Redondear la aparente fragilidad
Orfeo ed Euridice.
De Christoph W. Gluck. Libreto de Raniero Calzabigi. Elena Obrazisova, Margaret Marshall, Gudrun Sieber. Director de orquesta: Dietfried Bernet. Direcci¨®n esc¨¦nica: Jean Pierre Ponelle. Orquesta y coro del Liceo (dirigido por R. Gandoffi).
Gran Teatro del Liceo. Barcelona, 18 de noviembre.
Al parecer, hay quienes creen que en la ¨®pera funcionan bien algunos trucos grandilocuentes que se acoplar¨ªan a la magnitud de los escenarios l¨ªricos. Al subirse el tel¨®n, la tarde del domingo, en el Liceo de Barcelona todo Gluck se vino abajo. Una lira hecha de viejos troncos de rosal, al parecer, tambi¨¦n daba la aut¨¦ntica imagen de lo que iba a ser la representaci¨®n de Orfeo ed Euridice, de Gluck, en una valoraci¨®n de lo que es el mito de orfeo firmada por el director Jean-Pierre Ponelle.
La lira en cuesti¨®n, con o sin cuerdas (una vez estas arrancadas de sus simuladas clavijas por Orfeo-Elena Obraztsova), adornada para mayor ridiculez de unos cuantos manojos de hierbas campestres mejor dotadas para ali?ar guisos, protagoniz¨® los tres actos de la ¨®pera en el delantero centro del escenario. Fue cruz en la que el amante llora desconsolado; fue puente cuando ¨¦ste se dirige a las tinieblas en busca de su esposa; fue corona cuando Orfeo canta la resurrecci¨®n definitiva de Eur¨ªdice (aunque ¨¦sta, parad¨®jicamente, yace a¨²n muerta) ante el regocijo del coro, un coro que, cabe reconocerlo, har¨ªa las delicias de los cantantes m¨¢s in: entra a tiempo, afina muy correctamente y no eleva jam¨¢s la voz. Cabe reconocerlo, efectivamente, el coro del Liceo es un perfecto hilo musical que no molesta a nadie, ni a los solistas ni al p¨²blico. Aunque no puede decirse lo mismo de sus movimientos en escena: la gestualidad parece aprendida de los cursos de gimnasia televisiva.
?pera s¨®lo audible
Recurrir a la pol¨¦mica sobre si Orfeo ed Euridice es o no representable, parece oportuno. Es probable que se trate de una pieza a incorporar definitivamente en el limbo de las ¨®peras s¨®lo audibles, a menos de que el mundo de la producci¨®n oper¨ªstica decida ampliar la gama de sus colaboradores a otros profesionales del espect¨¢culo. Hay tres grandes orfeos en la historia de la ¨®pera: el de Poliziano, cuyo texto se considera como el nacimiento de lo que ser¨¢ un libreto de ¨®pera; el de Monteverdi, de m¨¢ximo equilibrio entre texto y m¨²sica; y el de Gluck, en el que la m¨²sica le gana la batalla a un texto que se convierte en argumento de final feliz, que sustituye las estrellas monteverdianas desde las que Orfeo, perdedor en la Tierra, puede contemplar de lejos su Eur¨ªdice por una m¨¢s prosaica realidad redentora.
Gluck, interesado por la mitolog¨ªa, por saber qui¨¦n eran esos dioses poseedores del bien, del mal y de su contradicci¨®n y, a partir de ah¨ª, intentar describirlos a trav¨¦s de unas notas sacadas de unos determinados instrumentos musicales, propon¨ªa una nueva versi¨®n -probablemente la definitiva- de lo que puede llegar a ser la ¨®pera. Para comprender el significado de esa versi¨®n es necesaria otra cosa que la ofrecida en el Liceo.
Gluck, en estas condiciones, se convierte en un Verdi, en un Verdi eminentemente pobre, de escaso inter¨¦s y para el lucimiento, en definitiva, de una ¨²nica voz.
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