El Gran Wyoming subi¨® a los cielos
Casi un un¨¢nime consenso recorri¨® el pa¨ªs como un fantasma del pasado andar¨ªn de los fantasmas o una proposici¨®n parlamentaria acordando en refer¨¦ndum generalizado la trivialidad de la forma y el fondo de Silencio, se juega, un programa que bajo el pretexto del cine ha convertido al paciente televidente en un esforzado buscador de colores de calcetines, n¨²mero de cabras retozonas o prendas que Un norteamericano de pel¨ªcula se quita por secuencia. Ni siquiera el cambio de la ¨²ltima semana, con la proyecci¨®n de Salvatore Giuliano y los esfuerzos did¨¢cticos que alrededor de ella desarrollaron, puede solucionar la contradicci¨®n: para hacer un programa masivo han de fijarse en nimiedades. Si el programa fuera m¨¢s riguroso, sus preguntas menos est¨²pidas y sus pel¨ªculas con una calidad media m¨¢s alta, dificilmente resistir¨ªa la prueba de las convenciones de los concursos.Sin embargo, en medio de tanta inocuidad gratuita un elemento desconocido emerge con luz propia, contradictoria, discutida y discutible, pero propia al fin y al cabo, distinta a cuanto nos tienen acostumbrados tantos bustos parlantes de inmaculada dicci¨®n y relamida imagen. Con una presencia sorprendente y qui¨¦n sabe si voluntariamente torpe, provocadora consciente y reticente, es el Gran Wyoming. Personaje complejo y contradictorio antes que persona con carn¨¦ de identidad. Creado al borde de la paranoia como contratipo de la mediocridad. Inventado, recreado o vivido a contramano con el descaro que el caso necesita.
Utiliza el Gran Wyoming su indudable capacidad histri¨®nica para establecer con el p¨²blico una relaci¨®n de inopinadas connotaciones sadomasoquistas. Mantiene el presentador una actitud de desapego ante lo que le rodea, algo as¨ª como el "la quiero, se?ora, s¨®lo por su dinero" de Groucho Marx, que le lleva muy cerca de dudar de la credibilidad del propio programa y de ¨¦l mismo, en clara parodia de tantos presentadores como usan y abusan del triunfalismo, la autosuficiencia y la obviedad. Todo esto utilizando para con el espectador un latiguillo s¨¢dico que halaga el masoquismo cotidiano que todos llevamos dentro, jugando peligrosamente en la ambig¨¹edad del amor y el odio, de la realidad y su representaci¨®n, que tan bien expresa en sus actuaciones en directo y que aqu¨ª, pese a todo, es un mero remedo, tal vez forzado por la masividad de una macroaudiencia tan distinta a la de un pub o un teatro. El Gran Wyoming es nuestro Lenny Bruce particular, que saca a la luz los intestinos de una realidad no tan brillante ni fluida como la que muestran los concursos televisivos.
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