Indira, la mujer que quiso, ser un continente
La primera ministra cre¨ªa que s¨®lo una dinast¨ªa pod¨ªa asegurar la continuidad pol¨ªtica del pa¨ªs
La mayor convicci¨®n pol¨ªtica que animaba a Indira Gandhi -cuyo nombre significa en hindi a la que gusta mirar- se refleja en un art¨ªculo de The Times of India publicado en 1981: "La India necesita una figura imperial. El pueblo anhela un individuo al que pueda confiar su destino".La idea de una India din¨¢stica se incub¨® durante la ¨²ltima fase del dominio imperial brit¨¢nico en las filas del movimiento de independencia. El mahatma Gandhi hab¨ªa investido como sucesor, a?os antes de morir, al padre de Indira, Jawaharlal Neliru, lo que permiti¨® a ¨¦ste ser elegido primer ministro a la independencia, el 15 de agosto de 1947. Nehru gobern¨® ininterrumpidamente hasta su muerte, en 1964, y aunque siempre neg¨® que albergara ideas sucesorias, tuvo a su hija, a su lado, cumpliendo un meritoriaje como secretar¨ªa personal hasta su elecci¨®n en 1959 como presidenta del partido de Gobierno, el Congreso, para que alg¨²n d¨ªa encarnara la idea de la continuidad. A la muerte de Nehru, le sucedi¨® un viejo resistente, Lal Bahadur Shastri, pero se dice que Jawaharial, ya en su lecho de muerte, hab¨ªa confesado que Indira era su candidata.
Al fallecer Shastri, en 1966, la c¨²pula del Congreso se encontr¨® dividida entre los partidarios de Morarji Desai, un veterano nacionalista situado a la derecha del partido, y la hija de Nehru. Indira sali¨® elegida porque los enemigos de Desai engrosaron el grupito de sus amigos con la esperanza de hallar en ella un esp¨ªritu manejable que respetara las l¨ªneas de poder en el partido. El Congreso tiende a confundirse con el Estado y a unas vaguedades ideol¨®gicas dejadas en herencia por Nehru (socialdemocracia al estilo del fabianismo brit¨¢nico) une su car¨¢cter de gran partido de los terratenientes, de los sustentadores del sistema de castas en la India profunda. Ese partido-¨®mnibus, que s¨®lo pensaba en perpetuar su mandato, fue el que se enfrent¨® a Indira tras el retroceso sufrido por el partido en las elecciones de: 1967. La pugna dur¨® hasta que, al comprender los dirigentes del Sindicato -nombre que se daba a la mafia ejecutiva- que el combate era a muerte, expulsaron a, Indira del partido en 1969. La formaci¨®n del Nuevo Congreso fue la respuesta de la primera ministra a la ofensiva del aparato. Las elecciones de 1971, con la virtual desaparici¨®n del Congreso-sector cl¨¢sico y una mayor¨ªa de m¨¢s dos tercios para Indira en la C¨¢mara Baja (Lok Sabha), pareci¨® que daban un segundo aliento a la historia de la Uni¨®n India. Indira, que hab¨ªa conquistado el voto analfabeto de la democracia m¨¢s poblada del mundo, el voto de los que jam¨¢s hab¨ªan entrado en el reparo del poder, el de de las castas inferiores, bajo el lema Garibi Hatao (Acabar con la pobreza), empezaba una nueva era, esperanza de un pueblo que hasta entonces se hab¨ªa cre¨ªdo sin derecho a ella,
El a?o 1971 es el a?o de Indira, el de la industrializaci¨®n acelerada; tambi¨¦n el de los negocios fabulosos para sus ac¨®litos como mu?idores de las ubres del Estado; el de la victoria sobre Pakist¨¢n en la guerra de diciembre. Los maharajaes pierden los subsidios de la Administraci¨®n, pactados en 1947, a cambio de que cedieran sus derechos hist¨®ricos; sobre medio pa¨ªs, y se lanza una ofensiva contra el sistema de castas, inatacable lejos de los centros urbanos.
El Nuevo Congreso, supuestamente depurado, ha de ser eI veh¨ªculo de la gran esperanza. Pero como se?ala V. S. NaiPaul, el escritor en lengua inglesa de origen indio y nacido en el Caribe, los cambios ara?an la superficie. Se quiere promover un nuevo orgullo nacional, una tecnolog¨ªa media para uso del Tercer Mundo, y se producen inventos como un nuevo modelo de carro tirado por tab¨²es o un arado aerodin¨¢mico, que no desbordan el marco de la rareza ex¨®tica. La India eterna, y sobre todo la India caciqueada por el Congreso se ha ocultado brevemente para brotar de nuevo.
En 1975 Indira decreta el estado de emergencia y gobierna supuestamente para frenar la avalancha mafiosa, pero la opini¨®n general se inclina a creer que s¨®lo quiere tapar con la ley marcial una acci¨®n legal iniciada contra ella por presuntas irregularidades electorales. Acabada la emergencia, Indira es ampliamente derrotada en las elecciones de 1977 por una coalici¨®n que encabeza su antiguo rival, Desai.
Indira sufre arresto por el proceso iniciado antes de la emergencia y no encuentra su nueva oportunidad hasta que en 1979 cae, por desavenencias de sus l¨ªderes, la coalici¨®n derechista en el poder. Los dos a?os de Desai hacen buena a Indira con la multiplicaci¨®n de las fuerzas centr¨ªfugas sin centro al que referirse. El pa¨ªs necesita, en v¨ªsperas de las elecciones de 1980, recuperar ese elemento unificador. Psa es la fuerza de Indira: la que sabe hacerse llamar Kali, la durga, la diosa de la guerra contra los especuladores; la que se sumerge en el c¨¢ntico de sus seguidores: "Indira es la India y la India es Indira"; la mataji o gran madre para el pueblo; la figura de la hija de Nehru, de la madre de Sanjay Gandhi -su hijo menor-, aguilucho preparado para remontar el vuelo; la l¨ªder proteica que sabe decir a sus interlocutores lo que de ella quieren o¨ªr.
Educada, aunque avaramente, en cada una de sus estancias escolares, con Rabindranath Tagore en Bengala, en un internado de se?oritas en Suiza y en el reducto brit¨¢nico de Oxford, convoca a sus astr¨®logos antes de tomar cualquier decisi¨®n trascendental. No tanto porque crea en ellos como porque sabe que su p¨²blico s¨ª cree en una India tel¨²rica. ?sa es la Indira que arrolla en las elecciones de 1980.
En los ¨²ltimos cuatro a?os Indira se ha aplicado a promover la idea de la sucesi¨®n en su primog¨¦nito Rajiv, tras la muerte de Sanjay en un accidente de aviaci¨®n ocurrido en 1980, al tiempo que alentaba Ia sicofancia de sus seguidores y se rodeaba de mediocridades, presuntamente para que ninguno pudiera disputarle la herencia al nuevo Gandhi. En estos a?os la corrupci¨®n y la autoidolatr¨ªa han batido marcas, siempre bajo la cobertura de la necesidad imperial, de una m¨ªstica que mantenga tensas las articulaciones de u n pa¨ªs de 12 lenguas mayores, docenas de razas, vasta gama del blanco ario al oscuro tamil y la falta de una tradici¨®n unificadora que no haya venido desde arriba. En la India laica el poder quiz¨¢ no proceda de Dios, pero, cuando menos, medra en el misterio.
Pocos d¨ªas antes de su fallecimiento, Indira convoc¨® a sus astr¨®logos particulares, en presencia de su hijo Rajiv, para que la aconsejaran sobre la fecha m¨¢s adecuada de celebraci¨®n de las elecciones. El heredero, inc¨®modo ante la nigromancia, expres¨® su incredulidad de que se llevara adelante semejante ceremonia. Indira contempl¨® unos instantes a su hijo para finalmente decirle en tono apenas irritado: "Haz el favor de callarte, Rajiv". Al parecer, la primera en dudar de su legado era la propia Indira.
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