Sobre el estilo de Truffaut
Podr¨ªa telegrafiarse el estilo de Truffaut, de quien Televisi¨®n Espa?ola exhibe hoy su Adela H., con una antigua, al menos tan antigua como el cine, paradoja: su estilo consiste en no tenerlo. Al menos aparentemente. La proverbial devoci¨®n del cineasta franc¨¦s por la obra de estilistas como Hitchcock, Renoir o Ford, respecto de los que un contemplador avezado de cine puede distinguir su sello personal en cada secuencia o incluso, afinando un poco, en cada plano, no tiene equivalencia en el cine de Truffaut, que no se parece casi nada al de estos sus declarados maestros, que tal vez fueron m¨¢s maestros de sus gustos que de sus trabajos. Y es que en Truffaut teor¨ªa y obra no coinciden plenamente, sin que esto en su caso sea indicio de escisi¨®n y s¨ª, en cambio, de otra paradoja, o de la misma de antes vista desde un nuevo ¨¢ngulo.Desde sus primeros filmes hubo en Truffaut una, buscada pero no rebuscada inclinaci¨®n hac¨ªa el primitivismo cinematogr¨¢fico. Para encontrar un parecido a las pel¨ªculas m¨¢s significativas de este cineasta hay que remontarse a los pioneros -recordernos su admirable El ni?o salvaje- del cine mudo y, m¨¢s cerca, a las tradiciones generadas por esos pioneros en el cine sonoro de los a?os treinta. Nueva paradoja, o una tercera variante de la inicial: este airado rompedor te¨®rico de formas fue en la pr¨¢ctica un cineasta con un sabor tradicional casi escrupuloso.
Por ejemplo, su teor¨ªa de la autenticidad y el exterior, que hizo famosa en sus furibundos alegatos cr¨ªticos de Arts y Cahiers du Cinema. Hay, clamaba, Truffaut, que sacar al cine de las c¨¢rceles de los decorados de cart¨®n y escayola, hay que llevar las c¨¢maras a las calles y cargarlas con emulsiones sensibles, a la captura de la realidad y la verdad. En real¨ªdad, mediados los a?os cincuenta, Truffaut no hac¨ªa otra cosa que decir a gritos lo que ya hab¨ªa hecho en Hollywood 15 a?os antes y con suaves artima?as un compatriota suyo, Jean Renoir, durante la preparaci¨®n del rodaje de Swamp Water. Pero esta su tonante pasi¨®n por la autenticidad fue desmentida por el propio Truffaut en cuanto pudo hacer cine, pues sus pel¨ªculas, incluida la m¨¢s directa de ellas, Los 400 golpes, y mucho m¨¢s La sirena del Misisipi, La piel suave y Jules y Jim, lejos de responder a su reivindicaci¨®n de aires nuevos, son apoteosis de la ficci¨®n, la fabulaci¨®n e incluso la convenci¨®n narrativa y drarriat¨²rgica tradicionales del cine primitivo. Y quien se autodeclar¨¢ un campe¨®n del cine de autor fue en realidad quien inici¨® la nueva hornada de los cineastas de g¨¦neros, ahora tan en boga.
El estilo de Truffaut, como el de Griffith medio siglo antes, consiste en no tenerlo o en parecerlo as¨ª. Su llave maestra es una muy personal combinaci¨®n del viejo principio naturalista de que la mejor puesta en escena es aquella que no se ve (ley de la transparencia) con la del c¨®digo formal de Hollywood sobre las convenciones gen¨¦ricas (ley del g¨¦nero). Esta combinaci¨®n era el apriorismo b¨¢sico de Truffaut cuando iniciaba el rodaje de una nueva pel¨ªcula, que afrontaba siempre como si fuera la primera. Hizo as¨ª Truffaut una veintena de primeras pel¨ªculas, casi todas muy diferentes entre s¨ª pero unidas por la misma voluntad de transparencia de estilo.
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