Jeannine Mestre
"Mira, he puesto la calefacci¨®n, sabiendo que ven¨ªas, y os estoy haciendo caf¨¦ en la cocina, ?quer¨¦is caf¨¦?". El perro es callejero, sin raza, con cara de perro de Luces de bohemia, pero tiene la piel suave como mis gatos y se deja querer. El perro es listo como todo el que se ha criado, como todos los que nos hemos criado en la calle, vi¨¦ndolas venir, el perro se llama Chico, Jeannine, Jeannine. De modo y manera que nos metemos en la cocina, que es un sitio delicado y sombr¨ªo, con una ventana que da al Parque del Oeste y a una c¨²pula de iglesia, casi renacentista, con una ventana que no da a la Estaci¨®n del Norte o Pr¨ªncipe P¨ªo, tan cercana. Jeannine con el pelo suelto, las botas y la voz, la voz, esa voz de dulzura y ni?a antigua.-?Y de qu¨¦ vas vestida t¨², hoy?
-De Agatha Ruiz de la Prada, ya la conoces, que es una dise?adora muy inteligente. Me gusta mucho su ropa.
Caf¨¦ cargado, az¨²car, ahora una copa, se est¨¢ bien en la cocina, en esta cocina de Jeannine Mestre, y para uno es emocionante haber entrado en su cocina, como haber entrado en su intimidad, en la intimidad de aquella criatura l¨ªrica que aparec¨ªa, de pronto, en el mundo hoguerizado de Strindberg, El pel¨ªcano, como una forma gigante, esbelta, asombrada y l¨ªricamente tartamuda. "Pero ?t¨² guisas aqu¨ª, t¨² sabes guisar, Jeannine?". "No creas, no mucho". Jeannine de G¨®mez, que a Gigi le parece como dibujada por Rafael, que a m¨ª me ha parecido siempre la hero¨ªna rom¨¢ntica de no s¨¦ qu¨¦ conflictos muy europeos y muy musicales. Conversaci¨®n en la cocina, al amor de la lumbre que no hay, al amor de esta mujer -ay- que no nos tiene amor.
-Nac¨ª en Barcelona, Paco, en el a?o 47, tengo, por lo tanto, 37 a?os, soy de padre ingl¨¦s y de madre catalana, en mi casa se hablaba siempre catal¨¢n, el castellano, que estaba como impuesto por Franco, lo aprend¨ª en las monjas, pero lo hablo mal. Por cierto que hoy haces mejor cara, Paco.
-Acabas de incurrir en catalanismo, Jeannine, amor. No hago mejor cara, sino que tengo mejor cara (lo cual, por otra parte, tampoco es cierto, ya que llevo varias noches/d¨ªas de amor y pedagog¨ªa, o sea literatura).
Y me mira, t¨ªmida, asustada, ni?a, sonriente, infinitamente distinta. ?Distinta de qu¨¦? De todo. Cu¨¢ndo se le pasar¨¢ a uno el amor por esta mujer, que yo cre¨ªa un fantasma l¨ªrico de Strindberg, y resulta que hasta tiene cocina y se hace unos huevos fritos en ella.
-Pero yo lo que quer¨ªa era ser bailarina. No fui bailarina porque no me dejaron, quiz¨¢, ha habido bailarinas en mi familia. Yo he visto en mi casa, de ni?a, a Ludmila Tcherina, a m¨ª me deslumbraba todo aquello.
Es como la nieta delicada y profunda de otro tiempo. El perro la mira y la quiere con cara de Baroja enternecido. Ha venido uno a esta casa, m¨¢s que para tener una conversaci¨®n period¨ªstica con Jeannine, para corroborar que la ama/la ama. El d¨ªa, la noche que la descubr¨ª, en el teatro Benavente, fue una de las noches paulinas de mi vida, todo un camino de Damasco que jam¨¢s he recorrido, ay, salvo algunos paseos nocturnos y literarios por el templo de Debod y sitios as¨ª de extempor¨¢neos, donde nuestra amistad no se centraba, o el cercano "parque de los hombres", as¨ª llamado porque s¨®lo van homosexuales. He mirado a los ojos de Jeannine, quiz¨¢ la mujer m¨¢s femenina que uno haya conocido jam¨¢s, entre racimos de hombres que se besaban en los bancos municipales, como novios.
-Pero estoy contenta con ser actriz, con que me hay¨¢is descubierto personas como t¨², Paco, y algunos m¨¢s. Andr¨¦s Amor¨®s me sac¨® por televisi¨®n leyendo a Virginia Woolf. Ya es suficiente, ?no?
-Virginia Woolf eres t¨². Me lo dijo Haro-Tecglen.
El caf¨¦ hierve en la cafetera, con algo de samovar, poni¨¦ndole a Jeannine el fondo que necesita lo que ella tiene de rom¨¢ntica escandinava, no s¨¦ por qu¨¦. Jeannine, muy en ama de casa, quiere que pasemos al sal¨®n. Todo el piso tiene algo de piso de c¨®micos pobres, pero de buen gusto.
-Barcelona.
-Barcelona es mi mundo. Barcelona es mi pa¨ªs. Bueno, mi pa¨ªs es Espa?a. Me parece que se est¨¢n pasando en un punto de catalanismo. En Barcelona me basta con o¨ªr un poco de m¨²sica y luego pasear, sola, por el barrio g¨®tico. En Barcelona no hay teatro, o apenas, ni en castellano ni en catal¨¢n. Claro que yo me form¨¦ all¨ª. Pero Barcelona tiene la m¨²sica. Los catalanes no van al teatro, pero van a la m¨²sica.
Barcelona, la Barcelona que ella y yo amamos, por cuyas Ramblas o rieras entra el mar pegando gritos que son p¨¢jaros, que son flores, que son peri¨®dicos en todos los idiomas del mundo. Ya estamos en el sal¨®n con mirador y tormenta, en el sal¨®n asim¨¦trico (como la belleza moderna para Baudelaire). El perro Chico duda entre mis almendras y el amor de Jeannine. Gigi juega a hipnotizarle con uno de sus dedos de gigante. El perro Chico es algo as¨ª como un, perro del 98.
-Madrid.
-Madrid fue un gran choque est¨¦tico para m¨ª. Luego he comprendido, he sentido que los madrile?os son la gente m¨¢s abierta y simp¨¢tica del mundo. Pero al principio me cost¨®, claro. Madrid, como t¨² dices, Paco, no acaba de descubrirme, pero es que yo tambi¨¦n rechazo muchas cosas. Ahora, por ejemplo, ten¨ªa un Shakespeare. La otra ten¨ªa el papel bueno y yo el malo. He dicho que no.
-De t¨² a t¨², en un escenario, puedes acabar con cualquiera en los primeros diez minutos, Jeannine.
-Quiz¨¢, pero no desde ese papel. Mi papel era feo.
-?Eres una actriz shakesperiana, elizabethiana?
-Lo soy en la medida en que Shakespeare mantiene un fondo de iron¨ªa en todo lo que dice, incluso en lo m¨¢s dram¨¢tico. Me gusta ese equilibrio. Si una cae de un lado o del otro est¨¢ perdida.
-T¨² eres una rom¨¢ntica.
-Yo soy una c¨®mica y quiero hacer comedias divertidas. En el teatro hay que divertirse. Si no, es agotador. Por eso me gust¨® hacer Kabaret para tiempos de krisis. Carmen Maura y yo hac¨ªamos, me parece, dos formas de humor completamente distintas, aparte la gran personalidad de ?ngel de Andr¨¦s junior.
Junior o niece, ya que me parece que es sobrino del otro. En Kabaret, uno, que estaba enamorado del alma de Jeannine, descubri¨® que aquel alma ten¨ªa muy buenos muslos. Su n¨²mero del sadomasoquismo, adem¨¢s de exquisito, era internacional, trasplantable a cualquier gran escenario europeo, universal.
-T¨² eres una rom¨¢ntica.
-Que no, Paco, que yo soy una c¨®mica, que me gusta, en escena, re¨ªrme y hacer re¨ªr.
Su controversia es siempre dulce y como d¨¦bil, dispuesta a dejarse vencer.
Su risa es alta, entre infantil e intelectual. Una risa que le pone los ojos verdes, la edad adolescente y las manos como transparentes. Le pongo agua al whisky, whisky al agua. La tormenta de oto?o, en este alto piso, traspone a Jeannine en una hero¨ªna de Cumbres borrascosas. Pero ella pasa.
-T¨² eres un h¨ªbrido, Jeannine, t¨² eres un cruce de razas. Lo que pasa es que, luego, tu personalidad se impone al cruce y ya eres t¨². Pero ?no sientes por dentro ese cruce de corrientes?
-Tienes raz¨®n, y me preocupa eso que me dices. Yo soy un h¨ªbrido.
-?Qu¨¦ idioma prefieres para hablar, para vivir, para actuar?
-Pues eso tampoco lo s¨¦ bien.
Y me cuenta sus experiencias en el teatro barcelon¨¦s de ensayo: "Yo estaba en una cama, desnuda, y ven¨ªa ¨¦l y me pon¨ªa unos anillos, y luego me destapaba, y aquello estaba muy bien". Va a hacer cine, asimismo, y television, pero sabe que su personalidad, e incluso su persona, est¨¢ en el teatro.
-Luego, la inquietud que me crea cada personaje. Yo soy yo, pero soy el personaje. No s¨¦ hasta qu¨¦ punto debo darme yo en el papel que estoy haciendo. Me doy mucho. No es cierto eso de que el actor deba desaparecer absolutamente en beneficio del personaje, o, por lo menos, nunca se cumple.
La melena/viol¨ªn con raya al medio. Los ojos extranjeros, infantiles y profundos. Las manos transparentes. El cuerpo inesperadamente s¨®lido. El cuerpo inesperadamente -y gratamente- corporal. Pasan tormentas por su cabeza prerraf¨¢¨¦lica. Pasan noviembres y meteoros por su conversaci¨®n suave e inteligente.
-?Por qu¨¦ Jos¨¦ Luis, teni¨¦ndote en casa, no te utiliza m¨¢s?
-Tenemos como un pacto t¨¢cito. Se trata de que la relaci¨®n profesional no pueda da?ar nuestra relaci¨®n personal. ?l s¨ª que guisa bien. Una noche vas a probarlo. En todo caso, si no me utiliza m¨¢s como actriz, ¨¦l se lo pierde, ?no?
Lejos ha quedado la intimidad de la cocina, con hervor de caf¨¦ y de Jeannine Mestre. Este sal¨®n/mirador se va llenando de fr¨ªo y noche. "Nos vamos a una vieja tintorer¨ªa, por la plaza de Castilla, para montar all¨ª casa y estudio". Jeannine y yo hablamos de Monz¨®, nuevo narrador catal¨¢n, muy interesante y muy actual, a quien mi entra?able Jorge Herralde debiera haber traducido ya al castellano. Fisgamos por la casa, los tres, buscamos motivo para las fotos. En el ba?o hay un fontanero arreglando la inundaci¨®n. Estas casas viejas se inundan mucho. Es como si fueran casas venecianas. Madrid me parece que no se ha enterado mucho de Jeannine Mestre. Peor para Madrid. "Me gust¨® mucho lo que le hiciste a Charo L¨®pez, Paco". De nada. "Me siento m¨¢s cerca de los griegos que de cualquier autor espa?ol moderno. Me parece que los modernos no dan la verdad, sino una verdad teatral". Las c¨®micas se obstinan en vivir en casas antiguas, de modo que tambi¨¦n hoy tenemos que hacer la bajada andando. Jeannine Mestre, envolvente y falsamente desvalida, fronteriza e ir¨®nica, tan l¨ªrica sin saberlo (no podr¨ªa ser de otra forma), me habita ya toda la noche.
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