Francia y el Pac¨ªfico
LAS GRAVES dificultades con las que el Gobierno franc¨¦s se est¨¢ enfrentando en Nueva Caledonia forman parte de las secuelas de un proceso descolonizador empezado con audacia en los a?os sesenta, pero que luego se ha atascado y ha dejado una serie de problemas sin resolver, que se enconan por lo mismo que se han convertido en, casos excepcionales. El movimiento independentista de la poblaci¨®n aut¨®ctona, kanake, responde a unas tendencias universales. Se siente legitimado por los gigantescos cambios que se han producido en las ¨²ltimas d¨¦cadas y que han puesto fin, globalmente, al sistema colonial. Cuando las grandes potencias imperiales del pasado, como el Reino Unido y Francia, se han visto obligadas a reconocer la independencia de decenas de nuevos Estados que hoy constituyen la mayor¨ªa en las Naciones Unidas, la prolongaci¨®n de situaciones semicoloniales en lugares como Nueva Caledonia resulta cada vez m¨¢s contradictoria e insostenible, porque choca con una l¨®gica hist¨®rica que se ha impuesto en casi todo el mundo.El argumento de que determinadas poblaciones europeas habitan en Nueva Caledonia desde hace varias generaciones es poco convincente: fue invocado en el caso de Argelia, con el ¨²nico resultado de prolongar la guerra y los sufrimientos. Si Francia no logra aplicar con la suficiente audacia el camino de la negociaci¨®n y de los acuerdos pol¨ªticos, las consecuencias pueden ser graves. El Gobierno Fabius est¨¢ obligado a intentarlo ahora, con el env¨ªo de Edgard Pisan? a Numea, dotado de plenos poderes, pero en condiciones ya bastante deterioradas: cuando las dos comunidades han creado grupos armados y cuando en la misma Francia la oposici¨®n de derechas ataca a los socialistas acus¨¢ndoles de falta de firmeza en mantener la presencia francesa en algunas islas del Pac¨ªfico.
En 1981, cuando Fran?ois Mitterrand gan¨® las elecciones y pas¨® a desempe?ar la presidencia de la Rep¨²blica Francesa, llegaba con una serie de ideas y de proyectos que tend¨ªan a modificar la pol¨ªtica y colocaci¨®n de Francia de cara a los grandes problemas del mundo. Ante el di¨¢logo Norte-Sur, la solidaridad con los pueblos en lucha por su independencia o contra dictaduras militares y la liquidaci¨®n de los residuos del colonialismo, los planes de Mitterrand eran ambiciosos y prometedores. Su aspiraci¨®n era que la experiencia socialista en Francia no repitiese lo que hab¨ªan hecho los socialdem¨®cratas en diversos pa¨ªses europeos; realizando, grosso modo, pol¨ªticas muy semejantes a las del centro o la derecha. Han transcurrido ya m¨¢s de tres a?os del mandato de Mitterrand; pero no se puede decir que haya sido muy innovador en sus relaciones con antiguas colonias francesas. En Chad ha podido enviar soldados frente a un inicio de ocupaci¨®n por parte de Libia. Exactamente lo mismo que hab¨ªa hecho su predecesor. Pero Mitterrand no ha logrado dar ning¨²n paso en la cuesti¨®n decisiva: ayudar a la reconciliaci¨®n de los grupos de Chad enfrentados entre s¨ª y dotar as¨ª a Chad de una independencia y estabilidad verdaderas. En realidad, el Gobierno socialista franc¨¦s sigue atado a una pol¨ªtica de presencia militar en ciertas regiones de ?frica. Precisamente la pol¨ªtica que Mitterrand critic¨® duramente cuando la realizaba Giscard d'Estaing.
En los ¨²ltimos meses hemos asistido a una actitud particularmente din¨¢mica del presidente Mitterrand de cara al Tercer Mundo. Ha realizado viajes frecuentes, en el curso de los cuales se ha entrevistado con el rey de Marruecos, Hassan II; con el presidente de Argelia, Chadli Benyedid; con el m¨¢ximo dirigente de Libia, coronel Muanimar el Gaddafi, o con el presidente de Siria, Hafez el Asad. A pesar de que no haya obtenido siempre los resultados concretos que buscaba, no cabe duda de que estos viajes de Mitterrand responden al deseo de colocar a Francia en un lugar destacado en las cuestiones, cada vez m¨¢s importantes, del di¨¢logo entre el mundo industrializado y el Tercer Mundo. Atribuir ese activismo viajero solamente a objetivos de pol¨ªtica interior, a la b¨²squeda de ocasiones de ceremonias protocolarias, ser¨ªa mezquino. Pero no cabe duda de que la imagen de una Francia progresista, abierta a los problemas de los pueblos ayer colonizados, quedar¨ªa desmentida si rebrotasen en Par¨ªs, incluso con un Gobierno socialista, actitudes matizadas de colonialismo. Cabe esperar que la misi¨®n de Edgar Pisan? en Nueva Caledonia elimine estos temores.
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