La noche madrile?a a bordo de una copa
Una oscura y divertida 'bajada a los infiernos'
Siempre hay que bajar escaleras para entrar a los locales nocturnos, donde la diversi¨®n se viste de alcohol y espect¨¢culo. Las escaleras de Pasapoga son lujosas, adornadas con columnas de marmol, barandillas tapizadas y espejos enmarcados en dorado. Las de Sacha's se internan en las profundidades bajo la mirada entre pat¨¦tica y orgullosa de los artistas que se travisten de grandes estrellas de la canci¨®n. Pero los zapatos de los clientes pisan igual en todas. Con seguridad y fatuidad en unos casos, con algo de miedo y complicidad en otros. En todos ellos con la esperanza de encontrar lo que se busca: el n¨²mero seguro o el n¨²mero sorpresa.Pasapoga, que en 1942 abri¨® sus puertas al p¨²blico, es uno de los centros m¨¢s veteranos de la noche madrile?a. Un local para gentes de bien, matrimonios de clase media, parejas de reci¨¦n casados, grupos de j¨®venes aseados y poco bullangueros, alg¨²n despistado de visita en la ciudad, que buscan un momento de esparcimiento que no turbe sus conciencias. El serio humorista Eugenio desgrana su rimero de chistes sosos entre aplausos m¨¢s bien t¨ªmidos que aumentan cuando la broma va de catalanes y disminuyen cuando los protagonizan madrile?os.
"?ste es un ambiente selecto dentro de lo que hoy d¨ªa es selecto", comenta Daniel Dorado, gerente del local desde hace 32a?os. "Lo que no se puede ver aqu¨ª son hyppies y as¨ª. No se les permite la entrada; y ni siquiera vienen, tal vez porque les impone respeto el local", a?ade.
Los espect¨¢culos de locales como Pasapoga, Windsor, Cleof¨¢s o Xenon se especializan en humor, m¨¢s o menos aderezados de cabar¨¦. Los tiempos han cambiado y el p¨²blico que acude a ellos se inclina por la risa, pero hay. tambi¨¦n sus gotas de cultura en la coctelera madrile?a. Locales en los que el jazz y la m¨²sica suramericana guardan las esencias para un p¨²blico fiel que coincide en tipolog¨ªa y clase social: profesionales, estudiantes, parejas con tejanos y bolsos de cuero en bandolera, restos del naufragio de la progres¨ªa madrile?a.
Gana la despolitizaci¨®n
Gonzalo Reig era apenas un muchacho cuando decidi¨® salir de Espa?a con la guitarra a cuestas para correr la aventura. Actu¨® en la Costa Azul para Onassis, descubri¨® la m¨²sica suramericana y se uni¨® a H¨¦ctor Miranda, director de los entonces nacientes Calchakis, y estuvo con ellos casi diez a?os, y con ello grab¨® tambi¨¦n 13 discos de m¨²sica de los Andes. Volvi¨® a Espa?a en 1975 y puso en marcha Tolder¨ªa, grupo musical y local, uno de los pocos que han sobrevivido a la crisis de lo suramericano en Espa?a. Hoy en d¨ªa se han cerrado buena parte de ellos por falta de clientela, pero los dibujos indigenistas de las paredes de Tolder¨ªa siguen recibiendo, entre luces tenues y taburetes de madera forrada, a quienes quieren escuchar una quena, un charango o la canci¨®n del jangadero."Las cosas han variado poco -dice-; hay algo menos de p¨²blico, aunque la crisis de hace un par de a?os, cuando se toc¨® fondo, comienza a superarse. Antes nos ped¨ªan canciones m¨¢s politizadas, ahora nos decantamos por la m¨²sica de Suram¨¦rica en toda su extensi¨®n est¨¦tica y literaria". Mientras Rafael Amor, Omar Berruti o el propio grupo que da nombre al local interpretan sus canciones, unas cuantas parejas distribuidas por la sala escuchan atentamente llev¨¢ndose una copa a los labios o intercambiando miradas y manos en un gesto que no tiene nada de clandestino. Los abrigos cuelgan en los percheros, en la barra de la derecha de la puerta se sirven bebidas y se atiende a los clientes que todav¨ªa tienen que llamar a la puerta para entrar. Si acudir a un local de este tipo ya no tiene la m¨ªstica de lo prohibido, de los espacios de libertad compartidos en silencio y complicidad, todav¨ªa, queda la fidelidad al son de la guitarra y la palabra po¨¦tica.
Si la m¨²sica suramericana ha deca¨ªdo en el gusto del p¨²blico nocturno madrile?o, el jazz parece haber tomado su lugar. Se han abierto locales nuevos: Clamores, Manuela o Ragtime, en los que se expresan los nuevos artistas de jazz espa?oles ante p¨²blicos en su mayor parte j¨®venes y de indudable entusiasmo. El local decano sigue siendo el Whisky Jazz Club. El 22 de diciembre cumple 22 a?os. El mismo VIady Bas que lo inaugur¨® comparte ahora el escenario con el bater¨ªa Pepe S¨¢nchez, el pianista Agust¨ªn Serrano, que quiz¨¢ busca en la improvisaci¨®n jazz¨ªstica la libertad que no encuentra en su cargo de profesor del conservatorio, y el bajista Eduardo Medina. Whisky Jazz es el local donde se mantiene m¨¢s firmemente la tradici¨®n de un jazz que nace en el dixieland y acaba en el bebop. Desde las paredes las grandes figuras, de Ella Fitzgerald hasta Charlie Parker, observan con agradecimiento a una clientela que ha variado poco en los ¨²ltimos a?os, fiel en sus ideas y en sus gustos, m¨¢s amantes de la conversaci¨®n.
Un p¨²blico fiel
Segundo L¨®pez, que fue repartidor de prensa hace tiempo y desde 1966 es encargado general del local, confirma la idea de un p¨²blico fiel y entendido que acude con regularidad a tomar una copa y a escuchar buen jazz, especialmente los fines de semana, ¨²nicos d¨ªas en los que la peque?a sala se llena. Desde detr¨¢s de la barra, entre car¨¢tulas de discos de Pedro Iturralde, Bob James o Coleman Hawkins, se sumerge en el cari?o hacia una profesi¨®n que es algo m¨¢s que un trabajo: "Esto no es para ganar dinero. Es m¨¢s una afici¨®n y una manera de mantener viva la llama. Los clientes vienen a escuchar buena m¨²sica, charlar un rato y encontrarse con los amigos. Es como un club de fieles, aunque siempre hay gente nueva que luego repite".
En el fondo del vaso
Avanzando por los c¨ªrculos de la noche madrile?a se llega a los locales donde el espect¨¢culo se cubre de velos prohibidos. Es el mundo del erotismo, de la pornograf¨ªa, de la ambig¨¹edad sexual, de ambientes en los que se entra por afici¨®n o simple curiosidad. En ocasiones con algo de temor a lo desconcido o de morbosidad por lo inesperado, lo nunca visto. Es el para¨ªso de los sue?os prohibidos que se quieren quitar de la mente pero que arrastran irremediablemente hacia clubes, caber¨¦s y salas en donde se puede encontrar cualquier cosa, desde una alfombra en medio de las mesas donde una pareja hace el amor con cara de aburrimiento hasta profesionales que pretenden hacer un arte de su marginado trabajo."La gente est¨¢ muy cortada con el sexo. En Espa?a se hace todav¨ªa el amor con la luz apagada. Esto es una forma de decirle al p¨²blico que eso se puede cambiar, que el sexo puede ser bonito, aunque haya muchos que lo hagan como rutina, sin poner nada de s¨ª mismos, sin arte". Es Lino, Aquilino Campolongo, un argentino con algo de personaje pasoliniano en la figura, que dirige El Poncho Er¨®tico, otrora pionero caf¨¦-teatro de un Madrid predemocr¨¢tico y desde hace seis a?os local pornogr¨¢fico. A la una y media de la madrugada se presenta ante un p¨²blico m¨¢s bien escaso que reacciona de muy distinta manera. Dos matrimonios que en la primera fila baja la mirada cuando los actores se aproximan demasiado, un grupo de hombres que al fondo de la peque?a sala no pierden detalle de las evoluciones de Shelley, una inglesa que durante el d¨ªa ejerce de ama de casa y lleva 10 a?os dedic¨¢ndose al porno duro. Antes hab¨ªa sido actriz, se sigue considerando como tal y comparte con su compa?era Patricia, francesa, que durante el d¨ªa es profesora de gimnasia aer¨®bic, el gusto de ense?ar el cuerpo desnudo a la gente "porque ¨¦sa es tambi¨¦n una forma de arte".
La misma idea la comparte Miguel Velasco, actor y transformista, que en Sacha's, un peque?o local de la plaza de Chueca, presenta con una reducida compa?¨ªa un espect¨¢culo divertido que sin duda decepcionar¨¢ a los morbosos. Las habituales imitaciones de Sara Montiel, Juanita Reina o Isabel Pantoja se intercalan con un recuerdo del Quijote, un homenaje a Do?a Rosita la soltera o una alegor¨ªa sobre la paz a partir de La muralla y Caminando en la voz en off de Ana Bel¨¦n. "El mayor problema es el de los medios econ¨®micos -coincide toda la compa?¨ªa- No se pueden hacer buenos espect¨¢culos sin presupuestos y en escenarios tan peque?os. Adem¨¢s esto tiene unas connotaciones de mariconer¨ªa que no es exacto; una cosa es ser transformista y otra gay; no van necesariamente unidas ambas cosas, aunque coincidan en muchos casos. Nosotros, maricas o no, somos actores que hacemos este trabajo como pod¨ªamos hacer otro". El p¨²blico aplaude la parodia de las estrellas de los sesenta con la que cierran su espect¨¢culo, pagan la ¨²ltima copa y suben las escaleras al encuentro del fr¨ªo de la noche. Ma?ana ser¨¢ otro d¨ªa.
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