El templo de Gurdawara Sisgunj sirve de refugio a los sij que temen la venganza hind¨²
El templo sij de Gurdawara Sisgunj, cerca del Fuerte Rojo y en el coraz¨®n de la vieja Delhi, sigue rodeado de soldados para impedir que lo hind¨²es penetren en ¨¦l. La matanza podr¨ªa ser terrible, porque aqu¨ª han buscado refugio los que m¨¢s temen la venganza. Dentro, la polic¨ªa ha puesto una oficina de denuncias. Junto al oficial de servicio est¨¢ el concejal del ayuntamiento Jag Parvesh Chandra. Alrededor hay una nube de turbantes y sables de sijs enfurecidos.
Llorando, como otras muchas mujeres del barrio, se ha abierto paso Norma Pannu, una joven de nacionalidad argentina casada con un gu¨ªa tur¨ªstico sij.Antes de hablar con el comisario le dijo a este peri¨®dico: "Desde el 31 de octubre no s¨¦ nada de mi marido. Ven¨ªa con un grupo de turistas argentinos desde Jaipur y le vieron en la estaci¨®n de autobuses, cerca de Acqui. Y luego, nada m¨¢s".
Norma, p¨¢lida en su sari estampado, ha repetido las mismas palabras al comisario. Un ayudante tom¨® nota.
El concejal intentaba consolarla. Pero la mujer se derrumb¨® y ahora gem¨ªa una sola frase: "Le han matado, le han matado".
Detr¨¢s de ella, temblorosa, Gurcharan Kaur se dejaba arrastrar por dos amigos. Lo de esta mujer enfureci¨® a los que la oyeron: "Les he visto, a los cuatro. Los ni?os no tienen cabeza. Y mi marido est¨¢ quemado, le han quemado con aceite hirviendo...".
Poco despu¨¦s, el concejal del ayuntamiento dijo a este peri¨®dico que ya se est¨¢n tomando medidas m¨¢s estrictas.
"El Gobierno contendr¨¢ la violencia. Traeremos m¨¢s soldados. Ya nos estamos llevando a la gente que pide ayuda a campos de refugiados. All¨ª no les hacen nada. Y hemos puesto en marcha comit¨¦s de vecinos con hind¨²es y sijs. Porque todos somos hermanos".
A este funcionario le preocupaba, como a otros, la imagen que la India puede estar proyectando en el exterior.
"Lamentamos los muertos, pero hay que comprender que, en una poblaci¨®n de m¨¢s de 700 millones, que caiga un millar, cuando han asesinado a la primera ministra, es casi inevitable", afirma el funcionario.
Concejal en triciclo
El concejal reparti¨® saludos entre las tanquetas con ametralladoras apostadas cerca. Luego subi¨® a su triciclo a pedal conducido por un esquel¨¦tico anciano.
De pie sobre la peque?a plataforma del richashaw, con un gesto grotesco, el edil repiti¨®: "Calma, el Gobierno est¨¢ poniendo todos los medios".
Pero los sijs, dentro del templo, dicen lo contrario. Y demuestran lo contrario. Llaman al doctor Pahil para que lo explique: "Soy profesor de Qu¨ªmica en la Universidad de Patiala (Punjab), y el asesinato de Indira Gandhi me sorprendi¨® en Delhi. He tenido que meterme aqu¨ª porque ante todo soy sij. Y le digo que el resentimiento de la comunidad sij es profundo. Que el Gobierno ha mentido y sigue mintiendo. Hacen muy poco por evitar los cr¨ªmenes. En el Estado de Punjab matan a j¨®venes y a ni?os. Y echan la culpa a los sijs. Como si los sijs nos mat¨¢ramos unos a otros".
"Es una maniobra macabra que conducir¨¢ al pa¨ªs, si no cambia esto, a nuestra independencia total", agrega el profesor universitario. "Si los sijs no estamos seguros en la India, formaremos el Estado sij y dejaremos de ser parte de la India".
Luego apareci¨® un hombre, protundamente abatido, al que los hind¨²es hab¨ªan acorralado en la calle horas antes. Le dijeron que se quitara el turbante. Le raparon la cabeza. Y luego le cortaron las barbas y le dieron una paliza.
El hombre todav¨ªa sangraba por la nariz y por la boca. Pero quiso decir su nombre: "Me llamo Jasbir Singh, soy de Morinda, en el Punjab, tengo 37 a?os y s¨¦ que me vengar¨¦, pronto me vengar¨¦".
Cad¨¢veres mutilados
M¨¢s al norte de la vieja Delhi, en el distrito de Patparganj, al otro lado del r¨ªo, del autob¨²s con matr¨ªcula URJ 371, de la empresa Brightway Service, sacaron siete cad¨¢veres b¨¢rbaramente mutilados, calcinados, cubiertos por las moscas.
Un soldado que dirig¨ªa la operaci¨®n dijo: "Les llevaremos al dep¨®sito, lo ¨²nico intacto es un zapato". Y, en efecto, el soldado separ¨® el zapato negro, dio media vuelta y se fue.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.