²ltimas semanas he, seguido con angustia y expectaci¨®n los acontecimientos d¨¦ Zaragoza a cuenta de la pol¨¦mica suscitada por la construcci¨®n de unas viviendas provisionales para los gitanos residentes en el pol¨ªgono Actur de la capital. Diariamente he mantenido contacto tanto con nuestra asociaci¨®n gitana como con las autoridades locales y regionales, con el fin de conocer en cada momento cu¨¢les eran las posturas que se manten¨ªan y el estado de las "negociaciones".Por fin, los vecinos del Actur se han manifestado en un mal llamado refer¨¦ndum que, sin ning¨²n tipo de reservas, rechazo, y sobre cuya ilegitimidad quisiera hacer algunas consideraciones.
Perm¨ªtaseme antes decir que, lamentablemente, el resultado de esa consulta no me ha causado ninguna sorpresa. Ya lo esperaba. Y como yo, imaginaban un resultado similar la mayor¨ªa de las personas conocedoras de la situaci¨®n con quienes he hablado durante todos esto! d¨ªas. No era de extra?ar. En cualquier lugar de Espa?a hubiera sucedido lo mismo. Quiero decirlo en descargo de los ciudadanos del Actur. Lo raro hubiera sido que sucediera de forma distinta. Hay' comportamientos humanos que no pueden ser analizados sin tener en cuenta todo el entorno hist¨®rico y sociol¨®gico que les afecta.
Da lo mismo que los gitanos del Actur sean personas honradas, trabajadoras, ansiosas de integrarse en una sociedad que deja mucho que desear. Hay algo que pesa sobre nosotros como una losa que nos impide levantar cabeza: somos gitanos, y es suficiente.
Por ser gitanos, y s¨®lo por ser gitanos, no se olvide este hecho irrebatible, se nos impide el asentamiento y se nos rechaza insolidariamente. Rechazo que se puede camuflar, incluso, con planteamientos revestidos de generosidad y altruismo. Se dice que no quieren para nosotros un gueto, pero no importar¨ªa si ese gueto se construye en cualquier otro lugar de la ciudad. Se reivindican espacios verdes y servicios a todas luces justos y necesarios. Pero a muy pocas personas se les ocurrir¨ªa participar en acciones, violentas contra las fuerzas de orden p¨²blico con la pasi¨®n y la virulencia con que ahora se est¨¢n produciendo si no estuviera por medio el fin primero y, por lo visto, innegociable, que motiva estos enfrentamientos: impedir el asentamiento de los gitanos. Yo s¨¦ que, a veces, llamar a las cosas por su nombre es doloroso, pero alguien tiene que hacerlo.
Durante estos d¨ªas, con el fin de no radicalizar m¨¢s las posturas, hemos sido prudentes en nuestras declaraciones abrigando la esperanza de que, al fin, se impusiera la l¨®gica y la solidaridad. Pero ahora, ante ese a todas luces anticonstitucional y grotesco refer¨¦ndum, se hace necesario que nos planteemos muy seriamente nuestro futuro inmediato y las acciones que se deben realizar para atajar, cueste lo que cueste, esta irracional situaci¨®n.
S¨¦ muy bien que cuando las pasiones se encrespan suelen ser in¨²tiles las llamadas a la calma y el sosiego. Por todos los medios hemos intentado durante estos d¨ªas tender puentes de acercamiento, sin conseguirlo. Pero no por ello vamos a desfallecer en lo que consideramos que es no s¨®lo nuestra defensa, sino la prevalencia de la Constituci¨®n, el Estado de derecho y el mantenimiento de las conquistas de la civilizaci¨®n moderna, contrarias a las pr¨¢cticas racistas y esclavizadoras que con tanta facilidad como raz¨®n criticamos en los pa¨ªses que todav¨ªa las practican.
La Constituci¨®n nos ampara
El art¨ªculo 19 de la Carta Magna es contundente cuando dice: "Los espa?oles tienen derecho a elegir libremente su residencia y a circular por el territorio nacional". Elegir libremente la residencia significa decir que nadie puede poner obst¨¢culos al ejercicio de ese derecho fundamental. A su vez, quiere decir que nadie puede elegir qui¨¦n ha de ser su vecino. Ser¨ªa irrisorio que alguien pretendiera aceptar o rechazar a la familia del piso contiguo cuando procede a la compra o alquiler de una vivienda.
El art¨ªculo 14, con el que se encabeza el cap¨ªtulo que trata de los derechos y libertades, es a todas luces contundente cuando afirma: "Los espa?oles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminaci¨®n alguna por raz¨®n de nacimiento, raza, etc¨¦tera", para concluir categ¨®ricamente: "o cualquier otra condici¨®n o circunstancia personal o social".
Hay quien manifiesta, cada vez que se nos niega el derecho a una vida digna e integrada con el resto de la sociedad, que no se act¨²a contra nosotros por sentimientos racistas. "No tenemos nada en contra de los gitanos", como diciendo, "nos da igual que sean gitanos como que sean negros o amarillos". Entonces, ?contra qu¨¦ se est¨¢? No se diga que contra la delincuencia o la inseguridad ciudadana, porque contra eso tambi¨¦n estamos nosotros, los gitanos honrados, como lo est¨¢n los payos que tambi¨¦n lo son.
Las virtudes y los defectos no son patrimonio exclusivo de ning¨²n grupo humano en concreto. Buenos y malos los hay en todas partes. Y si nos ponemos a comparar -cosa que, l¨®gicamente, no har¨¦ en estos momentos, pero a la que estoy dispuesto en cuanto se me fuerce a ello-, seguro que los gitanos no nos llevamos la peor parte.
El rechazo se produce por los atavismos que padece nuestra deformada sociedad, por los sambenitos que pesan sobre nuestros hombros, por la fama que soportamos desde hace tanto tiempo, cuyas causas ser¨ªan ahora muy largas de analizar, pero que cualquiera podr¨ªa f¨¢cilmente sopesar y juzgar.
El rechazo, se produce, en definitiva, por nuestra condici¨®n de marginados, por nuestras circunstancias personales y sociales, por nuestro analfabetismo, por nuestra hambre y nuestra miseria. Pero la Constituci¨®n es contundente en su art¨ªculo 14: "No puede prevalecer discriminaci¨®n alguna contra los espa?oles por cualquier otra condici¨®n o circunstancia personal
Recurrimos a la Constituci¨®n porque es la ¨²nica garant¨ªa que nos queda para la defensa de nuestros intereses. Bajo ning¨²n concepto podemos ni debemos consentir que se transgreda esa norma, fundamento de la convivencia ciudadana y garant¨ªa de la democracia y la libertad. De lo contrario, de nada habr¨ªan servido tantos a?os de lucha y espera por dotamos de una forma de vida moderna y progresista. La Constituci¨®n no puede ni debe interpretarse de acuerdo con lo que nos gusta o nos beneficia, rechazanda lo que nos perjudica o molesta. De lo contrario estaremos permanentemente en peligro de que quien cuente con mayor fuerza, que siempre ser¨¢ la fuerza bruta de las armas o de la violencia, interprete la norma a su gusto y conveniencia, como no hace demasiado tiempo tuvimos todos los espa?oles ocasi¨®n de comprobar. En el cumplimiento de la Constituci¨®n, no podemos ni debemos permitirnos la m¨¢s m¨ªnima licencia ni transgresi¨®n. Si no lo hici¨¦semos as¨ª, m¨¢s tarde o m¨¢s temprano pagar¨ªamos un alt¨ªsimo precio, del que las l¨¢grimas de arrepentimiento de poco nos iban a servir.
Una causa por la que morir
"La dignidad de la persona", dice el art¨ªculo 10 de la Constituci¨®n, "los derechos inviolables que le son inherentes... son fundamento del orden pol¨ªtico y de la paz social". El apartado 2 del mismo art¨ªculo es taxativo al enunciar: "Las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Constituci¨®n r¨¦conoce se interpretar¨¢n de conformidad con la Declaraci¨®n Universal de los Derechos Humanos".
Esta es una causa por la que morir. La frase no es m¨ªa. La pronunci¨® repetidas veces un joven gitano del Actur que estos d¨ªas ha aparecido reiteradamente por televisi¨®n. No podemos dar marcha atr¨¢s ahora. Lo contrario ser¨ªa condenar a nuestras familias, a nuestros hijos, a la vida dura y marginada que nosotros hemos llevado hasta aqu¨ª. Aunque s¨®lo sea por ellos hemos de resistir confiados en que nuestras autoridades, como hasta ahora, no cejar¨¢n en la defensa de la Constituci¨®n. Como le he o¨ªdo decir estos d¨ªas al alcalde de Zaragoza y a todos los responsables pol¨ªticos, tanto de Arag¨®n como de la naci¨®n, con quienes he hablado, hay derechos que no son negociables. De lo contrario, hoy, para nosotros, habr¨¢ comenzado un genocidio particular a la espa?ola.
Si los gitanos del Actur no pueden permanecer all¨ª -t¨¦ngase en cuenta que estos gitanos viv¨ªan en el Actur antes que lo hicieran los vecinos payos que ahora les rechazan-, por las mismas razones los repudiar¨¢n los vecinos de otros barrios donde pretendan ubicarles, salvo, ?claro est¨¢!, que se cree para nosotros una reserva en Los Monegros, como ya ha dicho m¨¢s de un insensato.
Una oportunidad
Por amor de Dios, se?ores, d¨¦nnos una oportunidad. Que la historia dura y sacrificada de nuestra comunidad no tenga que escribirse en Zaragoza con un nuevo cap¨ªtulo de persecuci¨®n y rechazo que nos trasladar¨ªa a tiempos que imagin¨¢bamos ya superados.
Espa?a entera est¨¢ pendiente estos d¨ªas de los gitanos de Zaragoza y de los vecinos del Actur. Que se imponga el sentido com¨²n y la solidaridad. Siquiera sea para que, como dec¨ªa ese mismo gitano al que me refer¨ªa anteriormente, nuestros ni?os gitanos del Actur y los ni?os payos del pol¨ªgono puedan crecer juntos sin el recuerdo de unas escenas de odio y violencia que a unos y a otros les marcar¨ªan para toda la vida. ?Creen ustedes que es mucho pedir?
es diputado a Cortes del PSOE por Almer¨ªa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.