LA BICICLETA EST?TICA
Inmediatamente despu¨¦s de la Navidad lleg¨® una profunda ola de fr¨ªo y todos los ciudadanos quedaron con la sonrisa congelada. Durante las fiestas hab¨ªan realizado distintos moh¨ªnes de ternura, hab¨ªan ensayado muchas expresiones de amor o de felicidad, pero la helada sobrevino de forma inesperada sin que nadie tuviera tiempo de recobrar el pesimismo l¨®gico, y as¨ª con una mueca de alegr¨ªa escarchada que hab¨ªa cristalizado alrededor de la nariz los ciudadanos se vieron obligados a afrontar los acontecimientos habituales al iniciarse el a?o 1985. Los cr¨ªmenes vulgares comenzaron de nuevo, las treguas se rompieron en seguida, hubo un descarrilamiento de tren con muchas v¨ªctimas, un gendarme fue baleado por la espalda y todos los ciudadanos recibieron estas noticias con el mismo rictus de dulzura, con el sabor de mazap¨¢n a¨²n paralizado en los labios.Al iniciarse el a?o 1985 la gente com¨²n quer¨ªa cambiar de imagen. Hab¨ªa formado ¨ªntimos prop¨®sitos de enamorarse otra vez, de estirarse la piel bajo las orejas, de seguir la dieta del pomelo, de recuperar la juventud con unos masajes, de asesinar a alguien, de tomar vitaminas, de plantarle cara al patr¨®n, de trincar un buen negocio, de coger el petate y partir hacia una isla caliente donde no hubiera nada en que pensar. Al principio del a?o 1985 todo el mundo trataba de bajar la tripa. Los que no ten¨ªan tripa deseaban dejar de fumar. Los que no fumaban pretend¨ªan evitar la ca¨ªda del pelo. Y los que no eran calvos hab¨ªan prometido hacer gimnasia. Cualquier mortal hab¨ªa albergado una peque?a grandeza en su interior, por ejemplo, no morirse. En cambio, ¨¦l s¨®lo quer¨ªa huir y para eso se hab¨ªa comprado una bicicleta est¨¢tica. La empresa de electrodom¨¦sticos le hab¨ªa regalado un calendario con doce l¨¢minas de ciudades siempre so?adas, nunca recorridas, que ahora estaban a su alcance. La ola de fr¨ªo tambi¨¦n hab¨ªa sorprendido a este fulano y al posarse la escarcha en su coronilla le hab¨ªa hibernado todos los deseos del cerebro exceptuando el ansia de fuga.
A mitad de enero los ciudadanos a¨²n iban al trabajo o paseaban por la calle con la ternura navide?a cristalizada en el rostro a causa de la helada. Las dulces sonrisas de una pasada dicha familiar se vislumbraban a trav¨¦s de los car¨¢mbanos que pend¨ªan de todas las mand¨ªbulas y muchos llevaban un pedazo de turr¨®n de coco petrificado entre los dientes. La vida era normal. Los tribunales de justicia hab¨ªan vuelto a abrir las puertas y con los ojos h¨²medos de felicidad los jueces sacaban sentencias capitales por la bocamanga bordada para mandar sucesivos reos al pat¨ªbulo adornado con guirnaldas, plantado sobre un muladar de raspas de besugo. En las notar¨ªas se celebraban arduas compraventas, contratos leoninos, fulminantes hipotecas, protestos de letras y de talones sin fondos con un aire envasado de caridad cristiana. En menos de una semana la cadencia de unos atracadores con ojeras moradas pidiendo disculpas de antemano hab¨ªa hecho saltar la tapa de los sesos a un boticario y a tres honorables tenderos de embutidos. Un banco industrial cuyas dentelladas sol¨ªan ser muy certeras se hab¨ªa tragado a varios empresarios en medio de reg¨¹eldos sulfurosos de champ¨¢n y algunas legiones de obreros hallaron la verja de la f¨¢brica sellada con una estrella de plata. La existencia continuaba ofreciendo dones de toda ¨ªndole, pero el d¨ªa en que la primera bomba del a?o revent¨® a una docena de contribuyentes an¨®nimos en una acera c¨¦ntrica el fulano se encontraba ya muy lejos. Hab¨ªa colgado el calendario en la pared del cuarto trastero iluminado con la sucia claridad del patio de luces y encaramado en la bicicleta est¨¢tica no cesaba de pedalear mientras contemplaba tenazmente aquella l¨¢mina dorada del puerto de Lisboa. Se o¨ªan sirenas de polic¨ªa o de ambulancia y desde el fondo del patio sub¨ªan voces cavernosas hasta la estancia en penumbra llena de telara?as donde volaba el ciclista.
-Oiga, ha habido otro atentado.
-Sale uno tranquilamente de casa a comprar una colonia y lo matan.
-?Qui¨¦n habr¨¢ sido?
-Alg¨²n profeta. Alguien que no est¨¢ conforme con su situaci¨®n. Los de siempre.
-Dicen que han muerto cinco de una vez.
-Creo que son m¨¢s. Han hecho una carnicer¨ªa de gente normal. ??Portero! ?No est¨¢ el portero?
-Se habr¨¢ ido a ver la fiesta. ?Qu¨¦ quena usted?
-Tiene que echarme la quiniela.
En el lugar del suceso un amplio c¨ªrculo de ciudadanos contemplaba en silencio el traj¨ªn de las camillas con la dulce sonrisa de Navidad todav¨ªa engatillada bajo la nariz debido al fr¨ªo polar. El caso era bastante terrible. Por dentro los espectadores sent¨ªan el espanto de la sangre aunque nadie pod¨ªa expresar el horror en el rostro. Todos hac¨ªan la misma mueca de felicidad o de ternura, incluidos los agentes del orden y los artificieros, que sacaban muestras de dinamita en un z¨®calo sin evitar el moh¨ªn m¨¢s cari?oso. Pero en ese momento el ciclista acababa de llegar a Lisboa. Aquel puerto de agua blanda exhalaba la ligera fetidez de una rosa de brea. Nunca hab¨ªa estado all¨ª. En el calendario colgado en la pared se ve¨ªan sombras de nav¨ªos atracados, siluetas de gabarras que pasaban lentamente junto al petril de la plaza del Comercio. Tal vez llov¨ªa sobre la honda tristeza del Barrio Alto, los canalones vert¨ªan un sonido de sue?o en las callejuelas, la cumbre de la Alfama exhib¨ªa copas de ¨¢rboles antiguos y la ancha matriz del r¨ªo se abrazaba al oc¨¦ano bajo la bruma dorada. Sin duda era un buen sitio para embarcar. Entonces son¨® el tel¨¦fono.
-Te llaman.
-Dile que no estoy.
-Es tu secretaria.
-No quiero hablar con nadie.
-Pepe, por el amor de Dios. Sal de una vez. Llevas todo el d¨ªa metido ah¨ª.
-No.
-Eso no es bueno para la salud. Te van a saltar los ri?ones. ?Qu¨¦ tratas de demostrar?
-No pienso salir. L¨¢rgate.
La mujer zarande¨® el pomo de la cerradura y luego peg¨® una oreja a la puerta. Dentro del cuarto trastero s¨®lo se escuchaba el gemido del pedal de la bicicleta est¨¢tica, pero el fulano se encontraba muy lejos. Navegaba ya en direcci¨®n a Venecia. Hab¨ªa arrancado la primera l¨¢mina del calendario y ahora la plaza de San Marcos aparec¨ªa frente a sus fauces sudorosas. La traves¨ªa le llev¨® alg¨²n tiempo. La mujer hab¨ªa servido la sopa y en ese instante la televisi¨®n daba algunas noticias. Por la pantalla sal¨ªan im¨¢genes de la carnicer¨ªa de aquella ma?ana y por otra parte acababan de tirotear tambi¨¦n a un guardia municipal cuyo cuerpo, tapado con una manta, a¨²n palpitaba. El locutor y los testigos narraban los hechos con una sonrisa de Navidad escarchada en la boca aunque era mitad de enero. La luz cenicienta del patio interior brillaba sesgadamente contra las aguas del Gran Canal lleno de g¨®ndolas tiradas por las perchas de aquellos seres con sombrero de paja y cinta roja y las parejas rom¨¢nticas iban recostadas a popa desliz¨¢ndose sobre una putrefacci¨®n donde se reflejan varias c¨²pulas de oro y campanarios con golondrinas casi orientales. Aquel d¨ªa el ciclista pedale¨® sin descanso hasta la oscuridad con la frente pegada al calendario y atraves¨® la noche del Adri¨¢tico en un sue?o inm¨®vil sentado en el sill¨ªn de la bicicleta est¨¢tica. La familia no hac¨ªa sino aporrear la puerta del trastero.
-Pepe, abre. Por lo que m¨¢s quieras.
-No contesta.
-?Se habr¨¢ desmayado?
-Te quiero, Pepe. Tus hijos tambi¨¦n te quieren. Estarnos aqu¨ª.
-Je ha pasado algo, pap¨¢?
-No contesta.
-Abre, cari?o. Te he preparado un vaso de leche. Tienes que tomar algo.
A la ma?ana siguiente, cuando clareaba el alba, comenz¨® a o¨ªrse de nuevo el gemido del pedal a trav¨¦s de la madera. A primera hora la radio hab¨ªa lanzado la buena nueva de un descarrilamiento de tren y los periodistas que cubr¨ªan la tragedia en una yerta barrancada de la estepa pon¨ªan una voz euf¨®rica, todav¨ªa con sabor a turr¨®n de coco, para contar el n¨²mero de v¨ªctimas y describir minuciosamente sus heridas mortales. A bordo de la bicicleta est¨¢tica el fulano acababa de arribar en ese instante al estrecho del B¨®sforo, ten¨ªa ante sus ojos el Cuerno de Oro envuelto en luz de albaricoque y el sol se convert¨ªa en una lanza de fuego en cada minarete. La l¨¢mina de Lisboa y de Venecia hab¨ªan sido arrojadas al patio interior y ahora en la pared del trastero emerg¨ªa una vista de Estambul. Pod¨ªa pasar una excitante jornada all¨ª comiendo camarones encendidos, contemplar una danza del vientre, ver alfanjes con empu?adura de esmeraldas y partir luego hacia el mar Egeo.
-Pepe, abre. El m¨¦dico ha venido a verte.
-?Oiga?
-Doctor, mi marido lleva dos d¨ªas ah¨ª dentro. Se niega a salir.
-?Qu¨¦ hace?
-No s¨¦. Ha comprado una bicicleta para hacer gimnasia. Quer¨ªa bajar la tripa.
-?Oiga? ?Quiere abrir la puerta, por favor?
-Ya lo ve, doctor. Se niega a contestar.
El m¨¦dico y la esposa del ciclista miraron sucesivamente por la cerradura y en el cuarto trastero no se ve¨ªa nada en absoluto, aunque ambos cre¨ªan adivinar una sombra que se agitaba en el aire acompa?ada de jadeos y el gemido met¨¢lico del comp¨¢s de un pedal. No hab¨ªa nada que esperar. Aquel d¨ªa los titulares del peri¨®dico informaban de una manifestaci¨®n de obreros en paro aporreada por la polic¨ªa y el telediario hab¨ªa dado cuenta del asalto a un establecimiento a cargo de tres individuos en el que hab¨ªa muerto el chico de los recados. Pero en ese momento el fulano vert¨ªa un largo sue?o contra la cal del puerto del Pireo. All¨ª permaneci¨® toda la tarde. Despu¨¦s parti¨® hacia N¨¢poles, G¨¦nova, Niza y otras bah¨ªas azules, incandescentes.
A ¨²ltimos de enero finalmente cambi¨® el tiempo. Un viento del sureste se estableci¨® en todo el pa¨ªs y muy pronto comenz¨® el deshielo en la nariz de los ciudadanos. La sonrisa escarchada de la Navidad se estaba disolviendo de forma inexorable y las muecas de ternura cristalizada en los rostros acabaron por desaparecer del todo. A diario suced¨ªa un crimen vulgar, una sentencia capital o una quiebra, varios colchones de viudas se arrojaban por la ventana, los pobres pon¨ªan la mano en el sem¨¢foro y el amor volvi¨® a la normalidad cuando el pesimismo se instal¨® en la cara de la gente feliz.
-Pepe, abre.
-No contesta.
-?Oyes algo?
-Nada.
-Abre, pap¨¢. Aqu¨ª fuera todos te queremos mucho.
-Habla, cari?o.
El fulano estuvo encerrado en el cuarto trastero dos semanas seguidas y las rendijas de la puerta hed¨ªan a sudor pegajoso que tal vez se hab¨ªa hecho compacto con una masa de telara?as. Hubo que echar las maderas abajo en presencia de la polic¨ªa. Al entrar en aquella estancia ciega la mujer y los hijos del ciclista no encontraron a nadie. All¨ª s¨®lo apareci¨® la bicicleta est¨¢tica y junto al pedal hab¨ªa una maleta de viaje. En la carbonera del patio de luces desde arriba pod¨ªan verse doce l¨¢minas de algunas ciudades con puerto de mar. La ¨²ltima era Alejandr¨ªa. Tal vez ¨¦l estaba sentado en aquel malec¨®n.
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