El maestro Soroz¨¢bal

Tiene raz¨®n el se?or Garc¨ªa en los puntos 1 y 2 de su carta a EL PAIS del 20 del presente mes. No as¨ª, sin embargo, en el punto 3, pues si bien es cierto que por un desdichado despiste -que achaco a mi vejez- olvid¨¦ tapar mi nombre en letra peque?a al pie de la primera p¨¢gina de la partitura (lo que descalifica para optar al premio) no es menos cierto que su carta pone m¨¢s que nunca en evidencia el hecho de que el jurado del premio Guerrero 1983 ha ignorado mi Juan Jos¨¦. Cualquier jurado sabe y puede arbitrar f¨®rmulas no, por supuesto, para dar el premio a quien incumple las bases, pero s¨ª, precisamente, para no ignorar una obra. Cualquier jurado posee facultades para hacer una declaraci¨®n p¨²blica -o incluso privada- que d¨¦ satisfacci¨®n a quien, a juicio de ese mismo jurado, pueda merecerla, al margen de que su obra, por los motivos que sean, quede excluida de optar al premio. Si la actitud de las esferas oficiales no me permite abrigar esperanza alguna de ver recompensado mi trabajo art¨ªstico en Juan Jos¨¦, a esto se a?ade ahora el ol¨ªmpico desd¨¦n de un jurado, y para que nada falte, la propia rega?ina que el se?or Garc¨ªa se digna propinarme a cuento de mi carcajada. Puede estar seguro de que he aprendido la magistral lecci¨®n de urbanidad y buenas costumbres que ha tenido a bien impartirme, y aunque en su bondad no me ha impuesto ning¨²n castigo, me lo impongo yo a m¨ª mismo: de rodillas y de cara a la pared, con los brazos en cruz y orejas de burro, repetir¨¦ 100 veces: "A los 87 a?os no se deben soltar carcajadas tan despectivas sin el menor fundamento".La carta del se?or Garc¨ªa no me ha provocado esta vez ninguna carcajada, sino s¨®lo una triste sonrisa, lo que espero no sea motivo para una nueva reprimenda.-