La muerte sigue al acecho El horror y la verg¨¹enza arropan la interminable e incomprensible historia del hambre que Etiop¨ªa
ENVIADA ESPECIALNoventa muertos diarios en el campamento de Alamata, 40 en Korem, 100 en Makale ... Las cifras que van llegando a Addis Abeba escalofr¨ªan incluso a los m¨¢s acostumbrados al horror.Fuentes diplom¨¢ticas occidentales en la capital de Etiop¨ªa murmuran casi sin atreverse la cifra probable de muertos: para primeros, de a?o ser¨¢n 900.000. Pero el horror y la verg¨¹enza no han tocado fondo. Pese a la ayuda internacional que ha llegado, hasta ahora, si no cae agua en febrero los muertos en ser 1.500.000, y si tampoco se obtiene una buena cosecha, en noviembre habr¨¢ que suma varios centenares de miles m¨¢s. ?Va a seguir Occidente enviando miles de toneladas de grano o se va a olvidar dentro de pocas semanas?, se preguntan los et¨ªopes.
Cualquier occidental que llegue a Etiop¨ªa y salga algunos kil¨®metros fuera de la capital se har¨¢ la misma pregunta: ?c¨®mo ha sido posible? ?C¨®mo es posible que en 1984 suceda lo que est¨¢ sucediendo? Centenares de hombres, ancianos, mujeres, ni?os, exhaustos, intentan llegar a las grandes ciudades en busca de agua y comida. El Ej¨¦rcito y la polic¨ªa les impide el paso y los dirige hacia los campamentos preparados para acogerlos. Intentar llegar a Korem en coche puede ser peligroso: los ni?os se: arrojan a la calzada intentando parar los veh¨ªculos. Hace pocos d¨ªas un embajador escandinavo atropell¨® y mat¨® a un muchacho que a la vista del Mercedes crey¨® que podr¨ªa conseguir algo de pan.Muchos otros morir¨¢n en el camino y ser¨¢n enterrados en las proximidades de las carreteras.
La tierra est¨¢ seca, pulverizada, y no se ve un solo ¨¢rbol, una m¨ªsera brizna de hierba, en kil¨®metros a la redonda. De noche, los miles de personas que esperan en torno a los campamentos y los miles que han emprendido el ¨¦xodo tendr¨¢n que soportar temperaturas heladoras.
Etiop¨ªa es un pa¨ªs subsahariano, pero colocado en una meseta atravesada por monta?as. La capital, por ejemplo, est¨¢ a 2.700 metros sobre el nivel del mar. Desnutridos, sin techo y sin madera para encender hogueras, las neumon¨ªas hacen estragos.
?De qui¨¦n es la culpa?
?Qui¨¦n ha tenido la culpa? Los occidentales afirman que el Gobierno marxista-leninista del coronel Mengistu. Haile Mariam no advirti¨® a tiempo de la magnitud de la cat¨¢strofe. Los et¨ªopes acogen la ayuda que les llega ahora con pocas muestras de agradecimiento: los pa¨ªses ricos -afirman- no han querido escucharnos hasta que ya era demasiado tarde.
Tal vez es cierto que Mengistu no puso toda la carne en el asador hasta el pasado mes de septiembre, despu¨¦s de celebrar el primer decenio de la revoluci¨®n que derroc¨® al rey de reyes, el emperador feudal Haile Selassie, y despu¨¦s de institucionalizar su sistema pol¨ªtico con la creaci¨®n del partido ¨²nico, el Partido de los Trabajadores de Etiop¨ªa. Sin embargo, las mismas fuentes occidentales reconocen que, en mayo, el m¨¢ximo l¨ªder et¨ªope anunci¨® p¨²blicamente que se hab¨ªa perdido la cosecha de primavera.
Por las mismas fechas, Dawitt Wolde Giorgis, director de la Comisi¨®n de Socorro y Rehabilitaci¨®n (RRC), organismo intergubernamental, denunci¨® en Ginebra que entre cinco y seis millones de personas padecer¨ªan para fines de a?o una terrible hambruna. Se qued¨® corto: son 7,7 millones los que hoy sufren hambre, un hambre total que rebasa la desnutrici¨®n cr¨®nica que azota a muchos pa¨ªses africanos, un hambre apocal¨ªptica que debe parecerse a la que sufrimos algunos pa¨ªses europeos en el siglo XI o XII, hace casi 800 a?os.
Si Occidente no se fiaba de nosotros -dicen en Addis Abeba-, al menos debi¨® escuchar a las organizaciones internacionales caritativas que trabajan desde hace a?os en Etiop¨ªa. Oxfam, Save The Children Fund, C¨¢ritas, M¨¦decins Sans Fronti¨¦res, todos anunciaron la cat¨¢strofe que se avecinaba. Ellos sab¨ªan que sus organizaciones, que hacen un trabajo admirable, no ten¨ªan recursos ni capacidad para orquestar una campa?a como la que necesitaba el pa¨ªs.
S¨®lo los Gobiernos de los pa¨ªses ricos tienen en sus manos la posibilidad de impedir desastres as¨ª. Pero no hubo una reacci¨®n adecuada hasta que Addis Abeba acept¨® la idea de dichos organismos caritativos y abri¨® las puertas de los campamentos a las televisiones de todo el mundo.
Reacci¨®n con retraso
Los medios de comunicaci¨®n, que tienen tambi¨¦n su parte de culpa por no haber dedicado antes m¨¢s atenci¨®n a la hambruna africana, absorbidos por problemas menos desagradables, provocaron la reacci¨®n de la opini¨®n p¨²blica. Millones de personas en el Reino Unido, en Norteam¨¦rica o en Europa se sintieron avergonzadas y sus Gobiernos pensaron que hab¨ªa llegado el momento de hacer algo. El retraso -grita indignado un funcionario et¨ªope- ha costado decenas de miles de vidas.
Nadie dir¨ªa, sin embargo, en Addis Abeba, ciudad en la que vive el funcionario, que la situaci¨®n es tan dram¨¢tica tan s¨®lo algunos centenares de kil¨®metros m¨¢s al Norte.
El Gobierno et¨ªope ha asegurado el suministro de la capital, tal vez temeroso de que los dos millones y pico de habitantes de la ciudad sean menos pac¨ªficos que los millones de campesinos y pastores repartidos en peque?os poblados a lo ancho de este enorme pa¨ªs (de igual extensi¨®n que Espa?a, Portugal, Francia y el Benelux juntos).
En Addis Abeba hay miseria, miles de personas que viven en barrios de lata y carb¨®n, convenientemente disimuladas con cercas de madera. Pero al menos la mayor¨ªa consigue cada d¨ªa la njera (torta de
La muerte sigue al acecho
tef, un cereal t¨ªpico de Etiop¨ªa) y el m¨ªnimo de aceite que aseguran su supervivencia. Con datos en la mano, el Gobierno de Addis Abeba tendr¨ªa que estar aterrorizado Exteriormente, los responsables del pa¨ªs mantienen que la revoluci¨®n marxista-leninista "encontrar¨¢ las soluciones", pero interior mente se les nota deprimidos, asustados ante la magnitud de la cat¨¢strofe y la falta de esperanza.La hambruna se est¨¢ comiendo los escas¨ªsimos recursos del pa¨ªs (el segundo m¨¢s pobre del mundo), y todos los planes de desarrollo para impedir que la tragedia se repita peri¨®dicamente est¨¢n paralizados.
En 1985, Etiop¨ªa necesitar¨¢ que le env¨ªen gratuitamente 1,3 millones de toneladas de trigo y que se le ayude a distribuirlo. Su gran aliado, la Uni¨®n Sovi¨¦tica, ha demostrado que no puede hacer frente a una cat¨¢strofe tan enorme.
La URSS ha enviado 12 aviones de transporte Antonov, 300 camiones, 12 helic¨®pteros y las respectivas tripulaciones, pero muy poca comida: 10.000 toneladas d arroz, un cereal, adem¨¢s, que lo et¨ªopes no est¨¢n acostumbrados a consumir y que la comisi¨®n de so corro tuvo que vender en la capital para destinar los fondos a la compra del trigo.
La esperanza es, pues, m¨ªnima Muchas tierras en Eritrea, Wollo o Tigre seguir¨¢n siendo improductivas aunque llueva normalmente en 1985.
Etiop¨ªa est¨¢ desertiz¨¢ndose debido a una deforestaci¨®n salvaje (a principios de 1940 el 33% de la superficie del pa¨ªs ten¨ªa ¨¢rboles mientras que hoy no llega al 4%) y a una explotaci¨®n agr¨ªcola arcaica.
Parar el proceso de deterioro y recuperarse m¨ªnimamente exigir¨ªa plantar masivamente ¨¢rboles y construir una red de minipantano que aprovechen el agua del Nilo que nace en Etiop¨ªa, pero que parece recorrer el pa¨ªs sin dejar una sola gota de agua en la tierra.
Gastos de defensa
El remedio est¨¢ muy claro, pero no los m¨¦todos de financiaci¨®n. El Gobierno de Addis Abeba no hace p¨²blicos sus presupuestos, pero est¨¢ com¨²nmente aceptado que destina m¨¢s del 30% a gastos de defensa, es decir, a luchar contra los movimientos separatistas de Eritrea y de Tigre. La prioridad absoluta, dicen, es mantener la unidad de la patria. El peligro es que conserven la tierra junta pero pierdan a sus habitantes, consumidos en las sucesivas hambrunas.
Mosc¨² env¨ªa armas y participa en algunos proyectos de desarrollo, pero su ayuda es rid¨ªculamente insuficiente.
Occidente podr¨ªa financiar lo planes de infraestructura que sal var¨ªan a millones de personas pero ?por qu¨¦ hacerlo si Etiop¨ªa es marxista-leninista? Mengistu nacionaliz¨® todos los bienes extranjeros, y el Congreso norteamericano proh¨ªbe que se conceda ayuda estructural a un Gobierno que no indemniza. La cantidad que debe Etiop¨ªa a Estados Unidos es rid¨ªcula (unos 20 millones de d¨®lares) pero lo que importa es el principio
No es extra?o que detr¨¢s de la fachada arrogante, los l¨ªderes et¨ªopes est¨¦n deprimidos. De momento, la ¨²nica medida estructural adoptada ha sido un plan, que ya est¨¢ en marcha, para reasentar a 1,5 millones de et¨ªopes que viven actualmente en Eritrea, Tigre y Wollo. Puesto que la tierra est¨¢ agotada y no es posible obtener cosechas aunque llueva, la ¨²nica soluci¨®n es trasladar a todas esas personas a regiones m¨¢s propicias: Kaffa, Ilubador, Wolega y Garnugofa, cerca de la frontera con Sud¨¢n.
La operaci¨®n comenz¨® este mismo mes con los aviones Antonov. Los occidentales se han negado a colaborar. Estados Unidos, el Reino Unido o la Rep¨²blica Federal de Alemania quer¨ªan seguridades de que estas personas aceptaban voluntariamente el reasentamiento, que los traslados se hac¨ªan por familias enteras y que exist¨ªa una infraestructura adecuada para recibir a los nuevos colonos. Addis Abeba no pudo cumplir las condiciones.
Muy probablemente muchos habitantes de Eritrea y Tigre est¨¢n siendo trasladados sin que nadie les pida su opini¨®n.
En cualquier caso, lo que es seguro es que no hay nada preparado para recibirles en la tierra prometida. Van en grupos de 280, en aviones sin presurizar, amontonados y abrigados s¨®lo con mantas, y al llegar reciben dos hect¨¢reas de tierra y unas pocas semillas. El poco ganado que ten¨ªan lo tuvieron que dejar o se lo comieron como ¨²ltimo recurso hace ya meses.
El plan podr¨ªa ser razonable en otras condiciones, seg¨²n algunos expertos occidentales, pero tal y como se est¨¢ llevando a cabo puede provocar nuevos problemas.
Zonas afectadas por la guerrilla
Etiop¨ªa posee m¨¢s de 80 lenguas diferentes, y los nuevos reasentados no conocen la lengua de su repentino hogar. Adem¨¢s, la superpoblaci¨®n de estas provincias (Mengistu no muestra el menor inter¨¦s en el control de natalidad) puede ocasionar la deforestaci¨®n y el agotamiento agr¨ªcola de estas tierras en pocos a?os. Para colmo, norteamericanos y europeos temen que las deportaciones tengan un segundo objetivo: suprimir el apoyo popular a los frentes de liberaci¨®n de Eritrea y Tigre.
Algunos diplom¨¢ticos occidentales insin¨²an que el Gobierno de Addis Abeba no est¨¢ llevando alimentos a las zonas afectadas por la guerrilla. Otros, incluido el embajador espa?ol, Enrique Romeu, estiman que no hay datos objetivos para una afirmaci¨®n semejante y que nadie puede probar que se est¨¦ utilizando la hambruna como un arma contra los frentes de liberaci¨®n.
La misma opini¨®n la comparte la representaci¨®n de la Comisi¨®n Europea. El problema es llegar a esos n¨²cleos de poblaci¨®n -afirma-, pero no podemos decir que exista la voluntad de dejar sin ayuda a esas dos provincias.
Los l¨ªderes et¨ªopes pueden ser ineficaces, pero no son corruptos. Mengistu no es Somoza, que se qued¨® para su provecho personal con gran parte de la ayuda enviada a los damnificados del terremoto de Managua.
Su honestidad personal no va a impedir, sin embargo, que se consume la tragedia.
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